Capítulo 9: El vestido esmeralda
Dulce llevaba 17 corazones liberados. A modo de agradecimiento, cada uno de ellos le había contado su historia antes de partir, volando como una estrella fugaz, hacia su propietaria.
Su maldición se daba de bruces con la realidad. No lograba comprender el motivo por el que Gastón hacía aquellas atrocidades. Estaba segura de que era imposible que fuera por voluntad propia.
Ella solo sabía que debía hacer lo correcto. Era injusto retener el corazón de nadie y todas aquellas personas merecían recuperar sus sentimientos. Aunque le costara la vida, buscaría la forma de conseguirlo.
Ahora bien, como no podía ver más que el lado bueno de su esposo y además seguía teniendo su pecho vacío, era incapaz de pensar con claridad. Su embrujada cabeza era un caos de contradicciones.
Decidió abrir unas cajas más y en cuanto creyó que los efectos del somnífero de Gastón debían estar acabando, cerró de nuevo aquella sala de los horrores con la llave y, presurosa, volvió a colgarla en el cuello del marido más bello del mundo, como si no hubiera pasado nada.
Retomó su rutina, puso la mesa y fue a asearse para cenar con él. Se miró al espejo antes de lavarse la cara y no se reconoció. Tenía los ojos rojos e hinchados, las mejillas mojadas en ríos de lágrimas y la palidez de quien ha visto más allá de lo que debería.
Se maquilló un poco y se volvió a peinar. Estrenó uno de los vestidos nuevos de color esmeralda, a la vez que la sonrisa más falsa que jamás había usado, y se sentó a cenar cara a cara con su desconcertante marido. Empezaron a comer en silencio y cuando ella por fin había recogido el valor necesario para preguntarle sobre la misteriosa llave de su colgante, él habló por primera vez en la noche:
—Dulce, quiero que tengamos un hijo.
Levantó lentamente la mirada del plato y clavó sus hermosos ojos en los de ella para ver cuál era su reacción. Mientras esperaba su respuesta, le dio un bocado al pedazo de pan que tenía delante, pero de repente puso un gesto de horror absoluto y se tapó la boca con la servilleta de tela que tenía a mano. Acababan de caerle casi todos los dientes, como si sus encías estuviesen hechas de mantequilla.
https://youtu.be/12cE0ymhMNk
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