Capítulo 15

CLARA

Caminamos juntos y en silencio hacia el estacionamiento. Nos costó unos minutos encontrar el auto de Tomás debido a la cantidad de vehículos estacionados. Una vez que lo identificamos nos subimos rápidamente.

Al salir hacia la calle se podía ver el cielo totalmente despejado. La brisa de otoño se hacía sentir y la gente ya comenzaba a usar sus ligeros abrigos. En la radio sonaba música random.

- La película no estuvo tan mal – comentó Tomás, mientras doblaba en una esquina.

- No tengo muchas con las que comparar – admití.

- En unos meses las tendrás – me miro fijo y no dije nada-. Antes que nos encontráramos con Fran – pronunció Fran del mismo modo en que yo lo hice más temprano-, te propuse ver una película de terror cada mes, pero no has respondido.

- No reparé en ello... – me excusé.

Mentira. Había escuchado perfectamente su propuesta, pero le resté importancia.

- ¿Y qué te parece? ¿Aceptas? – insistió.

- Claro que sí – contesté-. Pero si también podemos ver otros géneros, digamos que las películas de terror no son mis favoritas.

- Me parece justo.

Sentada en el asiento del copiloto me puse a pensar en cómo habían avanzado las cosas. Estaba ahí, en medio de la noche con Tomás, planeando futuras salidas al cine. Todo parecía perfecto.

Recosté mi cabeza hacia atrás y fui observando el paisaje nocturno que me ofrecía la ventana del auto. Pensé si Tomás estaría sintiéndose igual que yo en ese momento, o si, por el contrario, era una chica más entre todas las citas que tuvo. No tenía necesidad de estar comparándome con otras chicas, ni con otras salidas, pero me resultaba inevitable.

Los autos y las personas pasaban por la ventanilla y yo seguía sumergida en mis pensamientos. De pronto, me doy cuenta de que Tomás no está siguiendo el recorrido de vuelta hacia mi casa. Nos estábamos alejando un poco del centro de la ciudad, hacia la rambla.

El lugar estaba aún más oscuro porque a medida que nos alejábamos del centro de la ciudad la cantidad de luces disminuía. Los faros de los autos iluminaban las calles.

Sin abandonar mi cómoda posición en el asiento, aclaré mi garganta y hablé:

- No estamos yendo para mi casa...

- Así es... – comentó en un tono tranquilo-. ¿Cómo lo supiste? – rio.

Le sonreí y le pregunté:

- ¿A dónde vamos?

- A mi lugar secreto.

- Si voy dejaría de ser secreto – me burlé.

- Será nuestro lugar secreto entonces.

Y ahí estaba. Otra vez. Mi corazón acelerándose con las palabras de Tomás. Ya nos habíamos besado una vez, había caminado de la mano esa misma noche, pero unas palabras de su boca me seguían poniendo nerviosa.

Tomás condujo unos minutos más y estacionó el auto en una calle próxima a la rambla. Me invitó a salir abriéndome la puerta. Una vez que bajé del auto pude sentir la brisa con más intensidad, el saco de hilo que había llevado no era lo suficientemente abrigado.

Le seguí los pasos hasta unas escaleras que bajaban a la arena de la playa. El lugar era bastante alejado donde la gente normalmente se concentra. A pesar de que era de noche, y claramente no había nadie, casi podría jurar que esa parte de la playa no es muy concurrida.

Tomás se dio la vuelta para mirarme y me extendió su mano. La tomé y retomamos la caminata. No era tan sencillo caminar calzados en la arena, pero de todos modos nos las arreglábamos muy bien.

Recordé la cantidad de veces que había estado en una playa, junto con mi familia y mis amigas. Era mi lugar favorito en vacaciones. Pero había una cosa que nunca había hecho: ir de noche. Lo estaba haciendo por primera vez con Tomás, como tantas cosas las estaba haciendo por primera vez con él.

De repente detuve la marcha. Tomás se había detenido. Lo mire y me invitó a sentarme en la arena. Ambos lo hicimos.

- Este es mi lugar secreto – confesó con una sonrisa tímida.

- Es muy lindo – le comenté.

- Si lo ves a simple vista, parece una playa – me dijo-. Pero a esta parte de la playa no suele venir mucha gente, está alejada. Por eso me gusta tanto – confirmó lo que yo estaba pensando.

Los ojos se le iluminaban mientras hablaba. Sentí que ese lugar representaba algún recuerdo bonito para él, por eso me limité a asentir con la cabeza, y dejar que continuara hablando.

- Este lugar me transmite mucha paz – expresó con la vista hacia el agua-. Me permite reflexionar...

- ¿Por qué te gusta tanto este lugar? – pregunté y enseguida me arrepentí al ver que en su rostro se desvanecía su hermosa sonrisa y dejaba una expresión triste-. Discúlpame, no quise ser entrometida.

- No hay problema – contestó-. No es un tema que me haga feliz, pero no tengo problema en hablar de ello.

Asentí con la cabeza, sin dejar de mirarlo.

- Mis abuelos fallecieron hace un año y luego de cremarlos decidimos esparcir sus cenizas en esta playa.

Sus ojos parecían estar a punto de dejar caer unas lágrimas.

- Venir aquí me recuerda a ellos y lo feliz que era cuando estaban vivos – se secó la lágrima que estaba cayendo sobre su mejilla.

- Es muy lindo lo que me estas contando, que tengas recuerdos así de tus abuelos – le dije, al tiempo que me acerqué y sequé con mi mano la lágrima que caía sobre su otra mejilla.

- Lo siento... – se disculpó y se alejó un poco de mí.

- No, no lo hagas – supliqué-. No tienes que disculparte por sensibilizarte con el recuerdo de tus abuelos.

- Se supone que esta noche sería una cita... - mi miro con los ojos rojos- de amigos... -terminó decir, esbozando una sonrisa de lado.

- Y lo es. La cita más linda. Abriste tu corazón y eso no tiene precio.

Me acerqué a él y lo abracé tan fuerte como pude. Tomás me devolvió el abrazo, sentirme entre sus brazos y la situación que se había generado me sensibilizó. Verlo en ese estado de vulnerabilidad me hizo verlo de otra forma. Me gustaba que no tuviese miedo de hablar de sus sentimientos. ¿Todo bien hacía ese chico? No puede ser.

Permanecimos abrazados por unos largos segundos. Cuando nos separamos lentamente, una hermosa sonrisa había invadido nuevamente su rostro.

Le sonreí.

Nos quedamos sentados en la arena contemplado el lugar vacío y el agua llegar hasta la orilla, para luego retirarse nuevamente. El frío ahí abajo en la arena se sentía aún más que arriba en la calle. Debí tiritar por el frío porque Tomás se sacó su campera y la colocó sobre mí.

Le agradecí el gesto, pero no era justo que él pasara frío. Así que decidí abrazarlo y transmitirnos calor mutuamente. Fue esa noche, el lugar, la confianza que se había generado entre los dos lo que me llevó a tomar la iniciativa.

Permanecimos un rato abrazados sin decir ni una palabra. No era necesario. En otro momento un silencio entre él y yo me hubiese hecho sentir incómoda. Sin embargo, en ese momento sentía todo menos incomodidad.

Tomás besó mi cabeza y me susurró al oído que ya era tarde y debíamos regresar. Saqué mi móvil del bolsillo y eran la 1:00 a.m. Tenía razón, era tarde y a la mañana teníamos clases en la universidad.

Nos levantamos y caminamos hacia donde estaba el auto estacionado. Nos adentramos en él y emprendimos el viaje de regreso.

A medida que nos íbamos acercando al centro de la ciudad las luces volvían a iluminar todo a nuestro alrededor. Mi celular vibró en mi bolsillo y lo tomé para ver de qué se trataba.

Era un mensaje de Flora.

Flora: ¿Te olvidaste de los detalles o aún están en la cama?

Me reí. No pude contenerme.

Yo: No me olvide. Mañana hablamos. Besos.

Flora: ¿Vas a dejarme así hasta la mañana? Eso es tortura

Yo: Nos vemos en clases, te quiero.

Flora: Te quiero, torturadora.

Devolví mi celular al bolsillo.

Me había resultado raro que no me hubiese escrito Flora. Es impaciente. Supongo que debe haber pensado que, al ser mi primera salida con Tomás, no demoraríamos mucho. Debo confesar que yo también pensé lo mismo, pero evidentemente me equivoqué. Nada hasta ahora había sucedido como lo había imaginado. De algún modo, puede decirse que es mejor.

Me sonreí al pensar en el mensaje de Flora. Sus ocurrencias me causan tanta gracia. Alegran mis días.

Giré la cabeza y Tomás seguía concentrado al volante. Sin mirarme me dijo:

- ¿A qué se debe esa sonrisa tan hermosa?

- Un mensaje de mi amiga..., me hizo gracia – le contesté, deseando que no siga preguntando sobre el tema.

Para mi suerte no siguió preguntando.

El resto del recorrido fuimos conversando de lo molestas que eran las personas que estaban sentadas detrás de nosotros en el cine. No dejaban de hablar entre ellas durante toda la película, sin contar que apoyaban los pies en nuestros asientos y los sentíamos en la espalda. En más de una oportunidad nos tuvimos que girar y pedirles que bajen sus pies de nuestros asientos, lo que hacían de mal modo.

Cuando quisimos darnos cuenta habíamos llegado a la puerta de mi casa. Tomás detuvo la marcha y apagó el motor. Se giró hacía mí y contempló mi rostro de un modo que me hacía sentir nuevamente nerviosa. Era increíble como podía estar tan bien con él, hasta que fijaba su mirada en mí y los nervios se apoderaban completamente de mi cuerpo.

- Gracias por esta noche – me dijo.

- No hay nada que agradecer, la pasé muy bien – le comenté.

- Yo también la pasé muy bien contigo. Cuando fuimos a la playa no pensé que me pondría de ese modo... – se lamentó-. Pensé en pasar un buen rato y contemplar el lugar a la noche que es realmente hermoso.

- Y fue así – le aseguré-. Pasamos un buen rato. Fue muy lindo de tu parte mostrarse así de sensible.

- Bueno, no me lo digas más porque vas a hacer que me largue a llorar como un niño pequeño – bromeó.

- No, no llores – bromeé yo también.

- ¿Y qué me darás para que no llore? – me miro con la cara del gato con botas en la película Shrek cuando fije estar por llorar.

- ¿Y qué deseas? – pregunté, aunque los dos intuíamos la respuesta.

- Un beso puede hacerme sentir mejor... – me sonrió emocionado como un niño esperando abrir un regalo.

Me reí y nuestras bocas se acercaron. Mordió suavemente mi labio inferior para unirnos en un beso húmedo que hizo vibrar todo mi cuerpo. Sus manos sujetaban mi cara mientras nuestros labios se movían cada vez con más fuerza.

Al separarnos nos miramos y ambos sonreímos.

- Eres hermosa – me susurró.

- Eres hermoso – le susurré.


Con amor, Roni.

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