Capítulo 9

Clara se despertó el sábado con un mensaje de Tomás, en el cual le comunicaba que las respuestas del cuestionario que tuvieron que hacer juntos para el trabajo en la universidad estaban todas correctas.

Ella se alegró y le agradeció haberle avisado.

Un llamado a su puerta le desvió la atención de lo que estaba haciendo.

Era su madre. Isabel tocó dos veces la puerta del dormitorio y luego que su hija diera el aviso de que pase, la abrió y le dijo:

- Cariño, está pronto el desayuno. ¿Bajas?

- Claro, estoy hambrienta. Me cambio y voy – le contestó.

Su madre cerró la puerta.

Clara corrió las cortinas de la ventana y dejó que su dormitorio se ilumine. La fuerte luz que entraba la obligó a tener que entrecerrar sus ojos mientras buscaba su peine.

Cepilló su largo cabello y luego se hizo una coleta. Desistió de cambiarse y bajó al comedor con el pijama puesto, dispuesta a desayunar.

Mientras bajaba esas escaleras de madera pensaba qué haría ese día. No tenía ningún plan. Flora le había comentado que probablemente se vería con su novio y pasaría la tarde con él. Tamara no respondía los mensajes desde ayer a la noche, y seguramente, con lo mucho que le gusta dormir, todavía no se habría despertado.

Una vez en el comedor tomó su lugar en la mesa y dijo:

- Buen día.

- Buen día, Clarita – le respondió su hermana.

La mesa mantenía un orden perfectamente cuidado. Frente a cada una de las cuatro sillas se encontraban una taza y un plato, todos de color blanco, junto con un vaso con jugo de naranja. En el centro de la mesa, se encontraban las tostadas en un plato blanco de mayor tamaño respecto a los cuatro individuales. Las mermeladas, el azúcar y el queso estaban en recipientes también de color blanco y en el centro de la mesa, mientras que los cubiertos se encontraban junto a los platos individuales.

Si bien Isabel es abogada, al igual que José, y ama su profesión, le encanta la decoración y tiene una obsesión con la combinación de colores y objetos. Al principio ello comenzó como un simple interés, pero hoy en día se ha transformado en una regla. Tal es así, que cuando sale a trabajar debe combinar el color de su cartera con el de sus zapatos, o el de su pantalón con el del blazer.

- Julia quiere ir al cine – dijo Isabel, mientras levantaba su taza de café y bebía un sorbo-. Con tu padre pensamos que podría ser un buen plan para hoy.

- ¡Sí! – exclamó la niña-. Di que irás hermana.

Clara miro a su hermana de reojo, que estaba sentada a su lado, y le dijo:

- Me encanta el plan. Debemos elegir la película.

Clara nunca podía decirle que no a Julia. Se trata de su hermana pequeña, la única que tiene, y siente una gran debilidad por ella.

- Yo puedo buscar por internet la película – dijo Julia.

- Después de que termines tu desayuno... - le advirtió su padre.

La niña le dio el último mordisco a su tostada y bebió el jugo de naranja tan rápido que su madre no le quitó la vista de encima por miedo a que se ahogue.

- ¡Listo! – exclamó y abandonó la mesa para ir a buscar la tablet a su dormitorio.

Isabel continuaba bebiendo su café, cuando Clara la interrumpió con una inquietud:

- Tengo la sensación de que algo me ocultan con relación a la abuela. Yo no he visto ninguna carta en estos últimos años y casualmente decidieron irse cuando yo había salido a correr. ¿Lo decidieron en cuestión de minutos? ¿Lo tenían planeado desde el día anterior? – fijó la mirada en la de sus padres-. En cualquier caso, en estos días he reflexionado al respecto y creo que fue una situación muy rara.

Se produjo un silencio incómodo.

José se levantó de su silla, alzó la jarra casi vacía y mientras se dirigía a la cocina les dijo:

- Voy por más jugo de naranja... se ha terminado....

Su esposa lo fulminó con la mirada mientras abandonaba el comedor.

- Verás Clari... – suspiró su madre-. Ya te he dicho que...

- No, mamá – la interrumpió-. Otra vez con lo de la mala señal no. Papá, tú y yo sabemos que la abuela no recibió de buena manera cuando le contamos lo de...

- ¡La encontré! ¡La encontré! – exclamó Julia, mientras bajaba las escaleras corriendo y alzando la tablet con los brazos extendidos al cielo-. Esta película está buenísima.

Su padre, quien venía de la cocina con la jarra en las manos llena de jugo de naranja, se detuvo al pie de las escaleras a observar lo que había encontrado su hija. Le acarició la cabeza y señalándole que vuelva a la mesa le dijo:

- Ven a mostrarnos, tesoro.

Julia apoyó su tablet contra la jarra de jugo que acaba de dejar sobre la mesa su padre e hizo clic para reproducir el tráiler de la película.

La única que observó ese tráiler fue Julia. Los demás fingían prestar atención y simulaban cara de asombro e interés cuando la niña los observaba en busca de aprobación, pero la realidad era que Isabel y José no habían dado ninguna explicación a Clara y esta última ya no era una niña que cree cualquier excusa sin siquiera cuestionársela.

Mientras fingía estar prestando atención a lo que la pantalla de esa tablet reproducía, Clara miraba de reojo a sus padres en busca de que sus ojos le transmitieran algo. Su padre bajaba la mirada ante cualquier contacto visual y su madre si bien le sostenía la mirada, se podía notar cierta tristeza en ella.

Mientras viajaban en el auto hacia el centro comercial donde se encontraba el cine al que irían a ver la película, Isabel fue todo el tiempo en silencio, con la mirada pérdida en el paisaje. Por su parte, José estaba concentrado en la conducción y cuando paraba en algún semáforo, aprovechaba para mirar hacia su derecha, donde se encontraba su esposa, quien en ninguna oportunidad le devolvió la mirada.

Julia fue todo el viaje haciéndole comentarios acerca de la película a Clara, quien se limitaba a asentir con la cabeza y a sonreír, mientras por su mente se le cruzaban un sinfín de hipótesis de lo que sus padres le podrían estar ocultando. Si había algo de lo que Clara estaba segura, era que sus padres le ocultaban algo vinculado con su abuela, y ella no descansaría hasta descubrirlo.

Después de salir del cine, Julia quedó tan entusiasmada que pidió a sus padres para ir a comer todos juntos. Se acercaban las cinco de la tarde, por lo que Isabel propuso merendar en familia.

- Vayamos, pero a un lugar fuera del centro comercial – dijo Clara.

Sus padres estuvieron de acuerdo.

Todos se subieron al auto y se dirigieron a la cafetería más cercana. Al pasar por la puerta de una, Clara le dijo a su padre:

- Aquí, estaciona aquí. Las donas de este lugar son riquísimas.

La cafetería era pequeña, tenía unas dos mesas afuera con sus respectivas sillas. La fachada del local era de unos ladrillos rojos que combinaba con sillas del mismo color. Hacia la derecha cruzando la puerta se encontraban dos mostradores y detrás dos grandes pizarras que cubrían casi la totalidad de la pared donde se podía leer las diferentes opciones que ofrecía el lugar.

José ordenó una merienda completa para cuatro personas a la chica que lo atendió, mientras sus dos hijas y su esposa avanzaban hacia el fondo del lugar y se ubicaban en la única mesa que quedaba libre.

Julia comentaba sin parar lo que le había parecido la película y sus padres se limitaban a asentir y cada tanto hacían algún comentario. Clara intentaba participar de la conversación sin que se note la incomodidad que estaba sintiendo con sus padres a raíz de la situación sucedida en la mañana.

Al regresar a casa Clara subió las escaleras que comunicaba la sala con un largo pasillo, y una vez allí entró en la última puerta a la derecha de dicho pasillo, donde se encontraba su dormitorio.

Tomó su móvil y envió un mensaje al chat grupal con las chicas preguntando si estaban libres. Flora respondió que se estaba yendo de la casa de su novio rumbo a la suya y Tamara que estaba aburrida viendo una serie. Entonces, les propuso juntarse a la noche.

Flora preguntó si querían quedarse a dormir en su casa, veían una película y pasaban un rato juntas. Las otras dos aceptaron.

A las nueve de la noche Clara tocó el timbre de la casa de su amiga. Abrió la madre de esta y haciéndole un ademán de que pasara, le dijo:

- Buenas noches, Clara. ¿Cómo estás?

- Buenas noches, muy bien. ¿Y usted? Qué bien le sienta el bronceado... - contestó, mientras acariciaba la cabeza del perro que vino a saludarla a la entrada de la casa.

- Sé que exponerse tanto al sol no hace bien, pero tengo una debilidad por el bronceado. Los colores del verano resaltan más con este tono de piel – dijo la mujer, haciendo una cara de resignación.

El timbre volvió a sonar y mientras Clara se agachaba a jugar con el perro que le hacía un gran recibimiento como si fuese su dueña, la señora Bedoya abrió nuevamente la puerta.

- Bueno, se pusieron de acuerdo en la hora parece – dijo-. Buenas noches, Tamara.

- Buenas – respondió ella.

El perro abandonó a Clara y fue tras la recién llegada, quien también tuvo que acariciarle la cabeza para calmarle el entusiasmo.

Flora apareció por la puerta que comunica la sala de su casa con el comedor y al ver a sus amigas, les dijo:

- Sentí voces y supuse que habían llegado.

Ambas asintieron.

Catalina Bedoya, la madre de Flora, se despidió de las invitadas y de su hija y subió a su dormitorio. Las amigas quedaron en la sala.

- Creo que mis padres me están ocultando algo – soltó Clara apenas se sentó en el sofá.

Flora y Tamara que estaban acomodándose en el sofá la miraron sorprendida.

- ¿Cómo que te ocultan algo? – preguntó la primera-. ¿Por qué dices eso?

- Cuando les comenté la visita de mis padres y mi hermana a la casa de mi abuela, no quise reparar en lo repentina de aquella decisión – dijo Clara, recostándose en el sofá de color negro-. Pero le he estado dando vueltas al asunto y creo que algo me ocultan. No he visto las cartas de mi abuela en los últimos años y esa decisión de ir a visitarla sin mí de un momento para otro...

- ¿Qué piensas, Clara? – preguntó Tamara.

- No lo sé, pero si ellos han ido y no me dijeron nada... - Clara bajó la cabeza pensativa.

Flora se levantó, se arrodilló frente a su amiga y con la mano en su mentón le levantó la cabeza. La miró a los ojos y le dijo:

- Sé a dónde vas y no voy a permitir que te culpes por eso.

- ¿Piensas que tiene que ver con...? – preguntó Tamara confundida-. No, no. No puede ser – se interrumpió ella misma-. Tus padres te dijeron que ya habían hablado con tu abuela de la situación.

- Y... ¿si no lo hicieron? – preguntó Clara, con lágrimas en los ojos.

Flora se sentó a su lado, la abrazó y le dijo:

- No pienses en eso. Ellos te dijeron que le habían contado y tu abuela lo había entendido. De hecho, están en contacto con ella...

- Sí, por intermedio de cartas. Cartas que no veo desde ese momento...

El nudo en la garganta le impidió continuar hablando.

Flora se quedó pensativa, y sin dejar de abrazar a su amiga, le dijo que todo iba a estar bien.


Con amor, Roni.

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