𝐁𝐨𝐨𝐤 𝐎𝐧𝐞 ✔ | 𝐇𝐚𝐥𝐥𝐨𝐰𝐞𝐞𝐧


X

Parkinson no podía creer lo que veían sus ojos, cuando vio que Hermione y Ginny todavía estaban en Hogwarts al día siguiente, con aspecto cansado pero muy alegres. En realidad, por la mañana Hermione y Ginny pensaron que el encuentro con el perro de tres cabezas había sido una excelente aventura, y ya estaban preparadas para tener otra. Mientras tanto, Hermione le habló a Ginny del paquete que había sido llevado de Gringotts a Hogwarts, y pasaron largo rato preguntándose qué podía ser aquello para necesitar una protección así. 

—Es algo muy valioso, o muy peligroso —dijo Ginny. 

—O ambas cosas —opinó Hermione Pero como lo único que sabían con seguridad del misterioso objeto era que tenía unos cinco centímetros de largo, no tenían muchas posibilidades de adivinarlo sin otras pistas. Ni Hannah ni Potter demostraron el menor interés en lo que había debajo del perro y la trampilla. 

Lo único que le importaba a Hannah era no volver a acercarse nunca más al animal. Y Potter se negaba a hablar con Hermione y Ginny, aunque a ellas no les pudo importar menos, ya que Potter se pasaba pegado a su grupo de niños, aunque Hermione notaba que a veces lo alejaban a propósito... 

Lo que realmente deseaban en aquel momento era vengarse de Parkinson y, para su gran satisfacción, la posibilidad llegó una semana más tarde, por correo. Mientras las lechuzas volaban por el Gran Comedor, como de costumbre, la atención de todos se fijó de inmediato en un paquete largo y delgado, que llevaban seis lechuzas blancas. 

Hermione estaba tan interesada como los demás en ver qué contenía, y se sorprendió mucho cuando las lechuzas bajaron y dejaron el paquete frente a ella, tirando al suelo su tocino. Se estaban alejando, cuando otra lechuza dejó caer una carta sobre el paquete. 

Hermione abrió el sobre para leer primero la carta y fue una suerte, porque decía:


 NO ABRAS EL PAQUETE EN LA MESA 

Contiene tu nueva Nimbus 2.000, pero no quiero que todos sepan que te han comprado una escoba, porque también querrán una. Angelina Johnson te esperará esta noche en el campo de quidditch a las siete, para tu primera sesión de entrenamiento. Profesor Dumbledore.


Hermione tuvo dificultades para ocultar su alegría, mientras le alcanzaba la nota a Ginny. 

—Una Nimbus 2.000... —murmuro Ginny intentando no llamar la atención—. Yo nunca he tocado ninguna! 

Salieron rápidamente del comedor para abrir el paquete en privado, antes de la primera clase, pero a mitad de camino se encontraron con Bulstrode y Davies, que les cerraban el camino. 

Parkinson le quitó el paquete a Hermione y lo examinó. 

—Es una escoba... —dijo, devolviéndoselo bruscamente, con una mezcla de celos y rencor en su cara—. Esta vez lo has hecho, Granger. Los de primer año no tienen permiso para tener una.

Ginny no pudo resistirse. 

—No es ninguna escoba vieja... —dijo—. Es una Nimbus 2.000! ¿Cuál dijiste que tenías en casa, Parkinson, una Comet 260? —Ginny río con aire burlón—. Las Comet parecen veloces, pero no tienen nada que hacer con las Nimbus. 

La pelirroja no volteo a ver a su amiga por que si lo hiciera, probablemente la ahorcaría...

—¿Qué sabes tú, Weasley, si no puedes comprar ni la mitad del palo? —replicó Parkinson—. Supongo que tú y tus hermanas tienen que ir reuniendo la escoba ramita a ramita...

Antes de que Ginny pudiera contestarle, el profesor Flitwick apareció detrás de Parkinson.

—No estarán peleando, ¿verdad, señoritas? —preguntó con voz chillona. 

—A Granger le han enviado una escoba, profesor —dijo rápidamente Parkinson. 

—Sí, sí, está muy bien —dijo el profesor Flitwick, mirando radiante a Hermione—. El profesor Dumbledore me habló de las circunstancias especiales, señorita Granger. ¿Y qué modelo es? 

—Una Nimbus 2.000, señor —dijo Hermione, tratando de no reír ante la cara de horror de Parkinson—. Y realmente es gracias a Parkinson que la tengo. 

Hermione y Ginny subieron por la escalera, conteniendo la risa ante la evidente furia y confusión de Parkinson. 

—Bueno, es verdad —continuó Hermione cuando llegaron al final de la escalera de mármol—. Si ella no hubiera robado la Recordadora de Hannah, yo no estaría en el equipo... 

—¿Acaso crees que es un premio por romper las reglas? —Se oyó una voz irritada a sus espaldas. Potter subía la escalera, mirando con aire de desaprobación el paquete de Hermione.

—Pense que ya no nos ibas a hablar... —dijo Hermione con voz algo apagada. 

—Y es lo mejor para todos... —dijo Ginny observándolo con frialdad, Potter se alejó con la mirada fija. Durante aquel día, Hermione tuvo que esforzarse por atender a las clases. 

Su mente volvía al dormitorio, donde su escoba nueva estaba debajo de la cama, o se iba al campo de quidditch, donde aquella misma noche aprendería a jugar. Durante la cena comió sin darse cuenta de lo que tragaba, y luego se apresuró a subir con Ginny, para sacar; por fin, a la Nimbus 2.000 de su paquete.

—¡Wow!—exclamo Ginny emocionada, cuando la escoba rodó sobre la colcha de la cama de Hermione. Hasta Hermione, que no sabía nada sobre las diferencias en las escobas, pensó que parecía maravillosa. Pulida y brillante, con el mango de caoba, tenía una larga cola de ramitas rectas y, escrito en letras doradas: «Nimbus 2.000». 

Cerca de las siete, Hermione salió del castillo y se encaminó hacia el campo de quidditch. Nunca había estado en aquel estadio deportivo. Había cientos de asientos elevados en tribunas alrededor del terreno de juego, para que los espectadores estuvieran a suficiente altura para ver lo que ocurría. En cada extremo del campo había tres postes dorados con aros en la punta. Le recordaron los palitos de plástico con los que los niños muggles hacían burbujas, sólo que éstos eran de quince metros de alto. 

Demasiado emocionada de volver a volar antes de que llegara Johnson, Hermione montó en su escoba y dio una patada en el suelo. Qué sensación. Subió hasta los postes dorados y luego bajó con rapidez al terreno de juego. La Nimbus 2.000 iba donde ella quería con sólo tocarla. 

—¡Granger, debes tener los pies en la tierra! Había llegado Angelina Johnson sonriéndole aun que fuese en tono autoritario. Llevaba una caja grande de madera. Hermione aterrizó cerca de ella. 

—Una belleza... —dijo Johnson, con los ojos brillantes—. Ya veo lo que quería decir Dumbledore, realmente tienes un talento natural. Voy a enseñarte las reglas esta noche y luego te unirás al equipo, para el entrenamiento, tres veces por semana! Abrió la caja. Dentro había cuatro pelotas de distinto tamaño. 

—Bueno... —dijo Jonhnson—. El quidditch es fácil de entender; aunque no tan fácil de jugar. Hay siete jugadores en cada equipo. Tres se llaman cazadores. 

—Tres cazadores —repitió Hermione, mientras Johnson sacaba una pelota rojo brillante, del tamaño de un balón de fútbol. 

—Esta pequeña se llama quaffle —dijo Johnson mostrándole la pelota—. Los cazadores se tiran la quaffle y tratan de pasarla por uno de los aros de gol. Obtienen diez puntos cada vez que la quaffle pasa por un aro. ¿Vamos bien? 

—Los cazadores tiran la quaffle y la pasan por los aros de gol... —recitó Hermione—. Entonces es una especie de baloncesto, pero con escobas y seis canastas. 

—¿Qué es el baloncesto? —preguntó Johnson con rostro curioso. 

—Olvídalo... —respondió rápidamente Hermione. —Hay otro jugador en cada lado, que se llama guardián. Yo soy guardiana de Hufflepuff. Tengo que volar alrededor de nuestros aros y detener los lanzamientos del otro equipo. 

—Tres cazadores y un guardián —dijo Hermione, decidido a recordarlo todo—. Y juegan con la quaffle. Perfecto, ya lo tengo. ¿Y para qué son ésas? —Señaló las tres pelotas restantes. 

—Ahora te mostrare —dijo Johnson—. Toma esto. Dio a Hermione un pequeño palo, parecido a un bate de béisbol. 

—Voy a enseñarte para qué son! —dijo Johnson—. Esas dos son las bludgers. Enseñó a Hermione dos pelotas idénticas, pero negras y un poco más pequeñas que la roja quaffle. 

Hermione notó que parecían querer escapar de las tiras que las sujetaban dentro de la caja. 

—¡Quédate atrás! —previno Johnson a Hermione. Se inclinó y soltó una de las bludgers. De inmediato, la pelota negra se elevó en el aire y se lanzó contra la cara de Hermione. 

Hermione la rechazó con el bate, para impedir que le rompiera la nariz, y la mandó volando por el aire. Pasó zumbando alrededor de ellas y luego se tiró contra Johnson, que se las arregló para sujetarla contra el suelo. 

—¿Ves? —dijo Johnson jadeando, metiendo la pelota en la caja a la fuerza y asegurándola con las tiras—. Las bludgers estarán por ahí, tratando de derribar a los jugadores de las escobas. Por eso hay dos golpeadores en cada equipo (las gemelas Weasley son las nuestras). Su trabajo es proteger a su equipo de las bludgers y desviarlas hacia el equipo contrario. ¿Lo entiendes? 

—Tres cazadores tratan de hacer puntos con la quaffle, el guardián vigila los aros y los golpeadores mantienen alejadas las bludgers de su equipo... —resumió Hermione. 

—Eso es una buena señal! —dijo Johnson sonriéndole. 

—Hum... ¿han matado las bludgers alguna vez a alguien? —preguntó Hermione, deseando que no se le notara la preocupación. 

—Nunca en Hogwarts. Hemos tenido algunas mandíbulas rotas, pero nada peor hasta ahora. Bueno, el último miembro del equipo es el buscador. Ese eres tú. Y no tienes que preocuparte por la quaffle o las bludgers... 

—A menos que me rompan la cabeza...

—Tranquila, las Weasley son las oponentes perfectas para las bludgers. Quiero decir que ellas son como una pareja de bludgers humanas. Johnson buscó en la caja y sacó la última pelota. Comparada con las otras, era pequeña, del tamaño de una nuez grande. Era de un dorado brillante y con pequeñas alas plateadas. 

—Esta dorada —continuó Johnson— es la snitch. Es la pelota más importante de todas. Cuesta mucho de atrapar por lo rápida y difícil de ver que es. El trabajo del buscador es atraparla. Tendrás que ir y venir entre cazadores, golpeadores, la quaffle y las bludgers, antes de que la coja el otro buscador, porque cada vez que un buscador la atrapa, su equipo gana ciento cincuenta puntos extra, así que prácticamente acaba siendo el ganador. Por eso molestan tanto a los buscadores. Un partido de quidditch sólo termina cuando se atrapa la snitch, así que puede durar muchísimo. Creo que el record fue tres meses. Tenían que traer sustitutos para que los jugadores pudieran dormir... Bueno, eso es todo. ¿Alguna pregunta? 

Hermione negó con la cabeza. Entendía muy bien lo que tenía que hacer; el problema era conseguirlo. 

—Todavía no vamos a practicar con la snitch —dijo Johnson, guardándola con cuidado en la caja—. Está demasiado oscuro y podríamos perderla. Vamos a probar con unas pocas de éstas. Sacó una bolsa con pelotas de golf de su bolsillo y, unos pocos minutos más tarde, Johnson y Hermione estaban en el aire. 

Johnson tiraba las pelotas de golf lo más fuertemente que podía en todas las direcciones, para que Hermione las atrapara. Ésta no perdió ni una y Johnson estaba muy satisfecha. Después de media hora se hizo de noche y no pudieron continuar. 

—La copa de quidditch llevará nuestro nombre este año! —dijo Johnson llena de alegría mientras regresaban al castillo—. No me sorprendería que resultaras ser mejor jugadora que Chelsea Weasley. Ella podría jugar en el equipo de Inglaterra si no se hubiera ido a cazar dragones. 

Tal vez fue porque estaba ocupada tres noches a la semana con las prácticas de quidditch, además de todo el trabajo del colegio, la razón por la que Hermione se sorprendió al comprobar que ya llevaba dos meses en Hogwarts. 

El castillo era mucho más su casa de lo que nunca había sido Privet Drive. Sus clases, también, eran cada vez más interesantes, una vez aprendidos los principios básicos. En la mañana de Halloween se despertaron con el delicioso aroma de calabaza asada flotando por todos los pasillos. Pero lo mejor fue que el profesor Flitwick anunció en su clase de Encantamientos que pensaba que ya estaban listos para empezar a hacer volar objetos, algo que todos se morían por hacer; desde que vieron cómo hacía volar el Huron de Hannah. 

El profesor Flitwick puso a la clase por parejas para que practicaran. La pareja de Hermione era Lavander Brown (lo que fue un alivio, porque Hannah había tratado de llamar su atención). Ginny, sin embargo, tuvo que trabajar con Potter. Era difícil decir quién estaba más enfadado de los dos, si las miradas quemaran, el salón ya estaría en llamas. El niño no les hablaba desde el día en que Hermione recibió su escoba.

—Y ahora no olviden de ese bonito movimiento de muñeca que hemos estado practicando! —dijo con voz aguda el profesor; subido a sus libros, como de costumbre—. Agitar y golpear; recordar, agitar y golpear. Y pronunciar las palabras mágicas correctamente es muy importante también, no olviden nunca al mago Baruffio, que dijo «ese» en lugar de «efe» y se encontró tirado en el suelo con un búfalo en el pecho. 

Era muy difícil. Hermione y Lavander agitaron y golpearon, pero la pluma que debía volar hasta el techo no se movía del pupitre. Lavander se puso tan impaciente que la pinchó con su varita y le prendió fuego, y Hermione tuvo que apagarlo con su sombrero. Ginny, en la mesa próxima, no estaba teniendo mucha más suerte. 

—¡Wingardium leviosa! —gritó, agitando sus largos brazos como un molino. 

—Lo estás diciendo mal. —Hermione oyó que Potter la regañaba—. Es Win-gar-dium levi-o-sa, pronuncia gar más claro y más largo... 

—Dilo, tú, entonces, si eres tan inteligente... —murmuro Ginny con rabia. Potter se arremangó las mangas de su túnica, agitó la varita y dijo las palabras mágicas. La pluma se elevó del pupitre y llegó hasta más de un metro por encima de sus cabezas, el chico sonrió orgulloso. 

—¡Oh, bien hecho! —gritó el profesor Flitwick, aplaudiendo—. ¡Admiren, Harry Potter lo ha conseguido! Al finalizar la clase, Ginny estaba de muy mal humor. 

—No es raro que nadie lo aguante... —dijo a Hermione, cuando se abrían paso en el pasillo—. Es tan extraño, no se porque desea tanto encajar si es inútil... Alguien chocó contra Hermione. Era Potter. Hermione pudo ver su cara y le sorprendió ver que sus ojos estaban cristalizados, haciendo el intento de no explotar en llanto. 

—Creo que te escucho... 

—¿Y qué? —dijo Ginny, aunque parecía un poco incómoda—. Es mejor aceptarse, si sigue así, nunca tendrá amigos... 

Potter no apareció en la clase siguiente y no lo vieron en toda la tarde. De camino al Gran Comedor, para la fiesta de Halloween, Hermione y Ginny oyeron que Dean Thomas le decía a su amigo Seamus que Potter estaba llorando en el cuarto de baño de los niños y que deseaba que lo dejaran solo. 

Ginny pareció más molesta aún, pero un momento más tarde habían entrado en el Gran Comedor; donde las decoraciones de Halloween les hicieron olvidar a Potter. Mil murciélagos aleteaban desde las paredes y el techo, mientras que otro millar más pasaba entre las mesas, como nubes negras, haciendo temblar las velas de las calabazas. 

El festín apareció de pronto en los platos dorados, como había ocurrido en el banquete de principio de año. Hermione se estaba sirviendo una patata con su piel, cuando la profesora Trelawney llegó rápidamente al comedor; con su tiara torcida y cara de terror. Todos la contemplaron mientras se acercaba a la profesora McGonagall, se apoyaba sobre la mesa y jadeaba: 

—Un trol... en las mazmorras... Pensé que debía saberlo... Y se desplomó en el suelo. Se produjo un tumulto. Para que se hiciera el silencio, la profesora McGonagall tuvo que hacer salir varios fuegos artificiales de su varita. 

—Prefectos! —exclamó—, lleven a sus grupos a los dormitorios, de inmediato!

Priya observo a la maestra completamente seria. 

—¡Síganme! ¡Los de primer año, manténganse juntos! ¡No teman, estarán bien! Ahora, vengan conmigo. Háganse a un lado, tienen que pasar los de primer año. ¡Lo lamento, soy una prefecta! 

—¿Cómo ha podido entrar aquí un trol? —preguntó Hermione, mientras subían por la escalera. 

—No tengo ni idea, parece ser que son realmente tontos... —dijo Ginny—. Tal vez Peeves lo dejó entrar; como broma de Halloween. Pasaron entre varios grupos de alumnos que corrían en distintas direcciones. Mientras se abrían camino entre un tumulto de confundidos Gryffindors, Hermione súbitamente se aferró al brazo de Ginny con un rostro asustado. 

—¡Acabo de acordarme... Potter! 

—¿Qué pasa con él? 

—El no sabe nada del trol! Ginny se mordió el labio. 

—De acuerdo... —dijo enfadada—. Pero que Priya no nos vea. 

Se agacharon y se mezclaron con los Gryffindors que iban hacia el otro lado, se deslizaron por un pasillo desierto y corrieron hacia el cuarto de baño de los niños. Acababan de doblar una esquina cuando oyeron pasos rápidos a sus espaldas. 

—¡Priya! —susurró Ginny, empujando a Hermione detrás de un gran buitre de piedra. Sin embargo, al mirar; no vieron a Priya, sino la capa rosa de Umbridge. La cual cruzó el pasillo y desapareció de la vista. 

—¿Qué es lo que está haciendo? —murmuró Hermione—. ¿Por qué no está en las mazmorras, con el resto de los profesores? 

—No tengo la menor idea y tampoco deseo saber... 

Lo más silenciosamente posible, se arrastraron por el otro pasillo, detrás de los pasos apagados del profesor. 

—Se dirige al tercer piso —dijo Hermione, pero Ginny levantó la mano. —¿No sientes un olor raro? Hermione olfateó y un aroma especial llegó a su nariz, una mezcla de calcetines sucios y baño público que nadie limpia. Y lo oyeron, un gruñido y las pisadas inseguras de unos pies gigantescos. 

Ginny señaló al fondo del pasillo, a la izquierda. Algo enorme se movía hacia ellas. Se ocultaron en las sombras y lo vieron surgir a la luz de la luna. Era una visión horrible. Más de tres metros y medio de alto y tenía la piel de color gris piedra, un descomunal cuerpo deforme y una pequeña cabeza pelada. 

Tenía piernas cortas, gruesas como troncos de árbol, y pies achatados y deformes. El olor que despedía era increíble. Llevaba un gran bastón de madera que arrastraba por el suelo, porque sus brazos eran muy largos. El monstruo se detuvo en una puerta y miró hacia el interior. Agitó sus largas orejas, tomando decisiones con su minúsculo cerebro, y luego entró lentamente en la habitación. 

—La llave está en la cerradura... —susurró Hermione—. Podemos encerrarlo allí. 

—Buena idea... —respondió Ginny con voz agitada. Se acercaron hacia la puerta abierta con la boca seca, rezando para que el trol no decidiera salir. De un gran salto, Hermione pudo empujar la puerta y echarle la llave. 

—¡Sí! 

Animadas con la victoria, comenzaron a correr por el pasillo para volver, pero al llegar a la esquina oyeron algo que hizo que sus corazones se detuvieran: un grito aterrorizado, que procedía del lugar que acababan de cerrar con llave. 

—Oh, no...—dijo Ginny, tan pálida como el Barón Sanguinario. 

—¡Es el cuarto de baño de los chicos! —bufó Hermione. 

—¡Harry! —dijeron al unísono exclamando por fin el nombre del pelinegro. 

Era lo último que querían hacer; pero ¿qué opción les quedaba? Volvieron a toda velocidad hasta la puerta y dieron la vuelta a la llave, resoplando de miedo. Hermione empujó la puerta y entraron corriendo. Potter estaba pegado contra la pared opuesta, con aspecto de estar a punto de desmayarse y sus lentes estaban rotos. El personaje deforme avanzaba hacia él, chocando contra los lavamanos. 

—¡Distráelo! —gritó Hermione desesperada y tirando de un grifo, lo arrojó con toda su fuerza contra la pared. El trol se detuvo a pocos pasos de Harry. 

Se balanceó, parpadeando con aire estúpido, para ver quién había hecho aquel ruido. Sus ojitos malignos detectaron a Hermione Vaciló y luego se abalanzó sobre ella, levantando su bastón. 

—¡Eh, cerebro de guisante! —gritó Ginny desde el otro extremo, tirándole una cañería de metal. El ser deforme no pareció notar que la cañería lo golpeaba en la espalda, pero sí oyó el aullido y se detuvo otra vez, volviendo su horrible hocico hacia Ginny y dando tiempo a Hermione para correr. 

—¡Vamos, corre, corre! —Hermione gritó a Potter, tratando de empujarlo hacia la puerta, pero el niño no se podía mover. Seguía pegado contra la pared, con la boca abierta de miedo. 

Los gritos y los golpes parecían haber enloquecido al trol. Se volvió y se enfrentó con Ginny, que estaba más cerca y no tenía manera de escapar. Entonces Hermione hizo algo muy valiente y muy estúpido: corrió, dando un gran salto y se colgó, por detrás, del cuello de aquel monstruo. 

La atroz criatura no se daba cuenta de que Hermione colgaba de su espalda, pero hasta un ser así podía sentirlo si uno le clavaba un palito de madera en la nariz, pues la varita de Hermione todavía estaba en su mano cuando saltó y se había introducido directamente en uno de los orificios nasales del trol. 

Chillando de dolor; el trol se agitó y sacudió su bastón, con Hermione colgada de su cuello y luchando por su vida. En cualquier momento el monstruo la destrozaría, o le daría un golpe terrible con el bastón. Harry estaba tirado en el suelo, aterrorizado. Ginny empuñó su propia varita, sin saber qué iba a hacer; y se oyó gritar el primer hechizo que se le ocurrió: 

—¡Wingardium leviosa! El bastón salió volando de las manos del trol, se elevó, muy arriba, y luego dio la vuelta y se dejó caer con fuerza sobre la cabeza de su dueño. El trol se balanceó y cayó boca abajo con un ruido que hizo temblar la habitación. 

Hermione se puso de pie. Le faltaba el aire. Ginny estaba allí, con la varita todavía levantada, contemplando su obra. Potter fue el que habló primero. 

—¿Está... muerto? 

—No lo creo —dijo Hermione—. Creo que esta desmayado. Se inclinó y retiró su varita de la nariz del trol. Estaba cubierta por una gelatina gris. 

—Puaj... qué asco...

La limpió en la piel del trol. Un súbito portazo y fuertes pisadas hicieron que los tres se sobresaltaran. No se habían dado cuenta de todo el ruido que habían hecho, pero, por supuesto, abajo debían haber oído los golpes y los gruñidos del trol. 

Un momento después, el profesor Dumbledore entraba apresuradamente en la habitación, seguido por Umbridge y Trelawney, que cerraban la marcha. Trelawney dirigió una mirada al monstruo, se le escapó un grito y se dejó caer en un inodoro, apretándose el pecho.

Umbridge se inclinó sobre el trol. El profesor Dumbledore miraba a Ginny y Hermione Nunca lo habían visto tan enojado. Tenía los labios blancos. Las esperanzas de ganar cincuenta puntos para Hufflepuff se desvanecieron rápidamente de la mente de Hermione. 

—¿En qué estaban pensando, niños? —dijo el profesor Dumbledore, con una furia helada. Hermione miró a Ginny, todavía con la varita levantada—. Tienen la suerte de su lado, pudo matarlos. ¿Por qué no estaban en los dormitorios? 

Umbridge dirigió a Hermione una mirada aguda e inquisidora. Hermione clavó la vista en el suelo. Deseó que Ginny pudiera esconder la varita. Entonces, una vocecita surgió de las sombras. 

—Por favor; profesor Dumbledore... Me estaban buscando a mí. 

—¡Harry Potter! Harry finalmente se había puesto de pie mientras se colocaba bien sus lentes de manera inútil pues estaban rotos. 

—Yo vine a buscar al trol porque yo... yo pensé que podía vencerlo, porque, ya sabe, había leído mucho sobre el tema... Ginny dejó caer su varita boquiabierta. ¿Harry Potter diciendo una mentira a su profesor? 

—Si ellas no me hubieran encontrado, lo que encontrarían de mi, seria mi cadáver... Hermione le clavó su varita en la nariz y Ginny lo hizo golpearse con su propio bastón. No tuvieron tiempo de ir a buscar ayuda. Estaba a punto de matarme cuando ellas llegaron. 

Hermione y Ginny trataron de no poner cara de asombro. 

—Bueno... en ese caso —dijo el profesor Dumbledore, contemplando a los tres niños—... Joven Potter; me sorprende esto viniendo de ti. ¿Cómo creías que ibas a derrotar a un trol gigante tú solo? 

Harry bajó la cabeza. Hermione estaba muda. Harry era la última persona que haría algo contra las reglas, y allí estaba, fingiendo una infracción para librarlas a ellas del problema. Era como si Umbrigde empezara a repartir dulces. 

—Harry Potter, por esto Hufflepuff perderá cinco puntos... —dijo el profesor Dumbledore—. Estoy decepcionado por tu conducta. Si no te has hecho daño, mejor vuelve a la torre de Hufflepuff... 

Los alumnos están terminando la fiesta en sus casas. Harry se marchó. El profesor Dumbledore se volvió hacia Hermione y Ginny. 

—Bueno, sigo pensando que tuvieron suerte, porque no muchos de primer año podrían derrumbar a esta montaña. Han ganado cinco puntos cada una para Hufflepuff. La profesora McGonagall será informada de esto. Pueden irse... 

Salieron rápidamente y no hablaron hasta subir dos pisos. Era un alivio estar fuera del alcance del olor del trol, además del resto. 

—Tendríamos que haber obtenido más de diez puntos —se quejó Ginny. 

—Cinco, querrás decir; una vez que se descuenten los de Harry.

—Fue muy amable, me agrada decir completamente libre su nombre...—admitió Ginny—. Claro, es natural nosotras lo salvamos. 

—No habría necesitado que lo salváramos si no hubiéramos encerrado esa cosa con el.. —le recordó Hermione riendo con ella. Habían llegado al retrato de la Dama Gorda. 

—Hocico de cerdo! —dijeron, y entraron. La sala común estaba llena de gente y ruidos. Todos comían lo que les habían subido. Harry, sin embargo, estaba solo, cerca de la puerta, esperándolas. 

—Quería agradecerles, yo- El pelinegro no tuvo oportunidad de hablar, pues Ginny de manera inesperada, tomo de su rostro los lentes, que estaban hechos añicos, y murmurando algo, los dejo como nuevos, devolviéndoselos.

—No eres el único genio aquí...—Murmuro Ginny alejándose para tomar un plato, Harry quedo estupefacto, pero volvió a la realidad gracias a Hermione, que rio por la situación.

—Creo, que ya le agradas...

Harry lo confirmo riendo con ella, ambos caminaron a la mesa a buscar sus platos para comer. Pero desde aquel momento Potter, mejor dicho, Harry, se convirtió en su amigo. Hay algunas cosas que no se pueden compartir sin terminar unidos, y derrumbar un trol de tres metros y medio es una de esas cosas...







Poner detallitos que no estaban en los libros me ponen happy! Mas ya que el Hinny y el Ronmione no me gustan mucho, así que intento dar algunos guiños de cercanía para que no fuese forzado, nos vemos en el siguiente cap!


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