6. Fugitiva peligrosa

—En dos días es el Festival del Solsticio de Invierno —dijo Mey de de forma casual, mientras revolvía la tierra negra del huerto y acomodaba la tomatera, amarrándola en la guía de madera. Clay estaba de espaldas a ella, recogiendo las naranjas que habían caído del árbol y que estaban en buen estado—. Es mi festividad favorita, después del Día del Cubo, claro. Me encanta las fogatas en las casas, los bailes con la familia y amigos, la comida calentita en estos días fríos...

Se calló al notar que Dana parecía distraída, quitando unos hierbajos y deshojándolos con la mirada perdida, ignorando el montoncito verde que se acumulaba a su lado.

—Dana, estás pensativa —añadió la mujer subiendo el tono de voz para llamarle la atención.

La muchacha dio un respingo, quedándose inmóvil con una flor amarilla con la mitad de los pétalos arrancados y dándose cuenta de su distracción. Había tenido pesadillas toda la noche con Júpiter desintegrándose frente a sus ojos y con Ozai amenazando la familia Sturluson. Soltó un suspiro profundo y miró a la mujer que seguía acomodando otra planta, de la cual colgaban algunos tomates verdes.

—Mey, ¿sabes qué hay más allá de Mires y Soros...? —indagó casi en un murmullo, sintiéndose tonta. Era una diosa y habían muchas cosas que desconocía, tantas que le avergonzaba admitirlo.

La mujer la miró y Dana volvió a arrancar hierbajos, pero de la otra hilera.

—¿Más allá? ¿Te refieres a lo que hay fuera del Territorio Violeta?

—S... Sí... —dudó, pensando si el Territorio Violeta se consideraría la zona bajo su poder de diosa. Había crecido con la idea de que mundo no era más que eso, que se limitaba a esa pequeña porción de mapa que veía bajo sus pies en el Cubo.

Clay se giró hacia ellas, con varias naranjas que tenía en su abrigo que había estado utilizando como bolso.

—Yo sé, yo sé —exclamó con voz chillona, dejando caer un par de frutos—. ¡Al oeste limitamos con el Territorio Rojo, al norte con el Verde y al noreste con el Azul!

Dana asintió, pensativa.

—¿Y hay otros... dioses para esos territorios?

—¡Sí, sí! —dijo Clay extasiada, dejando al fin las naranjas en el canasto junto a los pimentones que había recogido Mey más temprano—. Cada territorio tiene uno. Nuestra diosa es la diosa Violeta.

Dana bajó los ojos, concentrándose en los hierbas malas. Así que ella era conocida como "La diosa Violeta", nadie la llamaba por su nombre de pila. Al parecer, su pueblo no era consciente de que había estado dormida todo ese tiempo y sus Ancestros se habían encargado de que el Territorio no colapsara. Tenía que agradecerles por ello, por apoyarlas incluso cuando ella los había ignorado. Se los debía.

—Sí —corroboró Mey. Soltó un suspiro y se giró hacia la muchacha, golpeándose las manos una contra otra para quitarse la tierra en ellas—. Loy está un poco resentido con nuestra diosa, pero yo creo que no debería ser tan extremista... Ella nos ha ayudado tanto... —Dana se detuvo en seco, mas antes de que la mujer percibiese su sorpresa, se apuró en continuar con su tarea. Mey se levantó y soltó un suspiro—: A pesar de lo poco que nos da, siempre se asegura de que Loy tenga una buena pesca, de que nuestra huertita siempre esté radiante... —añadió, señalándola—. Estoy segura que ella fue quien me salvó el día del terremoto...

Dana también se levantó para acercarse al otro tramo de la huerta y terminar con su trabajo mientras sonreía. No todo había sido en vano, había gente que valoraba su esfuerzo. Cuando quiso preguntar porque Loy estaba resentido con la diosa, el muchacho llegó de su pesca con el rostro sombrío. Había ido a la ciudad a dejar lo poco que había recogido y había ganado una miseria por ello. Sin decir nada, se dirigió hacia la ducha.

Pasó un par de días tranquilos en los que la relación entre Dana y Loy se volvió cargada de esquives y silencios embarazosos, enfrascados en la rutina del hogar. Sin embargo, una noche después que Mey se había ido a trabajar, los relinchos de Rufos en el exterior les indicó a los muchachos que algo andaba mal. Clay ya estaba dormida, Dana estaba en su sofá leyendo unas novelas frente a la chimenea y Loy terminada de limpiar los trastos. El muchacho, extrañado, le indicó a la muchacha que se escondiera y se aproximó al ventanal apagando las luces. Afuera sólo se veía la oscuridad, el patio y la carretera estaban apenas iluminados por la luz de la luna.

Más allá del bosque algo se movió. La figura de tres personas surgió por la ruta, acercándose hasta que golpearon la puerta. Loy, precavido, encendió la luz de la cocina para tener una iluminación más tenue y se metió un cuchillo de cocina en el bolsillo de los vaqueros, ocultándolo con su remera. Abrió la puerta despacio, no del todo, analizando los recién llegados.

Un hombre vestido con el uniforme del Ejército Violeta estaba de pie delante de sus dos compañeros. Por su postura y mirada el muchacho dedujo que era un superior, Loy conocía muy bien los rangos en la milicia. Había estudiado en el Colegio de Sigma, donde, además de estudiar, los entrenaban como soldados, preparándolos siempre para cualquier guerra inminente.

Y él, como todos, había estado en la última contra el Territorio Rojo.

—¿Qué buscan? —preguntó Loy con brusquedad, tanteando el cuchillo. A pesar de haber sido parte del ejército, seguían sin agradarle en lo absoluto.

El hombre lo miró desde lo alto, alzando una ceja, con las manos detrás de su espalda.

—Soy el Teniente Thomas Greenwich. Estamos siguiendo el rastro de una fugitiva muy peligrosa. —Su voz era grave y profunda, muy acorde a su expresión. No movía un solo músculo y trataba de intimidarlo con la mirada, pero Loy no apartó los ojos—. Si la has visto debe decirnos de inmediato, es una amenaza para la paz de nuestro Territorio. Es una muchacha de unos dieciséis años, cabello largo; pero sabemos que puede estar ocultando su verdadera apariencia —aseguró.

Loy frunció el entrecejo, evitando mirar hacia el interior de la vivienda para buscar una explicación. Si bien siempre se había preguntado por el origen de Dana, no podía concebir el hecho de que la vieran como una amenaza. ¿Cómo alguien como ella podría considerarse siquiera como peligrosa? Apenas conocía el mundo que la rodeaba. En el fondo, sabía que ella no era así. Sabía que podía confiar en ella aunque el sentimiento no fuese recíproco. Mas sabía que si le mentía a las autoridades sería ejecutado por cometer traición, tanto por refugiar a un fugitivo como por omitir información. Estaba entre la espada y la pared.

Tomó aire y le sostuvo la mirada al Teniente con firmeza.

—No he visto a nadie así.

—¿Sus padres se encuentran? —insistió, alzando el mentón y estrechando los ojos. Se inclinó levemente para mirar el interior del rancho.—. Debo corroborarlo con ellos.

—Mi padre está muerto y mi madre está trabajando.

Greenwich alzó una ceja.

—¿Trabajando a estas horas, señor...?

—Sturluson. Loy Sturluson.

La expresión del Teniente cambió a una de sorpresa en un segundo, para luego volver a su rostro de piedra. Loy se quedó inmóvil mientas esperaba una respuesta, sabía que en la milicia muchos conocían su apellido.

—Hijo del Comandante Ray Sturluson, debo suponer. —Loy cabeceó a modo de respuesta—. No pensé que siguieran en esta... —Escudriñó la casa con las cejas alzadas— ...casucha. Con un precedente como el suyo, Sturluson, podría haber tenido otra vida. Eras el mejor alumno del Colegio y cambió su oportunidad para ponerse a... pescar. —No había tono de reproche en su voz, sino que estaba cargada de sarcasmo.

Loy bufó, molesto.

—Ser el mejor no salvó la vida de mi padre... señor —replicó Loy sin intenciones de dejarse rebajar. Había sido uno de los primeros en las clases de lucha y sus notas en los estudios eran excelentes. Sin duda tendría una muy buena carrera en el ejército, llegaría a ser tan bueno como su padre, o incluso mejor, si no hubiese abandonado para poder ayudar a su madre con los ingresos familiares. Y no se arrepentía de su decisión.

Un ruido llamó la atención de todos. Se oyó un balbuceo femenino y el muchacho maldijo por lo bajo.

—¿Loy...?

El Teniente apartó al muchacho con un rápido movimiento, empujando la puerta con presteza y haciendo que esta se golpeara contra la pared al lado del muchacho al abrirse por completo. De pie en el medio de la habitación, vestida con un camisón largo y grande como para su cuerpecito, estaba Clay restregándose un ojo.

—¿Hermanito...? —volvió a murmurar con voz adormilada, mirando con los párpados entrecerrados hacia los tres desconocidos plantados en la puerta de entrada.

Los tres militares pasaron los ojos de la niña a escrutar la casa vacía y por último se posaron en Loy, quien se mantenía firme, con los dedos en el mango del cuchillo que tenía escondido.

—Bien, todo en orden —dijo Greenwich y sin decir más los tres se retiraron.

Loy esperó a que se perdieran en la oscuridad de la carretera y cerró la puerta con un golpe. No se movió hasta que estaba seguro que estaban ya lejos. Dana salió de debajo de su cama, donde se había escondido, preguntando con voz temblorosa si ya se habían ido, aunque él la ignoró. Con rápidos movimientos, el muchacho dejó el cuchillo sobre la mesada y se acercó a su hermana. Le dijo que se quedara tranquila, que volviera a dormir y la acompañó hasta su dormitorio, arropándola y asegurándose que estuviera dormida para volver donde estaba la muchacha.

Se dejó caer sentado al lado de la muchacha, tomando aire y apretando los labios. Ella no lo miró, levantando los pies y abrazando sus piernas. Tenía los ojos empañados y el mentón le temblaba, pero se quedó firme a la espera de que él comenzara a hablar.

—¿Por qué te busca el ejército? —largó, soltando el aire y volteándose a observarla. Ella solo suspiró—. ¿Qué hiciste de malo para que te hicieran prisionera? —volvió a preguntar, recordando que ella le había dicho que había estado encerrada y aislada del mundo.

Ella sintió un escalofrío. No era exactamente el tipo de encierro que él creía, aunque temía decir la verdad.

—No... no te lo puedo decir. Me odiarías.

Loy se giró para quedar frente a ella. El calor de la chimenea le quemaba una pierna, pero él ignoró la picazón.

—¿Por qué te odiaría? ¿Mataste a alguien?

—¡No! —exclamó ella mirándolo al fin, asqueada con sólo pensarlo. Balanceó la cabeza—. Es... complicado.

Se quedaron callados, con el crepitar de las llamas siendo el único sonido entre ellos. Loy se pasó una mano por el pelo, volvió a mirar el fuego y soltó un suspiro.

—Complicado... —repitió Loy con un dejo de resignación—. Entiendo que no quieras hablar, pero sabes lo que acabo de hacer, ¿no? —Levantó una mano tocándole la mejilla con suavidad e hizo que volteara a mirarlo a la cara. Ella no se resistió—. Mentí para protegerte incluso cuando apenas te conozco. Si lo descubren, me matarán por traición y con suerte a mamá la encierren de por vida por refugiar a un prófugo, si es que no tiene el mismo destino. Clay se quedaría sola —concluyó, bajando la mano.

Dana sintió el corazón encogerse. Echó una veloz mirada a la pequeña que dormía profundamente en el cuarto que compartía con Mey.

—Perdón...

—Se pide perdón con acciones, Dana. Las palabras no solucionan el problema. —Se pasó la mano por la pierna y sus ojos se cruzaron con los de ella una vez más. Estaban anegados en lágrimas, gritando cosas que ella no se animaba decir en voz alta—. Nosotros te dimos un voto de confianza al dejar que te quedaras sin preguntas. Esperaba al menos que la confianza fuera mutua.

Un trueno los cubrió con un ruido ensordecedor, llenando el vacío del silencio incómodo. Ella abrió la boca, aunque no emitió sonido alguno. Él esperaba una respuesta, una confesión, o al menos algo que le justificara que había actuado bien en protegerla. Pero hablar significaba decirle la verdad, y era algo que no quería.

Otra vez Rufus relinchó, pero esta vez era un sonido más conciliador. La puerta se abrió anunciando la llegada de Mey, empapada por la lluvia que había comenzado a caer. Se quitó el abrigo, colgó el paraguas detrás de la puerta y los miró con el ceño fruncido.

—¿Qué pasó, muchachos? ¿Estaban discutiendo...? —indagó, dirigiéndose a su hijo con una mirada severa.

Ninguno respondió. Dana tomó la manta que estaba doblada con cuidado sobre su baúl de ropas que le había regalado Mey y se envolvió con ella hasta la cabeza. Loy volvió a bufar, molesto con la actitud infantil de la muchacha y se fue a su habitación dando un portazo.

—¡Por la Diosa del Cubo! —suspiró Mey, poniendo los brazos en jarras.

La muchacha se quedó inmóvil bajo la manta. Aún no se acostumbraba que la gente usara su nombre de esa forma. Se quedó en esa duermevela incómoda, con el pecho dolorido por lo que acababa de pasar con el teniente y Loy. Los relámpagos iluminaban la habitación de forma terrorífica y los truenos la hacían saltar en el sofá. Cuando el sueño la alcanzó al fin, la arrastró hacia el mundo onírico con fuerza e intensidad.

Estaba entonces frente al Cubo, parada sobre la niebla que otorga los sueños. Podía ver a Ozai en su interior, con una mirada azul de hielo y una sonrisa que hizo que el vello de la nuca se le erizaba. Su propio cabello flotaba, violeta como debería ser, contrastando con el negro que tenía él. Lucía mucho, pero mucho más joven que la última vez que lo había visto.

El Ancestro movió despacio su mano derecha hacia adelante y atravesó con ella la pared del Cubo hasta que estuvo por completo fuera, tal como lo había hecho Dana cuando huyó.

Ella retrocedió, aterrada.

—¿Ahora me temes, Dana?— La voz de Ozai era gutural, como el interior oscuro de una cueva. Su nombre sonaba como un insulto en sus labios—. Dana, nos abandonaste, huiste de tus responsabilidades, de tu gente... Mientras te encerraste en tu mente, ¿alguna vez llegaste a oír los lamentos, los llantos, las plegarias?

La chica retrocedió, sacudiendo la cabeza, hasta que sintió el borde del suelo, quedándose con los talones en el aire encima de un abismo sin fin. Ozai sonrió y la acorraló, acercándose más y más.

—Te encontraré y no te daré tiempo a arrepentirte.

El suelo a sus pies comenzó a resquebrajarse y Dana, presa del pánico, sintió que se precipitaba al vacío...

Loy se despertó pero no abrió los ojos, ya que la oscuridad le indicaba que aún era madrugada. Podía oír el incesante ruido de la lluvia y de los truenos que disputaban el cielo nocturno, sin embargo nada de eso lo había despertado. Un par de brazos lo habían rodeado desde atrás de improviso, aferrándolo por la cintura con fuerza, y sintió un cuerpecillo tembloroso recostado sobre su espalda.

—Clay, vete a tu cama o con mamá —gruñó el muchacho tomando la muñeca de su hermana para separarla de él y giró la cabeza y los hombros para mirarla, pero lo que vio fue el cabello largo y oscuro de Dana, quien escondía el rostro en su espalda y sollozaba—. ¿Dana? —Dio un brinco, irguiéndose, y la muchacha se separó, sentándose sobre sus talones y escondiendo la cara con las manos—. ¿Estás bien?

Se dio cuenta de inmediato que había sido una pregunta de lo más tonta, formulada por los nervios repentinos que se habían apoderado de él. Sintió un fuego tomando sus mejillas, impidiéndolo pensar con claridad por la cercanía. Dana negó con la cabeza despacio y entonces recordó que ella temía las tormentas.

Un trueno especialmente fuerte sonó muy cerca y el muchacho sospechó que un rayo había caído en el Parque Eólico. Dana brincó y se aferró a su brazo, escondiendo el rostro en su hombro porque no quería que él viera su expresión llorosa.

—Oye, tranquila, tranquila. ¿Qué pasa? —indagó él con preocupación, sospechando que no era la tormenta lo que la tenía así—. Perdón si te hablé mal, pero es que...

—Soñé que... que... que me mataban... —hipó. Loy suspiró y la tomó por los hombros para separarla un poco y poder mirarla a los ojos. En un principio Dana se resistió, pero luego se dejó, secándose las lágrimas con el dorso de la mano.

Loy no podía verla así, tan aterrada y tan frágil. Chasqueó la lengua, acomodándose con la espalda recargada en la cabecera de la cama y la atrajo hacia sí, apoyando la mejilla de la muchacha en su pecho y acariciándole el pelo.

—Shhhh, fue solo una pesadilla... —murmuró, apoyando el mentón en su cabeza, aspirando su aroma mientras entrecerraba los ojos. Dana no dejaba de llorar, asida con fuerza a la remera de su pijama, como temiendo que él desapareciera de un momento a otro—. ¿Qué es lo que tanto te aterra? ¿Quién quiere matarte?

Si bien el Ejército Violeta la buscaba por criminal y peligrosa, Loy temía que en realidad ella fuera la víctima en todo ese embrollo, sea cual fuese. Seguía acariciando su cabello de forma mecánica, jugando con los mechones castaños. Ella sorbió por la nariz, detuvo el llanto, pero no lo soltó.

—Era alguien que se suponía que me tenía que cuidar... Era como un padre... Y... y me quiere matar... Dijo que me encontraría y que no me daría tiempo a arrepentirme...

Loy aspiró con fuerza, soltando el aire en un suspiro.

—No dejaré que nadie te haga daño, ¿oíste? Te lo prometo. Prometo por la diosa que está mirando esto. Y las promesas con los dioses no se pueden romper —aseveró, rodeándole los hombros y abrazándola con fuerza para remarcar sus palabras.

Dana esbozó una sonrisa, una pequeñita ante la ironía de la promesa. Loy se quedó inmóvil hasta que la muchacha se tranquilizó y dejó de llorar. Para ese entonces, ambos ya estaban dormidos.

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