IX
Aunque Yami no lo quisiera, tanto Mana como Yūgi insistieron en acompañarlo hacia el club de arte cuando acabaron los exámenes de aquel martes.
El aula todavía estaba vacía, pero algunas pinturas habían cambiado de lugar respecto a su ubicación del día anterior.
Mana flotó entre lienzo y lienzo observando con cariño cada obra que aparecía ante ella.
—Uh... Esta es buena —señaló la del cielo nublado que Yami había visto con anterioridad. Tenía una sonrisa en el rostro, pero pronto frunció sus labios en una línea recta e inclinó la cabeza —, pero...
—¿Pero...? —Yūgi también se acercó —. ¿Hay algo malo? Yo veo una réplica exacta del cielo en este momento —comentó intercambiando la mirada entre el lienzo y la ventana abierta.
Mana asintió.
—Sí, es exactamente eso —contestó volviendo a sonreír —. ¿Sabes? El arte se trata de interpretar, no de copiar. No es malo, pero no veo mucho de su «yo» en su pintura.
En algún punto de lo dicho por Mana, Yami sintió un déjà vu, lo que lo hizo sonreír.
No había ninguna duda acerca del gusto de Mana por las artes.
—Huh... Ahora que lo dices... —Yūgi se llevó una mano a la mandíbula y frunció los ojos cual crítico y asintió —. Creo que de alguna forma entiendo lo que dices.
Mientras los tres se inclinaban cerca de la pintura para apreciarla un poco mejor, ninguno se dio cuenta de la profesora ingresando al aula con un par de cuadernos en las manos.
—¡Oh! ¡Ahora hay dos Mutōs! —exclamó de pronto dando un salto al mismo tiempo que sorprendía al par de hermanos.
Mana solo pudo reír.
—¡Qué agradable!
—Qué chistosa —Yami rodó los ojos con una ligera sonrisa.
—Somos hermanos mellizos —comentó Yūgi también con una sonrisa antes de señalarse a sí mismo —. Yo soy Yūgi, por cierto.
La mujer asintió sonriendo y acomodándose los lentes sobre el puente de la nariz.
—¡Oh, ya veo! ¡Me sorprendieron! —rió —. Así que... Yami, vienes por tu respuesta, ¿no es así?
Yami asintió y la maestra se acercó a su escritorio para abrir de uno en uno cada cajón hasta dar con el tercero. De ahí, el sonido de algunas hojas moviéndose llenó el silencio del aula, segundos en los cuales Yami y Yūgi solo pudieron compartir una mirada, para después sacar un solo papel.
—Personalmente no conozco a ninguna Mana —dijo, entonces, haciendo que sus esperanzas disminuyeran —. No hay nadie inscrita en la escuela con ese nombre, y tampoco alguien en alguna academia de artes durante los últimos meses, pero sé de alguien que quizá sepa quién es esta chica.
—¿En serio? ¿Quién? —ambos mellizos preguntaron al mismo tiempo logrando que Mana y la profesora rieran.
—No desesperen, debería estar aquí en-... —al mismo tiempo que elevó su mirada al reloj ubicado en la parte superior del muro del salón, alguien golpeó la puerta haciendo notar su blanco cabello por la ventanilla del medio —. Oh, ese debe ser él.
Una vez más, Yami y Yūgi compartieron una mirada ignorando el hecho de que, a cada segundo, por alguna razón, Mana retrocedía un poco más.
Cuando el chico se asomó, quien lo reconoció más rápidamente fue Yūgi, pero la maestra no tardó en arribarlo al medio del aula y hacerles señas para que se acercaran.
Pero ninguno lo hizo. Probablemente por la misma razón.
Un muy fuerte escalofrío recorrió su espina dorsal como si ellos mismos lo hubiesen sentido, pero no fue así. Aquella sensación de nervios y miedo no provenía de ellos mismos, sino de la persona a la que estaban conectados de alguna manera.
Mana, quien para ese segundo ya se había escondido en el fondo del Rompecabezas.
—¿Qué esperan? Él es Ryō Bakura, de la clase-...
—Hola, Bakura —saludó Yūgi alzando una mano.
El chico de cabello blanco y ojos rojos le sonrió como solo él podría hacerlo.
—¡Yūgi! No sabía que te interesaba el arte —exclamó dando unos pasos hacia el menor Mutō.
Yūgi se encogió de hombros.
—Bueno, ¿un poco? La verdad-...
Yami carraspeó para llamar la atención y, de paso, interrumpir a Yūgi. Sus ojos se encontraron con los de su hermano por una milésima de segundo, pero fue suficiente.
—Oh, es cierto. Él es Yami, mi hermano, ¿lo conocías? —lo presentó de manera improvisada e ignorando a la confundida profesora de artes.
—Claro, me acuerdo —ambos juntaron sus manos en un saludo amistoso —. ¿Les sirvió el libro que les presté?
Yami asintió.
—De alguna forma —dijo soltando su mano.
—Ambos estaban viendo tu pintura, Bakura —mencionó la profesora metiéndose a la conversación y señalando el reflejo del cielo —. ¿Lo ves? ¡Te dije que era buena!
El chico se llevó una mano a la nuca y desvió la mirada pareciendo avergonzado.
A Yami le sorprendió que fuera su pintura.
—¿Eh? ¿Es tuya? —mas fue Yūgi quien expresó sus pensamientos.
Asintió una sola vez.
—Aunque no la considero tan buena-...
—¡Patrañas! —lo interrumpió la maestra buscando algo entre sus cajones otra vez —. ¿Saben? Ryō es muy bueno pintando aunque lo niegue. ¡Tanto que algunas de sus obras serán expuestas en una exhibición de arte de la Academia a finales de verano!
Al mismo tiempo que decía aquello, encontró lo que parecía estar buscando y lo mostró a los mellizos, lo cual era al parecer una especie de folleto de dos caras.
Yami tomó el papel entre sus manos. Era colorido, pero a la vez serio y sobrio, identificaba mucho lo que presentaba.
—¿La exposición de arte? —Yami leyó algunas palabras del folleto, sus cejas de fruncieron al mismo tiempo, recordando lo dicho por la joven asistente de la galería.
—¡Sí! ¿Por qué no asisten, eh? Quizá y encuentran a la chica que están buscando —mencionó la profesora ajena a las expresiones preocupadas que Yami y Yūgi tenían en el rostro.
Ambos hermanos compartieron otra de esas miradas en las que podían entender los pensamientos del otro.
—¿Están buscando a alguien? —quiso saber Bakura con la cabeza inclinada.
Yami sonrió.
—Sí, ah... Más o menos —dijo —. Hum... Bueno, nosotros ya debemos irnos, ¿no, Yūgi?
La profesora dio un salto frente a los dos.
—¿Eh? ¡Pero-...!
—No se preocupe —la cortó Yūgi alzando ambas manos —. Ya nosotros nos encargamos.
Y tan rápido como llegaron, los hermanos dejaron el aula sin dar mayor explicación a la confundida maestra y al poco curioso Bakura.
~°~
La profesora de artes se sentó en su escritorio con un mohín en la expresión y un ceño levemente fruncido. A su lado, su alumno estrella jugueteaba con los pinceles de una caja de metal mientras intentaba pensar en el mejor color para su nueva pintura.
—Entonces... —Bakura llamó su atención —. ¿Estaban buscando a alguien? Los hermanos Mutō, quiero decir.
La profesora asintió.
—Una chica. Parece que se avergonzaron —exhaló profundamente —. Y yo que quería que le fuera bien a Yami.
Bakura le sonrió agraciado.
—¡¿Y qué tal si yo la busco?! Dijo que probablemente iría a la exposición de arte, ¿o no? ¡Me gustaría ayudar!
Su entusiasmo fue tan elevado que simplemente no pudo evitarlo. Aunque, de alguna manera, sentía que Yami no había querido hablar del tema con otro chico presente, ¿un poco más de ayuda no iría mal, o sí?
Una sonrisa se extendió en sus labios.
—Solo sabe su nombre —comentó —. Mana.
Por un momento. Sólo por un segundo, la mirada de Bakura cambió. Dejó de ser amistosa y curiosa para volverse fría y seria.
Pero ese segundo pasó tan rápido que nadie más que él mismo podría haberlo notado.
—Huh... Así que Mana, hm... —mencionó tomando asiento en el banquillo otra vez. Esta vez una sonrisa se le escapó —. Interesante.
La profesora ignoró el cambio en su tono y solo continuó hablando acerca de lo lindo que sería si al final llegaban a encontrarla.
Bakura estuvo de acuerdo. Sería muy lindo si se llegaban a encontrar. Muy destinado.
~°~
Ambos tomaron asiento dentro del aula de segundo "A". Yami en su respectivo sitio y Yūgi en el del frente, los dos lanzando continuas miradas al Rompecabezas.
—¿Tú también...? —Yūgi preguntó y Yami solo pudo asentir.
—Fue algo muy... Extraño.
—¿Crees que se conozcan? —sus ojos se clavaron en el espacio que usualmente ocupaba Mana cuando estaba presente.
Yami se encogió de hombros, apoyó su codo en la carpeta y cabeza en sus nudillos, y suspiró.
—Realmente no quiero averiguarlo —respondió.
Yūgi asintió en concordancia.
—Yo tampoco.
Y es que a ninguno le había gustado aquella sensación, pero no podían preguntar qué sucedió, pues Mana no volvió a salir del objeto piramidal.
~°~
Era... Oscuro. Oscuro, frío y solitario, pero en ese momento prefería estar cien veces ahí que afuera.
Cerró sus ojos con fuerza y juntó su frente con sus rodillas, tratando, quizás, de encogerse hasta desaparecer en el medio de aquella nada infinita.
No podía recordarlo, pero lo sabía. Sabía que lo conocía. Conocía a ese chico Bakura como conocía del arte y los artistas. Incluso podía decir que lo conocía mejor.
Pero no lo recordaba.
Y no porque no quisiera. Algo lo obstruia. Algo, o alguien, obstruía su línea de recuerdos como si fuera una inmensa roca en el camino. Todo era borroso. Tan borroso que incluso le cansaba intentar recordarlo.
Pero... ¿Por qué?
¿Por qué le dolía intentar recordar? O más bien, ¿qué había sido tan doloroso que no podía recordar?
~°~
Mientras caminaban de regreso a casa, el silencio los acompañó como si fuera cosa de todos los días, aumentando la ausencia de Mana a su lado en grandes cantidades desde que salieron de los últimos ruidos de la escuela y de sus alumnos.
Fue cuando, cruzando por las líneas peatonales, a unas cuantas cuadras de la tienda de juegos, que Téa los arribó bajando unas escaleras que dirigían hacia su departamento.
Sus ojos expresaban emoción, muy distinto a los meditabundos mellizos.
—¡Yami, Yūgi! —ella saludó —. ¿Saben? ¡El museo ya anunció su apertura!
Reaccionando, Yūgi sonrió.
—¿Ah, sí? —ella agitó la cabeza.
—¡Sí! Para los invitados es en estas vacaciones próximas, y para el público en general es en invierno, ¿genial, no?
Ambos asintieron, pero no dijeron mucho más. Incluso Téa sintió la incomodidad del ambiente.
—¿Sabes? Ahora que Téa lo menciona —Yūgi se llevó una mano a los labios —. ¿El abuelo no solía decir que el Rompecabezas pertenecía a un Faraón?
—¿En serio? —Téa preguntó.
Yami asintió, entonces Yūgi continuó
—Sí, ¿y Mana no solía llamarte «Atem»? ¿No es un nombre del medio oriente, o de por ahí? Quizá podamos preguntar cuando vayamos al museo.
—¿Mana? ¿Atem? —Téa repitió más que confundida e inclinando la cabeza, en espera de una explicación que no vendría.
—Claro, igual ya aceptaste que iríamos con el abuelo, no es como si ahora pudiésemos negarnos —Yami rodó los ojos.
—¡Solo estoy tratando de ayudar! —Yūgi rió.
Téa se quedó en silencio unos segundos.
—Uhm... ¿Chicos? —probó una vez más.
Yami le sonrió ligeramente, de pronto la incomodidad que significaba hablar con ella había desaparecido.
—¿Quieres venir con nosotros? —quiso saber.
—¿Eh, a dónde?
—¡A la inauguración del museo! —contestó Yūgi entusiasmado—. Yami, el abuelo y yo estamos invitados.
—Y podemos llevar cada uno a un acompañante —agregó Yami pasa do la mirada entre su hermano y la chica de cabello corto —. No es como si nos juntáramos con otras personas, así que si quieres-...
—¡Iré! —lo interrumpió Téa alzando sus manos en puños como si de pronto estuviera muy motivada —. Si me invitan, no me puedo negar. ¡Por supuesto que aprovecharé la oportunidad!
Yami y Yūgi rieron extrañados ante su selección de palabras y su inusual ansiedad, solo para después continuar su camino hacia su hogar.
De vez en cuando alguno miraba el Rompecabezas, pero pronto volvían a la conversación con Téa.
Ambos todavía sentían el malestar de Mana.
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