𝐁𝐨𝐨𝐤 𝐎𝐧𝐞 ✔ | 𝐄𝐥 𝐒𝐨𝐦𝐛𝐫𝐞𝐫𝐨 𝐒𝐞𝐥𝐞𝐜𝐜𝐢𝐨𝐧𝐚𝐝𝐨𝐫


VII

La puerta se abrió de inmediato. Un mago alto, de cabellos plateados y túnica violeta, esperaba allí. Tenía un rostro muy severo, y el primer pensamiento de Hermione fue que se trataba de alguien con quien era mejor no tener problemas. 

—Los de primer año, profesor Dumbledore... —dijo Hagrid. 

—Muchas gracias, Hagrid. Yo los llevaré desde aquí. Abrió bien la puerta. El vestíbulo de entrada era tan grande que hubieran podido meter toda la casa de los Middleton en él. 

Las paredes de piedra estaban iluminadas con resplandecientes antorchas como las de Gringotts, el techo era tan alto que no se veía y una magnífica escalera de mármol, frente a ellos, conducía a los pisos superiores. Siguieron a el profesor Dumbledore a través de un camino señalado en el suelo de piedra. 

Hermione podía oír el ruido de cientos de voces, que salían de un portal situado a la derecha (el resto del colegio debía de estar allí), pero el profesor Dumbledore llevó a los de primer año a una pequeña habitación vacía, fuera del vestíbulo. Se reunieron allí, más cerca unos de otros de lo que estaban acostumbrados, mirando con nerviosismo a su alrededor. 

—Bienvenidos a Hogwarts —dijo el profesor Dumbledore—. El banquete de comienzo de año se celebrará dentro de poco, pero antes de que ocupen sus respectivos lugares en el Gran Comedor deben ser seleccionados a una de las casas. La Selección es una ceremonia muy importante porque, mientras estén aquí, sus casas serán como su familia en Hogwarts. Tendrán clases con el resto de la casa que se les asigne, dormirán en los respectivos dormitorios y pasaran el tiempo libre en su sala común selectiva. 

Las cuatro casas se llaman Hufflepuff, Slytherin, Gryffindor y Ravenclaw. Cada casa tiene su propia noble historia y cada una ha producido notables brujas y magos. Mientras esten en Hogwarts, sus triunfos conseguirán que las casas ganen puntos, mientras que cualquier infracción de las reglas hará que los pierdan. Al finalizar el año, la casa que obtenga más puntos será premiada con la copa de la casa, un gran honor. Espero que todos sean un orgullo para su casa asignada. 

La Ceremonia de Selección tendrá lugar dentro de pocos minutos, frente al resto del colegio. Les siguiero arreglarse para otorgar una buena impresión. 

Los ojos del profesor se detuvieron un momento en la capa de Hannah, que estaba atada bajo su oreja izquierda, y en la nariz manchada de Ginny. Con nerviosismo, Hermione trató de aplastar su cabello y en un acto tierno, saco de su capa un pañuelo, limpiando un poco la nariz de su amiga, haciendole cosquillas a esta. 

—Volveré cuando todo este listo para la ceremonia... —murmuro el profesor—. Por favor, esperen. Salió de la habitación. Hermione tragó con dificultad. 

—¿Cómo se las arreglan exactamente para seleccionarnos? —preguntó a Ginny mientras guardaba el pañuelo. 

—Creo que es una especie de prueba. Freyja dice que duele mucho, pero creo que era una broma o algo así... 

El corazón de Hermione dio un terrible salto. ¿Una prueba? ¿Delante de todo el colegio? Pero ella no sabía nada de magia todavía... No esperaba algo así, justo en el momento en que acababa de llegar. 

Miró temblando a su alrededor y vio que los demás también parecían aterrorizados. Nadie hablaba mucho, salvo Harry Potter, que murmuraba todos los hechizos que había aprendido y se preguntaba cuál necesitaría. Hermione intentó hacer oídos sordos. 

Nunca había estado tan nerviosa, nunca, ni siquiera cuando tuvo que llevar a los Middleton un informe del colegio que decía que ella, de alguna manera, había vuelto azul la peluca de su maestro. Mantuvo los ojos fijos en la puerta. En cualquier momento, el profesor Dumbledore regresaría y la llevaría a su juicio final. Entonces sucedió algo que le hizo dar un salto en el aire... Muchos de los que estaban atrás gritaron. 

—¿Qué? Resopló.

Lo mismo hicieron los que estaban alrededor. Unos veinte fantasmas acababan de pasar a través de la pared de atrás. De un color blanco perla y ligeramente transparentes, se deslizaban por la habitación, hablando unos con otros, casi sin mirar a los de primer año. Por lo visto, estaban discutiendo. El que parecía un monje gordo y pequeño, decía: 

—Perdonar y olvidar. Yo digo que deberíamos darle una segunda oportunidad... 

—Mi querido Fraile, ¿no le hemos dado a Peeves todas las oportunidades que merece? Nos ha dado mala fama a todos y, usted lo sabe, ni siquiera es un fantasma de verdad... ¿Y qué hacen esas criaturas aquí? 

El fantasma, con gorguera y medias, se había dado cuenta de pronto de la presencia de los de primer año. Nadie respondió. 

—¡Alumnos nuevos! —dijo el Fraile Gordo, sonriendo a todos—. Estáis esperando la selección, ¿no? Algunos asintieron a su pregunta. 

—¡Espero verlos en Gryffindor!—continuó el Fraile—. Mi antigua casa, ya saben... 

—Es hora... —dijo una voz grave—. La Ceremonia de Selección va a comenzar. 

El profesor Dumbledore había vuelto. Uno a uno, los fantasmas flotaron a través de la pared opuesta. 

—Ahora formen una hilera —dijo el profesor a los de primer año— y síganme...

Con la extraña sensación de que sus piernas eran de plomo, Hermione se puso detrás de un chico de cabello claro, con Ginny tras ella. Salieron de la habitación, volvieron a cruzar el vestíbulo, pasaron por unas puertas dobles y entraron en el Gran Comedor. Hermione nunca habría imaginado un lugar tan extraño y espléndido. 

Estaba iluminado por miles y miles de velas, que flotaban en el aire sobre cuatro grandes mesas, donde los demás estudiantes ya estaban sentados. En las mesas había platos, cubiertos y copas de oro. En una tarima, en la cabecera del comedor, había otra gran mesa, donde se sentaban los profesores. 

El profesor Dumbledore condujo allí a los alumnos de primer año y los hizo detener y formar una fila delante de los otros alumnos, con los profesores a sus espaldas. Los cientos de rostros que los miraban parecían pálidas linternas bajo la luz brillante de las velas. Situados entre los estudiantes, los fantasmas tenían un neblinoso brillo plateado. Para evitar todas las miradas, Hermione levantó la vista y vio un techo de terciopelo negro, salpicado de estrellas.

Oyó susurrar a Harry: "Es un hechizo para que parezca como el cielo de fuera, lo leí en la historia de Hogwarts". Era difícil creer que allí hubiera techo y que el Gran Comedor no se abriera directamente a los cielos. Hermione bajó la vista rápidamente, mientras el profesor Dumbledore ponía en silencio un taburete de cuatro patas frente a los de primer año. Encima del taburete puso un sombrero puntiagudo de mago. 

El sombrero estaba remendado, raído y muy sucio. Tía Rosemary no lo habría admitido en su casa. Tal vez tenían que intentar sacar un conejo del sombrero, pensó Hermione algo bastante común, según ella, eso era lo típico de... 

Al darse cuenta de que todos los del comedor contemplaban el sombrero, Hermione también lo hizo. Durante unos pocos segundos, se hizo un silencio completo. Entonces el sombrero se movió. Una rasgadura cerca del borde se abrió, ancha como una boca, y el sombrero comenzó a cantar: 


Oh, podrás pensar que no soy bonito, pero no juzgues por lo que ves. Me comeré a mí mismo si puedes encontrar un sombrero más inteligente que yo. Puedes tener bombines negros, sombreros altos y elegantes. 

Pero yo soy el Sombrero Seleccionador de Hogwarts y puedo superar a todos. No hay nada escondido en tu cabeza que el Sombrero Seleccionador no pueda ver. Así que pruébame y te diré dónde debes estar. 

Puedes pertenecer a Hufflepuff, donde habitan los valientes. Su osadía, temple y caballerosidad agradan a su tierno Tejón. 

Puedes pertenecer a Gryffindor donde son justos y leales. Esos perseverantes niños de verdad no temen al trabajo pesado, como su rey, el león. 

O tal vez a la antigua sabiduría de Slytherin, si tienes una mente dispuesta, porque los de inteligencia y erudición siempre encontrarán allí a sus semejantes, de forma seseante como una serpiente. 

O tal vez en Ravenclaw harás tus verdaderos amigos. Esa gente astuta utiliza cualquier medio para lograr sus fines, como un Águila en busca de presas. 

¡Así que pruébame! ¡No tengas miedo! ¡Y no recibirás una bofetada! Estás en buenas manos (aunque yo no las tenga). Porque soy el Sombrero Pensante.


Todo el comedor estalló en aplausos cuando el sombrero terminó su canción. Éste se inclinó hacia las cuatro mesas y luego se quedó rígido otra vez. 

—¡Entonces sólo hay que probarse el sombrero! —susurró Ginny a Hermione—. Voy a matar a Freyja...

Hermione sonrió débilmente. Sí, probarse el sombrero era mucho mejor que tener que hacer un encantamiento, pero habría deseado no tener que hacerlo en presencia de todos. El sombrero parecía exigir mucho, y Hermione no se sentía valiente ni ingeniosa ni nada de eso, por el momento y le temía a sus animales (menos a los tejones, eran tiernos). Si el sombrero hubiera mencionado una casa para la gente que se sentía un poco indispuesta y su mascota fuera un gato, ésa habría sido la suya. 

El profesor Dumbledore se adelantaba con un gran rollo de pergamino. 

—Cuando yo los llame, deberán colocarse el sombrero y sentarse en el taburete para que los seleccionen —dijo—. ¡Longbottom, Neville! 

Un niño de rostro rosado y cabello rubio salió de la fila, se puso el sombrero, que lo tapó hasta los ojos, y se sentó. 

Un momento de pausa. 

—¡GRYFFINDOR!—gritó el sombrero. La mesa escarlata aplaudió mientras Neville iba a sentarse con ellos. Hermione vio al fantasma del Fraile Gordo saludando con alegría al niño. 

—¡Finch-Fletchley, Justin! 

—¡GRYFFINDOR! —gritó otra vez el sombrero, y Justin se apresuró a sentarse al lado de Neville. 

—¡Turpin, Lisa! 

—¡SLYTHERIN! La mesa esmeralda aplaudió esta vez. Varios Slytherins se levantaron para estrechar la mano de Lisa, mientras se reunía con ellos. 

Goldstein, Anthony también fue a Slytherin, pero Seamus, Finnigan resultó el primer nuevo Hufflepuff, siendo parte de la mesa dorada, que estalló en celebraciones. Hermione pudo ver a las hermanas gemelas de Ginny, gritando y celebrando. 

Nott, Theodore fue a Ravenclaw. Tal vez era la imaginación de Hermione; después de todo lo que había oído sobre Ravenclaw, pero le pareció que era un grupo desagradable. Comenzaba a sentirse decididamente mal. 

Recordó lo que pasaba en las clases de gimnasia de su antiguo colegio, cuando se escogían a los jugadores para los equipos. Siempre había sido la última en ser elegida, no porque fuera mala, sino porque nadie deseaba que Cassidy pensara que la querían. 

—¡Bones, Susan! 

—¡GRYFFINDOR! Hermione notó que, algunas veces, el sombrero gritaba el nombre de la casa de inmediato, pero otras tardaba un poco en decidirse. 

—Brown, Lavander. —La muchacha de cabello rizado, que estaba al lado de Hermione en la fila, estuvo sentada un minuto entero, antes de que el sombrero la declarara una Hufflepuff. 

—Potter, Harry. Harry casi corrió hasta el taburete y se puso el sombrero, muy nervioso. 

—¡HUFFLEPUFF! —gritó el sombrero. 

Ginny gruñó. Un horrible pensamiento atacó a Hermione, uno de aquellos horribles pensamientos que aparecen cuando uno está muy intranquilo. ¿Y si a ella no la elegían para ninguna casa? 

¿Y si se quedaba sentada con el sombrero sobre los ojos, durante horas, hasta que el profesor Dumbledore se lo quitara de la cabeza para decirle que era evidente que se habían equivocado y que era mejor que volviera en el tren? 

Cuando Hannah Abbott, la niña que perdía su Huron, fue llamada, se tropezó con el taburete. 

El sombrero tardó un largo rato en decidirse. Cuando finalmente gritó: ¡HUFFLEPUFF!, Hannah salió corriendo, todavía con el sombrero puesto y tuvo que devolverlo, entre las risas de todos, a Stretton, Jeremy. 

Parkinson se adelantó al oír su nombre y de inmediato obtuvo su deseo: el sombrero apenas tocó su cabeza y gritó: ¡RAVENCLAW! Parkinson fue a reunirse con sus amigas Bulstrode y Davies, con aire de satisfacción. Ya no quedaba mucha gente. Crabbe... Patil... Malfoy... Goyle... Después Thomas y Boot... Más tarde Michael, Corner... y, finalmente: 

—¡Granger; Hermione! Mientras Hermione se adelantaba, los murmullos se extendieron súbitamente como fuegos artificiales. 

—¿Ha dicho Granger? 

—¿Ella es Hermione Granger? 

Lo último que Hermione vio, antes de que el sombrero le tapara los ojos, fue el comedor lleno de gente que trataba de verla bien. Al momento siguiente, miraba el oscuro interior del sombrero. Esperó. 

—Mm —dijo una vocecita en su oreja—. Difícil. Muy difícil. Llena de valor, lo veo. Tampoco la mente es mala. Hay talento, oh vaya, sí, y una buena disposición para probarse a sí misma, esto es muy interesante... Entonces, ¿dónde te pondré? 

Hermione se aferró a los bordes del taburete y pensó con fuerza: "¡En Ravenclaw no, en Ravenclaw no!"

—En Ravenclaw, no, ¿eh? —dijo la vocecita—. ¿Estás segura? Podrías ser muy grande, sabes, lo tienes todo en tu cabeza y Ravenclaw te ayudaría en el camino hacia la grandeza. No hay dudas, ¿verdad? Bueno, si estás segura, mejor que seas una...

¡HUFFLEPUFF! 

Hermione oyó al sombrero gritar la última palabra a todo el comedor. Se quitó el sombrero y camino, algo mareada, hacia la mesa dorada. 

Estaba tan aliviada de que la hubiera elegido y no la hubiera puesto en Ravenclaw, que casi no se dio cuenta de que recibía los saludos más calidos hasta el momento. Priya la prefecta se puso de pie y le estrechó la mano vigorosamente, mientras las gemelas Weasley gritaban: "¡Tenemos a Granger! ¡Tenemos a Granger!". Hermione se sentó en el lado opuesto al fantasma que había visto antes. 

Éste le dio una palmada en el brazo, dándole la horrible sensación de haberla metido en un cubo de agua helada. Podía ver bien la Mesa Alta. En la punta, cerca de ella, estaba Pomfrey, que la miró y le aplaudió. Hermione le sonrió. Y allí, en el centro de la Mesa Alta, en una gran silla de oro, estaba sentada Minerva McGonagall. Hermione la reconoció de inmediato, por el cromo de las ranas de chocolate. 

El cabello marron con canas de McGonagall era lo único que brillaba tanto como los fantasmas. Hermione también vio a la profesora Trelawney, la nerviosa joven del Caldero Chorreante. Estaba muy extravagante, con una gran túnica celeste y un tiara con una hermosa gema. Y ya quedaban solamente tres alumnos para seleccionar. 

A Page, Grant le tocó Gryffindor, y después le llegó el turno a Ginny. Tenía una palidez verdosa y Hermione cruzó los dedos debajo de la mesa. Un segundo más tarde, el sombrero gritó: ¡HUFFLEPUFF! Hermione aplaudió con fuerza, junto con los demás, mientras que Ginny se desplomaba en la silla más próxima, siendo abrazada por su nueva amiga, riendo juntas. 

—Bien hecho, Ginny, excelente...—dijo de forma elegante Priya Weasley, por encima de Hermione, mientras que Grengrass, Daphne era seleccionada para Ravenclaw. El profesor Dumbledore enrolló el pergamino y se llevó el Sombrero Seleccionador. Hermione miró su plato de oro vacío. Acababa de darse cuenta de lo hambrienta que estaba. 

Los pasteles le parecían algo del pasado. Minerva McGonagall se había puesto de pie. Miraba con expresión radiante a los alumnos, con los brazos muy abiertos, como si nada pudiera gustarle más que verlos allí. 

—¡Bienvenidos! —dijo—. ¡Bienvenidos a un año nuevo en Hogwarts! Antes de comenzar nuestro banquete, quiero deciros unas pocas palabras. Y aquí están, ¡Papanatas! ¡Llorones! ¡Baratijas! ¡Pellizco!... ¡Muchas gracias! Se volvió a sentar. Todos aplaudieron y vitorearon. Hermione no sabía si reír o no. 

—Está... un poco loca, ¿no? —preguntó con aire inseguro a Priya. 

—¿Loca? —dijo Priya con frivolidad—. ¡Es una genio! ¡Es la mejor bruja del mundo! Pero está un poco loca, sí. ¿Gustas una papa, Hermione? 

Hermione solo se quedó con la boca abierta. 

Los platos que había frente a ella de pronto estuvieron llenos de comida. Nunca había visto tantas cosas que le gustara comer sobre una mesa: carne asada, pollo asado, chuletas de cerdo y de ternera, salchichas, tocino y filetes, patatas cocidas, asadas y fritas, pudín, guisantes, zanahorias, salsa de carne, salsa de tomate y, por alguna extraña razón, bombones de menta. Los Middleton nunca habían matado de hambre a Hermione, pero tampoco le permitían comer lo que quisieran. 

Cassidy siempre se servía lo que Hermione deseaba, aunque no le gustara. Hermione llenó su plato con un poco de todo, salvo los bombones de menta, y comenzó a comer. Todo estaba delicioso. 

—Eso se ve delicioso...—dijo con tristeza el fantasma de la gola, observando a Hermione mientras ésta cortaba su filete.

—¿No puede...? 

—No he comido desde hace unos cuatrocientos años —dijo el fantasma—. No lo necesito, por supuesto, pero uno lo echa de menos. Creo que no me he presentado, ¿verdad? Sir Nicholas de Mimsy-Porpington a su servicio. Fantasma Residente de la Torre de Hufflepuff. 

—¡Yo sé quién es usted! —dijo súbitamente Ginny—. Mi hermana me lo contó. ¡Usted es Nick Casi Decapitado! 

—Yo preferiría que me llamaran Sir Nicholas de Mimsy... —comenzó a decir el fantasma con severidad, pero lo interrumpió Lavander Brown, una chica del pelo rizado. 

—¿Casi Decapitado? ¿Cómo se puede estar casi decapitado? 

Sir Nicholas pareció muy molesto, como si su conversación no resultara como la había planeado. 

—Así... —dijo enfadado. Se agarró la oreja izquierda y tiró. Teda su cabeza se separó de su cuello y cayó sobre su hombro, como si tuviera una bisagra. Era evidente que alguien había tratado de decapitarlo, pero que no lo había hecho bien. 

Pareció complacido ante las caras de asombro y volvió a ponerse la cabeza en su sitio, tosió y dijo: ¡Así que nuevos Hufflepuff! Espero que este año nos ayuden a ganar la copa. Ravenclaw nunca ha estado tanto tiempo sin ganar. ¡Ravenclaw ha ganado la copa seis veces seguidas! El Barón Sanguinario se ha vuelto insoportable... Él es el fantasma de Ravenclaw... 

Hermione miró hacia la mesa de Ravenclaw y vio un fantasma horrible sentado allí, con ojos fijos y sin expresión, un rostro demacrado y las ropas manchadas de sangre plateada. Estaba justo al lado de Parkinson que, como Hermione vio con mucho gusto, no parecía muy contenta con su presencia. 

—¿Cómo es que está todo lleno de sangre? —preguntó Lavander con gran interés. 

—Nunca se lo he preguntado —dijo con delicadeza Nick Casi Decapitado. Cuando hubieron comido todo lo que quisieron, los restos de comida desaparecieron de los platos, dejándolos tan limpios como antes. Un momento más tarde aparecieron los postres. 

Trozos de helados de todos los gustos que uno se pudiera imaginar; pasteles de manzana, tartas de melaza, relámpagos de chocolate, rosquillas de mermelada, bizcochos borrachos, fresas, jalea, arroz con leche... Mientras Hermione se servía un pastelillo, la conversación se centró en las familias. 

—Yo soy mitad y mitad! —dijo Lavander sonriendo—. Mi padre es muggle. Mamá no le dijo que era una bruja hasta que se casaron. Fue una sorpresa algo desagradable para él... Las demás rieron. 

—¿Y tú, Hannah? —dijo Ginny señalando a la rubia. 

—Bueno, mi abuelo me crio y él es un mago —dijo Hannah—, pero la familia creyó que yo era toda una muggle, durante años. Mi tío abuelo Grabiel trataba de sorprenderme descuidada y forzarme a que saliera algo de magia de mí. 

Una vez casi me ahoga, cuando quiso tirarme al agua en el puerto de Blackpool, pero no pasó nada hasta que cumplí ocho años. El tío abuelo Grabiel había ido a tomar el té y me tenía de colgando por los tobillos de una ventana del piso de arriba, cuando mi tía abuela Anne le ofreció una fresa y él, accidentalmente, me soltó. Pero yo reboté, todo el camino, en el jardín y la calle. Todos se pusieron muy felices. 

Mi abuelo estaba tan feliz que lloraba mientras me abrazaba. Y juro que les daría gracia ver sus caras cuando vine aquí. Creían que no sería tan mágica como para venir. El tío abuelo Grabiel estaba tan contento que me compró mi Huron. 

Al otro lado de Hermione, Priya Weasley y Harry estaban hablando de las clases. («Espero que empiecen en seguida, hay mucho que aprender; yo estoy particularmente interesado en Transformaciones, ya sabes, convertir algo en otra cosa, por supuesto parece ser que es muy difícil. Hay que empezar con cosas pequeñas, como cerillas en y todo eso...») 

Hermione, que comenzaba a sentirse reconfortada y somnolienta, miró otra vez hacia la Mesa Alta. Pomfrey bebía delicadamente de su copa. El profesor Dumbledore hablaba con la profesora McGonagall. La profesora Trelawney, con su túnica celeste, conversaba con una profesora de un brilloso pelo marrón, nariz ganchuda y piel cetrina. Todo sucedió muy rápidamente. La profesora de nariz ganchuda miró por encima de la tiara de Trelawney, directamente a los ojos de Hermione... y un dolor agudo golpeó a Hermione en la cicatriz de la frente. 

—¡Ay! —Hermione se llevó una mano a la cabeza. 

—¿Granger, te paso algo? —preguntó Priya preocupada. 

—N-no, estoy bien...

El dolor desapareció tan súbitamente como había aparecido. Era difícil olvidar la sensación que tuvo Hermione cuando la profesora la miró, una sensación que no le gustó en absoluto. 

—¿Quién es la señora que está hablando con la profesora Trelawney? —preguntó a la prefecta. 

—Oh, ¿ya conocías a Trelawney, entonces? No es raro que parezca tan nerviosa, ella es la profesora Umbrigde. Su materia es Pociones, pero no le gusta... Todo el mundo sabe que quiere el puesto de Trelawney. Umbridge sabe muchísimo sobre las Artes Oscuras. 

Hermione vigiló a Umbridge durante un rato, pero la profesora no volvió a mirarla. Por último, también desaparecieron los postres, y la profesora McGonagall se puso nuevamente de pie. Todo el salón permaneció en silencio. 

—Sólo unas pocas palabras más, ahora que todos hemos comido y bebido. Tengo unos pocos anuncios que hacerles para el comienzo del año. Los de primer año deben tener en cuenta que los bosques del área del castillo están prohibidos para todos los alumnos. Y unos pocos de nuestros antiguos alumnos también deberán recordarlo. 

Los ojos relucientes de McGonagall apuntaron en dirección a las pelirrojas con coletas. 

—El señor Filch, el celador, me ha pedido que les recuerde que no deben hacer magia en los recreos ni en los pasillos. Las pruebas de quidditch tendrán lugar en la segunda semana del curso. Los que estén interesados en jugar para los equipos de sus casas, deben ponerse en contacto con la señora Hooch. Y por último, quiero decirles que este año el pasillo del tercer piso, del lado derecho, está fuera de los límites permitidos para todos los que no deseen una muerte muy dolorosa. 

Hermione río, pero fue una de los pocos que lo hizo. 

—¿Lo dice en serio? —murmuró a Priya. 

—Eso creo...—dijo Priya, mirando con rareza a McGonagall—. Es raro, porque habitualmente nos dice el motivo por el que no podemos ir a algún lugar. Por ejemplo, el bosque está lleno de animales peligrosos, todos lo saben. Creo que, al menos, debió avisarnos a nosotros, los prefectos. 

—¡Y ahora, antes de que vayamos a acostarnos, cantemos la canción del colegio! —exclamó McGonagall. Hermione notó que las sonrisas de los otros profesores se habían vuelto algo forzadas. 

McGonagall agitó su varita, como si tratara de atrapar una mosca, y una larga tira dorada apareció, se elevó sobre las mesas, se agitó como una serpiente y se transformó en palabras. 

—¡Que cada uno elija su melodía favorita! —dijo McGonagall—. ¡Y allá vamos! Y todo el colegio vociferó:


Hogwarts, Hogwarts, Hogwarts, enséñanos algo, por favor. Aunque seamos viejos y calvos o jóvenes con rodillas sucias, nuestras mentes pueden ser llenadas con algunas materias interesantes. Porque ahora están vacías y llenas de aire, pulgas muertas y un poco de pelusa. Así que enséñanos cosas que valga la pena saber, haz que recordemos lo que olvidamos, hazlo lo mejor que puedas, nosotros haremos el resto, y aprenderemos hasta que nuestros cerebros se consuman. 


Cada uno terminó la canción en tiempos diferentes. Al final, sólo las gemelas Weasley seguían cantando, con la melodía de una lenta marcha fúnebre. McGonagall los dirigió hasta las últimas palabras, con su varita y, cuando terminaron, fue uno de los que aplaudió con más entusiasmo. 

—¡Ah, la música! —dijo, enjugándose los ojos—. ¡Una magia más allá de todo lo que hacemos aquí! Y ahora, es hora de ir a la cama. ¡Caminen con cuidado! 

Los de primer año de Hufflepuff siguieron a Priya a través de grupos ruidosos, salieron del Gran Comedor y subieron por la escalera de mármol. 

Las piernas de Hermione otra vez parecían de plomo, pero sólo por el exceso de cansancio y comida. Estaba tan dormida que ni se sorprendió al ver que la gente de los retratos, a lo largo de los pasillos, susurraba y los señalaba al pasar; o cuando Priya en dos oportunidades los hizo pasar por puertas ocultas detrás de paneles corredizos y tapices que colgaban de las paredes. Subieron más escaleras, bostezando y arrastrando los pies y, cuando Hermione comenzaba a preguntarse cuánto tiempo más deberían seguir, se detuvieron súbitamente. 

Unos bastones flotaban en el aire, por encima de ellos, y cuando Priya se acercó comenzaron a caer contra ella. 

—Peeves.... —susurró Priya a los de primer año—. Es un duende, lo que en las películas llaman un... Poltergeist... —Levantó la voz—: Peeves, aparece!

La respuesta fue un ruido fuerte y grosero, como si se desinflara un globo. 

—¿Quieres que vaya a buscar al Barón Sanguinario? 

Se produjo un chasquido y un hombrecito, con ojos oscuros y perversos y una boca ancha, apareció, flotando en el aire con las piernas cruzadas y empuñando los bastones. 

—¡Oooooh! —dijo, con un maligno cacareo—. ¡Los horribles novatos! ¡Qué divertido! De pronto se abalanzó sobre ellos. Todos se agacharon. 

—Lárgate de aquí, Peeves, o el Barón se enterará de esto. ¡Hoy si cumplo mi palabra! —gritó enfadada Priya, Peeves hizo sonar su lengua y desapareció, dejando caer los bastones sobre la cabeza de Hannah, dejándole un dolor ligero. Lo oyeron alejarse con un zumbido, haciendo resonar las armaduras al pasar. 

—Tengan mucho cuidado con Peeves... —dijo Priya, mientras seguían avanzando—. El Barón Sanguinario es el único que puede controlarlo, ni siquiera nos escucha a los prefectos. Ya llegamos...

Al final del pasillo colgaba un retrato de una mujer muy gorda, con un vestido de seda rosa. 

—¿Santo y seña? —preguntó. 

—Caput draconis...—dijo Priya, y el retrato se balanceó hacia delante y dejó ver un agujero redondo en la pared. 

Todos se amontonaron para pasar (Hannah necesitó ayuda) y se encontraron en la sala común de Hufflepuff; una habitación redonda y acogedora, rodeada de plantas y flores, llena de cómodos sillones y su color dorado, era una completa maravilla, era como entrar en un castillo pequeño, según Hermione... 

Priya condujo a los niños a través de una puerta, hacia sus dormitorios, y a las niñas por otra puerta. Al final de una escalera de caracol (era evidente que estaban en una de las torres) encontraron, por fin, sus camas, cinco camas con cuatro postes cada una y cortinas de un amarillo fuerte y resplandeciente. Sus baúles ya estaban allí. Demasiado agotadas para conversar, se pusieron sus pijamas y se metieron en la cama. 

—Una comida increíble, ¿no? —murmuró Ginny a Hermione, a través de las cortinas—. ¡Fuera, Maggy! Te estás comiendo mis sábanas!

Hermione estaba a punto de preguntar a Ginny si llevaba algún bocadillo, pero se quedó dormida de inmediato. Tal vez Hermione había comido demasiado, porque tuvo un sueño muy extraño. Tenía puesta la tiara de la profesora Trelawney, la gema que llevaba la tiara le hablaba y le decía que debía pasarse a Ravenclaw de inmediato, porque ése era su destino...

Hermione contestó a la tiara que no quería estar en Ravenclaw y la tiara se volvió cada vez más pesada. Hermione intentó quitársela, pero le apretaba dolorosamente, y entonces apareció Parkinson, que se burló de ella mientras luchaba para quitarse la tiara. 

Luego Parkinson se convirtió en la profesora de nariz ganchuda, Umbridge, cuya risa se volvía cada vez más fuerte y fría... Se produjo un estallido de luz dorada y Hermione se despertó, temblando y empapada en sudor. 

Se dio la vuelta y intento volver a dormir. Al día siguiente, cuando se despertó, no recordaba nada de aquel sueño...


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