𝐁𝐨𝐨𝐤 𝐎𝐧𝐞 ✔ | 𝐋𝐢𝐥𝐲, 𝐏𝐞𝐪𝐮𝐞ñ𝐚 𝐑𝐢𝐝𝐠𝐞𝐛𝐚𝐜𝐤 𝐍𝐨𝐫𝐮𝐞𝐠𝐚


XIV

Sin embargo, Trelawney debía de ser más valiente de lo que habían pensado. En las semanas que siguieron se fue poniendo cada vez más delgada y pálida, pero no parecía que su voluntad hubiera cedido. Cada vez que pasaban por el pasillo del tercer piso, Hermione, Ginny y Harry  apoyaban las orejas contra la puerta, para ver si Fluffy estaba gruñendo, allí dentro. 

Umbridge seguía con su habitual mal carácter, lo que seguramente significaba que la Piedra estaba a salvo. Cada vez que Hermione se cruzaba con Trelawney, le dirigía una sonrisa para darle ánimo, y Ginny les decía a todos que no se rieran del tartamudeo de la profesora. Harry, sin embargo, tenía en su mente otras cosas, además de la Piedra Filosofal. Había comenzado a hacer horarios para repasar y a subrayar con diferentes colores sus apuntes. 

A Hermione y Ginny eso no les habría importado, pero los fastidiaba todo el tiempo para que hicieran lo mismo. 

—Harry, faltan siglos para los exámenes, no te preocupes tanto... 

—Diez semanas —replicó Harry—. Eso no son siglos, es un segundo para Perenelle Flamel. 

—Pero nosotros no tenemos seiscientos años —le recordó Ginny—. De todos modos, ¿para qué repasas si ya te lo sabes todo? 

—¿Que para qué estoy repasando? ¿Estás loca? ¿Te has dado cuenta de que tenemos que pasar estos exámenes para entrar en segundo año? Son muy importantes, tendría que haber empezado a estudiar hace un mes, no sé lo que me pasó... 

Pero desgraciadamente, los profesores parecían pensar lo mismo que Harry. Les dieron tantos deberes que las vacaciones de Pascua no resultaron tan divertidas como las de Navidad. 

Era difícil relajarse con Harry al lado, recitando los doce usos de la sangre de dragón o practicando movimientos con la varita. Quejándose y bostezando, Hermione y Ginny pasaban la mayor parte de su tiempo libre en la biblioteca con él, tratando de hacer todo el trabajo suplementario. 

—Nunca podré acordarme de todo! —estalló Ginny una tarde, arrojando la pluma y mirando por la ventana de la biblioteca con nostalgia. Era realmente el primer día bueno desde hacía meses. El cielo era claro, y las nomeolvides azules y el aire anunciaban el verano. Hermione, que estaba buscando «díctamo» en Mil hierbas mágicas y hongos no levantó la cabeza hasta que oyó que Ginny decía: 

—¡Pomfrey! ¿Qué estás haciendo en la biblioteca? 

Pomfrey apareció con aire de sorpresa, escondiendo algo detrás de la espalda. Parecía muy fuera de lugar; con su típico uniforme. 

—Estaba buscando un par de libros para remedios —dijo con una voz evasiva que les llamó la atención—. ¿Y ustedes? —De pronto pareció sospechar algo—. No estaran buscando todavía a Perenelle Flamel, ¿no? 

—Oh, la encontramos hace siglos... —dijo Ginny con aire grandilocuente—. Y también sabemos lo que custodia el perro, es la Piedra Fi... 

—¡Silencio! —Pomfrey miró alrededor para ver si alguien los escuchaba—. No pueden gritarlo a los cuatro vientos como si nada!

—En realidad, hay unas pocas cosas que queremos preguntarte —dijo Hermione— sobre qué cosas más custodian la Piedra, además de Fluffy... 

—¿Que acabo de decir? —dijo Pomfrey un poco harta—. Miren, vengan a verme cuando estén libres, no les prometo nada y no lo griten al mundo, los alumnos no deben saber nada. Van a pensar que yo les conte... 

—Te vemos más tarde, entonces —dijo Hermione, Pomfrey se escabulló. 

—¿Qué escondía detrás de la espalda? —dijo Harry con aire pensativo. 

—¿Creen que tiene que ver con la Piedra? 

—Voy a ver en qué sección estaba... —dijo Ginny, cansado de sus trabajos. Regresó un minuto más tarde, con muchos libros en los brazos. Los desparramó sobre la mesa. 

—¡Dragones! —susurró—. ¡Pomfrey estaba buscando cosas sobre dragones! Miren estos dos: Especies de dragones en Gran Bretaña e Irlanda y Del huevo al infierno, guía para guardianes de dragones... 

—Pomfrey siempre quiso tener un dragón, me lo dijo el día que la conocí... —dijo Hermione.

—Pero va contra nuestras leyes —dijo Ginny—. Criar dragones fue prohibido por la Convención de Magos de 1709, todos lo saben. Era difícil que los muggles no nos detectaran si teníamos dragones en nuestros jardines. De todos modos, no se puede domesticar un dragón, es peligroso. Tendríais que ver las quemaduras que Chelsea se hizo con esos dragones salvajes de Rumania.

—Pero no hay dragones salvajes en Inglaterra, ¿verdad? —preguntó Hermione. 

—Por supuesto que hay... —respondió Ginny—. Verdes en Gales y negros en Escocia. Al ministro de Magia le ha costado trabajo silenciar ese asunto, te lo aseguro. Los nuestros tienen que hacerles encantamientos a los muggles que los han visto para que los olviden. 

—Entonces ¿en qué está metida Pomfrey? —pregunto Harry acomodándose las gafas. Cuando llamaron a la puerta de la enfermería, una hora más tarde, les sorprendió no ver a ningún estudiante. 

Pomfrey preguntó «¿quién es?» antes de dejarlos entrar, y luego cerró rápidamente la puerta tras ellos. Los tres niños se agradecieron a si mismos, ya que el lugar estaba frio como el hielo aun que extrañamente un pequeño lugar desprendía fuego. Pomfrey les conto que gracias a Hagrid hirvió te y preparo bocadillos de chocolate, que ellos aceptaron con gusto. 

—Entonces ¿que los deja sin dormir? —

—Nos preguntábamos si podías decirnos si hay algo más que custodie a la Piedra Filosofal, además de Fluffy. Pomfrey podría quemar a Hermione con su mirada, pero para su fortuna no se podía. 

—Por supuesto que no puedo... —dijo—. En primer lugar; no lo sé. En segundo lugar, ustedes saben de más, así que tampoco les diría aun que pudiese. Esa Piedra está aquí por un buen motivo. Casi la roban de Gringotts... Aunque eso ya lo sabían, ¿no? Me gustaría saber cómo descubrieron a Fluffy. 

—Oh, vamos, Pomfrey, puedes no querer contarnos, pero debes saberlo, tú sabes todo lo que sucede por aquí... —dijo Harry, con voz afectuosa y lisonjera. El rostro de Pomfrey se ablando y vieron que sonreía. Harry continuó—: Nos preguntábamos en quién más podía confiar McGonagall lo suficiente para pedirle ayuda, además de ti y Hagrid...

Con esas últimas palabras, el pecho de Pomfrey se ensanchó. Hermione y Ginny miraron a Harry con orgullo aun que algo de miedo, en algún punto crearon a un mounstro. 

—Bueno, supongo que no tiene nada de malo decirles... Déjenme volver un poco hacia atrás... Hagrid le presto a Fluffy... luego algunos de los profesores hicieron encantamientos... la profesora Sprout, el profesor Flitwick, el profesor Dumbledore—contó con los dedos—, la profesora Trelawney y la misma McGonagall, por supuesto. Esperen, estoy olvidando a alguien. Oh, claro, la profesora Umbridge!

—¿Umbridge? 

—Ajá... Espero que hayan cambiado su opinión sobre ella. Verán, Umbridge ayudó a proteger la Piedra, no quiere robarla. 

Hermione sabía que Ginny y Harry estaban pensando lo mismo que ella. Si Umbridge había formado parte de la protección de la Piedra, le resultaría fácil descubrir cómo la protegían los otros profesores. Es probable que supiera todos los encantamientos, salvo el de Trelawney, y cómo pasar ante Fluffy. 

—Tu eres junto a Hagrid los únicos que sabe cómo pasar ante Fluffy, ¿no, Pomfrey? —preguntó Hermione con ansiedad—.¿Ni siquiera a un profesor lo sabe? 

—Ni un alma lo sabe, salvo Hagrid, McGonagall y yo —dijo la enfermera con un sorprendente orgullo. 

—Bueno, eso es algo —murmuró Hermione a los demás—. Pomfrey, ¿podríamos pasarnos cerca de la puerta? El fuego si que se siente... 

—Solo serian ustedes Hermione, yo no, lo siento... —respondió Pomfrey. Hermione notó que miraba de reojo hacia el fuego. Hermione también miró. —Pomfrey... ¿Qué es eso? 

Pero ya sabía lo que era. En el centro del pequeño espacio, al lado de una mesa de noche, había un enorme huevo negro. 

—¡Ah! —dijo Pomfrey—. Eso... eh... 

—¿Dónde lo conseguiste? —preguntó Ginny, agachándose al espacio con admiración para ver de cerca el huevo— Debe de haberte costado una fortuna.

—Lo gané —explicó Pomfrey—. La otra noche. Fui a comer con una amiga en la aldea, y por tomar un par de copas de repente estaba jugando a las cartas con un desconocido. Creo que se alegró mucho de librarse de él, si he de ser sincera. 

—Pero ¿qué vas a hacer cuando salga del cascarón? —preguntó Harry observándola mientras se agachaba junto a Ginny, chocando sus cabezas, provocando un quejido en ellos, pero una risa en la mujer y la niña que seguían en pie. 

—Bueno, estuve leyendo un poco... —dijo Pomfrey, sacando un gran libro de debajo de una de las almohadas—. Lo conseguí en la biblioteca: Crianza de dragones para placer y provecho. Está un poco anticuado, por supuesto, pero sale todo. Mantener el huevo en el fuego, porque las madres respiran fuego sobre ellos y, cuando salen del cascarón, alimentarlos con brandy mezclado con sangre de pollo, cada media hora. Y miren, dice cómo reconocer los diferentes huevos. El que tengo es un ridgeback noruego. Y son muy raros...

Parecía muy satisfecha de sí misma, pero Harry no. 

—Pomfrey, tú vives en la enfermería... —dijo. Pero Pomfrey no lo escuchaba. Canturreaba alegremente mientras alimentaba el fuego. Así que ya tenían algo más de qué preocuparse: lo que podía sucederle a Pomfrey si alguien descubría que ocultaba un dragón ilegal en la enfermería escolar. 

—Tranquilo Harry, en los periodos de trabajo, se quedara en la cabaña de Hagrid...—murmuro la enfermera acariciando la cabeza del pelinegro, pero este un poco harto estampo su mano en su cara, con Hermione tocándole el hombro dándole ánimos indirectos.

—Me pregunto cómo será tener una vida tranquila... —suspiró Ginny derrotada, mientras noche tras noche luchaban con todo el trabajo extra que les daban los profesores. 

Harry había comenzado ya a hacer horarios de repaso. Poco a poco las estaba volviendo locas. Entonces, durante un desayuno, de manera extraña Loki entregó a Hermione otra nota de Pomfrey que llevaba en su pico. 

Sólo decía: «Está a punto de salir, vayan con Hagrid, estaré algo ocupada». Ginny quería faltar a la clase de Herbología e ir directamente a la cabaña. Harry no quería ni oír hablar de eso. 

—Harry, ¿cuántas veces en nuestra vida veremos a un dragón saliendo de su huevo? 

—Tenemos clases, nos vamos a meter en líos y no vamos a poder hacer nada cuando alguien descubra lo que Pomfrey y Hagrid están haciendo... 

—¡Cállate! —susurró Hermione, Parkinson estaba cerca de ellos y se había quedado inmóvil para escucharlos. 

¿Cuánto había oído? A Hermione no le gustó la expresión de su cara. Ginny y Harry discutieron durante todo el camino hacia la clase de Herbología y, al final, Harry aceptó ir a la cabaña de Hagrid con ellas durante el recreo de la mañana. Cuando al final de las clases sonó la campana del castillo, los tres dejaron sus trasplantadores y corrieron por el parque hasta el borde del bosque. Hagrid los recibió, emocionada y radiante. 

—Ya casi está fuera, me lamento que Poppy no lo vea, pero al menos ustedes tendrán la fortuna... —dijo cuando entraron. El huevo estaba sobre la mesa. 

Tenía grietas en la cáscara. Algo se movía en el interior y un curioso ruido salía de allí. Todos acercaron las sillas a la mesa y esperaron, respirando con agitación. De pronto se oyó un ruido y el huevo se abrió. La cría de dragón aleteó en la mesa. No era exactamente bonito. Hermione pensó que parecía un paraguas negro arrugado. 

Sus alas puntiagudas eran enormes, comparadas con su cuerpo flacucho. Tenía un hocico largo con anchas fosas nasales, las puntas de los cuernos ya le salían y tenía los ojos anaranjados y saltones. Estornudó. Volaron unas chispas. 

—¿No es precioso? No lo toco o creerá que soy su madre... —murmuró Hagrid de manera firme admirando a la criatura. Este podía darle un mordisco en los dedos, enseñando sus colmillos puntiagudos. 

—¡Hagrid! —dijo Harry—. ¿Cuánto tardan en crecer los ridgebacks noruegos? 

Hagrid iba a contestarle, cuando de golpe su rostro palideció. Se puso de pie de un salto y corrió hacia la ventana. 

—¿Qué sucede? —Alguien estaba mirando por una rendija de la cortina... Era una niña... Quien va corriendo hacia el colegio. Hermione fue hasta la puerta y miró. Incluso a distancia, era inconfundible esa cabellera: Parkinson había visto el dragón.




Algo en la sonrisa burlona de Parkinson durante la semana siguiente ponía nerviosos a Hermione, Ginny y Harry. Pasaban la mayor parte de la noche en la enfermería (antes del toque de queda), tratando de hacer entrar en razón a la enfermera. 

—Déjala ir —la instaba Hermione—. Déjala en libertad...

—No puedo —decía Pomfrey—. Es demasiado pequeña. Morirá...

Miraron el dragón. Había triplicado su tamaño en sólo una semana. Ya le salía humo de las narices. Hagrid cuidaba a el dragón medio tiempo por Pomfrey ya que su trabajo ocupaba mucho tiempo. Había botellas vacías de brandy y plumas de pollo por toda la camilla. 

—Hagrid y yo decidimos llamarla Lily —dijo Pomfrey, mirando al dragón con ojos húmedos—. Ya me reconoce, ¡Lily! ¡Lily! ¿Dónde está mamá? 

—Ha perdido el juicio y le dejo dudas existenciales a Harry...—murmuró Ginny a Hermione observando al único varón, el cual estaba casi en estado vegetal, pues la criatura se llamaba igual a su madre... 

—Pomfrey —dijo Harry en voz muy alta—, espera dos semanas y Lily... Será tan grande como la casa de Hagrid. Parkinson se lo contará a McGonagall en cualquier momento. 

Pomfrey se mordió el labio algo preocupada. 

—Yo... yo sé que no puedo quedarme con ella para siempre, pero no puedo echarla, no puedo...

Hermione se volvió hacia Ginny súbitamente. 

—¡Chelsea!—exclamo con una sonrisa. 

—Tú también estás mal de la cabeza... —murmuro Ginny colocándose detrás de la capa de Harry—. Yo soy Ginny, ¿acaso es contagioso? 

—No... Chelsea, tu hermana. En Rumania. Estudiando dragones. Podemos enviarle a Lily. ¡Chelsea lo cuidará y luego lo dejará vivir en libertad! 

—¡Genial! —dijo Ginny saliendo de su escondite con los ojos de Harry observándola—. ¿Qué piensas de eso, Pomfrey? 

Y al final, Pomfrey junto a Hagrid aceptaron que enviaran una lechuza para pedirle ayuda a Chelsea. La semana siguiente pareció alargarse. La noche del miércoles encontró a Hermione y Harry sentados solos en la sala común, mucho después de que todos se fueran a acostar. El reloj de la pared acababa de dar doce campanadas cuando el agujero de la pared se abrió de golpe. 

Ginny surgió de la nada, al quitarse la capa invisible de Hermione. Había estado en la cabaña de Hagrid, ayudándole a alimentar a Lily, que ya comía ratas muertas. 

—¡Me mordió! —dijo, enseñándoles la mano envuelta en un pañuelo ensangrentado casi llorando—. No podré escribir en una semana. Les aseguro que los dragones son los animales más horribles que conozco, pero para Pomfrey y Hagrid es como si fuera un osito de peluche. Cuando me mordió, me saco de allí, según el, yo la había asustado. Y cuando me fui le estaba cantando una canción de cuna...

Hermione la invito a sentarse junto a ellos pero se oyó un golpe en la ventana oscura interrumpiéndola. 

—¡Es Loki! —dijo Hermione, corriendo para dejarla entrar—. ¡Debe de traer la respuesta de Chelsea! Los tres juntaron las cabezas para leer la carta. 


 𝙌𝙪𝙚𝙧𝙞𝙙𝙖 𝙂𝙞𝙣𝙣𝙮: ¿𝘊ó𝘮𝘰 𝘦𝘴𝘵á𝘴? 𝘎𝘳𝘢𝘤𝘪𝘢𝘴 𝘱𝘰𝘳 𝘵𝘶 𝘤𝘢𝘳𝘵𝘢. 𝘌𝘴𝘵𝘢𝘳é 𝘦𝘯𝘤𝘢𝘯𝘵𝘢𝘥𝘢 𝘥𝘦 𝘲𝘶𝘦𝘥𝘢𝘳𝘮𝘦 𝘤𝘰𝘯 𝘭𝘢 𝘳𝘪𝘥𝘨𝘦𝘣𝘢𝘤𝘬 𝘯𝘰𝘳𝘶𝘦𝘨𝘢, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘯𝘰 𝘴𝘦𝘳á 𝘧á𝘤𝘪𝘭 𝘵𝘳𝘢𝘦𝘳𝘭𝘢 𝘢𝘲𝘶í. 𝘊𝘳𝘦𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘭𝘰 𝘮𝘦𝘫𝘰𝘳 𝘴𝘦𝘳á 𝘩𝘢𝘤𝘦𝘳𝘭𝘰 𝘤𝘰𝘯 𝘶𝘯𝘰𝘴 𝘢𝘮𝘪𝘨𝘰𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘷𝘪𝘦𝘯𝘦𝘯 𝘢 𝘷𝘪𝘴𝘪𝘵𝘢𝘳𝘮𝘦 𝘭𝘢 𝘴𝘦𝘮𝘢𝘯𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘷𝘪𝘦𝘯𝘦. 𝘌𝘭 𝘱𝘳𝘰𝘣𝘭𝘦𝘮𝘢 𝘦𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘥𝘦𝘣𝘦𝘯 𝘷𝘦𝘳𝘭𝘰𝘴 𝘭𝘭𝘦𝘷𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘶𝘯 𝘥𝘳𝘢𝘨ó𝘯 𝘪𝘭𝘦𝘨𝘢𝘭. ¿𝘗𝘰𝘥𝘳𝘪𝘢𝘯 𝘭𝘭𝘦𝘷𝘢𝘳 𝘢 𝘭𝘢 𝘳𝘪𝘥𝘨𝘦𝘣𝘢𝘤𝘬 𝘯𝘰𝘳𝘶𝘦𝘨𝘢 𝘢 𝘭𝘢 𝘵𝘰𝘳𝘳𝘦 𝘮á𝘴 𝘢𝘭𝘵𝘢, 𝘭𝘢 𝘮𝘦𝘥𝘪𝘢𝘯𝘰𝘤𝘩𝘦 𝘥𝘦𝘭 𝘴á𝘣𝘢𝘥𝘰? 𝘌𝘭𝘭𝘰𝘴 𝘴𝘦 𝘦𝘯𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢𝘳á𝘯 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘪𝘨𝘰 𝘢𝘭𝘭í 𝘺 𝘴𝘦 𝘭𝘢 𝘭𝘭𝘦𝘷𝘢𝘳á𝘯 𝘮𝘪𝘦𝘯𝘵𝘳𝘢𝘴 𝘥𝘶𝘳𝘦 𝘭𝘢 𝘰𝘴𝘤𝘶𝘳𝘪𝘥𝘢𝘥. 𝘌𝘯𝘷í𝘢𝘮𝘦 𝘭𝘢 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘶𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘭𝘰 𝘢𝘯𝘵𝘦𝘴 𝘱𝘰𝘴𝘪𝘣𝘭𝘦. 

𝘽𝙚𝙨𝙤𝙨 𝘾𝙝𝙚𝙡𝙨𝙚𝙖


—Tenemos la capa invisible —dijo Hermione—. No será tan difícil... creo que la capa es suficientemente grande para cubrir a Lily y a dos de nosotros...

La prueba de lo mala que había sido aquella semana para ellos fue que aceptaron de inmediato. Cualquier cosa para liberarse de Norberto... y de Parkinson. Se encontraron con un obstáculo. A la mañana siguiente, la mano mordida de Ginny se había inflamado y tenía dos veces su tamaño normal y le avisaron a Pomfrey. Al finalizar el día, Hermione y Harry fueron corriendo hasta el ala de la enfermería para visitar a Ginny y la encontraron en un estado terrible. 

—No es sólo mi mano —susurró— aunque parece que se me vaya a caer a trozos. Parkinson le dijo a Pomfrey que quería pedirme prestado un libro, y vino y se estuvo riendo de mí. No debí pegarle en el partido de quidditch. Por eso se está portando así...

Hermione y Harry trataron de calmarla. 

—Todo habrá terminado el sábado a medianoche —dijo Harry, pero eso no la tranquilizó. Al contrario, se sentó en la cama y comenzó a temblar. 

—¡La medianoche del sábado! —dijo con voz nerviosa—. Oh, no, oh, no... acabo de acordarme... la carta de Chelsea estaba en el libro que se llevó Parkinson, se enterará de la forma en que nos libraremos de Lily. 

Harry y Hermione no tuvieron tiempo de contestarle. Apareció Pomfrey y de manera dulce los hizo salir diciendo que Ginny necesitaba dormir y deseándoles suerte con Lily. 

—Es muy tarde para cambiar los planes... —dijo Hermione a Harry—. No tenemos tiempo de enviar a Chelsea otra lechuza y ésta puede ser nuestra única oportunidad de librarnos de Lily... Tendremos que arriesgarnos. Y tenemos la capa invisible y Parkinson no lo sabe. 

Encontraron a Fang, el perro cazador de jabalíes, sentado afuera, con la cola vendada, cuando fueron a avisar a Hagrid. El les habló a través de la ventana. 

—No les hago entrar —jadeó— porque Lily está un poco molesta. No es nada importante, ya me ocuparé de ella. Cuando le contaron lo que decía Chelsea, se le llenaron los ojos de lágrimas, aunque tal vez fuera porque Lily acababa de morderle la pierna. 

—¡Aaay! Está bien, sólo me ha mordido la bota... está jugando... después de todo es sólo una cachorra. La cachorra golpeó la pared con su cola, haciendo temblar las ventanas. Harry y Hermione regresaron al castillo con la sensación de que el sábado no llegaría lo bastante rápido.

Tendrían que haber sentido pena por Hagrid, cuando llegó el momento de la despedida pero ni prestaron atención a ello, ya estaban preocupados por lo que tenían que hacer. Era una noche oscura y llena de nubes y llegaron un poquito tarde en la enfermería, porque tuvieron que esperar a que Peeves saliera del vestíbulo, donde jugaba a tenis contra las paredes (y también por la despedida emocional de Hagrid). Pomfrey tenía a Lily lista y encerrada en una gran jaula.

—Tiene muchas ratas y algo de brandy para el viaje... —dijo Pomfrey con voz amable—. Y le puse su osito de peluche por si se siente sola. 

Del interior de la jaula les llegaron unos sonidos, que hicieron pensar a Hermione que Lily le estaba arrancando la cabeza al osito. 

—Adiós, Lily... —sollozó Pomfrey, mientras Harry y Hermione cubrían la jaula con la capa invisible y se metían dentro ellos también. Cómo se las arreglaron para llevar la jaula hasta la torre del castillo fue algo que nunca supieron. 

Era casi medianoche cuando trasladaron la jaula de Lily por las escaleras de mármol del castillo y siguieron por pasillos oscuros. Subieron una escalera, luego otra... Ni siquiera uno de los atajos de Hermione hizo el trabajo más fácil. 

—¡Ya casi llegamos! —resopló Hermione, mientras alcanzaban el pasillo que había bajo la torre más alta. Entonces, un súbito movimiento por encima de ellos casi les hizo soltar la jaula. Olvidando que eran invisibles, se encogieron en las sombras, contemplando las siluetas oscuras de dos personas que discutían a unos tres metros de ellos. 

Una lámpara brilló. El profesor Dumbledore, con una bata de tejido escocés tenía sujeta a Parkinson por la oreja. 

—¡Castigo! —gritaba—. ¡Y veinte puntos menos para Ravenclaw! Vagando en medio de la noche... ¿Cómo se atreve...? 

—Usted no lo entiende, profesor, Hermione Granger vendrá. ¡Y con un dragón! 

—¡Qué absurda tontería! ¿Cómo te atreves a decir esas mentiras? Vamos, hablaré de ti con la profesora Umbridge... ¡Vamos, Parkinson! 

Después de aquello, la escalera de caracol hacia la torre más alta les pareció lo más fácil del mundo. Cuando salieron al frío aire de la noche, donde se quitaron la capa, felices de poder respirar bien, Harry dio una especie de salto. 

—¡Parkinson está castigada! ¿puedo gritar de la felicidad?

—Ni te atrevas... —la previno Harry tapando su boca con una de sus manos y esperaron, con Lily moviéndose en su jaula. Diez minutos más tarde, cuatro escobas aterrizaron en la oscuridad. 

Los amigos de Chelsea eran muy simpáticos. Enseñaron a Hermione y Harry los arneses que habían preparado para poder suspender a Lily entre ellos. Todos ayudaron a colocar a Lily para que estuviera segura, y luego Hermione y Harry estrecharon las manos de los amigos y les dieron las gracias.

Por fin. Lily se iba... se iba... se había ido. Bajaron rápidamente por la escalera de caracol, con los corazones tan libres como sus manos, que ya no llevaban la jaula con Lily. Sin el dragón, y con Parkinson castigada, ¿qué podía estropear la felicidad? La respuesta los esperaba al pie de la escalera. Cuando llegaron al pasillo, el rostro de Filch apareció súbitamente en la oscuridad. 

—Bien, bien, bien... —susurró Hermione—. Tenemos problemas. Habían dejado la capa invisible en la torre. 









COMENTEN MIS BABYS, LO EXTRAÑO *chilla*

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