2. Klhoé

No todas las sonrisas son sinónimo de felicidad. Algunas ocultan un corazón tan roto que nadie puede imaginar.
—Edison Cajilima Márquez

                                   —

—¡Señorita Pride!

Poco a poco todas las imágenes que tenía frente a mis ojos van desapareciendo quedando solo oscuridad.

  —¡Señorita Pride!

Se va haciendo presente un dolor intenso en mis sienes y voy abriendo mis ojos poco a poco odiando toda la iluminación del lugar donde me encuentro.

  —Señorita Pride —identifico la voz de la señora Maxwell—, cree poder acompañarnos con sus cinco sentidos puestos en la clase.

Repaso con mi vista todo el lugar, desde el otro extremo de la clase veo la mirada desaprobatoria de Christhian hacia mí. No puedo creer que me halla quedado dormida en plena clase de álgebra.

Alzo mis ojos para encontrarme con el rostro de la señorita Maxwell. Lleva una de sus cejas alzada ampliamente por encima de la armadura de sus gafas. Sus brazos cruzados en el pecho y sus ojos gritan "me tienes harta"

  —No creo que alguien pueda atender a su clase con los cinco sentidos —digo notando un poco de molestia en mi garganta. Debo haber gritado de más en la fiesta de anoche.

Toda la clase rompe a reír y eso parece que la enfada aún más porque comienza a lanzar cuchillas con sus ojos al resto de los alumnos y poco a poco comienzan a callarse.

  —Le voy a pedir de favor que salga de mi clase —dice muy calmadamente.

Vuelvo la vista hacia Christian que ha decido ignorarme por completo. Tomo mi mochila que dudo mucho que traiga algún libro y me dirigido a la puerta del salón. Logrando sentir libertad en cuanto cruzo al otro lado. Miro a ambos lados del pasillo y me agrada la sensación de soledad que puedo sentir. Para cuando decido emprender mi camino a cualquier lugar escucho esa vocecita tan irritante.

—Nunca cambias Pride.

Solo hay dos cosas dos cosas que odio en esta vida. Primero la resaca después de una fiesta, como hoy. Segundo las personas entrometidas. Es como si no tuvieran nada mejor que hacer que meter sus narices en asuntos que no le interesan.

Dibujo una sonrisa irónica —en serio muy irónica— y volteó a ver a la castaña dueña de aquella voz.

—¿No tienes clases hoy, Amber? —digo fingiendo la amabilidad notable en mi voz.

—No creo que mi horario escolar sea de tu interés ahora —responde suspicaz.

—Tienes razón, en absoluto me importas tú y tu pequeña vida —digo borrando mi amable sonrisa.

—¿No te cansas de ser así? —me señala de arriba abajo.

—¿Así cómo? —cruzo mis brazos sobre mi pecho y apoyo todo mi peso sobre uno de mis pies, mientras me fijo en lo delicada que son sus facciones.

—Siempre ebria, siempre tarde, siempre un mal ejemplo —hace una mueca un poco rara en su rostro—. Deberías hacer algo por ti

Traté de la que las palabras mal ejemplo no sonarán en mi cabeza por demasiado tiempo.

—¿Para qué? —me encojo de hombros—.¿Para encajar en tu cuadrado mundo.

Doy dos pasos acercándome un poco más a ella. Pudiendo notar el color verde intenso de sus ojos. La miro con algo de desprecio.

—Pero, tú Amber —la señalo como ella mismo hizo—. ¿No te cansas de ser así?

Tomo uno de sus mechones castaños en mi mano.

—Siempre tan "correcta", tan cuadrada —rápidamente ese verde brillante que tenía en sus ojos comienza a cambiar por uno más oscuro.

Suelto su pelo y doy un paso hacia atrás.

—El mundo no es cuadrado Amber, de hecho es una esfera —todas sus facciones están rígidas—. Si hay algo que yo he aprendido del mundo, es que no admite piezas cuadradas.

Sin mucho más que decir me doy la vuelta y sigo mi camino. Amber Bennet podría engañar a cualquiera menos a mí. Si no tuviera tantas reglas como se impone incluso ella sería peor que yo. Sé perfectamente reconocer a una persona que es puro teatro, porque yo, soy la mayor actriz de todas.

Doblo al final del pasillo y sin mucho esfuerzo casi mecánicamente me adentro en el baño de la escuela. Me aseguro que todos los cubículos estén vacíos y cierro la puerta principal del baño. Me sitúo frente al espejo y zafo la coleta que llevaba en lo alto de la cabeza. Y observo mi pelo caer en subes ondas rubias sobre mi espalda.

Unos ojos verdes que denotan cansancio me devuelven la mirada tras el espejo. Esta soy yo, una chica normal con ojeras y el pelo un poco despeinado. No hay nada de maravilloso en mí, solo llevar mi apellido. Rebusco en mi mochila la botella de agua que Christhian siempre pone ahí para mí. Él cree que yo no me doy cuenta, de cómo siempre se preocupa por mí.

Me la bebo de un solo golpe, mi garganta la estaba pidiendo a gritos. Me Echo un poco de agua en la cara y me hago una coleta más holgada a la altura de la nuca. Por último agarro una píldora para aliviar el dolor de cabeza y la ingiero sin más.

Vuelvo la vista al espejo frente a mí, y me veo un poco más casual, hidratada y natural. Guardo todo nuevamente dentro de la mochila negra que llevo desde hace un par de años. Nunca me esfuerzo por cambiarla o tal vez inconscientemente siempre agarro la misma antes de salir de casa.

Mis ojos vuelven a toparse con esa chica de ojos verdes frente a mí. La miro en silencio durante un rato, porque muchas veces ella se ve tan alejada de mi realidad

—Tú puedes con esto —le digo a ella o no sé si me lo digo más bien a mí.

No espero una respuesta de su parte porque eso no ha acabado bien la mayoría de las veces. Saco el móvil del fondo de mi mochila y compruebo que solo tiene un 10% de batería para el resto del día. Abro la galería y paso rápidamente por algunos de los videos de la fiesta de anoche, le hago una mueca a alguno de ellos y apago la pantalla porque no me anima seguir mirando.

***

Muerdo sin muchos ánimos el sándwich de jamón ante los atentos ojos de Christhian. La cafetería de la escuela puede ser un lugar agradable, mientras no haya jugadores emocionados reunidos en una mesa.

Me encanta lo amplio e iluminado que siempre es. Sus paredes en azul y las mesas en blanco, y en la pared central, que se encuentra justamente frente a mí está el escudo de nuestra escuela en grande. Un león en dorado y negro.

—¿Qué? —le digo al pelinegro frente a mí—. Estoy comiendo— digo aún con la boca llena.

Llevo más tiempo del necesario masticando el mismo bocado de pan, no tengo muchas ganas de comérmelo, pero obligaciones son obligaciones miro con resentimiento fingido a Chris.

A veces me pregunto qué pasaría si un día me despierto y amanezco con las responsabilidades de Christhian. Me parece que yo no tendría la paciencia para lidiar con una Klhoé como yo.

Él ha sido mi mejor amigo desde hace más de 4 años Desde el día que lo conozco siempre le ha encantado el negro también va muy a juego con el color de su cabello y hace un perfecto contraste con su pálido tono de piel. Hace un par de año se puso un arete de plata en su oreja izquierda. No sé cómo gano mi confianza, pero solo él ha logrado ver a Klhoé, no a la que pasa por los pasillos de esta escuela o es el alma de cada fiesta. Él ha visto a la persona real que soy.

—¿Cómo estuvo la fiesta anoche? —pregunta apartándose de entre los ojos un mechón demasiado largo.

—No lo sé —trago con dificultad acompañada del jugo que él trajo para mí—. No recuerdo ni la mitad de la noche.

Fijo mi vista en la entrada de la cafetería cuando Amber hace su entrada. Y me quedo mirándola hasta que recoge lo que sea que va a comer y se sienta en una mesa apartada y mira a su alrededor, luego sus ojos caen en mí.

—Klhoé ...—por el tono de su voz sé perfectamente que algo de lo que va a decir no me va a resultar agradable.

Regreso mis ojos a él quien ahora lleva un porte algo más serio.

—¿Crees normal no recordar nada sobre algo qué pasó en menos de 24 horas?

Sé que él tiene razón en lo que dice, pero odio que me mire con esos ojos de dolor. Trato de controlar el enojo que siento emerger debajo de mi piel.

—¿Qué pasa cuando yo no estoy ahí?

—Gracias por la confianza que me tienes —digo irónicamente—. Soy lo suficientemente grande para cuidarme.

—Y eso lo sé perfectamente —alcanza mi mano en la mesa—. Pero, ¿no te das cuenta que no es sano el estilo de vida que estás viviendo?

Claro que sabía que no era sano, mi cuerpo me lo gritaba cada día y esa chica de ojos verdes frente a mí lo expresaba sin palabras. No solo ella, el silencio de mi alma, aún mi gato cuando regresaba a casa. Pero, qué podía saber él; si él nunca había tenido que ser yo.

—Deberías parar un poco.

—No puedo —le dije fuertemente.

Y no mentía, no podía. Era como si hubiese subido en una montaña rusa y ahora no pudiese bajarme a vomitar. Está bien, si él no podía entender eso; no tenía que entenderme siempre. Me miró por largo rato en silencio como tratando de descifrarme hasta que se paró de la mesa, pasó por mi lado y depositó un beso en mi frente.

—Al menos termínate el almuerzo —dijo y se fue sin más.

No estoy del todo segura de que él lo considere una batalla perdida, pero al menos ahora no estoy en condiciones de hablar del tema. Algo que siempre admiré de él, es que al menos sabe guardar silencio cuando lo tiene que hacer.Vuelvo a mirar el sándwich con algo de desprecio, siento que todo dentro de mi estómago da vueltas.

—¿Estás enferma? —me sobresalto al escuchar esa voz.

—Para nada —le doy mi sonrisa casual de siempre.

Me fijo en lo despeinado que tiene el pelo rojizo, los perfectos ángulos que forman sus facciones y la sonrisa traviesa que siempre lleva. Sin dejar de notar el estilo rockero que últimamente usa; con unos pantalones mezclilla y botas negras.

—Por la cara que llevas hasta lo parece —toma asiento a mi lado apegándose demasiado a mí.

Arrastro la silla un poco en dirección opuesta a él.

—¿Qué necesitas Kristofer? —zanjo para terminar con su intento de conversación casual.

—Siempre tan directa —veo la malicia en sus ojos grises—. En unos días tendremos uno de los mejores partidos de baloncesto en representación de nuestra escuela. Y cómo ganaremos, porque siempre lo hacemos; daré una fiesta en mi casa.

Me encanta como da por zanjado que va a ganar; me pregunto que pasaría con la fiesta si no ganan. Estrecho mis ojos hacia él con algo de recelo.

—¿Qué tengo que ver yo en todo eso?

Se ríe como si hubiera hecho el mejor chiste de la historia.

—Que eres Klhoé Pride —se me encogen las entrañas cuando entiendo su referencia—. Te estoy dando la invitación oficial. Además no es lo único que necesito de ti —acomoda el flequillo de pelo detrás de mi oreja, mientras sonríe alegre.

—¿Y se puede saber, qué es?

—Lo sabrás cuando llegues a la fiesta.

—No será lo que estoy imaginando —me pongo despacio de pie.

—Tú solo piénsalo y luego me das tu respuesta —se pone en pie me guiña un ojo y se va.

Resoplo cansada de todo, de ser Klhoé, de ser el alma de la fiesta y de parecer que todos necesitan algo de mí. Agarro mi mochila y lo sigo fuera de la cafetería. Olvido el sándwich y mi obligación de almorzar y lo sigo por los pasillos de la escuela.

—¡Kristofer! —grito su nombre cuando lo tengo a cinco metros de mí.

Lo alcanzo con la respiración en la boca y me coloco entre su camino y él.

—¿Por qué yo? Sabes perfectamente que he rechazado todas tus invitaciones; no me gusta el ambiente de tus fiestas. —digo aún agitada.

—Hey, cálmate bonita. Solo te ofrecí pensarlo. En el fondo sabes que no has aceptado mis invitaciones  porque te da miedo parecerte a mí; intentas huir de lo inevitable.

Claro que da miedo parecerse a él, pero ese no era el punto por el que yo estaba aquí. Mire una vez más sus iris grises y el solo me mantuvo su mirada serena.

—Solo piénsalo sí —depósito un beso en la mejilla y siguió su camino.

Pensarlo era un camino peligroso y lo sabía.

***

Abro la última puerta que me lleva a la cancha de la escuela, casi ni escucho mis propios pasos por el sonido fuerte de mi corazón. Cierro la boca y noto que está reseca; lanzo mi bolsa del gimnasio en el banquillo donde se encuentra Chris con su móvil pegado a la oreja, seguramente llamándome; pero hace tiempo que mi teléfono murió.

Avanzo sin mirarlo y me incorporo al resto de las jugadoras con mi mirada fija al frente.

—Menos mal tiene la decencia de acompañarnos, Pride —dice la coach.

Camina hasta posicionarse frente a mí.

—Lo siento mucho —digo sin mirarla—, no volverá a pasar.

—Eso dijo la última vez —responde Olivia por alguna parte.

Sé que tenía razón.

—¿Cómo crees que se siente tu equipo, cuando ve a su capitana llegar tarde? —habla nuevamente la entrenadora.

Y esta vez sí la miro, pero no tenía ninguna respuesta para ella. Así que dejé al silencio llenarlo todo. Reparé en lo ajustada que llevaba su coleta castaña y lo bronceado de su piel, la misma ropa negra de siempre y la visera que lleva el nombre de la escuela. Me confrontaron sus ojos café y aunque ella no lo sabía, prometía que esta vez sí sería la última.

—Diez vueltas a la cancha —pronunció en alta voz para que todos supieran.

—¿Solamente diez? —protestó Olivia—. ¿Eso es todo? ¡Ah claro! Había olvidado que a los Pride's no se tocan.

—La entrenadora soy yo.

—Pero...

—¿Quiere dar 20 vueltas usted, a ver si relaja su carácter? —solo se escuchó el silencio de su parte—. Eso pensé.

Salí al campo y apagué todos mis pensamientos, tal vez era la única forma que había encontrado desde hace mucho para lidiar con todo esto.

Ahora éramos solo yo y el dolor de mis músculo que empezaría a sentirse dentro de poco. Llevaba al menos seis meses siendo la capitana del equipo de tenis del Instituto Cambridge. Aunque parezca curioso, teníamos una dinámica de juego distinta a la realidad.

Generalmente el tenis se juega en pareja o solo, pero nuestra entrenadora decidió instaurar la unión en el grupo. Me escogió como capitana por mi desempeño en el deporte. Jugamos unas contra otras y celebramos y lloramos las victorias o derrotas juntas. Aunque no hayamos estado en la cancha.

Para cuando terminé ya el entrenamiento había terminado. Así que solo cogí mi raqueta y me fui a la cancha a lanzar pelotas sin parar. El sudor corría por mi espalda, y mis brazos cada vez se sentían más pesados. Miré cómo rebotó —sabrá Dios qué número de pelota— en la pared y corrí lo más rápido que pude para alcanzarla hacia la nueva dirección que había escogido.

Mi cuerpo ya estaba cansado como para lograrlo, llegué un segundo tarde y seguí con mis ojos el lugar hacia donde se había ido y no me impresionó verlo allí, agarrando hábilmente con su mano la pelota. La sostuvo en alto y me dedicó esa mirada de suficiencia que en otro momento me enfadaría. Solamente lo ignoré y me dirigí a buscar otra de mis pelotas.

—Klhoé —sentí sus pasos corriendo detrás mío.

Se posicionó entre mi juego y yo, sosteniendo mi botella de agua gris. Volvió esa mirada de preocupación que ya hoy estaba harta de sentir. Quise rodearlo pero volvió a bloquear mi camino.

—Ya deberías descansar —me extendió el agua—. Tu cuerpo lo necesita.

Yo si quería descansar, pero él no sabía que para mi ese descanso no existía.

—A ver si en esto lo escuchas —siguió con el brazo extendido.

Mire el agua contenida allí por un largo rato hasta que termine arrebatándole el pomo y dirigiéndome al banquillo. Una vez llegue me desplome y bebí largos sorbos de agua. Y no dije nada, porque ya no tenía mucho que decir, dejé al silencio hacer su trabajo dentro de mí.

  —¿Sabes que puedes contármelo, verdad? —dijo Chris con esa mirada tan tranquilizadora suya.

  —¿Por que asumen que siempre es fácil para mí? —deje el pomo junto a mis pies en el suelo—. Yo no elegí ser Pride, y si pudiera elegirlo tampoco lo haría. ¿Qué saben ellos de lo que yo he tenido que vivir? —guardo silencio porque siento como empiezan a emerger las lágrimas.

Necesito calmarme, este no es lugar para romperse.

  —¿Sabes que? Que les den —tomo mi barbilla y me hizo mirarlo—. Tú eres Klhoé Pride, y eres la persona más auténtica que he conocido.

Le regalo una pequeña sonrisa

  —Y no lo digo porque seas mi mejor amiga, ellos te ven como la lider. Y no te voy a permitir lamentarte por eso, porque mucho quisieran tener tu posición.

  »Entonces te vas a levantar y vas a ser quien eres para ellos. Aunque no les guste, algunas personas nacen con habilidades extras. Y tú mi amor, las vas a saber aprovechar —me regalo una de esas lindas sonrisas y extendió sus brazos hacia mí envolviéndome en un abrazo con olor a frutos secos.

Espero no sé cuánto tiempo, pero les juro que ya mi mundo comenzaba a andar nuevamente tan solo con esas palabras.

  —Puedo cancelar mi cita de esta noche si lo necesitas —me dijo aún en el abrazo.

  —¿Tenías una cita? —rompo el abrazo y él solo asiente—. ¿Por qué no me había enterado?

  —Bueno tenía una amiga con una fuerte resaca, que no se terminó su almuerzo, se le ha apagado el móvil, ha llegado tarde a su entrenamiento, he tenido que sermonearla y animarla al mismo tiempo. ¿Te suena?

Se está burlado de mí, le saque la lengua sin más y empecé a recoger mi bolsa de entrenamiento.

  —Vete a tu cita, hoy seremos solamente Hades y yo. Pero mañana tienes que contarme todo —lo amenazo con un dedo.

  —Me tranquiliza saber que solamente serán Hades y tú —sé a lo que se está refiriendo.

  —A mi también.

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