𝐁𝐨𝐨𝐤 𝐎𝐧𝐞 ✔ | 𝐄𝐥 𝐕𝐢𝐚𝐣𝐞 𝐃𝐞𝐬𝐝𝐞 𝐄𝐥 𝐀𝐧𝐝é𝐧


VI

El último mes de Hermione con los Middleton fue aburrido. Es cierto que Cassidy le tenía miedo y no se quedaba con ella en la misma habitación, y que tía Rosemary y tío Albert no la encerraban en la alacena ni la obligaban a hacer nada ni le gritaban. En realidad, ni siquiera le dirigían la palabra. Mitad aterrorizados, mitad furiosos, se comportaban como si la silla que Hermione ocupaba estuviera vacía. 

Aunque aquello significaba una mejora en muchos aspectos, después de un tiempo resultaba un poco deprimente. Hermione se quedaba en su habitación, con su nuevo gato por compañía (este fue obsequiado por la señora Burell al volverla a ver...). Decidió llamarlo Crookshanks, un nombre que encontró en Una historia de la magia. Los libros del colegio eran muy interesantes. Por la noche leía en la cama hasta tarde, mientras Loki, su lechuza castaña entraba y salía a su antojo por la ventana abierta, el cual era su lechuza para comunicarse con Pomfrey. 

Era una suerte que tía Rosemary ya no entrara en la habitación, porque Loki llevaba ratones muertos, regalándolos a su gato naranja en tono amistoso. Cada noche, antes de dormir, Hermione marcaba otro día en la hoja de papel que tenía en la pared, hasta el uno de septiembre. El último día de agosto pensó que era mejor hablar con sus tíos para poder ir a la estación de King Cross, al día siguiente. Así que bajó al salón, donde estaban viendo la televisión. Se aclaró la garganta, para que supieran que estaba allí, y Cassidy gritó y salió corriendo, como toda una cobarde... 

—Hum... ¿Tío Albert? Tío Albert gruñó, para demostrar que la escuchaba. 

—Hum... necesito estar mañana en King Cross para... para ir a Hogwarts. Tío Albert gruñó otra vez. 

—¿Podría ser que me lleves hasta allí? Otro gruñido. Hermione interpretó que quería decir sí. 

—Muchas gracias... Estaba a punto de volver a subir la escalera, cuando tío Albert finalmente habló. 

—Qué forma curiosa de ir a una escuela de magos, en tren... ¿Las alfombras mágicas estarán todas pinchadas? Hermione no contestó nada.

—¿Y dónde queda ese colegio, de todos modos? 

—No tengo ni idea... —murmuro Hermione; dándose cuenta de eso por primera vez. Sacó del bolsillo el boleto que Pomfrey le había dado—. Tengo que tomar el tren que sale del andén nueve y tres cuartos, a las once de la mañana... —leyó. Sus tíos la miraron asombrados. 

—¿Andén qué? 

—Nueve y tres cuartos?..

—No digas estupideces —dijo tío Albert—. No hay ningún andén nueve y tres cuartos...

—Eso dice mi boleto... 

—Tontos! —exclamo tío Albert—. Completamente son cabezas huecas. Ya lo verás. Tú espera. Muy bien, te llevaremos a King Cross. De todos modos, tenemos que ir a Londres mañana. Si no, no me molestaría. 

—¿Por qué irán a Londres? —preguntó Hermione tratando de mantener el tono amistoso. 

—Llevamos a Cassidy al hospital —gruñó tío Albert—. Para que le operen ese maldito cuello antes de que vaya a Mary's Ascot.

A la mañana siguiente, Hermione se despertó a las cinco, tan emocionada e ilusionada que no pudo volver a dormir. Se levantó y se puso su antiguo vestido azul, y robo un listón de una muñeca de Cassidy, colocándoselo en su cabello, sonriendo al parecerse a Dorothy: aun no quería usar su túnica de bruja, se cambiaría en el tren. 

Miró otra vez su lista de Hogwarts para estar segura de que tenía todo lo necesario, se ocupó de meter a Crookshanks en su jaula pequeña y colocar a su lechuza en una grande y luego se paseó por la habitación, esperando que los Middleton se levantaran. Dos horas más tarde, el pesado baúl de Hermione estaba cargado en el coche de los Middleton y tía Rosemary había hecho que Cassidy se sentara con Hermione, para poder marcharse. 

Llegaron a King Cross a las diez y media. Tío Albert cargó el baúl de Hermione en un carrito, bajando a su ave de igual manera (pues sabia que no podría llevarse a dos mascotas, dejando a su gato al cuidado de la señora Burell hasta su regreso, si era posible, pediría permiso para traerlo el año siguiente...) y la llevó por la estación. Hermione pensó que era una rara amabilidad, hasta que tío Albert se detuvo, mirando los andenes con una sonrisa perversa. 

—Bueno, aquí estás, niña. Andén nueve, andén diez... Tú andén debería estar en el medio, pero parece que aún no lo han construido, ¿no? 

Tenía razón, por supuesto. Había un gran número nueve, de plástico, sobre un andén, un número diez sobre el otro y, en el medio, nada. 

—Que tengas un buen curso! —exclamo tío Albert con una sonrisa aún más torva. Se marchó sin decir una palabra más. Hermione se volvió y vio que los Middleton se alejaban mientras se reían, tuvo la suerte que su vecina cuidase a su minino, si no, viviría un infierno con esos tipos. Hermione sintió la boca seca. ¿Qué haría? Estaba llamando la atención, a causa de Loki. Tendría que preguntarle a alguien. 

Detuvo a un guarda que pasaba, pero no se atrevió a mencionar el andén nueve y tres cuartos. El guarda nunca había oído hablar de Hogwarts, y cuando Hermione no pudo decirle en qué parte del país quedaba, comenzó a molestarse, como si pensara que Hermione se hacía la tonta a propósito. 

Sin saber qué hacer, Hermione le preguntó por el tren que salía a las once, pero el guarda le dijo que no había ninguno. Al final, el guarda se alejó, murmurando algo sobre la gente que hacía perder el tiempo. 

Según el gran reloj que había sobre la tabla de horarios de llegada, tenía diez minutos para tomar el tren a Hogwarts y no tenía idea de qué podía hacer. Estaba en medio de la estación con un baúl que casi no podía transportar, un bolsillo lleno de monedas de mago y una jaula con una lechuza algo intimidante. 

Pomfrey debió de olvidar decirle algo que tenía que hacer, como dar un golpe al tercer ladrillo de la izquierda para entrar en el callejón Diagon. Se preguntó si debería sacar su varita y comenzar a golpear la taquilla, entre los andenes nueve y diez. En aquel momento, un grupo de gente pasó por su lado y captó unas pocas palabras. 

—... lleno de muggles, por supuesto... Hermione se volvió para verlos. La que hablaba era una mujer regordeta, que se dirigía a cuatro chicas, todas con pelo de llameante color rojo. Cada una empujaba un baúl, como Hermione, y llevaban una lechuza. Con el corazón palpitante, Hermione empujó el carrito siguiéndolas sin importar que... 

Se detuvieron y las imitó, parándose lo bastante cerca para escuchar lo que decían. 

—Y ahora, ¿cuál es el número del andén? —dijo la madre. 

—¡Nueve y tres cuartos! —dijo la voz aguda de un niño, también pelirrojo, que iba de la mano de la madre—. Mamá, ¿no puedo ir...? 

—Aun eres pequeño, Ron, y por favor, quédate quieto. Muy bien, Priya, tú primero...

La que parecía ser la mayor de las chicas, que llevaba una coleta, se dirigió hacia los andenes nueve y diez. Hermione observaba, procurando no parpadear para no perderse nada. 

Pero justo cuando la chica llegó a la división de los dos andenes, una larga caravana de turistas pasó frente a ella y, cuando se alejaron, la pelirroja había desaparecido.  

—Freyja, eres la siguiente... —dijo la mujer regordeta a una niña con coletas azules. 

—No soy Freyja, soy Gilda! —dijo la joven—. ¿De veras, mujer, puedes llamarte nuestra madre? ¿No te das cuenta de que yo soy Gilda? hasta me puse los listones!

—Lo siento, Gilda, cariño...

—Estaba bromeando, mami, soy Freyja! —dijo la muchacha sonriendo, y se alejó. Debió pasar, porque un segundo más tarde ya no estaba. haciendo a su madre suspirar derrotada, al parecer las diferenciaba por los listones en sus cabellos. Su hermana gemela fue tras ella, la tercera iba rápidamente hacia la taquilla (estaba casi allí) y luego, súbitamente, no estaba en ninguna parte. Haciendo a Hermione diferenciarlas un poco, la de listones rosas era Freyja, y su hermana era de listones azules, al parecer los habían intercambiado, Hermione reía un poco pero después noto que ya no quedaban nadie...

No había nadie más...

—Discúlpeme...—dijo Hermione algo apenada a la mujer regordeta. 

—Hola, querida! —dijo—. Primer año en Hogwarts, ¿no? Ginny también es nueva. 

Señaló a la última y menor de sus hijas mujeres. Era bajita, flacucha y pecosa, con manos y pies pequeños, una corta nariz y a diferencia de las demás, esta no llevaba el cabello amarrado. 

—Sí...—dijo Hermione—. Lo que pasa es que... es que no sé cómo... 

—¿Como entrar en el andén? —preguntó bondadosamente, y Hermione asintió con la cabeza. 

—No te preocupes —dijo—. Lo único que tienes que hacer es andar recto hacia la barrera que está entre los dos andenes. No te detengas y no tengas miedo de chocar, eso es muy importante. Lo mejor es ir deprisa, si estás nerviosa. Ve ahora, ve antes que Ginny. 

—Hum... De acuerdo —dijo Hermione. Empujó su carrito y se dirigió hacia la barrera. Parecía muy sólida. Comenzó a andar. La gente que andaba a su alrededor iba al andén nueve o al diez. Fue más rápido. Iba a chocar contra la taquilla y tendría problemas. 

Se inclinó sobre el carrito y comenzó a correr (la barrera se acercaba cada vez más). Ya no podía detenerse (el carrito estaba fuera de control), ya estaba allí... Cerró los ojos, preparada para el choque... Pero no llegó. Siguió rodando. Abrió los ojos. Una locomotora de vapor, de color escarlata, esperaba en el andén lleno de gente. 

Un rótulo decía: 


"Expreso de Hogwarts, 11 h"


Hermione miró hacia atrás y vio una arcada de hierro donde debía estar la taquilla, con las palabras...


"Andén Nueve y Tres Cuartos" 


Lo había logrado.

El humo de la locomotora se elevaba sobre las cabezas de la ruidosa multitud, mientras que gatos de todos los colores iban y venían entre las piernas de la gente. Las lechuzas se llamaban unas a otras, con un malhumorado ulular, por encima del ruido de las charlas y el movimiento de los pesados baúles. 

Los primeros vagones ya estaban repletos de estudiantes, algunos asomados por las ventanillas para hablar con sus familiares, otros discutiendo sobre los asientos que iban a ocupar. Hermione empujó su carrito por el andén, buscando un asiento vacío. Pasó al lado de una chica de cabello rubio que decía: 

—Abuelo, creo que he vuelto a perder mi Huron...

—Por Merlín, Hannah... —oyó que suspiraba el anciano. Una muchacha de pelos tiesos estaba rodeada por un grupo. 

—Déjanos mirar, Katie, vamos. La muchacha levantó la tapa de la caja que llevaba en los brazos, y los que lo rodeaban gritaron cuando del interior salió una larga cola peluda. Hermione se abrió paso hasta que encontró un compartimiento vacío, cerca del final del tren. 

Primero puso la jaula de Loki y luego comenzó a empujar el baúl hacia la puerta del vagón. Trató de subirlo por los escalones, pero sólo lo pudo levantar un poco antes de que se cayera golpeándole un pie.

—¿Quieres que ayudemos? —Era una de las gemelas pelirrojas, a los que había seguido a través de la barrera de los andenes, esta tenia los listones azules esta vez. 

—Sí, por favor... —jadeó Hermione. 

—¡Hey, Freyja! ¡Ven a ayudar! Con la ayuda de las gemelas, el baúl de Hermione finalmente quedó en un rincón del compartimiento. 

—Gracias...—dijo Hermione con una sonrisa, quitándose de los ojos el pelo húmedo. 

—¿Qué es eso? —dijo de pronto la gemela de listones rosas, señalando la brillante cicatriz de Hermione.

—Vaya—dijo la de listones azules—. ¿Eres tú...? 

—Es ella... —dijo la primera—. Eres tú, ¿no? —se dirigió a Hermione. 

—¿Quién? —preguntó Hermione confundida. 

—Hermione Granger! —respondieron a coro. 

—Oh, ella...—dijo Hermione, dándose cuenta de lo que dijo—. Quiero decir, sí, soy yo. 

Las dos pelirrojas la miraron boquiabiertas y Hermione sintió que se ruborizaba. Entonces, para su alivio, una voz llegó a través de la puerta abierta del compartimiento. 

—¿Freyja? ¿Gilda? ¿Están allí? 

—Ya vamos, mamá. Con una última mirada a Hermione, las gemelas saltaron del vagón. Hermione se sentó al lado de la ventanilla. Desde allí, medio oculta, podía observar a la familia de pelirrojos en el andén y oír lo que decían. La madre acababa de sacar un pañuelo. 

—Ginny, tienes algo en la nariz. La menor de las mujeres trató de esquivarla, pero la madre la sujetó y comenzó a frotarle la punta de la nariz. 

—Mamá, déjame... —exclamó apartándose. 

—¿Ah, la pequeñita Ginny Winny tiene algo en su naricita? —dijo la de listones azules. 

—Cállate... —murmuro Ginny haciendo un puchero, haciendo reír a las gemelas junto al único varón. 

—¿Dónde está Priya? —preguntó la madre. 

—Ahí viene. La mayor de las muchachas se acercaba a ellos. Ya se había puesto la ondulante túnica negra de Hogwarts, y Hermione notó que tenía una insignia plateada en el pecho, con la letra P.

—No me puedo quedar mucho, mamá —dijo—. Estoy delante, los prefectos tenemos dos compartimientos... 

—Oh, ¿Eres prefecta ahora, Priya? —dijo la de listones rosas, con aire de gran sorpresa—. Tendrías que habérnoslo dicho, no teníamos idea...

—Espera, creo que recuerdo que nos dijo algo —dijo la de listones azules—. Una vez... 

—O dos... 

—Un minuto... 

—Todo el verano... Dijo esta vez el menor, Ron, haciendo reír a las gemelas, recibiendo un abrazo de su parte en el proceso

—Oh, cállense, ya le están enseñando malas mañas al niño... —dijo Priya enojada, la prefecta. 

—Y de todos modos, ¿por qué Priya tiene túnica nueva? —dijo la de listones rosas. 

—Porque ella es prefecta—dijo afectuosamente la madre—. Muy bien, cariño, que tengas un buen año. Envíame una lechuza cuando llegues allá. Besó a Priya en la mejilla y la joven se fue. Luego se volvió hacia las gemelas. 

—Ahora, ustedes dos... Este año se deben portar bien. Si recibo una lechuza más diciéndome que hicieron... estallar un inodoro o... 

—¿Hacer estallar un inodoro? Nosotras nunca hemos hecho nada de eso. 

—Pero es una gran idea, mamá. Gracias!

—No tiene gracia. Y cuiden de Ginny...

—No te preocupes, la pequeña Ginny Winny estará segura con nosotras. 

—Cierren la boca... —dijo otra vez Ginny. Era un poco más baja que las gemelas y su nariz todavía estaba rosada, en donde su madre la había frotado. 

—Eh, mamá, ¿adivinas a quién acabamos de ver en el tren? Hermione se agachó rápidamente para que no la descubrieran. 

—¿Recuerdas a esa niña de pelo marrón que estaba cerca de nosotros, en la estación? ¿Sabes quién es? 

—¿Quién? 

—¡Hermione Granger! Hermione oyó la voz del niño, Hermione por pura casualidad saco a relucir un poco su rostro, observando al único niño, en sus ojos resplandecían estrellas, era muy tierno... 

—Mamá, ¿puedo subir al tren para verla? ¡Oh, mamá, por favor...! 

Al escuchar esas frases, Hermione volvió a ocultar su rostro, algo sorprendida por su entusiasmo...

—Ya la viste, Ron, no seas rebelde y, además, la pobre niña no es algo para que lo mires como en el zoológico. ¿Es ella realmente, Freyja? ¿Cómo lo sabes? 

—Se lo pregunté. Vi su cicatriz. Está realmente allí... como iluminada. 

—Pobrecita... No es raro que esté sola. Fue tan amable cuando me preguntó cómo llegar al andén... 

—Eso no importa. ¿Crees que ella recuerda cómo era Quien-tú-sabes? La madre, súbitamente, se puso muy seria. 

—Te prohíbo que le preguntes, Freyja. No, no te atrevas. Como si necesitara que le recuerden algo así en su primer día de colegio...

—Está bien, quédate tranquila. Se oyó un silbido. 

—Dense prisa! —exclamo la madre, y las tres chicas subieron al tren. Se asomaron por la ventanilla para que las besara y su hermano menor daba indicios de querer llorar mientras intentaba hacerse el fuerte. 

—No llores, Ronnie, vamos a enviarte muchas lechuzas...

—Y un inodoro de Hogwarts!

—¡Gilda! 

—Era una broma, mamá. 

El tren comenzó a moverse. Hermione vio a la madre de las muchachas agitando la mano y a su hermano riendo con lagrimas en sus ojos, corriendo para seguir al tren, hasta que éste comenzó a acelerar y entonces se quedó saludando. Hermione observó a la madre y el hijo hasta que desaparecieron, cuando el tren giró. Las casas pasaban a toda velocidad por la ventanilla. Hermione sintió una ola de emoción. No sabía lo que iba a pasar... pero sería mejor que lo que dejaba atrás. 

La puerta del compartimiento se abrió y entró la menor de las pelirrojas. 

—¿Hay alguien sentado ahí? —preguntó, señalando el asiento opuesto a Hermione—. Todos los demás vagones están llenos. Hermione negó con la cabeza y la muchacha se sentó. Lanzó una mirada a Hermione y luego desvió la vista rápidamente hacia la ventanilla, como si no la hubiera estado observando. Hermione notó que todavía tenía una mancha negra en la nariz. 

—Eh, Ginny... Las gemelas habían vuelto. 

—Mira, nosotras nos vamos a la mitad del tren, porque Katie Bell tiene una tarántula gigante y vamos a verla!

—De acuerdo... —murmuró Ginny. 

—Hermione —dijo la de listones rosas—, ¿te hemos dicho quiénes somos? Freyja y Gilda Weasley. Y ella es Ginny, nuestra hermana menor. Nos veremos después, entonces!

—Hasta luego —dijeron Hermione y Ginny. Las gemelas salieron y cerraron la puerta. 

—¿Eres realmente Hermione Granger? —dejó escapar Ginny. Hermione asintió. —Oh... bien, pensé que podía ser una de las bromas de Freyja y Gilda... —dijo Ginny—. ¿Y realmente te hiciste eso... ya sabes...? Señaló la frente de Hermione. Hermione se levantó el flequillo para enseñarle la luminosa cicatriz. Ginny la miró con atención. 

—¿Así que eso es lo que Quien-tú-sabes...? 

—Sí —dijo Hermione—, pero no puedo recordarlo...

—¿Nada? —dijo Ginny en tono anhelante. —Bueno... recuerdo una luz dorada muy intensa, pero nada más. 

—Vaya —dijo Ginny. Contempló a Hermione durante unos instantes y luego, como si se diera cuenta de lo que estaba haciendo, con rapidez volvió a mirar por la ventanilla. 

—¿Son una familia de magos? —preguntó Hermione, ya que encontraba a Ginny tan interesante como Ginny la encontraba a ella. 

—Oh, sí, o al menos eso creo... —respondió Ginny—. Me parece que mamá tiene un primo segundo que es contable, pero nunca hablamos de él. 

—Entonces ya debes de saber mucho sobre magia...

Era evidente que los Weasley eran una de esas antiguas familias de magos de las que había hablado la niña de cabello corto del callejón Diagon. 

—Oí que te habías ido a vivir con muggles —dijo Ginny—. ¿Cómo son? 

—Horribles... Bueno, no todos ellos. Mi tía, mi tío y mi prima sí lo son. Me hubiera gustado tener tres hermanas brujas...

—Cinco —corrigió Ginny. Por alguna razón parecía deprimida—. Soy la sexta en nuestra familia que va a asistir a Hogwarts. Se podría decir que tengo la meta muy lejana. Bella y Chelsea ya han terminado. Bella era delegada de clase y Chelsea era capitana de quidditch. Ahora Priya es prefecta. Freyja y Gilda son un dúo de rebeldes, pero a pesar de ese detalle son buenas alumnas y todos las consideran muy divertidas. Todos esperan que me vaya tan bien como a ellas, pero si lo hago tampoco será gran cosa, porque ellas ya lo hicieron primero. Además, nunca tienes nada nuevo, con cinco hermanas. Me dieron la túnica vieja de Bella, la varita vieja de Chelsea y la vieja hámster de Priya...

Ginny buscó en su chaqueta y sacó una pequeña hámster gris, que estaba dormida. 

—Se llama Maggy y no sirve para nada, casi nunca se despierta. A Priya, papá le regaló una lechuza, porque la hicieron prefecta, pero no podían comp... Quiero decir, por eso me dieron a Maggy. 

Las orejas de Ginny enrojecieron. Parecía pensar que había hablado de mas, porque otra vez miró por la ventanilla. Hermione no creía que hubiera nada malo en no poder comprar una lechuza. 

Después de todo, ella nunca había tenido dinero en toda su vida, hasta un mes atrás, así que le contó a Ginny que había tenido que llevar los viejos vestidos de Cassidy y que nunca le hacían regalos de cumpleaños. Eso pareció animar un poco a Ginny. 

—... y hasta que Pomfrey me lo contó, yo no tenía idea de que era una bruja, ni sabía nada de mis padres o de Circe... Ginny bufó. 

—¿Qué? —dijo Hermione confundida. 

—Has pronunciado el nombre de Quien-tú-sabes —dijo Ginny, tan conmocionada como impresionada—. Yo creí que tú, entre todas las personas... 

—No estoy tratando de hacerme la valiente, ni nada por el estilo, al decir su nombre —dijo Hermione con voz firme—. Es que no sabía que no debía decirlo. ¿Ves lo que te digo? Tengo mucho que aprender... Tenlo por seguro...—añadió, diciendo por primera vez en voz alta algo que últimamente la preocupaba mucho—, seguro que seré la peor de la clase...

—No será así. Hay mucha gente que viene de familias muggles y aprende muy deprisa!

Mientras conversaban, el tren había pasado por campos llenos de vacas y ovejas. Se quedaron mirando un rato, en silencio, el paisaje. A eso de las doce y media se produjo un alboroto en el pasillo, y una mujer de cara sonriente, con hoyuelos, se asomó y les dijo: 

—¿Gustan algo del carrito, queridas? 

Hermione, que no había desayunado, se levantó de un salto, pero las orejas de Ginny se pusieron rojas y murmuró que había llevado bocadillos. 

Hermione salió al pasillo. Cuando vivía con los Middleton nunca había tenido dinero para comprarse dulces y, puesto que tenía los bolsillos repletos de monedas de oro, plata y bronce, estaba lista para comprarse todas las barras de chocolate que pudiera llevar. 

Pero la mujer no tenía Mars. En cambio, tenía Grageas Bertie Bott de Todos los Sabores, chicle, ranas de chocolate, empanada de calabaza, pasteles de caldero, varitas de regaliz y otra cantidad de cosas extrañas que Hermione no había visto en su vida. Como no deseaba perderse nada, compró un poco de todo y pagó a la mujer once sickles de plata y siete knuts de bronce. Ginny la miraba asombrada, mientras Hermione depositaba sus compras sobre un asiento vacío. 

—Tenías hambre, ¿verdad? 

—Muchísima... —dijo Hermione, dando un mordisco a una empanada de calabaza. Ginny había sacado un arrugado paquete, con cuatro bocadillos. Separó uno y dijo: 

—Siempre olvida de que no me gusta la carne en conserva...

—Te la intercambio por uno de éstos —dijo Hermione sonriéndole, ofreciendole un pastel—. Sírvete... 

—No te va a gustar, está seca —dijo Ginny—. Ella no tiene mucho tiempo —añadió rápidamente—... Ya sabes, con nosotras cinco. 

—Vamos, toma... —murmuro Hermione, que nunca había tenido nada que compartir o, en realidad, nadie con quien compartir nada. Era una agradable sensación, estar sentada allí con Ginny, comiendo pasteles y dulces (los bocadillos habían quedado olvidados). 

—¿Qué son éstos? —preguntó Hermione a Ginny, tomando un envase de ranas de chocolate—. No son ranas de verdad, ¿no?—Comenzaba a sentir que nada podía sorprenderla. 

—No —dijo Ginny—. Pero mira qué cromo tiene. A mí me falta Agripa. 

—¿Qué? 

—Oh, por supuesto, no debes saber... Las ranas de chocolate llevan cromos, ya sabes, para coleccionar, de brujas y magos famosos. Yo tengo como quinientos, pero no consigo ni a Agripa ni a Ptolomeo. Hermione desenvolvió su rana de chocolate y sacó el cromo. 

En él estaba impreso el rostro de una mujer. Llevaba gafas de cristal, tenía una nariz pequeña pero algo encorvada, cabello castaño y con canas amarrado. Debajo de la foto estaba el nombre: Minerva McGonagall. 

—Ella es McGonagall?... —pregunto Hermione algo confundida pero fascinada. 

—¡No me digas que nunca has oído hablar de McGonagall! —dijo Ginny—. ¿Puedo servirme una rana? Podría encontrar a Agripa... Gracias... Hermione dio la vuelta a la tarjeta y leyó: 


Minerva McGonagall, actualmente directora de Hogwarts. 

Considerada por casi todo el mundo Como la más grande bruja del tiempo presente, McGonagall es particularmente famosa por derrotar a la bruja tenebrosa Duke en 1945, por el descubrimiento de las doce aplicaciones de la sangre de dragón, y por su trabajo en alquimia con su compañera Perenelle Flamel. La profesora McGonagall es aficionada a la música de cámara y a los bolos.


Hermione dio la vuelta otra vez al cromo y vio, para su asombro, que el rostro de McGonagall había desaparecido. 

—¡Ya no está! 

—Bueno, no iba a estar ahí todo el día, a de ser aburrido —dijo Ginny—. Ya volverá. Vaya, me ha salido otra vez Merlín y ya lo tengo seis veces repetido... ¿No lo quieres? Puedes empezar a coleccionarlos. 

Los ojos de Ginny se perdieron en las ranas de chocolate, que esperaban que las desenvolvieran. 

—Toma si gustas... —dijo Hermione—. Pero oye, en el mundo de los muggles la gente se queda en las fotos. 

—¿Eso hacen? ¿no se mueven? —Ginny estaba atónita—. ¡Qué raro! 

Hermione miró asombrada, mientras McGonagall regresaba al cromo y le dedicaba una sonrisita. Ginny estaba más interesada en comer las ranas de chocolate que en buscar magos y brujas famosos, pero Hermione no podía apartar la vista de ellos. 

Muy pronto tuvo no sólo a McGonagall y Merlín, sino también a Ramón Llull, al rey Salomón, Voldemort, Paracelso y Morgana. Hasta que finalmente apartó la vista de la druida Cliodna, que se rascaba la nariz, para abrir una bolsa de grageas de todos los sabores. 

—Tienes que tener cuidado con esas cositas —lo previno Ginny con una mirada algo desafiante—. Cuando dice "todos los sabores", es literal. Ya sabes, tienes todos los comunes, como chocolate, menta y naranja, pero también puedes encontrar espinacas, hígado y callos. Gilda dice que una vez encontró una con sabor a duende. 

Ginny eligió una verde, la observó con cuidado y mordió un pedacito. 

—Puaj... ¿Ves? Coles... Murmuro escupiéndola.

Pasaron un buen rato comiendo las grageas de todos los sabores. Hermione encontró tostadas, coco, judías cocidas, fresa, curry, hierbas, café, sardinas y fue lo bastante valiente para morder la punta de una gris, que Ginny no quiso tocar y resultó ser pimienta. En aquel momento, el paisaje que se veía por la ventanilla se hacía más agreste. 

Habían desaparecido los campos cultivados y aparecían bosques, ríos serpenteantes y colinas de color verde oscuro. Se oyó un golpe en la puerta del compartimiento, y entró la niña rubia que Hermione había visto al pasar por el andén nueve y tres cuartos. Parecía muy afligida. 

—Disculpen... —murmuro con un rostro esperanzado—. ¿Por casualidad no han visto a un Huron? Cuando las dos negaron con la cabeza, suspiro derrotada. 

—¡Lo perdí! ¡Se me escapa todo el tiempo! 

—Ya aparecerá... —dijo Hermione levantándose para colocar su mano en su hombro. 

—Sí...—dijo la rubia aceptando sus palabras—. Gracias, bueno, si lo ven... Por favor, búsquenme... Murmuro retirándose triste, a Hermione le dio lastima, volviendo a entrar al vagón.

—No entiendo por que esta así... —comentó Ginny—. Esos animales se la pasan jugando. Bueno al menos tienen energía, y mientras que Maggy, mejor ni hablo de ella. El hámster seguía durmiendo en las rodillas de Ginny. 

—Podría estar muerta y no notarías la diferencia —dijo Ginny con disgusto—. Ayer traté de volverla amarilla para hacerla más interesante, pero el hechizo no funcionó. Te lo voy a enseñar, mira... 

Revolvió en su baúl y sacó una varita muy gastada. En algunas partes estaba astillada y, en la punta, brillaba algo blanco. 

—Los pelos de unicornio casi se salen. De todos modos... Acababa de tomar la varita cuando la puerta del compartimiento se abrió otra vez. Había regresado la chica del Huron, pero llevaba a un niño con ella. El muchacho ya llevaba la túnica de Hogwarts. 

—¿Han visto a un Huron? Hannah perdió el suyo... —dijo. Tenía voz firme, pelo color negro que parecía un nido de pájaros (Por toda su vida, Hermione pensó que solo ella tenia así el cabello...) y tenía unos ojos color esmeralda, los cuales eran opacados por gafas. 

—No, no lo hemos visto, es seguro que este corriendo por ahí... —dijo Ginny, iba a seguir hablando, pero el niño no la escuchaba. 

—Oh, ¿están haciendo magia? Veamos que tal. Se sentó. Ginny quedo algo sorprendido por su entusiasmo. 

—Eh... claro... —Se aclaró la garganta—. "Rayo de sol, margaritas, volved amarilla a esta tonta Hámstercita." Agitó la varita, pero no sucedió nada. Maggy siguió durmiendo, tan gris como siempre. 

—¿Estás segura de que es el hechizo apropiado? —preguntó el niño con una sonrisa algo burlona—. Al parecer no es efectivo, yo probé unos pocos, sólo para fortalecerme, y salían a la segunda vez. Nadie en mi familia es mago, fue toda una sorpresa cuando recibí mi carta, pero también estaba muy contento, por supuesto, ya que ésta es la mejor escuela de magia, por lo que sé. Ya me he aprendido todos los libros de memoria, desde luego, creo que exagere un poco, pero el conocimiento es oro... Soy Harry Potter. ¿Y ustedes? Dijo todo aquello muy rápidamente. 

Hermione miró a Ginny y se calmó al ver en su rostro aturdido que ella tampoco se había aprendido todos los libros de memoria, pero a Hermione le causo una energía extraña el chico, algo cambiante... 

—Yo soy Ginny Weasley —murmuró Ginny presentándose. 

—Hermione Granger... —dijo Hermione. 

—¿Enserio? —dijo Harry—. Lo sé todo sobre ti, por supuesto, conseguí unos pocos libros extra para prepararme más y tú figuras en Historia de la magia moderna, Defensa contra las Artes Oscuras y Grandes eventos mágicos del siglo XX. 

—¿Espera, estoy en un libro? —dijo Hermione, sintiéndose algo mareada. 

—Dios mío, no lo sabes. Yo en tu lugar habría buscado todo lo que pudiese del tema... —dijo Harry—. ¿Tienen favoritismo por alguna casa? Estuve preguntando un poco y espero estar en Hufflepuff, desde mi punto de vista, es la mejor. Oí que McGonagall estuvo allí, pero supongo que Slytherin no es tan mala... De todos modos, es mejor que siga dándole una mano a Hannah. Y les aconsejo cambiarse, vamos a llegar pronto...

Y se marchó, llevándose a la niña sin Huron. 

—Cualquiera que sea la casa que me toque, espero que él no esté en ella... —dijo Ginny. Arrojó su varita al baúl—. Qué hechizo más tonto, me lo dijo Gilda. Seguro que era falso. 

—¿En qué casa están tus hermanas? —preguntó Hermione.

—Hufflepuff... —dijo Ginny. Otra vez parecía deprimida—. Mamá y papá también estuvieron allí. No sé qué van a decir si yo no estoy. No creo que Slytherin sea mala, pero imagina si me ponen en Ravenclaw. 

—¿Esa es la casa en la que Cir... quiero decir Quien-tú-sabes... estaba? 

—Así es... —dijo Ginny. Se echó hacia atrás en el asiento, con aspecto abrumado. 

—¿Sabes? Me parece que las puntas de los bigotes de Maggy están un poco más claras —dijo Hermione, tratando de apartar la mente de Ginny del tema de las casas—. Y, a propósito, ¿qué hacen ahora tus hermanas mayores? 

Hermione se preguntaba qué hacía un mago o bruja, una vez que terminaba el colegio. 

—Chelsea está en Rumania, estudiando dragones, y Bella está en África, ocupándose de asuntos para Gringotts —explicó Ginny—. ¿Te enteraste de lo que pasó en Gringotts? Salió en El Profeta, pero no creo que las casas de los muggles lo reciban: trataron de robar en una cámara de alta seguridad. Hermione se sorprendió. 

—¿De verdad? ¿Y qué les ha sucedido? 

—Nada, por eso son noticias tan importantes. No los han atrapado. Mi padre dice que tiene que haber un poderoso mago tenebroso para entrar en Gringotts, pero lo que es raro es que parece que no se llevaron nada. Por supuesto, todos se asustan cuando sucede algo así, ante la posibilidad de que Quien-tú-sabes esté detrás de ello. Hermione repasó las noticias en su cabeza. 

Había comenzado a sentir una punzada de miedo cada vez que mencionaban a Quien-tú-sabes. Suponía que aquello era una parte de entrar en el mundo mágico, pero era mucho más agradable poder decir «Circe» sin preocuparse. 

—¿Cuál es tu equipo de quidditch? —preguntó Ginny. 

—Eh... no conozco ninguno —confesó Hermione. 

—¿Cómo? —Ginny parecia atónita—. Oh, ya verás, es el mejor juego del mundo... —

Y se dedicó a explicarle todo sobre las cuatro pelotas y las posiciones de los siete jugadores, describiendo famosas jugadas que había visto con sus hermanas y la escoba que le gustaría comprar si tuviera el dinero. 

Le estaba explicando los mejores puntos del juego, cuando otra vez se abrió la puerta del compartimiento, pero esta vez no era Hannah, la niña sin Huron, ni Harry Potter. Entraron tres niñas, y Hermione reconoció de inmediato a la del medio: era la chica pelinegra de la tienda de túnicas de Madame Malkin. Miraba a Hermione con mucho más interés que el que había demostrado en el callejón Diagon. 

—¿Es verdad? —preguntó—. Por todo el tren están diciendo que Hermione Granger está en este compartimento. Así que eres tú, ¿no? 

—Sí —respondió Hermione. Observó a las otras chicas. Una de ellas era corpulenta y parecían muy vulgar mientras la otra era de aspecto más flaco casi como un palo. Situadas a ambos lados de la chica pelinegra, parecían sus guardaespaldas. 

—Oh, ellas son Bulstrode y Davies —dijo la muchacha pelinegra con despreocupación, al darse cuenta de que Hermione las miraba—. Y mi nombre es Parkinson, Pansy Parkinson, Ginny dejó escapar una débil tos, que podía estar ocultando una risita. Pansy Parkinson la miró. 

—Te parece que mi nombre es gracioso? No necesito preguntarte el tuyo. Mi madre me dijo que todos los Weasley son pelirrojos, con pecas y más hijos que los que pueden mantener... Se volvió hacia Hermione.

—Muy pronto descubrirás que algunas familias de magos son mucho mejores que otras, Granger. No querrás hacerte amiga de los de la clase indebida. Yo puedo ayudarte en eso. Extendió la mano, para estrechar la de Hermione; pero Hermione no la aceptó. 

—Gracias, pero, rechazo la oferta, sin duda alguien mas, la aceptara con todo gusto... —dijo sonriéndole, de la misma manera que la pelinegra lo hizo en la tienda. Pansy Parkinson no se ruborizó, pero un tono rosado apareció en sus pálidas mejillas. 

—Es una lastima Granger... —dijo con calma—. A menos que seas un poco más amable, vas a ir por el mismo camino que tus padres. Ellos tampoco sabían lo que era bueno para ellos. Tú sigue con gentuza como los Weasley y esa tal Pomfrey y terminarás como ellos.

Hermione y Ginny se levantaron al mismo tiempo. El rostro de Ginny estaba tan rojo como su pelo. 

—Repite eso!—dijo. 

—Oh, quieren pelear, ¿eh? —se burló Parkinson. 

—Si no se largan ahora mismo... —dijo Hermione, con más valor que el que sentía, porque Bulstrode era mucho más fuerte que ella y Ginny. 

—Pero nosotras no tenemos ganas de irnos, ¿no es cierto, chicas? Nos hemos comido todo lo que llevábamos y parece que ustedes todavía llevan un poco. 

Davies se inclinó para tomar una rana de chocolate del lado de Ginny. 

La pelirroja saltó hacia ella, pero antes de que pudiera tocar a Davies, la muchacha dejó escapar un grito terrible. Maggy, la hámster, colgaba del dedo de Davies, con los agudos dientes clavados profundamente en sus nudillos. Bulstrode y Parkinson retrocedieron mientras Davies agitaba la mano para desprenderse del hámster, gritando de dolor, hasta que, finalmente, Maggy salió volando, chocó contra la ventanilla y las tres niñas desaparecieron. Tal vez pensaron que había más roedores entre los dulces, o quizás oyeron los pasos porque, un segundo más tarde, Potter volvió a entrar.

 —¿Que paso aquí? —preguntó, mirando los dulces tirados por el suelo y a Ginny que tomaba a Maggy por las orejas. 

—Creo que se ha desmayado —dijo Ginny a Hermione. Miró más de cerca a la Hámster—. No, no puedo creerlo, ya se ha vuelto a dormir!

—¿Conocías ya a Parkinson? Hermione le explicó el encuentro en el callejón Diagon. 

—Oí hablar sobre su familia —dijo Ginny en tono lúgubre—. Son algunos de los primeros que volvieron a nuestro lado después de que Quien-tú-sabes desapareció. Dijeron que los habían hechizado. Mi padre no se lo cree. Dice que la madre de Parkinson no necesita una excusa para pasarse al Lado Oscuro. —Se volvió hacia Harry—. ¿Disculpa, pero, podemos ayudarte en algo? 

—Les dije que se cambien. Acabo de ir a la locomotora, le pregunté al conductor y me dijo que ya casi estamos llegando. No deberían pelear, se meterán en problemas antes de siquiera llegar...

—Tranquilo, verdecito, Maggy se estuvo peleando, no nosotras... —dijo Ginny, mirándolo con rostro severo—. ¿Te importaría salir para que nos cambiemos? 

—Muy bien... Vine aquí porque fuera están corriendo por los pasillos —dijo Harry en tono despectivo—. A propósito, ¿No has visto que tienes sucia la nariz? 

Ginny le lanzó una mirada de furia mientras el salía. Hermione miró por la ventanilla. Estaba oscureciendo. Podía ver montañas y bosques, bajo un cielo de un profundo color púrpura. El tren parecía aminorar la marcha. Ella y Ginny se quitaron su blusa, y vestido respectivamente y se pusieron las largas túnicas negras. La de Ginny  era un poco larga para ella. Una voz retumbó en el tren. 

—Llegaremos a Hogwarts dentro de cinco minutos. Por favor, dejen su equipaje en el tren, se lo llevarán por separado al colegio. El estómago de Hermione se retorcía de nervios y Ginny, podía verla, estaba pálida debajo de sus pecas. 

Llenaron sus bolsillos con lo que quedaba de los dulces y se reunieron con el resto del grupo que llenaba los pasillos. El tren aminoró la marcha, hasta que finalmente se detuvo. Todos se empujaban para salir al pequeño y oscuro andén.

Hermione se estremeció bajo el frío aire de la noche. Entonces apareció una lámpara moviéndose sobre las cabezas de los alumnos, y Hermione oyó una voz: 

—¡Primer año! ¡Los de primer año por aquí! ¿Todo bien por ahí, Hermione? La gran cara peluda de Hagrid rebosaba alegría sobre el mar de cabezas (Pomfrey le platico sobre él y que era el guardián de Hogwarts) Hermione le confirmo con una sonrisa. 

—Vengan, síganme... ¿Hay más de primer año? Miren bien dónde pisan. ¡Los de primer año, síganme! Resbalando y a tientas, siguieron a Hagrid por lo que parecía un estrecho sendero.

Estaba tan oscuro que Hermione pensó que debía de haber árboles muy tupidos a ambos lados. Nadie hablaba mucho. Hannah, la niña que había perdido su Huron, lloriqueaba de vez en cuando. 

—En un segundo, tendréis la primera visión de Hogwarts —exclamó Hagrid por encima del hombro—, justo al doblar esta curva. Se produjo un fuerte ¡ooooooh! El sendero estrecho se abría súbitamente al borde de un gran lago negro. 

En la punta de una alta montaña, al otro lado, con sus ventanas brillando bajo el cielo estrellado, había un impresionante castillo con muchas torres y torrecillas. 

—¡No más de cuatro por bote! —gritó Hagrid, señalando a una flota de botecitos alineados en el agua, al lado de la orilla. Hermione y Ginny subieron a uno, seguidas por Hannah y Harry. 

—¿Ya estan listos? —continuó Hagrid, que tenía un bote para él solo—. ¡Venga! ¡ADELANTE! Y la pequeña flota de botes se movió al mismo tiempo, deslizándose por el lago, que era tan liso como el cristal. Todos estaban en silencio, contemplando el gran castillo que se elevaba sobre sus cabezas mientras se acercaban cada vez más al risco donde se erigía. 

—¡Bajen sus cabezas! —exclamó Hagrid, mientras los primeros botes alcanzaban el peñasco. Todos agacharon la cabeza y los botecitos los llevaron a través de una cortina de hiedra, que escondía una ancha abertura en la parte delantera del peñasco. Fueron por un túnel oscuro que parecía conducirlos justo por debajo del castillo, hasta que llegaron a una especie de muelle subterráneo, donde treparon por entre las rocas y los guijarros. 

—¡Pequeña, la rubia! ¿Es tu Huron? —dijo Hagrid, mientras vigilaba los botes y la gente que bajaba de ellos. 

—¡Benny! —gritó Hannah, muy contenta, extendiendo las manos, cargando su mascota. Luego subieron por un pasadizo en la roca, detrás de la lámpara de Hagrid, saliendo finalmente a un césped suave y húmedo, a la sombra del castillo. Subieron por unos escalones de piedra y se reunieron ante la gran puerta de roble. 

—¿Están todos? Tú, ¿todavía tienes a tu Huron? Hagrid levantó un gigantesco puño y llamó tres veces a la puerta del castillo. 






𝑭𝒓𝒆𝒚𝒋𝒂 𝒖𝒔𝒂 𝒍𝒐𝒔 𝒍𝒊𝒔𝒕𝒐𝒏𝒆𝒔 𝒓𝒐𝒔𝒂𝒔, 𝒎𝒊𝒆𝒏𝒕𝒓𝒂𝒔 𝒒𝒖𝒆 𝑮𝒊𝒍𝒅𝒂 𝒖𝒕𝒊𝒍𝒊𝒛𝒂 𝒍𝒐𝒔 𝒂𝒛𝒖𝒍𝒆𝒔, 𝒑𝒂 𝒏𝒐 𝒄𝒐𝒏𝒇𝒖𝒏𝒅𝒊𝒓𝒔𝒆 :𝑫

𝒀 𝒔𝒐𝒃𝒓𝒆 𝒍𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒑𝒊𝒆𝒏𝒔𝒂 𝑯𝒆𝒓𝒎𝒊𝒐𝒏𝒆 𝒅𝒆 𝑯𝒂𝒓𝒓𝒚 𝒆𝒔 𝒒𝒖𝒆, 𝒑𝒊𝒆𝒏𝒔𝒂 𝒒𝒖𝒆 𝒆𝒔 𝒃𝒊𝒑𝒐𝒍𝒂𝒓, 𝒍𝒐 𝒅𝒆𝒕𝒆𝒄𝒕𝒂 𝒄𝒐𝒏 𝒍𝒂 𝒎𝒊𝒓𝒂𝒅𝒂 𝒚 𝒓𝒖𝒆𝒈𝒂 𝒆𝒔𝒕𝒂𝒓 𝒆𝒒𝒖𝒊𝒗𝒐𝒄𝒂𝒅𝒂 𝑱𝑨𝑱𝑨𝑱𝑨

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