Capítulo 14
CLARA
El sábado por la mañana me levanté más cansada de lo que me acosté. Daba vueltas en la cama sin poder dormirme, me puse los AirPods y escuché música relajante sin éxito. Entrada la madrugada recién pude conciliar el sueño. Habré dormido unas 5 horas. Y aquí estoy: el día en que quedé con Tomás para salir y sin haber dormido bien la noche anterior. Espero no dormirme en medio de la película. Solo de pensarlo me muero de vergüenza.
Ahuyenté esos pensamientos negativos de mi cabeza y como todas las mañanas, cepillé mi cabello antes de bajar a desayunar.
El desayuno transcurrió con normalidad. Avisé que saldría y que no me esperen en casa para la cena. El único horario disponible para ver la película escogida era de noche. Era de esperarse, con una película de terror. La elección de la película fue un consenso al que llegamos, luego de discutir acerca de la cartelera que ofrecían para el fin de semana. No es mi género favorito, si puedo evitarlo lo hago, pero el resto de las opciones eran malísimas. Por su parte, las películas de terror son el género favorito de Tomás, así que dadas las circunstancias no estaba dispuesta a frustrar la salida. Acepté ver la película. Lo peor que podría suceder sería que me cubra los ojos con las manos en alguna escena en la que me asuste.
El terror también es el género favorito de mi padre, en ese aspecto Tomás ya tiene un punto extra. Papá se la pasa hablando de las películas de terror, actores, productores, directores. El tema lo apasiona.
Cuando era una niña me asustaban mucho las películas de terror, tanto que, si llegaba a mirar una, cosa que no era difícil ya que mi padre lo hacía varias veces en la semana en la sala de nuestra casa, en los días siguientes andaba asustada todo el tiempo. Corría del baño a mi cuarto a la noche y en cada habitación que pasaba iba encendiendo las luces.
Una noche mi padre estaba mirando una de esas películas, sentado en el sofá despotricaba contra el director y los actores. Claramente, no estaba conforme con el resultado audiovisual. Cuando se percató de mi presencia, mi cara de asustada lo dijo todo.
Se levantó del sofá y me invitó a acercarme a él. Allí me dijo que las películas de terror y de suspenso se basan principalmente en el sonido y que excluido éste, no había mucho de lo que temer.
Con todas luces apagadas y la televisión en mute, me hizo ver unos minutos de la película. Sorprendentemente, tenía algo de razón en lo que me decía. No tenía el mismo impacto verla con sonido que sin sonido. Luego de ello, tomó mi mano y recorrimos juntos la casa en busca de algún asesino en serie o espíritu maligno que aceche nuestro hogar. El resultado fue el esperado: no había nada.
Con esa lección perdí durante un tiempo el miedo a las películas de terror. Aunque debo confesar que no es posible ver todas las películas sin sonido. Por ello, actualmente no es raro que, de vez en cuando, ante alguna escena de gran impacto me cubra los ojos con ambas manos como cuando era una niña.
El resto de la tarde lo aproveché para ponerme al día con algunos trabajos pendientes que tenía para la universidad. Las horas pasaron rápido y entré a tomar una ducha para luego aprontarme.
Cuando salí del baño con la toalla en la cabeza sentí mi celular vibrar encima del escritorio. Me acerqué y lo tomé. Era un mensaje de Flora.
Flora: Espero detalles cuando regreses
Yo: Te habías demorado en escribirme
Flora: No quería presionar, ¿ya estás lista?
Yo: Estoy en eso, recién salí de bañarme
Flora: ¿Tomás pasa por vos?
Yo: Sí, en 45 minutos pasa por casa
Flora: Te dejo para que sigas arreglándote. Pórtate mal
Yo: Seré yo misma...
Flora: Entonces será una salida de amigos
Yo: ¿Dónde quedó lo de no presionar?
Flora: No sé de qué me hablas...
Yo: ¡Desmemoriada!
Flora: ¡Aburrida! Diviértete, te quiero
Yo: Y yo a ti.
Después de terminar de hablar con Flora, tomé el secador y sequé mi cabello lo más rápido que pude. Tenía que apurarme si quería estar pronta a la hora pactada y así lo hice.
Estaba retocándome el labial en tono rosa que había escogido cuando sentí vibrar nuevamente mi celular. La pantalla encendida indicaba que era un mensaje de Tomás. Me avisaba que estaba abajo esperándome.
Me sentí nerviosa, pero una clase de nervios que nunca había sentido. Bajé las escaleras de mi casa con el corazón acelerado, buscaba impresionar a Tomás, pensaba qué decir cuando verlo, ideaba escenarios en mi mente en donde podía arruinar la noche y cómo tenía que hacer para evitarlo. Si Flora estuviera viéndome estaría enfadada. Siempre nos dice a Tamara y a mí que las chicas no debemos impresionar a ningún chico, si le gustamos como somos, genial, y si no, que se jodan, problema de ellos. Sin duda, en ese momento no me vendría nada mal un empujoncito de Flora. A falta de su presencia, reproduje mentalmente sus palabras en el último mensaje que me había enviado: Diviértete, te quiero. El aburrida lo saqué intencionalmente, intentaré no serlo esta noche.
Cuando abrí la puerta de mi casa pude verlo. Tomás estaba recostado contra su auto, sobre la puerta del acompañante. Lucía unos jeans de color negro y una camisa blanca arremangada en los brazos y su cabello estaba igual de desprolijo que siempre. Parecía estar muy relejado y cómodo con la situación. Seguramente no era su primera vez recogiendo a una chica.
Cerré la puerta con llave y caminé en dirección hacia donde estaba el auto. Al ver que me acercaba cada vez más, se incorporó para saludarme.
- Buenas noches, Clara – me dijo.
- Buenas noches, Tomás – le respondí.
No hubo beso, ni en la mejilla ni en la comisura de los labios. En ese momento pensé que me hubiese gustado recibir uno de esos últimos. Alejé rápidamente esa idea de mi cabeza y volví a la realidad.
Tomás estaba con el brazo extendido en señal de que me subiera al auto. El gesto me pareció muy romántico de su parte.
¡Oh, no! Ya estoy romantizando todo. Flora te necesito.
Cerró la puerta una vez que estuve adentro y rodeó el auto hasta subirse en el asiento del conductor. Encendió el motor e hizo lo mismo con la radio.
Su perfume invadía mi nariz y era una sensación agradable. Decidí romper el hielo y hablar.
- Traes las entradas, ¿no?
- Claro que sí, tal como te lo había dicho – me contestó sin apartar sus ojos del tránsito.
- No recuerdo exactamente el horario de la película, ¿era 9:30 pm o 9:45 pm?
- Yo tampoco lo recuerdo – contestó-. Pero llevo las entradas en mi bolsillo derecho de mis jeans, tómalas y fíjate.
Por un momento pensé en extender mi mano y buscar las entradas en dónde me había dicho, pero una voz interior me dijo que era mala idea. No quería generar ninguna situación incómoda, aunque él no parecía molestarle la idea.
- Vamos bien de hora, no será necesario – dije finalmente, luego de revisar la hora en mi móvil, tratando sonar lo más natural posible.
- Si tú lo dices..., tú te lo pierdes... – me contestó con una sonrisa de lado, como dando a entender de que me perdía de algo bueno.
Intenté restarle importancia a sus palabras y desvié el tema de conversación. No tuve mejor idea que preguntarle si iba todo bien con la universidad.
Alguien que me golpee la cabeza, por favor. ¿No tenía otra pregunta más interesante?
Tomás me respondió con total normalidad, no reparando en lo aburrida de la pregunta. El resto del viaje fuimos conversando acerca de las canciones que iban sonando en la radio. Me comentó que las canciones actuales le parecían en su gran mayoría superficiales, que se había perdido la profundidad de las letras y que cualquiera cantaba y sacaba un álbum.
Por mi parte, le comenté que yo estaba un poco atrasada en lo que a la música respecta. Aún escuchaba música pop de hace 10 años y más antiguas también. Él se rio y confesó que a él también le gusta la música de esa época y la de los '80. Ahí ya tenía otro punto en común con mi padre. Tengo que dejar de pensar en las cosas que tienen en común Tomás y mi padre, como si en algún momento fueran a conocerse, o incluso, a ser familia.
Una vez que estábamos en el cine, nos dirigimos juntos hacia donde vendían pop y refrescos. Un empleado muy amable nos sonrió y nos preguntó que íbamos a llevar.
- Estábamos viendo los combos que tienen... - dijo Tomás.
- Este fin de semana tenemos la promoción MovieLove – soltó el empleado con una sonrisa que me hizo sentir algo incómoda y que parecía disfrutar Tomás.
- ¿En qué consiste ese combo? – pregunté.
- Pop grande para compartir y dos refrescos también en tamaño grande – me contestó de forma casi automática.
Me giré hacia Tomás y le dije que yo prefería una Coca-Cola y pop dulce.
- En principio, vamos a pedir dos Coca-Cola – le dijo al empleado.
- ¿En principio? – le pregunté a Tomás mientras el empleado se daba vuelta hacia donde estaban los vasos para rellenarlos con el refresco.
- Sí – me contestó-. Yo había pensado en pop salado...
No pude evitar mi cara de asco.
- ¿Qué? ¿No te gusta? – me preguntó asombrado.
Negué con la cabeza.
Luego de un intenso debate acerca del pop que íbamos a comprar, nos decidimos por el pop dulce. Decir que nos decidimos tal vez es faltar un poco a la verdad. A él le gustan los dos tipos de pop, pero a mí el salado no me agrada en lo absoluto. Me propuso que el empleado del cine nos coloque mitad de pop dulce y mitad salado, pero ante la sola idea de que buscando mi pop dulce tome equivocadamente pop salado, mi estómago ya se revolvía. Terminó cediendo.
El empleado nos entregó lo que habíamos ordenado. Yo llevaba el pop y él los dos refrescos. En mi mano libre llevaba las dos entradas para entregárselas al otro empleado del cine que nos estaba esperando en la fila de la sala que nos tocaba ver la película.
Nos sentamos en los asientos asignados y me entregó mi refresco. Tomás me dijo que me quede con el pop, que él extendía su brazo si quería comer. Así lo hice. Coloqué el balde de pop en mi regazo y me acomodé en la butaca.
Los comerciales terminaron y cuando estaba comenzando la película giré levemente mi cabeza para ver a Tomás y estaba con sus hermosos ojos verdes encendidos. Su cara denotaba un gran entusiasmo, como la de un niño que está a punto de abrir un regalo. Estaba claro que las películas de terror le gustaban.
No me di cuenta de que tal vez lo estaba mirando demasiado fijo y él también me miro.
- ¿Todo bien? – me preguntó, mirándome a los ojos.
- Todo bien – le respondí.
- Ya está comenzando... – me comentó entusiasmado.
- Sí – me limité a contestarle y volví mis ojos a la gran pantalla.
Podría decir que aguanté bastante bien hasta la mitad de la película donde las escenas de gran impacto y de susto cada vez eran mayor. Y si a eso le sumamos estar en el cine con una pantalla gigante y unos parlantes a todo volumen, era la combinación perfecta. Perfecta para quienes adoraran ver ese tipo de películas.
Si bien las escenas no me generaban tanto miedo, aunque debo confesar que algo de miedo si generaban, los fuertes sonidos repentinos hacían que de vez en cuando saltara de mi asiento y el corazón se me acelerara.
En determinado momento de la película, la protagonista se encontraba caminando por un pasillo totalmente oscuro de una casa, sosteniendo un móvil con una luz tenue para iluminar a medida que avanzaba. Estaba claro que en cualquier momento se venía algo que me haría saltar en el asiento.
En efecto, bloquea involuntariamente el móvil y la luz de la linterna se apaga. Cuando la protagonista lo desbloquea y la luz tenue vuelve a aparecer, una criatura la toma de sus pies y la arrastra por el pasillo con el que tanto esfuerzo avanzó. Del susto apreté con fuerza la mano de Tomás. Cuando reparé en lo que había hecho, la solté rápidamente y alejé mi mano. Él acercó su mano y tomó la mía.
Se inclinó hacia mí y me dijo en un susurro al oído:
- No tengas miedo.
Me sentí una niña pequeña.
Tomás tenía sujetada mi mano y me acariciaba haciendo círculos con su dedo pulgar. Se sentían muy bien sus caricias.
El corazón lo tenía acelerado y el pulso estaba del mismo modo. Ya no tenía la certeza de que fuera por el susto de la película o por la mano de Tomás acariciando la mía.
La película terminó y cuando las luces se encendieron aún nuestras manos permanecían juntas. Las contemplé y lo miré a los ojos. El hizo lo mismo.
- Se ven bien juntas, ¿no crees? – me preguntó con una sonrisa en los labios.
- Eso creo – contesté.
- Podemos caminar así hasta el auto, si no te incomoda... – me propuso.
- Así no caminan los amigos... – respondí.
- Buen punto – masculló.
Solté su mano y él hizo una cara de cachorrito mojado. Meneé la cabeza y le puse los ojos en blanco.
Mientras salíamos de la sala del cine fuimos conversando acerca de la película.
- Mucha sangre para mi gusto – comentó él.
- Mucho tiempo a oscuras – dije.
- De eso se trata, pocas veces suceden cosas terroríficas a plena luz del día – me contestó.
- Sí, pero en casi toda la película era de noche... - reproché.
- La noche y la oscuridad es donde se proyectan los miedos de las personas. Tiene sentido, ¿no crees?
- Visto de ese modo, sí.
- Tenemos que venir a ver una película de terror por lo menos una vez al mes – me propuso entusiasmado.
La propuesta me asombró un poco. ¿Pensaba venir al cine todos los meses conmigo? No es que yo tendría algún problema en aceptar, pero tal vez era la emoción del momento y no una propuesta real.
No contesté y en su lugar la pregunté.
- ¿Vienes mucho al cine?
- Siempre que puedo – me contestó-. Aunque con esta compañía podría siempre – me miro de costado.
Sacudí la cabeza.
Seguimos caminando en dirección a la salida y de repente siento un calor en mi mano. Tomás la había sujetado, entrelazando nuestros dedos. Giré mi cabeza hacía él. Me miro y me dijo.
- ¿Qué?
No respondí. Me limité a bajar la mirada hacia nuestras manos unidas y volví mis ojos hacía los suyos.
- ¡Ah! ¿La mano? – me preguntó haciéndose el desentendido-. Podemos redefinir el concepto de amistad para nosotros.
Lo mire algo confusa y él continuó hablando.
- Digamos que somos unos amigos especiales, que caminamos tomados de la mano – me miro a los ojos con una sonrisa-. No hay nada de malo en eso, ¿no?
- Claro que no – le respondí.
- Entonces sigamos caminando así, amiga mía – rio.
La sensación placentera que me producía caminar de la mano con Tomás se vio un poco desvanecida cuando a la salida del cine nos encontramos con Francisco. Mi mirada se cruzó con la suya, y ésta bajó hacia mi mano junto a la de Tomás.
- Clara... – dijo Francisco.
- Francisco... – le dije.
Enseguida solté la mano de Tomás y saludé con un beso en la mejilla a mi amigo.
- ¿Has venido a ver una película?
- Sí, le respondí.
- Hemos venido a ver una de terror, te la recomiendo – agregó Tomás, con un tono de voz que hasta ahora no se lo había conocido y señaló un cartel que indicaba el nombre de la película-. Por cierto, soy Tomás.
- Y yo Francisco.
Ambos se saludaron fríamente.
- Francisco, un amigo – le dije a Tomás-. Tomás..., otro amigo – le dije a Francisco.
Tomás me miro como si hubiese faltado a la verdad.
- Tenemos prisa – expresó Tomás.
- Sí, claro. Los dejo – anunció Francisco-. Nos vemos en la semana, Clara.
- Nos vemos, Fran – me despedí.
Francisco se alejó de nosotros y cruzamos la puerta de salida hacia el estacionamiento.
- Nos vemos, Fran – repitió Tomás, haciéndome burla.
- ¿Qué te causa tanta gracia? – le pregunté a la defensiva.
- Nada, nada – me respondió sin dejar de reírse-. ¿Tienes muchos amigos?
- No tantos.
- Pero Francisco es amigo, amigo ¿no? – me dijo haciendo énfasis en la palabra amigo, que repitió intencionalmente.
- Es un amigo. Simplemente, un amigo – reafirmé.
- Entonces no es un amigo de esos que se toman de la mano, ¿no? – me dijo, al tiempo que entrelazaba nuevamente los dedos de su mano con los de la mía.
El calor volvió a mi cuerpo.
- No, no es de esos amigos – contesté tímidamente.
- Esto confirma que nosotros somos amigos especiales.
Le sonreí.
Con amor, Roni.
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