𝐁𝐨𝐨𝐤 𝐎𝐧𝐞 ✔ | 𝐄𝐥 𝐁𝐨𝐬𝐪𝐮𝐞 𝐏𝐫𝐨𝐡𝐢𝐛𝐢𝐝𝐨


XV

Las cosas no podían haber salido peor. Filch los llevó al despacho del profesor Dumbledore, en el primer piso, donde se sentaron a esperar; sin decir una palabra. Harry temblaba sorprendiéndola, pues era el mas fuerte de los tres. Excusas, disculpas y locas historias cruzaban la mente de Hermione, cada una más débil que la otra. No podía imaginar cómo se iban a librar de este problema esta vez. Estaban atrapados. 

¿Cómo podían haber sido tan tontos para olvidar la capa? No había razón en el mundo para que el profesor Dumbledore aceptara que habían estado vagando durante la noche, para no mencionar la torre más alta de Astronomía, que estaba prohibida, salvo para las clases. 

Si añadía a todo eso a Lily y la capa invisible, ya podían empezar a hacer las maletas. ¿Hermione pensaba que las cosas no podían estar peor? Estaba equivocada. Cuando el profesor Dumbledore apareció, llevaba a la pobre de Hannah de la oreja. 

—¡Hermione! —estalló Hannah en cuanto los vio—. Estaba tratando de encontrarte para advertirte, escuche que Parkinson decía que iba a atraparte, dijo que tenías un drag... 

Hermione negó violentamente con la cabeza, para que Hannah no hablara más, pero el profesor Dumbledore la vio. Lo miró como si echara fuego igual que Lily y se irguió, amenazador, sobre los tres. 

—Nunca lo habría creído de ninguno de ustedes. El señor Filch dice que estaban en la torre de Astronomía. A la una de la mañana. Quiero una explicación, ahora. 

Ésa fue la primera vez que Harry no pudo contestar a una pregunta de un profesor. Miraba fijamente sus zapatillas, tan rígido como una estatua. 

—Creo que tengo idea de lo que sucedió... —dijo el profesor Dumbledore—. No hace falta ser un genio para descubrirlo. Te inventaste una historia sobre un dragón para que Parkinson saliera de la cama y se metiera en problemas. Te he atrapado. Supongo que te habrá parecido divertido que Abbott oyera la historia y también lo creyera, ¿no? 

Hermione captó la mirada de Hannah y trató de decirle, sin palabras de por medio, que aquello no era verdad, porque Hannah parecía asombrada y herida. Pobre Hannah, Hermione sabía lo que debía de haberle costado buscarlos en la oscuridad, para advertirles. 

—Que decepción... —murmuro el profesor Dumbledore—. Cuatro alumnos fuera de la cama en una noche. ¡Nunca he oído una cosa así! Tú, Harry Potter, pensé que tenías más sentido común. Y tú, Hermione Granger... Creía que Hufflepuff significaba más para ti. Los tres sufrirán un castigo... Sí, tú también, Abbott, nada te da derecho a dar vueltas por el colegio durante la noche, en especial en estos días: es muy peligroso y se descontarán cincuenta puntosa Hufflepuff. 

—¿Cincuenta? —resopló Hermione. Iban a perder el primer puesto, lo que había ganado en el último partido de quidditch. 

—Cincuenta puntos cada uno... —dijo el profesor Dumbledore, resoplando a través de su nariz puntiaguda. 

—Profesor... por favor... 

—Usted, usted no... 

—No me digas lo que puedo o no puedo hacer; Señorita Granger. Ahora, vuelvan a la cama, todos. Nunca me he sentido tan avergonzado de alumnos de mi propia casa...

Ciento cincuenta puntos perdidos. Eso situaba a Hufflepuff en el último lugar. En una noche, habían acabado con cualquier posibilidad de que Hufflepuff ganara la copa de la casa. Hermione sentía como si le retorcieran el estómago. ¿Cómo podrían arreglarlo? Hermione no durmió aquella noche. Podía oír el llanto de Hannah, que duró horas. 

No se le ocurría nada que decir para consolarla. Sabía que Hannah, como ella misma, tenía miedo de que amaneciera. ¿Qué sucedería cuando el resto de los de Hufflepuff descubrieran lo que ellos habían hecho? Al principio, los Hufflepuffs que pasaban por el gigantesco reloj de arena, que informaba de la puntuación de la casa, pensaron que había un error en dicho objeto. 

¿Cómo iban a tener; súbitamente, ciento cincuenta puntos menos que el día anterior? Y luego, se propagó la historia. Hermione Granger; la famosa Hermione Granger, la heroína de dos partidos de quidditch, les había hecho perder todos esos puntos, ella y otros dos tontos de primer año. De ser una de las personas más populares y admiradas del colegio, Hermione  súbitamente era la más detestada.

Hasta los de Slytherin y Gryffindor le giraban la cara, porque todos habían deseado ver a Ravenclaw perder la copa. Por dondequiera que Hermione pasara, la señalaban con el dedo y no se molestaban en bajar la voz para insultarla. 

Los de uniformes de luna, por su parte, la aplaudían y la vitoreaban, diciendo: «¡Gracias, Granger; te debemos una!». Sólo Ginny la apoyaba, como siempre. 

—Se olvidarán en unas semanas. Freyja y Gilda han perdido puntos muchas veces desde que están aquí y la gente las sigue amando. 

—Pero nunca perdieron ciento cincuenta puntos de una vez, ¿verdad? —dijo Hermione jugando con su pergamino arrugado por la tristeza. 

—Bueno... no —admitió Ginny rendida. Era un poco tarde para reparar los daños, pero Hermione se juró que, de ahí en adelante, no se metería en cosas que no eran asunto suyo. 

Todo había sido por andar averiguando y espiando. Se sentía tan avergonzada que fue a ver a Johnson y le ofreció su renuncia. 

—¿Renunciar? —exclamó Jonhnson—. ¿Qué ganaríamos con eso? ¿Cómo vamos a recuperar puntos si no podemos jugar al quidditch? 

Pero hasta el quidditch había perdido su atractivo. El resto del equipo no le hablaba durante el entrenamiento, y si tenían que hablar de ella la llamaban «la buscadora». Harry y Hannah también sufrían. No pasaban tantos malos ratos como Hermione porque no eran tan conocidos, pero nadie les hablaba. 

Harry había dejado de llamar la atención en clase, y se quedaba con la cabeza baja, trabajando en silencio. Hermione casi estaba contenta de que se aproximaran los exámenes. Las lecciones que tenía que repasar alejaban sus desgracias de su mente.

Ella, Ginny y Harry se quedaban juntos, trabajando hasta altas horas de la noche, tratando de recordar los ingredientes de complicadas pociones, aprendiendo de memoria hechizos y encantamientos y repitiendo las fechas de descubrimientos mágicos y rebeliones de los gnomos. 

Y entonces, una semana antes de que empezaran los exámenes, las nuevas resoluciones de Hermione de no interferir en nada que no le concerniera sufrieron una prueba inesperada. Una tarde que salía sola de la biblioteca oyó que alguien sollozaba en un aula que estaba delante de ella. Mientras se acercaba, oyó la voz de Trelawney. 

—No... no... otra vez no, por favor...

Parecía que alguien la estaba amenazando. Hermione en su curiosidad peligrosa se acercó.

—Muy bien... muy bien. —Oyó que Trelawney no paraba de lagrimear.

Al segundo siguiente, Trelawney salió apresuradamente del aula, enderezándose su tiara y sus ridiculos lentes. Estaba pálida y parecía a punto de llorar. Desapareció de su vista y Hermione pensó que ni siquiera la había visto. Esperó hasta que dejaron de oírse los pasos de Trelawney y entonces inspeccionó el aula. Parecía vacía, pero la puerta del otro extremo estaba entreabierta. 

Hermione estaba a mitad de camino, cuando recordó que se había prometido no meterse en lo que no le correspondía. Al mismo tiempo, habría apostado doce Piedras Filosofales a que Umbridge acababa de salir del aula y, por lo que Hermione había escuchado, Umbridge debería estar de mejor humor... Umbridge parecía haberse rendido finalmente.

Hermione regresó a la biblioteca, en donde Harry estaba repasándo con Ginny Astronomía. Hermione les contó lo que había oído mientras se sentaba junto a la niña.

—¡Entonces Umbridge lo hizo! —dijo Ginny—. Si Trelawney le dijo cómo romper su encantamiento anti-Fuerzas Oscuras...

—Pero todavía queda Fluffy —dijo Harry muy poco interesado escribiendo en uno de los pergaminos.

—Tal vez Umbridge descubrió cómo pasar ante él sin preguntarle a Hagrid o a Pomfrey —dijo Ginny, mirando a los miles de libros que los rodeaban—. Seguro que por aquí hay un libro que dice cómo burlar a un perro gigante de tres cabezas. ¿Qué vamos a hacer, Mione?

La luz de la aventura brillaba otra vez en los ojos de Ginny, pero Harry respondió antes de que Hermione lo hiciera. 

—Ir a ver a McGonagall. Eso es lo que debimos hacer hace tiempo. Si se nos ocurre algo a nosotros solos, con seguridad vamos a perder.

—¡Pero no tenemos pruebas! —exclamó Hermione con enojo, dispuesta a arrancarse el cabello—. Trelawney está demasiado atemorizada para respaldarnos. Umbridge sólo tiene que decir que no sabía cómo entró el trol en Halloween y que ella no estaba cerca del tercer piso en ese momento. ¿A quién piensan que van a creer, a ella o a nosotros? No es ningun secreto que la detestamos...

«McGonagall creerá que nos lo hemos inventado para hacer que la echen. Filch no nos ayudaría aunque su vida dependiera de ello, es demasiado amigo de Umbridge  y, mientras más alumnos pueda echar, mejor para él. Y no olviden que se supone que no sabemos nada sobre la Piedra o Fluffy. Serían muchas explicaciones.»

Harry parecia convencido y asentia a cada una de sus palabras, pero Ginny no lo estaba.

—Si investigamos sólo un poco... 

—No...—dijo Hermione en tono terminante—: ya hemos investigado demasiado.

Acercó un mapa de Júpiter a su mesa y comenzó a aprender los nombres de sus lunas.

A la mañana siguiente, llegaron notas para Hermione, Harry y Hannah, en la mesa del desayuno. Eran todas iguales. 


 Su castigo tendrá lugar a las once de la noche. El señor Filch los espera en el vestíbulo de entrada.  Prof A. Dumbledore


En medio del furor que sentía por los puntos perdidos, Hermione había olvidado que todavía les quedaban los castigos. De alguna manera esperaba que Harry se quejara por tener que perder una noche de estudio, pero el de lentes no dijo ni una palabra.

Como Hermione, sentía que se merecían lo que les tocara. A las once de aquella noche, se despidieron de Ginny en la sala común y bajaron al vestíbulo de entrada con Hannah. Filch ya estaba allí y también Parkinson. Hermione también había olvidado que a la mimada también le habían condenado un castigo. 

—Síganme —dijo Filch, encendiendo un farol y conduciéndolos hacia fuera—. Seguro que pensaran dos veces antes de romper otra regla de la escuela, ¿verdad? —dijo, mirándolos con aire burlón—. Oh, sí... trabajo duro y dolor son los mejores maestros, si gustan mi opinión... es una lástima que hayan abandonado los viejos castigos... colgaros de las muñecas, del techo, unos pocos días. 

«Yo todavía tengo las cadenas en mi oficina, las mantengo engrasadas por si alguna vez se necesitan... Bien, allá vamos, y no piensen en escapar, porque será peor para ustedes si se atreven...»

Marcharon cruzando el oscuro parque. Hannah comenzó a respirar con dificultad. Hermione se preguntó cuál sería el castigo que les esperaba. 

Debía de ser algo verdaderamente horrible, o Filch no estaría tan contento. La luna brillaba, pero las nubes la tapaban, dejándolos en la oscuridad. Delante, Hermione pudo ver las ventanas iluminadas de la cabaña de Hagrid. Entonces oyeron un grito lejano.

—¿Eres tú, Filch? Date prisa, quiero empezar de una vez.

El corazón de Hermione se animó: si iban a estar con Hagrid, no podía ser tan malo. Su alivio debió aparecer en su cara, porque Filch dijo:

—Supongo que crees que vas a divertirte con ese papanatas, ¿no? Bueno, piénsalo mejor, mocosa... es al bosque adonde irán y mucho me habré equivocado si vuelven en una sola pieza...

Al oír aquello, Hannah dejó escapar un gemido y Parkinson se detuvo de golpe.

—¿El bosque? —repitió, y no parecía tan indiferente como de costumbre—. Hay toda clase de cosas allí... dicen que hay hombres lobo. 

Hannah se aferró de la manga de la túnica de Hermione y dejó escapar un ruido ahogado.

—Eso ahora es problema suyo, ¿no? —dijo Filch, con voz radiante—. Tendrían que haber pensado en los hombres lobo antes de meterse en donde no los llaman.

Hagrid se acercó hacia ellos, con Fang pegado a los talones. Llevaba una gran ballesta y un carcaj con flechas en la espalda.

—Menos mal —dijo—. Estoy esperando hace media hora. ¿Todo bien, Hermione, Harry?

—Yo no sería tan amistoso con ellos, Hagrid —dijo con frialdad Filch—. Después de todo, están aquí por un castigo.

—Por eso llegan tarde, ¿no? —dijo Hagrid, mirando con rostro ceñudo a Filch—. ¿Has estado dándoles sermones? Eso no es lo que tienes que hacer. A partir de ahora, estan a mi cargo.

—Volveré al amanecer —dijo Filch— para recoger lo que quede de ellos —añadió con malignidad. Se dio la vuelta y se encaminó hacia el castillo, agitando el farol en la oscuridad. Entonces Parkinson se volvió hacia Hagrid.

—No iré a ese bosque... —dijo con una mueca asquerosa, y Hermione tuvo el gusto de notar miedo en su voz.

—Lo harás, si quieres quedarte en Hogwarts —dijo Hagrid con severidad—. Hicieron algo mal y ahora lo pagaran.

—Pero eso es para los empleados, no para los alumnos. Yo pensé que nos harían escribir unas líneas, o algo así. Si mi madre supiera que hago esto, ella...

—Te dirá que es así como se hace en Hogwarts —gruñó Hagrid—. ¡Escribir unas líneas! ¿Y a quién le serviría eso? Harán algo que sea útil, o si no se irán. Si crees que tu madre prefiere que te expulsen, entonces vuelve al castillo y toma tus cosas. ¡Vete!

La pelinegra no se movió, parecia una estatua. Miró con ira a Hagrid, pero luego bajó la mirada molesta.

—Bien, entonces —dijo Hagrid—. Escuchen con cuidado, porque lo que vamos a hacer esta noche es peligroso y no quiero que ninguno se arriesgue. Síganme por aquí, un momento.

Los condujo hasta el límite del bosque. Levantando su farol, señaló hacia un estrecho sendero de tierra, que desaparecía entre los espesos árboles negros. Una suave brisa les levantó el cabello, mientras miraban en dirección al bosque. 

—Mirad allí —dijo Hagrid—. ¿Ven eso que brilla en la tierra? ¿Eso plateado? Es sangre de unicornio. Hay por aquí un unicornio que ha sido malherido por alguien. Es la segunda vez en una semana. Encontré uno muerto el último miércoles. Vamos a tratar de encontrar a ese pobrecito herido. Tal vez tengamos que evitar que siga sufriendo.

—¿Y qué sucede si el que hirió al unicornio nos encuentra a nosotros primero? —dijo Parkinson, incapaz de ocultar el miedo de su voz.

—No hay ningún ser en el bosque que los pueda herir si están conmigo o con Fang —dijo Hagrid—. Y sigan el sendero sin miedo. Ahora vamos a dividirnos en dos equipos y seguiremos la huella en distintas direcciones. Hay sangre por todo el lugar, debieron herirlo ayer por la noche, por lo menos. 

—Yo quiero ir con Fang —dijo rápidamente Parkinson, mirando los largos colmillos del perro.

—Muy bien, pero te informo de que es un cobarde —dijo Hagrid—. Entonces yo, Hermione y Harry iremos por un lado y Pansy, Hannah y Fang, por el otro. Si alguno encuentra al unicornio, debe enviar chispas verdes, ¿de acuerdo? Saquen sus varitas y practiquen un poco ahora... está bien... Y si alguno tiene problemas, las chispas serán rojas y nos reuniremos todos... así que tengan cuidado... en marcha.

El bosque estaba oscuro y silencioso. Después de andar un poco, vieron que el sendero se bifurcaba. Hermione, Harry y Hagrid fueron hacia la izquierda y Parkinson, Hannah y Fang se dirigieron a la derecha. Anduvieron en silencio, con la vista clavada en el suelo. De vez en cuando, un rayo de luna a través de las ramas iluminaba una mancha de sangre azul plateada entre las hojas caídas. Hermione vio que Hagrid parecía muy preocupado. 

—¿Podría ser un hombre lobo el que mata los unicornios? —preguntó Hermione.

—No son bastante rápidos —dijo Hagrid—. No es tan fácil cazar un unicornio, son criaturas poderosamente mágicas. Nunca había oído que hubieran hecho daño a ninguno...

Pasaron por un tocón con musgo. Hermione podía oír el agua que corría: debía de haber un arroyo cerca. Todavía había manchas de sangre de unicornio en el serpenteante sendero.

—¿Estás bien, Harry? —susurró Hagrid—. No te preocupes, no puede estar muy lejos si está tan malherido, y entonces podremos... ¡DETRÁS DE ESE ÁRBOL! Hagrid tomo a Harry y a Hermione y los arrastró fuera del sendero, detrás de un grueso roble.

Sacó una flecha, la puso en su ballesta y la levantó, lista para disparar. Los tres escucharon. Alguien se deslizaba sobre las hojas secas. Parecía como una capa que se arrastrara por el suelo. 

Hagrid miraba hacia el sendero oscuro pero, después de unos pocos segundos, el sonido se alejó.

—Lo sabía —murmuró—. Aquí hay alguien que no debería estar.

—¿Un hombre lobo? —sugirió Hermione acomodándose el cabello.

—Eso no era un hombre lobo, ni tampoco un unicornio —dijo Hagrid con gesto sombrío—. Bien, siganme, pero tengan cuidado.

Anduvieron más lentamente, atentos a cualquier ruido. De pronto, en un claro un poco más adelante, algo se movió visiblemente.

—¿Quién está ahí? —gritó Hagrid—. ¡Déjese ver... estoy armado!

Y apareció en el claro... ¿era un hombre o un caballo? De la cintura para arriba, un hombre, con pelo y barba rojizos, pero por debajo, el cuerpo de pelaje zaino de un caballo, con una cola larga y rojiza. Hermione y Harry se quedaron boquiabiertos.

—Oh, eres tú, Ronan —dijo aliviado Hagrid—. ¿Cómo estás? Se acercó y estrechó la mano del centauro.

—Que tengas buenas noches, Hagrid —dijo Ronan. Tenía una voz profunda y acongojada—. ¿Ibas a dispararme?

—Nunca se es demasiado cuidadoso —dijo Hagrid, tocando su ballesta—. Hay alguien muy malvado, perdido en este bosque. Ah, ella es Hermione Granger y él es Harry Potter. Ambos son alumnos del colegio. Y niños él es Ronan. Es un centauro.

—Nos hemos dado cuenta —dijo débilmente Harry.

—Buenas noches —los saludó Ronan—. ¿Estudiantes, no? ¿Y aprenden mucho en el colegio?

—Eh...

—Un poquito —dijo con timidez Harry.
—Un poquito. Bueno, eso es algo. —Ronan suspiró. Torció la cabeza y miró hacia el cielo—. Esta noche, Marte está brillante.

—Ajá —dijo Hagrid, lanzándole una mirada—. Escucha, me alegro de haberte encontrado, Ronan, porque hay un unicornio herido. ¿Has visto algo?

Ronan no respondió de inmediato. Se quedó con la mirada clavada en el cielo, sin pestañear, y suspiró otra vez. 

—Siempre los inocentes son las primeras víctimas —dijo—. Ha sido así durante los siglos pasados y lo es ahora.

—Sí —dijo Hagrid—. Pero ¿has visto algo, Ronan? ¿Algo desacostumbrado?

—Marte brilla mucho esta noche —repitió Ronan, mientras Hagrid lo miraba con impaciencia—. Está inusualmente brillante...

—Sí, claro, pero yo me refería a algo inusual que esté un poco más cerca de nosotros —dijo Hagrid—. Entonces ¿no has visto nada extraño? Otra vez, Ronan se tomó su tiempo para contestar. Hasta que, finalmente, dijo: 

—El bosque esconde muchos secretos...

Un movimiento en los árboles detrás de Ronan hizo que Hagrid levantara de nuevo su ballesta, pero era sólo un segundo centauro, de cabello y cuerpo negro y con aspecto más salvaje que Ronan. 

—Hola, Bane —saludó Hagrid—. ¿Qué tal?

—Buenas noches, Hagrid, espero que estés bien.

—Sí, gracias. Mira, le estaba preguntando a Ronan si había visto algo extraño últimamente. Han herido a un unicornio. ¿Sabes algo sobre eso?

Bane se acercó a Ronan. Miró hacia el cielo.

—Esta noche Marte brilla mucho —dijo simplemente.

—Eso dicen —dijo Hagrid de malhumor—. Bueno, si alguno ve algo, me avisan, ¿de acuerdo? Bueno, nosotros nos vamos...

Hermione y Harry lo siguieron, saliendo del claro y mirando por encima del hombro a Ronan y Bane, hasta que los árboles los taparon de sus nublosas visiones.

—Nunca —dijo irritado Hagrid— traten de obtener una respuesta directa de un centauro. Son unos malditos astrólogos. No se interesan por nada más cercano que la luna.

—¿Y hay muchos de ellos aquí? —preguntó Harry.

—Oh, unos pocos más... Se mantienen apartados la mayor parte del tiempo, pero siempre aparecen si quiero hablar con ellos. Los centauros tienen una mente profunda... saben cosas... pero no dicen mucho.

—¿Crees que era un centauro el que oímos antes? —dijo Hermione.

—¿Te pareció que era ruido de cascos? No, en mi opinión, eso era lo que está matando a los unicornios... Nunca he oído algo así.

Pasaron a través de los árboles oscuros y tupidos. Hermione seguía mirando por encima de su hombro, con nerviosismo. Tenía la desagradable sensación de que los vigilaban. 

Estaba muy contenta de que Hagrid y su ballesta fueran con ellos. Acababan de pasar una curva en el sendero cuando Harry se aferró al brazo de Hagrid.

—¡Hagrid! ¡Mira! ¡Chispas rojas, los otros tienen problemas!

—¡Ustedess esperad aquí! —gritó Hagrid—. ¡Quedaos en el sendero, volveré a buscaros! Lo oyeron alejarse y se miraron uno al otro, muy asustados, hasta que ya no oyeron más que las hojas que se movían alrededor.

—¿Crees que les habrá pasado algo? —susurró Harry. —No me importará si le ha pasado algo a Parkinson, pero si le sucede algo a Hannah... está aquí por nuestra culpa...

Los minutos pasaban lentamente. Les parecía que sus oídos eran más agudos que nunca. Hermione detectaba cada ráfaga de viento, cada ramita que se rompía. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Dónde estaban los otros? Por fin, un ruido de pisadas crujientes les anunció el regreso de Hagrid. 

Parkinson, Hannah y Fang estaban con él. Hagrid estaba furioso. Parkinson se había escondido detrás de Hannah y, en broma, la había asustado. Hannah se aterró y envió las chispas por error.

—Vamos a necesitar mucha suerte para encontrar algo, después del alboroto que han hecho. Bueno, ahora voy a cambiar los grupos... Hannah, tú te quedas conmigo y Harry. Hermione, tú vas con Fang y esa mimada. Lo siento... —añadió en un susurro dirigiéndose a Hermione— pero a ella le va a costar mucho asustarte y tenemos que terminar con esto...

Así que Hermione se internó en el corazón del bosque, con Parkinson y Fang. Anduvieron cerca de media hora, internándose cada vez más profundamente, hasta que el sendero se volvió casi imposible de seguir, porque los árboles eran muy gruesos. 

Hermione pensó que la sangre también parecía más espesa. Había manchas en las raíces de los árboles, como si la pobre criatura se hubiera arrastrado en su dolor. Hermione pudo ver un claro, más adelante, a través de las enmarañadas ramas de un viejo roble.

—Mira... —murmuró, levantando un brazo para detener a Parkinson. Algo de un blanco brillante relucía en la tierra. Se acercaron más. Sí, era el unicornio y estaba muerto.

Hermione nunca había visto nada tan hermoso y tan triste. Sus largas patas delgadas estaban dobladas en ángulos extraños por su caída y su melena color blanco perla se desparramaba sobre las hojas oscuras. Hermione había dado un paso hacia el unicornio, cuando un sonido de algo que se deslizaba lo hizo congelarse en donde estaba. 

Un arbusto que estaba en el borde del claro se agitó... Entonces, de entre las sombras, una figura encapuchada se acercó gateando, como una bestia al acecho.

Hermione, Parkinson y Fang permanecieron paralizados. La figura encapuchada llegó hasta el unicornio, bajó la cabeza sobre la herida del animal y comenzó a beber su sangre.

—¡AAAAAAAAAAAAAH!

Parkinson dejó escapar un terrible grito y huyó... lo mismo que Fang.

La figura encapuchada levantó la cabeza y miró directamente a Hermione. La sangre del unicornio le chorreaba por el pecho.

Se puso de pie y se acercó rápidamente hacia ella... Hermione estaba paralizada de miedo. Entonces, un dolor le perforó la cabeza, algo que nunca había sentido, como si la estrella se hubiese convertido en un sol. 

Casi sin poder ver, retrocedió. Oyó cascos galopando a sus espaldas, y algo saltó limpiamente y atacó a la figura. El dolor de cabeza era tan fuerte que Hermione cayó de rodillas. Pasaron unos minutos antes de que se calmara. Cuando levantó la vista, la figura se había ido.

Un centauro estaba ante ella. No era ni Ronan ni Bane: éste parecía más joven, tenía cabello rubio muy claro, cuerpo pardo y cola blanca. 

—¿Estás bien? —dijo el centauro, ayudándola a ponerse de pie.

—Sí... gracias... ¿qué ha sido eso? El centauro no contestó. Tenía ojos asombrosamente azules, como pálidos zafiros.

Observó a Hermione con cuidado, fijando la mirada en la cicatriz que se veía amoratada en la frente de Hermione.

—Tú eres la joven Granger —dijo—. Es mejor que regreses con Hagrid. El bosque no es seguro en esta época en especial para ti. ¿Puedes cabalgar? Así será más rápido... Mi nombre es Firenze —añadió, mientras bajaba sus patas delanteras, para que Hermione pudiera montar en su lomo.

Del otro lado del claro llegó un súbito ruido de cascos al galope. Ronan y Bane aparecieron velozmente entre los árboles, resoplando y con los flancos sudados.

—¡Firenze! —rugió Bane—. ¿Qué estás haciendo? Tienes una humana sobre el lomo! ¿No te da vergüenza? ¿Es que eres una mula ordinaria? 

—¿Te das cuenta de quién es? —dijo Firenze—. Es la joven Granger. Mientras más rápido se vaya del bosque, mejor...

—¿Qué le has estado diciendo? —gruñó Bane—. Recuerda, Firenze, juramos no oponernos a los cielos. ¿No has leído en el movimiento de los planetas lo que sucederá?

Ronan dio una patada en el suelo con nerviosismo.

—Estoy seguro de que Firenze pensó que estaba obrando lo mejor posible —dijo, con voz sombría. También Bane dio una patada, enfadado. 

—¡Lo mejor posible! ¿Qué tiene eso que ver con nosotros? ¡Los centauros debemos ocuparnos de lo que está vaticinado! ¡No es asunto nuestro el andar como burros buscando humanos extraviados en nuestro bosque!

De pronto, Firenze levantó las patas con furia y Hermione tuvo que aferrarse para no caer. 

—¿No has visto ese unicornio? —preguntó Firenze a Bane—. ¿No comprendes por qué lo mataron? ¿O los planetas no te han dejado saber ese secreto? Yo me lanzaré contra el que está al acecho en este bosque, con humanos sobre mi lomo si tengo que hacerlo.

Y Firenze partió rápidamente, con Hermione sujetándose lo mejor que podía, y dejó atrás a Ronan y Bane, que se internaron entre los árboles. Hermione no entendía lo sucedido. 

—¿Por qué Bane está tan enojado? —preguntó—. Y a propósito, ¿qué era esa cosa de la que me salvaste?

Firenze redujo el paso y previno a Hermione que tuviera la cabeza agachada, a causa de las ramas, pero no contestó. 

Siguieron andando entre los árboles y en silencio, durante tanto tiempo que Hermione creyó que Firenze no volvería a hablarle. Sin embargo, cuando llegaron a un lugar particularmente tupido, Firenze se detuvo. 

—Hermione Granger, ¿sabes para qué se utiliza la sangre de unicornio?

—No, no realmente...—dijo Hermione, asombrada por la extraña pregunta—. En la clase de Pociones solamente utilizamos los cuernos y el pelo de la cola de unicornio.

—Eso es porque matar un unicornio es algo monstruoso —dijo Firenze—. Sólo alguien que no tenga nada que perder y todo para ganar puede cometer semejante crimen. La sangre de unicornio te mantiene con vida, incluso si estás al borde de la muerte, pero a un precio terrible. Si uno mata algo puro e indefenso para salvarse a sí mismo, conseguirá media vida, una vida maldita, desde el momento en que la sangre toque sus labios...

Hermione clavó la mirada en la nuca de Firenze, que parecía de plata a la luz de la luna. 

—Pero ¿quién estaría tan desesperado? —se preguntó en voz alta—. Si te van a maldecir para siempre, la muerte es mejor, ¿no?

—Es así —dijo Firenze— a menos que lo único que necesites sea mantenerte vivo el tiempo suficiente para beber algo más, algo que te devuelva toda tu fuerza y poder, algo que haga que nunca mueras. ¿Hermione Granger, sabes qué está escondido en el colegio en este preciso momento?

—¡La Piedra Filosofal! ¡Por supuesto... el Elixir de Vida! Pero no entiendo quién...

—¿No puedes pensar en nadie que haya esperado muchos años para regresar al poder, que esté aferrado a la vida, esperando su oportunidad?

Fue como si un puño de hierro cayera súbitamente sobre la cabeza de Hermione. 

Por encima del ruido del follaje, le pareció oír una vez más lo que Pomfrey le había dicho la noche en que se conocieron: «Algunos dicen que murió. En mi opinión, son tonterías. No creo que le quede lo suficiente de humana como para morir».

—¿Quieres decir —dijo con voz nerviosa Hermione— que era Cir...?

—¡Hermione! Hermione, ¿estás bien? Harry corría hacia ellos por el sendero, con Hagrid resoplando detrás.

—Estoy bien... —dijo Hermione, casi sin saber lo que contestaba—. El unicornio está muerto, Hagrid, está en ese claro de atrás.

—Aquí es donde te dejo —murmuró Firenze, mientras Hagrid corría a examinar al unicornio—. Ya estás a salvo. Hermione se deslizó de su lomo. 

—Buena suerte, Hermione Granger —dijo Firenze—. Los planetas ya se han leído antes equivocadamente, hasta por centauros. Espero que ésta sea una de esas veces...

Se volvió y se internó en lo más profundo del bosque, dejando a Hermione temblando. Ginny se había quedado dormida en la oscuridad de la sala común, esperando a que volvieran.

Cuando Harry la sacudió para despertarla, gritó algo sobre una falta en quidditch. Sin embargo, en unos segundos estaba con los ojos muy abiertos, mientras Hermione les contaba, a ella y a Harry, lo que había sucedido en el bosque.

Hermione no podía sentarse. Se paseaba de un lado al otro, ante la chimenea. Todavía temblaba. 

—Umbridge quiere la piedra para Circe... y Circe está esperando en el bosque... ¡Y todo el tiempo pensábamos que Umbridge sólo quería ser rica!

—¡Deja de decir el nombre! —dijo Ginny, tapando sus oidos y hablando en un aterrorizado susurro, como si pensara que Circe pudiera oírlos. Hermione no la escuchó. 

—Firenze me salvó, pero no debía haberlo hecho... Bane estaba furioso... Hablaba de interferir en lo que los planetas dicen que sucederá... Deben decir que Circe ha vuelto... Bane piensa que Firenze debió dejar que Circe me matara. Supongo que eso también está escrito en las estrellas... 

—¿Quieres dejar de repetir el nombre? —dijo Ginny haciendose bolita con Harry dándole caricias en su cabello para calmarla. 

—Así que lo único que tengo que hacer es esperar que Umbridge robe la Piedra —continuó febrilmente Hermione—.. Entonces Circe podrá venir y terminar conmigo... Bueno, supongo que Bane estará contento. Harry parecía muy asustado, pero tuvo una palabra de consuelo. 

—Hermione, todos dicen que McGonagall es a la única que Quien-tú-sabes siempre ha temido. Con McGonagall por aquí, Quien-tú-sabes no te tocará. De todos modos, ¿quién puede decir que los centauros tienen razón? A mí me parecen adivinos y el profesor Dumbledore dice que ésa es una rama de la magia muy inexacta. 

El cielo ya estaba claro cuando terminaron de hablar. Se fueron a la cama agotados, con las gargantas secas. Pero las sorpresas de aquella noche no habían terminado.

Cuando Hermione abrió la cama encontró su capa invisible, cuidadosamente doblada. Tenía sujeta una nota:

 Por las dudas. 

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