25. Dioses y Ancestros
Sentado desde su trono tallado en madera oscura, el dios Amarillo se rascó la barbilla mientras estudiaba a Dana. Ella, nerviosa ante la mirada tan inquisitiva, tragó en seco y se estrujó las manos. Fei Long fue el primero en moverse, señalándola con un ademán de la mano.
—Hermanos, ella es Dana, la diosa del Cubo Violeta. Dana, él es Rhodon —indicó con amabilidad apuntando hacia el dios Rosa y luego señaló hacia el dios Amarillo—. Él es Amarus y su siguiente generación, Calom. Por último, Noscere —concluyó, señalando a la diosa Naranja.
Ella se inclinó hacia cada uno a medida que el dios Azul los presentaba. Luego se dirigió con cautela y llena de dudas a su asiento. Sin embargo, Amarus la detuvo mientras se erguía con el ceño fruncido.
—Espere. No viene con su Ancestro, ¿dónde está?
Dana abrió la boca, pero la volvió a cerrar al darse cuenta que no sabía qué responder.
—Amarus, por favor —dijo Selba levantándose con la expresión fastidiada. Puso las manos en la mesa y le hizo un gesto con la cabeza a Dana para que se sentara, a lo que ella obedeció sin rechistar.
—¡Selba! Sabes muy bien que las reglas dictan que los dioses deben presentarse con un Ancestro en las Asambleas Oficiales, y tú has solicitado expresamente que esta sea una de esas —replicó el dios Amarillo alzando la voz y asustando la pequeña a su lado.
La aludida se llevó las manos a las sienes y suspiró.
—Por favor, siéntate y escucha al menos por una vez. Ella llegó huyendo de su Territorio junto con la nueva diosa Roja, y sabemos muy bien que Seteh las está asesinando. No hay tiempo para reglas.
Amarus no se mostró convencido. Se mantuvo de pie y apoyó una mano sobre el respaldo del asiento mientras se inclinaba un poco hacia adelante.
—Si comenzamos a romper las reglas esto se transformará en un caos en el que todos haremos lo que queramos. ¡Y aunque ella venga huyendo con la nueva diosa Roja, ninguna de las dos trae a su Ancestro consigo!
Dana sintió el chispazo de una idea. Incluso sorprendida por la cantidad de información que estaba recibiendo en esa asamblea, sobretodo sobre las reglas que el Consejo tenía, no podía dejar de pensar en cómo todo aquello podía beneficiar a la pequeña Violett y su territorio que aún seguía bajo la tiranía de Seteh. Al parecer, los dioses también eran conscientes de la maldad del dios Rojo, por lo que no podía dejar pasar esa oportunidad.
Con las manos temblando de temor y dudas, carraspeó y todos los ojos posaron en ella. Incluso Amarus se volvió a sentar dispuesto a escucharla.
—Lamento interrumpir, pero Violett, la nueva diosa Roja, venía en el tren con su Ancestro. Su nombre es William Eccho —soltó, convencida por completo de sus propias palabras. Le lanzó una mirada a la diosa Verde, a lo que ella le devolvió estrechando los ojos—. Selba me aseguró que tanto él, como la bebé y su madre estaban bien...
Los rostros se volvieron hacia Selba, quien se irguió agitando la mano en el aire restándole importancia.
—Se resistió a mis soldados y los atacó. Lo metí en el calabozo —respondió de mala gana, sentándose ya más tranquila. Parecía seguirle el juego a Dana—, pero no es nada que no se pueda solucionar. Las reglas dicen que si un dios no está en condiciones por edad u otro motivo de real importancia, su Ancestro puede representarlo en una Asamblea Oficial, ¿verdad, Amarus?
Tanto él como Fei Long y Rhodon asintieron. Dana dejó de tener los hombros tensos, contenta por poder poner un tanto a su favor para ayudar al pueblo rojo. Esperaba lograr también una ayuda para resolver sus propios asuntos en el Territorio Violeta.
—Incluso cuando esa diosa aún no reclama su lugar. No cometamos los mismos errores del pasado, ya sabemos en qué podría acabar —continuó la diosa Verde al ver que el dios Amarillo tenía intenciones de replicar.
Un silencio incómodo se instaló en la mesa, ajeno a Dana. Había algo que no sabía y que calaba hondo en el Consejo de Dioses, muy cercano y cuya herida seguía abierta, pero no se atrevió a preguntar nada.
—Bien —gruñó Amarus, aceptando lo que Selba proponía. Sin embargo, fijó sus ojos color oro en Dana con una expresión contrariada—. Pero esa chica no tiene el suyo.
Selba apoyó los codos sobre la mesa, masajeando con más ahínco sus sienes como si su cabeza estallara de dolor. Parecía que no era la primera vez que tenía opiniones encontradas con su hermano amarillo.
—Podemos hacer una excepción —agregó el dios Rosa. Parecía más dispuesto a escuchar con interés, sonreía de lado con las manos entrelazadas y los codos sobre la mesa.
La diosa Naranja se cruzó de brazos e infló los cachetes como si fuera tan pequeña como la nueva diosa Amarilla al lado de Amarus.
—Si empezamos a hacer excepciones por todo, esto se va a la mierda... —exclamó como si tal cosa.
—Noscere, tu vocabulario... —advirtió Fei y ella se limitó a darle vuelta la cara como una niña caprichosa.
Selba se irguió al fin, soltando un suspiro cansino. Todos esperaron que hablara, aunque parecía contrariada, y Dana presintió que tenía que ver con ella.
—¿El Ancestro puede ser un menor de edad? —preguntó al fin, haciendo que los demás la miraran confundidos.
Fei Long le dedicó una mirada cargada de significado que Dana siquiera se molestó en descifrar. Porque esa pregunta contenía una revelación más importante que todo lo demás, ya que la única persona violeta menor de edad que había llegado con ellos era Loy. Sin contenerse, se levantó de un salto de su asiento y se estiró hacia Selba con las manos apoyadas sobre la mesa. El dios Azul, sentado a su lado, le puso una mano en el hombro casi de inmediato para contenerla, pero ella no se movió.
—¿Te refieres a Loy? ¿Está vivo? —Casi gritó. El dios Rosa alzó las cejas y soltó un silbido, mientras Fei Long quitaba la mano de su brazo y se echaba hacia atrás con un suspiro—. ¡Responde!
Selba se derrumbó en su asiento, sin flaquear la mirada penetrante que le dedicaba.
—Sí, lo está.
Dana se movió despacio, irguiéndose y cerrando los dedos en puños a cada lado del cuerpo.
—¿Por qué mentiste? —atinó a preguntar, con la voz fallando.
Los ojos verdes de Selba bailaron casi con furia. Dana no pudo desviar los suyos mientras escuchaba en su cabeza la voz de la diosa Verde: "Porque están rompiendo las reglas. Un dios, jamás de los jamases, bajo ninguna circunstancia, se puede enamorar."
Cuando entendió, la diosa violeta volvió a su asiento casi sintiéndose desfallecer. Se llevó las manos al pecho y calló, sabiendo que debía respetar las reglas si quería ser aceptada por sus hermanos. Incluso si eso la llevaba a rechazar sus propios sentimientos.
Amarus volvió a levantarse, pasando la mirada de una a la otra.
—¿Me pueden explicar qué está pasando? —exigió.
—Amarus, conoces las reglas mejor que nadie, ¿puede o no ser un menor? —interrumpió Fei Long sin ser agresivo, pero con la voz tan firme que el dios Amarillo no dudó en meditar una respuesta.
—La edad mínima son dieciséis años. Nunca ha habido tan jóvenes porque siempre se ha priorizado que sean especializados en alguna rama que genere un apoyo al dios en actividad —confesó, dudoso, pero lanzó una mirada gélida hacia Dana—. Lo que sí impediría sería una relación afectuosa por parte de alguno o de ambos —agregó.
Selba se puso de pie, ignorando las últimas palabras de Amarus. Parecía cansada.
—Si no hay un desacuerdo, pueden traer a los Ancestros que falten y así comenzar oficialmente esta Asamblea.
El absoluto silencia reinaba en las mazmorras. Loy desmigaba el pan y lo comía de a poco y sin ganas. En la celda del lado opuesto, William se dedicaba a despellejar la piel levantada de las heridas en sus nudillos, absorto por completo en sus pensamientos.
Rumi sorprendió a ambos cuando llegó sin hacer ruido hasta el pasillo entre ambos. Los dos dejaron lo que estaban haciendo para prestarle atención. El Ancestro se dirigió con rapidez hacia la celda de William, la abrió sin utilizar siquiera una llave y chasqueo los dedos con un sonido muy agudo. Por un momento, el joven rojo creyó que nada había ocurrido, pero luego vio que se encontraba limpio y vestido con un traje rojo carmesí. Sus heridas estaban limpias y con vendas nuevas.
—¡Carajo! —exclamó—. ¿Cómo puedes hacer eso? ¿Eres un dios también? Mierda, estoy en problemas.
Rumi se limitó a fruncir la boca ignorando el rápido cuestionario del muchacho y giró a su alrededor para verificar que estuviese todo en orden, como se lo habían pedido.
—Simplemente hago uso de la magia que me permite mi diosa para sus designios... —dijo sin emoción, como si no tuviera importancia alguna. Luego se quedó de pie frente a él y se inclinó con respeto en un pedido de disculpas—. Lamentamos el mal entendido, Ancestro Eccho.
—Espera, ¿qué?
William lo miró boquiabierto mientras Rumi se volvía a erguir. El Ancestro dio media vuelta para salir y le indicó que lo siguiera.
—La joven diosa Dana nos ha informado que usted es el Ancestro de la pequeña diosa Roja.
Ambos muchachos dieron un respingo ante la mención de la diosa Violeta y Loy no dudó en abalanzarse hacia las rejas oxidadas, con el corazón desbocado.
—¿Dana está viva? —preguntó, con la voz ronca por la urgencia.
Rumi no cambió de expresión y lo observó con sus ojos opacos. Le abrió la puerta de la misma forma, sin llaves, y con otro chasquido dejó a Loy con un traje violeta e impecable. Sus heridas dejaron de doler, con curativos nuevos, y su cabello pasó de ser una mata enmarañada a caerle sedoso sobre sus orejas.
—Su divinidad Selba le debe una disculpa, Ancestro Sturluson, pero necesitaba proteger a la diosa Dana.
Ante de la felicidad de saber que ella estaba viva, ignoró el hecho de que lo llamara Ancestro también. Sin embargo, su tono de voz le advertía que lo que iba a decir a continuación no era algo bueno.
—Pero antes que nada debo avisarle que existen reglas, señor. Mi señora Selba solo trataba de mantenerlos a salvo —continuó Rumi mientras arreglaba la corbata de moño de Loy. Le lanzó una mirada de advertencia antes de soltarlo con una palmadita en el hombro—. El Consejo de Dioses tiene reglas, y la más importante dice que nunca, jamás de los jamases, bajo ningún concepto, los dioses se deben enamorar.
Loy sintió que todos sus dolores volvían, aunque sus heridas estuviesen casi curadas. Pestañeó y bajó la mirada al suelo, al piso húmedo y frío bajo los zapatos negros e impecables que tenían sus pies. Una vez habían hablado sobre estrellas muertas, esas luces en el cielo que continuaban brillando aunque ya no estaban, y Dana una vez más se veía como ellas: inalcanzables. Con un brillo lejano al que no podía tocar ni aspirar. La diosa Violeta no debía enamorarse de nadie. En efecto, él tampoco de ella.
Oyó al muchacho exclamar una maldición y no pudo dejar de sentir de cierto modo un alivio: si él no podría estar con Dana, ese tipo tampoco.
—Los esperan en la Asamblea de Dioses, debemos apurarnos.
Rumi les indicó que lo siguiera y ambos, sin ninguna otra opción, fueron detrás de él a pasos rápidos. El joven rojo extendió una mano hacia Loy mientras caminaban lado a lado.
—Soy William Eccho.
El muchacho se la estrechó.
—Loy Sturluson.
—Lo sé —soltó William de forma seca al soltarlo—. El tipejo por el que Dana es capaz de mandar todo al carajo —agregó en un susurro molesto.
Loy quiso hacer una mueca, pero no estaba de humor para ello. Metió la mano de forma inconsciente en el bolsillo de su traje y sus dedos se toparon con un botón de madera que había dejado olvidado en su uniforme. El tacto con aquel objeto conocido dentro de aquel caos le trajo un poco de tranquilidad.
—¿Qué es esa Asamblea de Dioses? —preguntó William cuando ya habían pasado varios minutos desde que salieron de las mazmorras y caminaban por pasillos que parecían interminables.
Rumi no contestó, pasando por un patio interno que los muchachos apenas apreciaron y desembocaron en un pasillo que daba a una puerta enorme de ébano al final. El Ancestro Verde la abrió sin dificultad y ambos se detuvieron en seco, abriendo los ojos de par en par. En el interior de la habitación se encontraron con todos los dioses reunidos en una única mesa redonda y blanca. Varios ojos de colores llamativos se posaron en ellos, pero Loy se fijó en único par violeta que lo contempló lleno de sorpresa y felicidad. Su corazón respondió con urgencia, incitándolo a acercarse y abrazarla, pero reprimió todos esos sentimientos y desvió la mirada. Entonces se topó con el dios Amarillo analizándolo como si quisiera mirar dentro de él.
William maldijo para sus adentros y se preguntó cómo demonios terminó de ser un espía a ser Ancestro de la nueva diosa Roja. Su destino siempre se volvía irónico y él se limitó a aceptar lo que le ofrecían, si eso ayudaba en su situación familiar. Obedeció a Rumi, quién le indicó que se quedara detrás del trono rojo aún vacío, al lado una niña de cabellos de fuego y ojos como dos llamaradas: la diosa Naranja.
Luego el Ancestro Verde le señaló a Loy para que tomara su lugar de pie detrás de la diosa Violeta. Sentía un nudo en la garganta mientras recordaba las palabras de Rumi y rechazaba las miradas de la muchacha, pero no tenía más opciones estando en el medio de una Asamblea y rodeado por los dioses de todo el continente.
Dana se sintió ignorada y eso le pareció más doloroso que creerlo muerto. Bajó la cabeza y se retorció los dedos de la mano con el estómago hecho un manojo de nervios.
Selba se tiró en su silla como si le hubiesen drenado toda la energía. Le lanzó una mirada cargada de intención a Amarus, quien no quitaba los ojos de la pareja violeta, y luego se giró hacia Dana.
—Ahora que todo está como corresponde, por favor, cuéntanos todo.
No sabía cómo comenzar. Entrelazó las manos sobre su regazo, alzó la cabeza y carraspeó. Era una diosa, no podía ponerse dudosa ante las únicas personas que podía tratar como iguales. Era el momento de mostrar lo que era y de qué estaba echa, no podía dudar.
Frente a ella, William asintió dándole ánimos y ella no pudo estar más agradecida de haberlo conocido.
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