𝐁𝐨𝐨𝐤 𝐎𝐧𝐞 ✔ | 𝐄𝐥 𝐂𝐚𝐥𝐥𝐞𝐣ó𝐧 𝐃𝐢𝐚𝐠𝐨𝐧
V
Hermione se despertó temprano aquella mañana. Aunque sabía que ya era de día, mantenía los ojos muy cerrados.
Ha sido un sueño... —se dijo con firmeza—.
Soñé que una mujer llamada Pomfrey vino a decirme que voy a ir a un colegio de magos. Cuando abra los ojos estaré en casa, en mi alacena. Se produjo un súbito golpeteo. "Y ésa es tía Rosemary llamando a la puerta", pensó Hermione con el corazón abrumado. Pero todavía no abrió los ojos. Había sido un sueño tan bonito... Toc. Toc. Toc.
—Está bien —rezongó Hermione—. Ya me levanto. Se incorporó y se le cayó el abrigo rosa en el proceso. La cabaña estaba iluminada por el sol, la tormenta había pasado, Hermione estaba dormida en un sofá distinto y había una lechuza golpeando con su pata en la ventana, con un periódico en el pico.
Hermione se puso de pie, tan feliz como si un gran globo se expandiera en su interior. Fue directamente a la ventana y la abrió. La lechuza bajó en picado y dejó el periódico sobre Pomfrey, que no se despertó a pesar de su ruido. Entonces la lechuza se posó en el suelo y comenzó a atacar el abrigo de Pomfrey.
—No hagas eso. Hermione trató de apartar a la lechuza, pero ésta cerró el pico amenazadoramente y continuó atacando el abrigo.
—¡Pomfrey! —dijo Hermione en voz alta—. Aquí hay una lechuza...
—Págala, cielo... —murmuro Pomfrey desde el sofá.
—¿Qué?
—Quiere que le pagues por traer el periódico.
Busca en los bolsillos. El abrigo de Pomfrey parecía hecho de bolsillos, con contenidos de todo tipo: manojos de llaves, martillos de enfermería, bombones de menta, saquitos de té... Finalmente Hermione sacó un puñado de monedas de aspecto extraño.
—Dale cinco knuts —dijo soñolienta Pomfrey.
—¿Knuts?
—Esas pequeñas de bronce. Hermione contó las cinco monedas y la lechuza extendió la pata, para que Hermione pudiera meter las monedas en una bolsita de cuero que llevaba atada. Y salió volando por la ventana abierta. Pomfrey bostezó con fuerza, se sentó y se desperezó bastante rapido.
—Es mejor que nos demos prisa, Mione. Tenemos muchas cosas que hacer hoy. Debemos ir a Londres a comprar todas las cosas del colegio!
Hermione estaba dando la vuelta a las monedas mágicas y observándolas. Acababa de pensar en algo que le hizo sentir que el globo de felicidad en su interior acababa de pincharse, y ni siquiera había notado que esa no era la vieja cabaña donde estaba antes, era una mas acogedora y tierna.
—Mm... ¿Pomfrey?
—¿Sí? —dijo Pomfrey, que se estaba arreglando el uniforme.
—Yo no tengo dinero y ya oíste a tío Albert anoche, no va a pagar para que vaya a aprender magia...
—No te preocupes por eso —dijo Pomfrey, entrando a su mini cocina, donde saco dos platos y los coloco en su mesa—. ¿No creerás que tus padres no te dejaron nada?
—Pero si su casa fue destruida... —Murmuro con tristeza la niña, mientras la mujer colocaba panqueques, que estaban en un tarro, dejando sorprendida a Hermione, y gracias a un gesto de parte de Pomfrey, se sentó en una silla rosa, bastante tierna...
—Ellos no guardaban el oro en la casa, pequeña... No, la primera parada para nosotras es Gringotts. El banco de los magos. Come y no me negaré a un pedacito de tu pastel de cumpleaños.
—¿Los magos tienen bancos? — Dijo mientras apuñalaba el tenedor a un panqueque.
—Sólo uno. Gringotts. Lo dirigen los gnomos. Hermione dejó caer el pedazo de panqueque que iba a comer.
—¿Gnomos?
—Ajá... Así uno tendría que estar loco para intentar robarlos, puedo decírtelo. Nunca te metas con los gnomos, Mione. Gringotts es el lugar más seguro del mundo para lo que quieras guardar, excepto tal vez Hogwarts. Por otra parte, tenía que visitar Gringotts de todos modos. Por McGonagall. Asuntos de Hogwarts. —Pomfrey se irguió con orgullo—. En general, me utiliza para asuntos importantes. Buscarte a ti... sacar cosas de Gringotts... ella sabe que puede confiar en mí. Pero, te echare una manita de gato antes de irnos...
Murmuro la enfermera, mientras salía de la cocina a otro cuarto, Hermione aun no lo podía creer, era una bruja, y no de esas que eran de color verde, era una bruja buena, como la de la película, la niña en su inocencia solo sonrió debido al pensamiento. Pomfrey regreso, con un vestido, blanco de arriba con encaje negro y gris de abajo (con dibujos de aves), le recordaba a las prendas que estaban en las revistas de tía Rosemary en sección infantil, emocionada se lo coloco, y mientras terminaba de comer, Pomfrey le intentaba arreglar el cabello, pero se rindió, dejándole solo una diadema para controlar su flequillo.
Hermione siguió a Pomfrey fuera de la cabaña. El cielo estaba claro y el mar brillaba a la luz del sol. El bote que tío Albert había alquilado todavía estaba allí, pero, como? si la cabaña se miraba muy diferente a la anterior, sin duda ayuda de magia...
—¿Cómo llegaste donde yo estaba? —preguntó Hermione; mirando alrededor, buscando otro bote.
—Volando—dijo Pomfrey.
—¿Volando?
—Sí... pero vamos a regresar en esto. Ya hice mucho trabajo para que esta cabaña se viese mejor en comparación, ahora que ya te encontré, nos iremos aquí...
Subieron al bote. Hermione todavía miraba a Pomfrey, tratando de imaginársela volando.
—Sin embargo, estoy algo agotada por el viaje... —dijo Pomfrey dirigiendo a Hermione una mirada de soslayo—. Si yo... apresuro las cosas un poquito, ¿te importaría no mencionarlo en Hogwarts junto a la mejora de esa pocilga?
—Por supuesto que no! —respondió Hermione sonriendo, deseosa de ver más magia. Pomfrey sacó otra vez la jeringa, dio dos golpes en el borde del bote y salieron a toda velocidad hacia la orilla.
—¿Por qué tendría que estar uno loco para intentar robar en Gringotts? —preguntó Hermione.
—Hechizos... encantamientos —dijo Pomfrey, desdoblando su periódico mientras hablaba—... Dicen que hay dragones custodiando las cámaras de máxima seguridad. Y además, hay que saber encontrar el camino. Gringotts está a cientos de kilómetros por debajo de Londres, ¿sabes? Muy por debajo del metro. Te morirías de hambre tratando de salir, aunque hubieras podido robar algo.
Hermione permaneció sentada pensando en aquello, mientras Pomfrey leía su periódico, El Profeta. Hermione había aprendido de su tío Albert que a las personas les gustaba que las dejaran tranquilas cuando hacían eso, pero era muy difícil, porque nunca había tenido tantas preguntas que hacer en su vida.
—El Ministerio de Magia está confundiendo las cosas, como de costumbre —murmuró Pomfrey, dando la vuelta a la hoja.
—¿Hay un Ministerio de Magia? —preguntó Hermione, sin poder contenerse.
—Por supuesto —respondió Pomfrey—. Querían que McGonagall fuera la ministra, claro, pero ella nunca dejará Hogwarts, así que el viejo Cornelius Fudge consiguió el trabajo. Nunca ha existido nadie tan molesto. Así que envía lechuzas a McGonagall cada mañana, pidiendo consejos.
—Pero ¿qué hace un Ministerio de Magia?
—Bueno, su trabajo principal es impedir que los muggles sepan que todavía hay brujas y magos por todo el país.
—¿Por qué?
—¿Por qué? Vaya, Mione, todos querrían soluciones mágicas para sus problemas. No, mejor que nos dejen tranquilos.
En aquel momento, el bote dio un leve golpe contra la pared del muelle. Pomfrey dobló su periódico y subieron los escalones de piedra hacia la calle. Los transeúntes miraban mucho a Pomfrey, mientras recorrían el pueblecito camino de la estación, y Hermione no se lo podía reprochar: Pomfrey llevaba un uniforme de enfermera de los años 40s, y también señalaba cosas totalmente corrientes, como los parquímetros, diciendo en voz alta:
—¿Ves eso, querida? Las cosas que esos muggles inventan, ¿verdad?
—Pomfrey —dijo Hermione, jadeando un poco mientras correteaba para seguirla—, ¿no dijiste que había dragones en Gringotts?
—Bueno, eso dicen —respondió Pomfrey—. Me gustaría tener un dragón.
—¿Te gustaría tener uno?
—Quiero uno desde que era niña... Ya llegamos...
Habían llegado a la estación. Salía un tren para Londres cinco minutos más tarde. Pomfrey, que no entendía «el dinero muggle», como lo llamaba, dio las monedas a Hermione para que comprara los billetes. La gente las miraba más que nunca en el tren. Pomfrey ocupó asiento al lado de Hermione y comenzó a tejer lo que parecía ser un sombrero.
—¿Todavía tienes la carta, Mione? —preguntó, mientras contaba los puntos. Hermione sacó de un bolsillo del vestido, la dichosa carta.
—Bien —dijo Pomfrey—. Hay una lista con todo lo que necesitas. Hermione desdobló otra hoja, que no había visto la noche anterior, y leyó:
COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA
UNIFORME
Los alumnos de primer año necesitarán:
— Tres túnicas sencillas de trabajo (negras).
— Un sombrero puntiagudo (negro) para uso diario.
— Un par de guantes protectores (piel de dragón o semejante).
— Una capa de invierno (negra, con broches plateados).
(Todas las prendas de los alumnos deben llevar etiquetas con su nombre.)
LIBROS
Todos los alumnos deben tener un ejemplar de los siguientes libros:
— El libro reglamentario de hechizos (clase 1), Miranda Goshawk.
— Una historia de la magia, Bathilda Bagshot.
— Teoría mágica, Adalbert Waffling.
— Guía de transformación para principiantes, Emeric Switch.
— Mil hierbas mágicas y hongos, Phyllida Spore.
— Filtros y pociones mágicas, Arsenius Jigger.
— Animales fantásticos y dónde encontrarlos, Porpentina Goldstein.
— Las Fuerzas Oscuras. Una guía para la autoprotección, Quentin Trimble.
RESTO DEL EQUIPO
1 varita.
1 caldero (peltre, medida 2).
1 juego de redomas de vidrio o cristal.
1 telescopio.
1 balanza de latón.
Los alumnos también pueden traer una lechuza, un gato o un sapo.
SE RECUERDA A LOS PADRES QUE ALOS DE PRIMER AÑO NO SE LES PERMITE TENER ESCOBAS PROPIAS.
—¿Podemos comprar todo esto en Londres? —se preguntó Hermione en voz alta.
—Sí, si sabes dónde ir —respondió Pomfrey.
Hermione no había estado antes en Londres. Aunque Pomfrey parecía saber adónde iban, era evidente que no estaba acostumbrada a hacerlo de la forma ordinaria. Pomfrey se quejó en voz alta porque los asientos eran muy pequeños y los trenes muy lentos.
—No sé cómo los muggles se las arreglan sin magia —comentó, mientras subían por una escalera mecánica estropeada que las condujo a una calle llena de tiendas. Lo único que Hermione tenía que hacer era mantenerse detrás de Pomfrey. Pasaron ante librerías y tiendas de música, ante hamburgueserías y cines, pero en ningún lado parecía que vendieran varitas mágicas.
Era una calle normal, llena de gente normal. ¿De verdad habría cantidades de oro de magos enterradas debajo de ellos? ¿Había allí realmente tiendas que vendían libros de hechizos y escobas? ¿No sería una broma pesada preparada por los Middleton? Si Hermione no hubiera sabido que los Middleton carecían de sentido del humor, podría haberlo pensado. Sin embargo, aunque todo lo que le había dicho Pomfrey era increíble, Hermione no podía dejar de confiar en ella.
—Es aquí —dijo Pomfrey deteniéndose—. El Caldero Chorreante. Es un lugar famoso. Era un bar diminuto y de aspecto mugriento.
Si Pomfrey no la hubiera señalado, Hermione no la habría visto. La gente, que pasaba apresurada, ni la miraba. Sus ojos iban de la gran librería, a un lado, a la tienda de música, al otro, como si no pudieran ver el Caldero Chorreante. En realidad, Hermione tuvo la extraña sensación de que sólo ella y Pomfrey lo veían. Antes de que pudiera decirlo, Pomfrey la hizo entrar. Para ser un lugar famoso, estaba muy oscuro y destartalado. Unas ancianas estaban sentadas en un rincón, tomando copitas de jerez. Una de ellas fumaba una larga pipa. Un hombre pequeño que llevaba un sombrero de copa hablaba con el viejo cantinero, que era completamente calvo y parecía una nuez blanda. El suave murmullo de las charlas se detuvo cuando ellos entraron.
Todos parecían conocer a Pomfrey. La saludaban con la mano y le sonreían, y el cantinero buscó un vaso diciendo:
—¿Lo de siempre, querida Poppy?
—Lo lamento, Tom, estoy aquí por asuntos de Hogwarts —respondió Pomfrey, poniendo la mano en el hombro de Hermione y obligándole a doblar las rodillas.
—Santo Merlín... —dijo el cantinero, mirando atentamente a Hermione—. ¿Es ella... puede ser...? El Caldero Chorreante había quedado súbitamente inmóvil y en silencio.
—Válgame Dios —susurró el cantinero—. Hermione Granger... todo un honor. Salió rápidamente del mostrador, corrió hacia Hermione y le estrechó la mano, con los ojos llenos de lágrimas.
—Bienvenida, Hermione, bienvenida. Hermione no sabía qué decir. Todos la miraban. La anciana de la pipa seguía chupando, sin darse cuenta de que se le había apagado. Pomfrey estaba radiante. Entonces se produjo un gran movimiento de sillas y, al minuto siguiente, Hermione se encontró estrechando la mano de todos los del Caldero Chorreante.
—Doris Crockford, señorita Hermione. No puedo creer que por fin te haya conocido.
—Estoy orgullosa, Hermione, muy orgullosa.
—Siempre quise estrechar su mano... estoy muy complacido.
—Encantado, Hermione, no puedo decirte cuánto. Mi nombre es Diggle, Dedalus Diggle.
—¡Yo lo he visto antes! —dijo Hermione, mientras Dedalus Diggle dejaba caer su sombrero a causa de la emoción—. Usted me saludó una vez en una tienda.
—¡Me recuerda! —gritó Dedalus Diggle, mirando a todos—. ¿La escucharon? ¡Se acuerda de mí! Hermione estrechó manos una y otra vez. Doris Crockford volvió a repetir el saludo.
Una joven pálida se adelantó, muy nerviosa. Tenía un tic en el ojo.
—¡Profesora Trelawney! —dijo Pomfrey—. Hermione, la profesora Trelawney te dará clases en Hogwarts.
—G-G-Granger —tartamudeó la profesora Trelawney, apretando la mano de Hermione—. N-no pue-e-do decirte l-lo contenta que-e estoy de co-conocerte.
—¿Qué clase de magia enseña usted, profesora Trelawney?
—D-Defensa Contra las Artes O-Oscuras —murmuró la profesora Trelawney, como si no quisiera pensar en ello—. N-no es al-algo que t-tú n-necesites, ¿verdad, G-Granger? —Soltó una risa nerviosa—. Estás reuniendo el e-equipo, s-supongo. Yo tengo que b-buscar otro l-libro de va-vampiros. —
Pareció aterrorizada ante la simple mención. Pero los demás, no permitieron que la profesora Trelawney acaparara a Hermione. Ésta tardó más de diez minutos en despedirse de ellos. Al fin, Pomfrey se hizo oír.
—Tenemos que irnos. Hay mucho que comprar. Vamos, Mione. Doris Crockford estrechó la mano de Hermione una última vez y Pomfrey se la llevó a través del bar hasta un pequeño patio cerrado, donde no había más que un cubo de basura y hierbajos.
Pomfrey miró sonriente a Hermione.
—Te lo dije, ¿verdad? Te dije que eras famosa. Hasta la profesora Trelawney temblaba al conocerte, aunque te diré que habitualmente tiembla...
—¿Es natural que haga eso?
—No realmente pero, el mundo es algo cruel. Pobre mujer. Una mente brillante. Estaba bien mientras estudiaba esos libros de vampiros, pero entonces tomo un año de vacaciones, para tener experiencias directas... Dicen que encontró vampiros en la Selva Negra y que tuvo un desagradable problema con una hechicera... Y desde entonces no es la misma. Se asusta de los alumnos, tiene miedo de su propia asignatura...
Ahora ¿adónde vamos, Vacunas? ¿Vampiros? ¿Hechiceras? La cabeza de Hermione era un torbellino. Pomfrey, mientras tanto, contaba ladrillos en la pared, encima del cubo de basura.
—Tres arriba... dos horizontales... —murmuraba—. Correcto. Un paso atrás querida...
Pomfrey Dio tres golpes a la pared, con la punta de su jeringa. El ladrillo que había tocado se estremeció, se retorció y en el medio apareció un pequeño agujero, que se hizo cada vez más ancho. Un segundo más tarde estaban contemplando un pasaje abovedado lo bastante grande hasta para Pomfrey, un paso que llevaba a una calle con adoquines, que serpenteaba hasta quedar fuera de la vista.
—Bienvenida —dijo Pomfrey con una sonrisa— al callejón Diagon.
Entraron en el pasaje. Hermione miró rápidamente por encima de su hombro y vio que la pared volvía a cerrarse. El sol brillaba iluminando numerosos calderos, en la puerta de la tienda más cercana. «Calderos - Todos los Tamaños - Latón, Cobre, Peltre, Plata - Automáticos - Plegables», decía un rótulo que colgaba sobre ellos.
—Sí, vas a necesitar uno —dijo Pomfrey— pero mejor que vayamos primero a conseguir el dinero.
Hermione deseó tener ocho ojos más. Movía la cabeza en todas direcciones mientras iban calle arriba, tratando de mirar todo al mismo tiempo: las tiendas, las cosas que estaban fuera y la gente haciendo compras. Una mujer regordeta negaba con la cabeza en la puerta de una droguería cuando ellos pasaron, diciendo: "Hígado de dragón a diecisiete sickles la onza, están locos...".
Un suave ulular llegaba de una tienda oscura que tenía un rótulo que decía:
"El emporio de las lechuzas. Color pardo, castaño, gris y blanco".
Varios chicos de la edad de Hermione pegaban la nariz contra un escaparate lleno de escobas.
Miren! —oyó Hermione que decía un chico—, la nueva Nimbus 2.000, la más veloz!
Algunas tiendas vendían ropa; otras, telescopios y extraños instrumentos de plata que Hermione nunca había visto. Escaparates repletos de bazos de murciélagos y ojos de anguilas, tambaleantes montones de libros de encantamientos, plumas y rollos de pergamino, frascos con pociones, globos con mapas de la luna...
—Gringotts... —dijo Pomfrey. Habían llegado a un edificio, blanco como la nieve, que se alzaba sobre las pequeñas tiendas.
Delante de las puertas de bronce pulido, con un uniforme carmesí y dorado, había...
—Sí, eso es un gnomo —dijo Pomfrey en voz baja, mientras subían por los escalones de piedra blanca. El gnomo era una cabeza más bajo que Hermione. Tenía un rostro moreno e inteligente, una barba puntiaguda y, Hermione pudo notarlo, dedos y pies muy largos. Cuando entraron los saludó. Entonces encontraron otras puertas dobles, esta vez de plata, con unas palabras grabadas encima de ellas.
Entra, desconocido, pero ten cuidado
Con lo que le espera al pecado de la codicia,
Porque aquellos que cogen, pero no se lo han ganado,
Deberán pagar en cambio mucho más,
Así que si buscas por debajo de nuestro suelo
Un tesoro que nunca fue tuyo,
Ladrón, te hemos advertido, ten cuidado
De encontrar aquí algo más que un tesoro.
—Como te dije, hay que estar loco para intentar robar aquí...—dijo Pomfrey. Dos gnomos las hicieron pasar por las puertas plateadas y se encontraron en un amplio vestíbulo de mármol. Un centenar de gnomos estaban sentados en altos taburetes, detrás de un largo mostrador, escribiendo en grandes libros de cuentas, pesando monedas en balanzas de cobre y examinando piedras preciosas con lentes. Las puertas de salida del vestíbulo eran demasiadas para contarlas, y otros gnomos guiaban a la gente para entrar y salir. Pomfrey y Hermione se acercaron al mostrador.
—Buenos días —dijo Pomfrey a un gnomo desocupado—. Hemos venido a sacar algo de dinero de la caja de seguridad de la señorita Granger.
—¿La señorita tiene su llave?
—La tengo aquí mismo...—dijo Pomfrey, y saco de uno de sus bolsillos una pequeña llave dorada. El gnomo la examinó de cerca.
—Parece estar todo en orden...
—Y también tengo una carta de suma importancia... —dijo Pomfrey, dándose importancia—. Es sobre lo-que-usted-sabe, en la cámara setecientos trece. El gnomo leyó la carta cuidadosamente.
—Muy bien... —dijo, devolviéndosela a Pomfrey—. Voy a hacer que alguien las acompañe abajo, a las dos cámaras. ¡Griphook!
Griphook era otro gnomo. Pomfrey y Hermione siguieron a Griphook hacia una de las puertas de salida del vestíbulo.
—¿Qué es lo-que-usted-sabe en la cámara setecientos trece? —preguntó Hermione.
—No te lo puedo decir, querida... —dijo misteriosamente Pomfrey—. Es algo muy privado. Asuntos de Hogwarts. McGonagall simplemente me lo confió. Griphook les abrió la puerta. Hermione, que había esperado más mármoles, se sorprendió.
Estaban en un estrecho pasillo de piedra, iluminado con antorchas. Se inclinaba hacia abajo y había unos raíles en el suelo. Griphook silbó y un pequeño carro llegó rápidamente por los raíles. Subieron y se pusieron en marcha.
Al principio fueron rápidamente a través de un laberinto de retorcidos pasillos. Hermione trató de recordar, izquierda, derecha, derecha, izquierda, una bifurcación, derecha, izquierda, pero era imposible. El veloz carro parecía conocer su camino, porque Griphook no lo dirigía. A Hermione le escocían los ojos de las ráfagas de aire frío, pero los mantuvo muy abiertos, junto a que su cabello le tapase el rostro, provocándole un puchero. En una ocasión, le pareció ver un estallido de fuego al final del pasillo y se dio la vuelta para ver si era un dragón, pero era demasiado tarde. Iban cada vez más abajo, pasando por un lago subterráneo en el que había gruesas estalactitas y estalagmitas saliendo del techo y del suelo.
—Me entra la curiosidad —gritó Hermione a Pomfrey, para hacerse oír sobre el estruendo del carro—. ¿Cuál es la diferencia entre una estalactita y una estalagmita?
—Las estalagmitas tienen una eme —dijo Pomfrey—. Y Mione, no hagas preguntas, siento que sacare mi desayuno... Su cara se había puesto verde y, cuando el carro por fin se detuvo, ante la pequeña puerta de la pared del pasillo, Pomfrey se bajó y tuvo que apoyarse en Hermione y la pared, para que dejaran de temblarle las rodillas.
Griphook abrió la cerradura de la puerta. Una oleada de humo verde los envolvió. Cuando se aclaró, Hermione estaba tosiendo. Dentro había montículos de monedas de oro. Montones de monedas de plata. Montañas de pequeños knuts de bronce.
—Todo esto es tuyo...—dijo Pomfrey sonriéndole a la pequeña. Todo era de Hermione, era increíble. Los Middleton no debían saberlo, o se abrían apoderado de todo en un abrir y cerrar de ojos. ¿Cuántas veces se habían quejado de lo que les costaba mantener a Hermione? Y durante todo aquel tiempo, una pequeña fortuna enterrada debajo de Londres le pertenecía. Pomfrey ayudó a Hermione a poner una cantidad en una bolsa.
—Las de oro son galeones —explicó—. Diecisiete sickles de plata hacen un galeón y veintinueve knuts equivalen a un sickle, es muy fácil. Bueno, esto será suficiente para un curso o dos, dejaremos el resto guardado para ti. —Se volvió hacia Griphook—. Ahora, por favor, la cámara setecientos trece. ¿Y podemos ir un poco más despacio?
—Una sola velocidad, señora.. —contestó Griphook. Fueron más abajo y a mayor velocidad. El aire se volvió cada vez más frío, y su cabello ya ni se podía apartar, mientras doblaban por estrechos recodos. Llegaron entre sacudidas al otro lado de una hondonada subterránea, y Hermione por fin aparto su cabello y se inclinó hacia un lado para ver qué había en el fondo oscuro, pero Pomfrey se preocupo y la enderezó cerca de ella, atrayéndola a su pecho. La cámara setecientos trece no tenía cerradura.
—Un paso atrás —dijo Griphook, dándose importancia. Tocó la puerta con uno de sus largos dedos y ésta desapareció—. Si alguien que no sea un gnomo de Gringotts lo intenta, será succionado por la puerta y quedará atrapado —añadió.
—¿Cada cuánto tiempo comprueban que no se haya quedado nadie dentro? —quiso saber Hermione.
—Más o menos cada diez años —dijo Griphook, con una sonrisa maligna. Algo realmente extraordinario tenía que haber en aquella cámara de máxima seguridad, Hermione estaba segura, y se inclinó anhelante, esperando ver joyas fabulosas, pero la primera impresión era que estaba vacía. Entonces vio el sucio paquetito, envuelto en papel marrón, que estaba en el suelo.
Pomfrey se acerco, lo tomo y lo guardó en las profundidades de su bolsillo. A Hermione le hubiera gustado conocer su contenido, pero sabía que era mejor no preguntar.
—Vamos, regresemos en ese carro infernal y no me hables durante el camino, Mione; no quiero vomitarte encima... —dijo Pomfrey. Después de la veloz trayectoria, salieron parpadeando a la luz del sol, fuera de Gringotts. Hermione no sabía adónde ir primero con su bolsa llena de dinero. No necesitaba saber cuántos galeones había en una libra, para darse cuenta de que tenía más dinero que nunca, más dinero incluso que el que Cassidy tendría jamás.
—Tendrías que comprarte el uniforme —dijo Pomfrey, señalando hacia...
"Madame Malkin, túnicas para todas las ocasiones"
—Cielo; ¿te importaría que me dé una vuelta por el Caldero Chorreante? Quede mal por el viaje de Gringotts. —
Todavía parecía mareada, así que Hermione asintió sonriendole y entró sola en la tienda de Madame Malkin, sintiéndose algo nerviosa. Madame Malkin era una bruja sonriente y regordeta, vestida de color malva.
—¿Hogwarts, linda? —dijo, cuando Hermione empezó a hablar—. Tengo muchos aquí... En realidad, otra niña se está probando ahora.
En el fondo de la tienda, una niña de rostro pálido y cabello oscuro estaba de pie sobre un escabel, mientras otra bruja le ponía alfileres en la larga túnica negra. Madame Malkin puso a Hermione en un escabel al lado del otro, le deslizó por la cabeza una larga túnica y comenzó a marcarle el largo apropiado.
—Hola! —dijo la niña sonriéndole—. ¿También iras a Hogwarts?
—Si... —respondió Hermione algo sorprendida.
—Mi madre está en la tienda de al lado, comprando mis libros, y mi padre ha ido calle arriba para mirar las varitas —dijo la chica. Tenía una voz algo chillona—. Luego voy a arrastrarlos a mirar escobas de carrera. No sé por qué los de primer año no pueden tener una propia. Creo que voy a fastidiar a padre hasta que me compre una y buscare una forma de meterla, no importa que!
Hermione recordaba a Cassidy, se notaban bastante... Mimadas...
—¿Tú tienes escoba propia? —continuó la pelinegra.
—No —dijo Hermione.
—¿Juegas al menos al quidditch?
—No —dijo de nuevo Hermione, preguntándose qué diablos sería el quidditch.
—Yo sí. Madre dice que sería un crimen que no me eligieran para jugar por mi casa, y la verdad es que estoy de acuerdo. ¿Ya sabes en qué casa estarás?
—No... —dijo Hermione, sintiéndose cada vez más avergonzada.
—Bueno, nadie lo sabrá realmente hasta que lleguemos allí, pero estoy segura de que seré Ravenclaw, porque toda mi familia pertenece ahí! ¿Te imaginas estar en Gryffindor? Yo creo que escaparía a penas lo sepa...
—Aja... —contestó Hermione, deseando poder decir algo interesante, para mejorar la conversación.
—¡Oye, mira a esa anciana! —dijo súbitamente la chica, señalando hacia la vidriera de delante. Pomfrey estaba allí, sonriendo a Hermione y señalando dos grandes helados, con una sonrisa pura.
—Ella es Pomfrey —dijo Hermione, contenta de saber algo que la otra no sabía—. Trabaja en Hogwarts.
—Oh —dijo la de cabello corto—, he oído hablar de ella. Es una especie de sirvienta, ¿no?
—Es una enfermera —dijo Hermione, rodando los ojos, su uniforme mostraba de manera obvia su trabajo.
Cada vez le gustaba menos aquella chica.
—Sí, claro. He oído decir que es una especie de sirvienta y madre a la vez, que vive en una cabaña en los terrenos del colegio con un hombre barbudo...
—Yo creo que es estupenda... —dijo Hermione sonriéndole con falsedad a la joven.
—¿Eso crees? —preguntó la chica en tono burlón—. ¿Por qué está aquí contigo? ¿Dónde están tus padres?
—Ya no están en este mundo... —respondió en pocas palabras. No tenía ganas de hablar de ese tema con ella.
—Oh, lo lamento... —dijo la otra, aunque no pareció que le importara—. Pero eran de nuestra misma clase, ¿no?
—Eran un mago y una bruja, si es eso a lo que te refieres...
—Realmente creo que no deberían dejar entrar a los otros ¿no te parece? No son como nosotros, no los educaron para conocer nuestras costumbres. Algunos nunca habían oído hablar de Hogwarts hasta que recibieron la carta, ya te imaginarás. Yo creo que debería quedar todo en las familias de antiguos magos. Y a propósito, ¿cuál es tu apellido?
Pero antes de que Hermione pudiera contestar, Madame Malkin dijo:
—Ya está listo lo tuyo, linda. Y Hermione, sin lamentar tener que dejar de hablar con la chica, bajó del escabel.
—Bien, te veré en Hogwarts, en un par de meses, cuídate! —dijo la de cabello corto con una sonrisa, de manera espeluznante, Hermione se paso con el dilema si eso fue un deseo noble o una amenaza...
Hermione estaba muy silenciosa, mientras comía el helado que Pomfrey le había comprado (chocolate y frambuesa con trozos de nueces).
—¿Qué sucede, cielo? —preguntó Pomfrey.
—Nada —mintió Hermione. Se detuvieron a comprar pergamino y plumas. Hermione se animó un poco cuando encontró un frasco de tinta que cambiaba de color al escribir. Cuando salieron de la tienda, preguntó:
—Pomfrey, ¿qué es el quidditch?
—Vaya, Mione, no es que me interese mucho pero, es casi un pecado no saber del deporte...
—No me hagas sentir peor... —dijo Hermione bajando un poco su cabeza, haciendo a la enfermera reír y acaricio su cabeza antes de seguir caminando.
En el camino le contó a Pomfrey lo de la chica pelinegra de la tienda de Madame Malkin.
—... y dijo que la gente de familia de muggles no deberían poder ir...
—Tú no eres de una familia muggle, querida. Si hubiera sabido quién eres... Ella ha crecido conociendo tu nombre, si sus padres son magos. Ya lo has visto en el Caldero Chorreante. De todos modos, qué sabe ella, algunos de los mejores que he conocido eran los únicos con magia en una larga línea de muggles. ¡Mira tu padre! ¡Y mira la hermana que tuvo!
—Entonces ¿qué es el quidditch?
—Es nuestro deporte. Deporte de magos. Es... como el fútbol en el mundo muggle, todos lo siguen. Se juega en el aire, con escobas, y hay cuatro pelotas... Es difícil explicarte, mas cuando no soy una experta...
—¿Y qué son Ravenclaw y Gryffindor?
—Casas del colegio. Hay cuatro. Todos dicen que en Gryffindor son un montón de inútiles, pero, lo dudo mucho, su símbolo demuestra lo con-...
—Seguro que yo estaré en Gryffindor... —dijo Hermione desanimada.
—Mione, no debes juzgarte a ti misma, además, Gryffindor es mejor que Ravenclaw —dijo Pomfrey con tono lúgubre pero calido—. Las brujas y los magos oscuros habían estado todos y cada uno de ellos, en Ravenclaw. Quien-tú-sabes fue parte de ella...
—¿Cir... perdón... Quien-tú-sabes estuvo en Hogwarts?
—Hace muchos años... —respondió Pomfrey. Compraron los libros de Hermione en una tienda llamada Flourish y Blotts, en donde los estantes estaban llenos de libros hasta el techo.
Había unos grandiosos forrados en piel, otros del tamaño de un sello, con tapas de seda, otros llenos de símbolos raros y unos pocos sin nada impreso en sus páginas. Hasta Cassidy, que nunca leía nada, habría deseado tener alguno de aquellos libros.
Pomfrey casi tuvo que arrastrar a Hermione para que dejara Hechizos y contrahechizos (encante a sus amigos y confunda a sus enemigos con las más recientes venganzas: Pérdida de Cabello, Piernas de Mantequilla, Lengua Atada y más, mucho más), del profesor Vindictus Viridian.
—Estaba tratando de averiguar cómo hechizar a Cassidy...
—No estoy diciendo que no sea una buena idea, pero no puedes utilizar la magia en el mundo muggle, excepto en circunstancias muy especificas... —dijo Pomfrey—. Y de todos modos, no podrías hacer ningún hechizo todavía, necesitarás mucho más estudio antes de llegar a ese nivel.
Pomfrey tampoco dejó que Hermione comprara un sólido caldero de oro (en la lista decía de peltre) pero consiguieron una bonita balanza para pesar los ingredientes de las pociones y un telescopio plegable de cobre.
Luego visitaron la droguería, tan fascinante como para hacer olvidar el horrible hedor, una mezcla de huevos pasados y repollo podrido. En el suelo había barriles llenos de una sustancia viscosa y botes con hierbas. Raíces secas y polvos brillantes llenaban las paredes, y manojos de plumas e hileras de colmillos y garras colgaban del techo.
Mientras Pomfrey preguntaba al hombre que estaba detrás del mostrador por un surtido de ingredientes básicos para pociones, Hermione examinaba cuernos de unicornio plateados, a veintiún galeones cada uno, y minúsculos ojos negros y brillantes de escarabajos (cinco knuts la cucharada). Fuera de la droguería, Pomfrey miró otra vez la lista de Hermione.
—Sólo falta la varita... Ah, sí, y todavía no te he buscado un regalo de cumpleaños. Hermione sintió que se ruborizaba.
—No tienes que...
—Sé que no tengo que hacerlo. Te diré qué será, te compraré un animal. No un sapo, los sapos pasaron de moda hace años, se burlarán... y no me gustan los ratones, me dan algo... Te voy a regalar una lechuza. Todos los niños quieren tener una. Son muy útiles, llevan tu correspondencia y todo lo demás.
Veinte minutos más tarde, salieron del Emporio de la Lechuza, que era oscuro y lleno de ojos brillantes, susurros y aleteos. Hermione llevaba una gran jaula con una hermosa lechuza cafe, medio dormida, con la cabeza debajo de un ala. Y no dejó de agradecer el regalo, tartamudeando como la profesora Trelawney.
—Ni lo menciones —dijo Pomfrey con calidez—. Dudo que los Middleton te hagan muchos regalos. Ahora nos queda solamente Ollivander, el único lugar donde venden varitas, y tendrás la mejor...
Una varita mágica... Eso era lo que Hermione realmente había estado esperando. La última tienda era estrecha y de mal aspecto. Sobre la puerta, en letras doradas, se leía:
"Ollivander: fabricantes de excelentes varitas desde el 382 a.C."
En el polvoriento escaparate, sobre un cojín de desteñido color púrpura, se veía una única varita. Cuando entraron, una campanilla resonó en el fondo de la tienda. Era un lugar pequeño y vacío, salvo por una silla la cual Pomfrey limpio y se sentó a esperarla. Hermione se sentía algo extraña, como si hubieran entrado en una biblioteca muy estricta.
Se tragó una cantidad de preguntas que se le acababan de ocurrir, y en lugar de eso, miró las miles de estrechas cajas, amontonadas cuidadosamente hasta el techo. Por alguna razón, sintió una comezón en la nuca. El polvo y el silencio parecían hacer que le picara por alguna magia secreta.
—Buenas tardes... —dijo una voz amable. Hermione dio un salto. Pomfrey también debió de sobresaltarse porque se oyó un crujido y se levantó rápidamente de la silla. Un anciano estaba ante ellos; sus ojos, grandes y pálidos, brillaban como lunas en la penumbra del local.
—Hola... —dijo Hermione con una torpe sonrisa.
—Ah, sí...—dijo el hombre—. Sí, sí, pensaba que iba a verte pronto. Hermione Granger.
—No era una pregunta—. Tienes los ojos de tu padre. Parece que fue ayer el día en que el vino aquí, a comprar su primera varita. Veintiséis centímetros de largo, elástica, de sauce. Una preciosa varita para encantamientos.
El señor Ollivander se acercó a Hermione. La castaña deseó que el hombre parpadeara. Aquellos ojos plateados eran un poco lúgubres.
—Tu madre, por otra parte, prefirió una varita de caoba. Veintiocho centímetros y medio. Flexible. Un poquito más poderosa y excelente para transformaciones. Bueno, he dicho que tu madre la prefirió, pero en realidad es la varita la que elige al mago.
El señor Ollivander estaba tan cerca que él y Hermione casi estaban nariz contra nariz. Hermione podía ver su reflejo en aquellos ojos velados.
—Y aquí es donde... El señor Ollivander tocó la luminosa cicatriz de la frente de Harry, con un largo dedo blanco.
—Lamento decir que yo vendí la varita que hizo eso... —dijo amablemente—. Treinta y cuatro centímetros y cuarto. Una varita poderosa, muy poderosa, y en las manos equivocadas... Bueno, si hubiera sabido lo que esa varita iba a hacer en el mundo...
Negó con la cabeza y entonces, para alivio de Hermione, fijó su atención en Pomfrey.
—¡Poppy! ¡Querida Poppy! Me alegro de verte de nuevo... Roble, cuarenta centímetros y medio, flexible... ¿Era así?
—Acertó señor... —dijo Pomfrey con una voz melancólica.
—Buena varita. Pero supongo que la partieron en dos cuando la expulsaron —dijo el señor Ollivander, súbitamente severo.
—Eh..., sí, eso hicieron, sí —respondió Pomfrey, arrastrando los pies—. Sin embargo, todavía conservo los pedazos... —añadió con nostalgia.
—Pero no los utiliza, ¿cierto? —preguntó en tono severo.
—No señor... —dijo Pomfrey de manera seria. Hermione se dio cuenta de que podía llegar a ser mentira su afirmación, pues se estaba aferrando al bolsillo que ocultaba su jeringa...
—Mmm... —dijo el señor Ollivander, lanzando una mirada inquisidora a Hagrid—. Bueno, ahora, Hermione.. Déjame ver. —Sacó de su bolsillo una cinta métrica, con marcas plateadas—. ¿Con qué brazo usas la varita?
—Eh... bueno, soy diestra —respondió Hermione.
—Extiende tu brazo. Eso es. —Midió a Hermione del hombro al dedo, luego de la muñeca al codo, del hombro al suelo, de la rodilla a la axila y alrededor de su cabeza.
Mientras medía, dijo—: Cada varita Ollivander tiene un núcleo central de una poderosa sustancia mágica, Hermione. Utilizamos cabello de unicornio, plumas de cola de fénix y nervios de corazón de dragón. No hay dos varitas Ollivander iguales, como no hay dos unicornios, dragones o aves fénix iguales. Y, por supuesto, nunca obtendrás tan buenos resultados con la varita de otro mago.
De pronto, Hermione se dio cuenta de que la cinta métrica, que en aquel momento le medía entre las fosas nasales, lo hacía sola. El señor Ollivander estaba revoloteando entre los estantes, sacando cajas.
—Esto ya está —dijo, y la cinta métrica se enrolló en el suelo—. Bien, Hermione Prueba ésta. Madera de haya y nervios de corazón de dragón. Veintitrés centímetros. Bonita y flexible. Tomala y agítala. Hermione obedeció y tomo la varita y la agitó a su alrededor, pero el señor Ollivander se la quitó casi de inmediato.
—Arce y pluma de fénix. Diecisiete centímetros y cuarto. Muy elástica. Prueba... Hermione probó, pero tan pronto como levantó el brazo el señor Ollivander se la quitó.
—No, no... Ésta. Ébano y pelo de unicornio, veintiún centímetros y medio. Elástica. Vamos, vamos, inténtalo. Hermione lo intentó. No tenía ni idea de lo que estaba buscando el señor Ollivander. Las varitas ya probadas, que estaban sobre la silla, aumentaban por momentos, pero cuantas más varitas sacaba el señor Ollivander, más contento parecía estar.
—Qué clienta tan difícil, ¿no? No te preocupes, encontraremos a tu pareja perfecta por aquí, en algún lado. Me pregunto... sí, por qué no, una combinación poco usual, acebo y pluma de fénix, veintiocho centímetros, bonita y flexible.
Hermione tocó la varita. Sintió un súbito calor en los dedos. Levantó la varita sobre su cabeza, la hizo bajar por el aire polvoriento, y una corriente de chispas rojas y doradas estallaron en la punta como fuegos artificiales, arrojando manchas de luz que bailaban en las paredes. Pomfrey le aplaudió y el señor Ollivander dijo:
—¡Oh, bravo! Oh, sí, oh, muy bien. Bien, bien, bien... Qué curioso... Realmente qué curioso... Puso la varita de Hermione en su caja y la envolvió en papel fino, todavía murmurando: "Curioso... muy curioso".
—Perdón... —dijo Hermione—. Pero ¿qué es tan curioso? El señor Ollivander fijó en Hermione su mirada pálida.
—Recuerdo cada varita que he vendido, señorita Granger. Cada una de las varitas. Y resulta que la cola de fénix de donde salió la pluma que está en tu varita dio otra pluma, sólo una más. Y realmente es muy curioso que estuvieras destinada a esa varita, cuando fue su hermana la que te hizo esa cicatriz. Hermione tragó, sin poder hablar.
—Sí, veintiocho centímetros. Ajá. Realmente curioso cómo suceden estas cosas. La varita escoge al mago, recuérdalo... Creo que debemos esperar grandes cosas de ti, Hermione Granger... Después de todo, Quien-que-no-debe-ser-nombrada hizo grandes cosas... Terribles, sí, pero grandiosas. Hermione se estremeció.
No estaba seguro de que el señor Ollivander le agradara. Pagó siete galeones de oro por su varita y el señor Ollivander las acompañó hasta la puerta de su tienda. Al atardecer, con el sol muy bajo en el cielo, Hermione y Pomfrey emprendieron su camino otra vez por el callejón Diagon, a través de la pared, y de nuevo por el Caldero Chorreante, ya vacío.
Hermione no habló mientras salían a la calle y ni siquiera notó la cantidad de gente que se quedaban admirándolas en el metro, cargando con una serie de paquetes pequeños de formas raras y con una lechuza dormida en el regazo de Hermione. Subieron por la escalera mecánica y entraron en la estación de Paddington. Hermione acababa de darse cuenta de dónde estaban cuando Pomfrey le toco el hombro.
—Tenemos tiempo para que comas algo antes de que salga el tren... —dijo. Esta le invito a pasar a una cafetería, muy tierna por cierto, pidiendo dos donas y una taza de café junto a un jugo de naranja. Hermione miró a su alrededor a través del cristal del lugar. De alguna manera, todo le parecía muy extraño.
—¿Estás bien, Hermione? Te ves algo tensa... —dijo Pomfrey. Hermione no estaba segura de poder explicarlo. Había tenido el mejor cumpleaños de su vida y, sin embargo, masticó su dona y tomo un poco de jugo, intentando encontrar las palabras.
—Todos creen que soy especial —dijo finalmente—. Toda esa gente del Caldero Chorreante, la profesora Trelawney, el señor Ollivander... Pero yo no sé nada sobre magia. ¿Cómo pueden esperar grandes cosas? Soy famosa y ni siquiera puedo recordar el porque... No sé qué sucedió cuando Cir... Perdón, quiero decir, la noche en que mis padres murieron.
Pomfrey se inclinó sobre la mesa. Acomodando el cabello de la niña, revelando su cicatriz...
—No te preocupes, Mione. Aprenderás muy rápido. Todos son principiantes cuando empiezan en Hogwarts. Vas a estar muy bien. Sencillamente sé tú misma. Sé que es complicado. Has estado lejos y eso siempre es horrible. Pero vas a pasarlo muy bien en Hogwarts, yo lo pasé y, en realidad, todavía lo paso.
Pomfrey ayudó a Hermione a subir al tren que la llevaría hasta la casa de los Middleton y luego le entregó un sobre.
—Tu boleto para Hogwarts...—dijo acariciando su mejilla—. El uno de septiembre, en Kings Cross. Está todo en el boleto. Cualquier problema con los Middleton y me envías una carta con tu lechuza, ella sabrá encontrarme... Te veré pronto, niña hermosa...
El tren arrancó de la estación. Hermione deseaba ver a la enfermera hasta que se perdiera de vista. Se levantó del asiento y apretó la nariz contra la ventanilla, pero parpadeó y Pomfrey ya no se encontraba allí, pero creo una sensación en ella que creía marchita, el cariño...
Sugerencia: Escuchar Beautiful Boy de John Lennon cantada por "Bella" en Youtube, quise llorar, hasta hice esto con una ia <3
Son tan lindas! nos veremos en el siguiente cap! <D
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