10. Sentimientos de culpa
Dana dejó de correr cuando sintió que sus piernas temblaban por el esfuerzo, sin poder impulsarla más. Jadeando con un dolor en el pecho y en el costado del torso, se tambaleó hasta un árbol a un lado de la carretera y se acurrucó contra su tronco. Entonces soltó todo lo que estaba reteniendo hasta ese momento, llorando contra sus rodillas, con las manos en la cabeza. Sentía el frío de la lluvia clavándose contra su piel como finas agujas heladas y el viento sacudía con fuerza los árboles, agitándolos con enojo, como si la castigaran por lo que acababa de hacer. La ironía de la magia, respondiendo a sus emociones.
Había abandonado todo: el Cubo, su magia y sus responsabilidades. Luego había hecho lo mismo con la familia Sturluson, las personas que la habían cuidado y dado un hogar, que le habían enseñado más cosas de lo que podía aprender dentro del Cubo y que le habían dado cariño y afecto. Y había abandonado a Loy, el que le había salvado la vida en aquella tormenta que ella misma había provocado. El que había estado a su lado cuando tenía miedo. El que había prometido protegerla.
Se llevó una mano en el pecho. Era muy doloroso... ¿Por qué abandonarlo a él dolía demasiado? ¿Por qué no había sentido lo mismo cuando dejó el Cubo? Se llevó una mano a los labios, aferrada al recuerdo del beso de la noche anterior, ese que le había movido el piso, que había echo que sus sentimientos se volvieran un torbellino sin sentido. «Eso se llama amoooor» canturreó en respuesta una voz en su cabeza y Dana se sorprendió por tal pensamiento invasor, delatándola.
Se echó a llorar hasta que se quedó sin lágrimas y entonces, con un suspiro trémulo, alzó los ojos al cielo, con la luna llena indicándole que ya era noche. Se levantó tambaleándose, helada hasta los huesos y con las tripas retorciéndose y quejándose. No había nada que pudiese ingerir ya que el bosque que se alzaba a ambos lados de la carretera era frondoso, oscuro y espeso, y la magia, si pudiera usarla como quisiera, no le permitía crear comida. Así que se limitó a caminar por la carretera rumbo a Soros, alejándose lo máximo posible de Sigma y de los recuerdos que allí dejaba.
Después de un tiempo que le pareció eterno, dando traspiés por el cansancio, vio una luz en el bosque. Se acercó cautelosa, con la garganta seca y las tripas rompiendo el silencio, hasta la entrada de un camino que conducía al parecer a un claro. Podía ver la luz danzante de una fogata y sentía el aroma embriagador de carne asada, por lo que se internó algunos metros, ayudándose con los árboles para esconderse.
El relincho de un caballo la asustó, haciendo que diera un brinco y pisara un montón de hojas y ramas secas. Se tapó la boca con las manos, aterrada, y se quedó con la espalda recostada en el árbol, con la respiración agitada y el corazón bombeando a mil.
Sin embargo, pareció que nadie había notado su presencia. Se movió un poco para ver lo que ocurría y distinguió a tres caballos a un lado, mientras que dos hombres rodeaban un fuego donde se asaba algún animal pequeño. Los retorcijones se intensificaron, haciéndosele agua en la boca. Pensó en hablar con ellos para pedirles un poco de comida, pero su aspecto no daba buena espina, y pudo distinguir espadas en las monturas de los equinos.
«Vete de ahí».
Tragó saliva, dispuesta a ignorar su hambre y alejarse de allí. Una risita profunda le erizó los vellos de la nuca.
—Creo que encontré otra liebrecilla para comer.
Sin darle tiempo a nada, una mano tapó su boca desde atrás y otra rodeó su cintura, alzándola en vilo. Pataleó, se golpeó el pie en un tronco de árbol y el dolor le envió descargas eléctricas por toda la pierna. Quería gritar, pero le asqueaba sentir el sabor salado de los dedos que le aprisionaban los labios. El desconocido la cargó hasta el claro y el jaleo que armó llamó la atención de los demás que estaban al lado del fuego, quienes se levantaron con rapidez.
—¡Por el Cubo! —exclamó uno de ellos, con una voz muy chillona y codeando a su compañero parado a su lado. Dana apenas lo pudo distinguir entre las lágrimas—. ¡Es la diosa fugitiva!
—¿O sea que además de sacarnos las ganas nos haremos ricos? —preguntó con malicia el que la tenía atrapada, con su voz reverberando en la oreja de la muchacha, quien al darse cuenta de lo que iban a hacer intentó deshacerse del agarre con más ahínco, pero el hombre era más alto y más fuerte que ella.
—Bueno, a nadie le importará en el estado que la entreguemos ya que la matarán de todos modos —dijo la tercera voz, acercándose y restregándose los nudillos.
Dana tenía ganas de vomitar. Sintió una mano en el muslo y se agitó con violencia intentando escapar de tal contacto indeseado. Las tripas se le revolvieron mientras sentía que la dejaban en el suelo y le daban un golpe en la cabeza.
«¡Resiste!» gritó la voz en su cabeza mientras su cara golpeaba contra el piso. Sintió que las rodillas se arañaban con las ramas y la tierra dura, pero no perdió los sentidos, aferrándose a aquella voz que solía molestarla. No quería desmayarse para quedarse a merced de esos criminales.
Las manos reptaron por sus piernas, por su cuello metiéndose en su ropa. Se asqueó, pataleó, lloró. Por eso había odiado a los humanos, por eso había dejado de velar por ellos. Una y otra vez había visto en el Cubo lo violento, odioso y repulsivo que eran. Lo ambiciosos, codiciosos y avariciosos que podían llegar a ser...
Los detestaba... ¡Los odiaba!
La diosa sintió que su pecho se llenaba de una energía incandescente que hizo su cuerpo brillar de una forma cegadora y una explosión de luz empujó con fuerza a los atacantes. Se elevó en el aire con una expresión de puro odio y frialdad, con los ojos en blanco. Extendió los brazos hacia ambos hombres y les sonrió con una perversidad ajena a ella y al cerrar los puños, los órganos internos de los delincuentes estallaron y sus ojos saltaron de las órbitas. Estaban muertos.
Ella cayó al suelo con un golpe seco y perdió los sentidos.
Al ver entrar a Ozai, Loy se levantó de un salto, con el rostro colorado por el enojo, la frustración y el odio. Le dolía la cabeza, podía sentir una vena de la sien palpitando, y el hambre que tenía le dejaba con un humor bastante negativo. No quería hablar con Ozai en persona porque no sabía cómo iba a reaccionar ante tanta presión.
—Gracias, Lambda, yo me encargo a partir de ahora.
Ozai siquiera miró a su compañera, fijando su mirada azul en los ojos centelleantes de Loy. La Ancestra, a pesar de la sorpresa por su repentina aparición, asintió con un único cabeceo y se retiró con una casi imperceptible reverencia, cerrando la puerta detrás de sí. El nuevo dios era apenas un poco más bajo que el muchacho, pero con su expresión de superioridad intentaba intimidarlo.
—Bueno, muchacho —comenzó Ozai sin rodeos, chasqueando la lengua y apoyando las manos en el respaldo de la silla que Lambda acababa de abandonar—, ¿dónde está la fugitiva?
¿Cuándo Dana había dejado de ser diosa y había pasado a ser una fugitiva? Soltó el aire por la nariz a modo de risa, mirando hacia un lado y balanceando la cabeza con incredulidad. Ella le había dicho que lo consideraba un padre, aquella vez en la que había tenido una pesadilla y que él le decía que iba a matarla. No dudaba que en realidad no fuera un sueño y él la había hostigado de verdad en el mundo onírico.
—Ya he dicho que no lo sé —gruñó, apretando los puños hasta que le quedaron los nudillos blancos. Ozai, como si esperara esa respuesta, se irguió y comenzó a caminar por la habitación.
—Bueno, verás que no me dejas muchas opciones. O me dices algo que me lleve hasta ella o tú y tu hermana tendrán que despedirse de la señora Sturluson hoy mismo para siempre.
Loy se mordió el labio, sintiendo cómo las uñas le rasgaban la piel de las palmas de las manos. Lambda tenía razón, Ozai no podía ver nada sobre Dana ni sobre ellos, sino no estaría interrogándolo en persona. Lo miró mientras él se detenía un una esquina de la habitación blanca, mirándolo fijo con los brazos cruzados.
—No lo sé —repitió, remarcando cada palabra con los dientes apretados para no alzar la voz. Sentía la cabeza dando punzadas de dolor—. Se largó sin decir nada, aterrada porque usted dijo que iba a matarla.
Ozai alzó las cejas y volvió a dar vueltas por la habitación, anudando las manos a su espalda.
—Supuse que así sería. Te quiero cerca, quiero estar ahí cuando cometas un error y nos lleves hasta ella. Serás asignado al ejército y no —hizo una pausa para hacerle un ademán a Loy para que lo dejara terminar hablar, ya que había abierto la boca para replicar—, no aceptaré renuncias ni quejas. Es parte de tu castigo por traición, porque al ser aún menor de edad no puedo enviarte al calabozo. —Abrió la puerta y le indicó al teniente que entrara—. El teniente te entregará tu nuevo uniforme y mañana empiezas tu entrenamiento.
Loy lo miró con la boca abierta, incrédulo.
—¿Qué? ¡No me puedes obligar a hacer eso!
Para cuando terminó de hablar, Ozai ya había salido de la habitación sin siquiera despedirse. El teniente le hizo un gesto con la cabeza para que lo siguiera y él bufó antes de seguirlo. No dijo nada mientras le entregaba un uniforme de los devueltos y le decía que tenía que presentarse al día siguiente a primera hora. Eso significaba que no iba a dormir nada.
Le habló a Rufus sobre lo ocurrido en un monólogo triste, mientras se acomodaba en su lomo y partió con rapidez hacia la casa de la familia Godoy. Melen fue el que lo recibió como costumbre, su esposo no solía estar a esa hora ya que trabajaba de seguridad en el club donde cantaba Mey. El olor a comida familiar le invadió las narices cuando la mujer abrió la puerta y le recordó a su estómago que debía comer, ya que no lo hacía desde el desayuno. Así que vio a Loy, alzó las manos al cielo a modo de agradecimiento y lo estrechó en un abrazo maternal.
—¡Gracias al Cubo! ¡Loy, mi niño! —exclamó soltándolo y palmeándole el rostro y los brazos verificando que estuviese bien y sano—. Tienes la ropa húmeda, quítatela que te vas a resfriar, te puedo prestar algo de Jonas... —Loy negó con la cabeza, agradeciendo, pero la mujer no permitió que rechazara, ya que había desparecido para traerle medio segundo después una muda de ropa seca. Él la recibió y ella se quedó mirándolo con los ojos vidriosos antes que continuar hablando—: Vinieron del ejército para interrogarnos y...
Loy pestañeó, sin entender.
—¿Qué? ¿Por qué? —se apresuró a decir, ayudando a la mujer a sentarse en el sofá porque parecía que la fortaleza que había demostrado hasta entonces se desmoronaba.
Los niños ya dormían, solo quedaban ella y las abuelas, una leía un libro, la otra tejía lo que parecía ser una bufanda morada. Entonces oyó pasos apresurados bajando por la escalera. Loy levantó la mirada y vio a Jonas acercándose con una expresión furibunda, con los hombros tensos y las manos cerradas en puños. Cuando se dio cuenta de lo que iba a hacer, sintió el impacto de los nudillos en su nariz. Siempre había sido ágil, pero la actitud de su amigo lo había tomado por sorpresa, sin darle tiempo a esquivar de forma apropiada.
Se llevó la mano a la cara, retrocediendo por el impulso del golpe, y Jonas lo agarró por el cuello del abrigo, irguiéndolo. Pudo oír a Melen gritar diciendo que pararan, pero ninguno de los dos le prestó atención. Loy podía notar las chispas de enojo y de decepción en los ojos oscuros de su amigo, en el jadeo incesante, en los dedos aferrados a su ropa.
—¡Me suspendieron del colegio por tu culpa, imbécil! ¡No me van a permitir graduarme! ¿En serio tenías que ligarte a la diosa? ¿EN SERIO? ¡Y eso que te llenabas la boca de odiarla y yo que sé qué más!
—Jonas, no lo sabía —dijo Loy en su defensa, con voz calmada. Si bien las ganas de gritarle no le faltaban, que él perdiera también los estribos no iba ser bueno para nadie—. No tenía idea de quién era cuando la encontré, en serio. Tú la has visto, se ve como alguien normal cuando no tiene el cabello violeta.
Jonas bufó con fuerza, soltándolo con una sacudida. Loy se pasó la mano por la nariz, fijándose si sangraba y soltando un suspiro. Sentía el enojo de su amigo como el suyo, su rabia y desesperación. Él quería terminar los estudios en el colegio militar y después especializarse en electricidad y electrónica para poder trabajar y tener mejores ingresos que terminando solo la secundaria. Que tuviera una suspensión por parte de la justicia arruinaría todos sus planes.
Melen se acercó, estirando una mano para acariciarle el hombro y con la otra buscó el brazo de su hijo para que no se alejara. Quería que ambos estuvieran bien, eran amigos de toda la vida, le dolería demasiado si se distanciaban por algo así.
—¿Por qué te suspendieron? —preguntó entonces Loy—. No tienes nada que ver con el asunto...
Él se mordió los labios antes de hablar.
—Estaba su retrato en la entrada del colegio. La reconocí e iba a avisarte que era la fugitiva peligrosa que cuando la recepcionista les avisó que me fui con el retrato. —Se calló un segundo, pasando una mano por la frente. Su madre le acarició el brazo en un mudo gesto de apoyo—. Me interrogaron, me negué a hablar, no me dejaron pedir una defensa. Me dijeron que era la diosa, que era peligrosa y que ponía en peligro a mi familia... Y aunque no dije nada, no les fue difícil deducir que estaban con ustedes. Y aún así, vinieron, revisaron la casa, interrogaron a todos...
—No seas exagerado, por el amor de la diosa, Joni. No fueron violentos y nos dejaron en paz cuando comprobaron que no teníamos nada que ver —acotó Melen para suavizar el asunto, aunque Loy se dio cuenta que a ambos les había dolido lo que tuvieron que pasar.
—Pero papá y yo estamos obligados a servir al ejército contra el rojo.
Loy suspiró, dejándose caer en el sofá tallándose los ojos con las palmas de las manos y apoyando los codos en las rodillas. ¿Cuántos problemas más iba a dejar Dana tras de sí? Por más que quisiera culparla de todo, el que se sentía responsable por todo era él, por no haberse dado cuenta antes y por dejarse llevar por ese sentimiento desconocido que lo impulsaba a protegerla.
—Yo también. Tengo entrenamiento con el teniente Greenwich.
Melen lo miró extrañada, frunciendo el ceño ante lo que él acababa de decir.
—¿Greenwich? ¿Thomas Greenwich?
Loy levantó la cabeza, alzando las cejas.
—Supongo, ¿por qué?
—¡Looooooooy!
La voz chillona de Clay salió de una de las habitaciones y la pequeña fue corriendo para abalanzarse sobre su hermano. Él estiró los brazos, aliviado de verla bien, y la estrechó con cariño. Vestía un camisón prestado y tenía los ojos anegados en lágrimas. Melen le sonrió a ambos y dijo que buscaría algo para que él comiera, mientras Jonas se disponía a volver a su dormitorio. Loy lo detuvo.
—Gracias —le dijo, con Clay aferrada a él con la cara escondida en su cuello. Temblaba como una hoja en un temporal—. Gracias por no hablar y por tratar de advertirme.
Jonas hizo un gesto con la mano restándole importancia. Se veía más tranquilo después de descargar la furia en el golpe y en los gritos.
—Somos amigos, ¿no? —murmuró con una sonrisa triste. Sus ojos se veían más caídos que de costumbre y al darse vuelta, Loy notó que cojeaba.
Acarició la espalda de su hermana y trató de separarla, pero ella no lo soltó ni aflojó el abrazo en ningún momento.
—¡Yo no he dicho nada! —sollozó con la vocecita entrecortada por el hipo—. ¡Te juro que no dije nada...!
—¿Qué no has dicho, Clay? —preguntó Loy con ternura, sin entender a qué se refería su hermana.
Intentó separarla una vez más y ella se dejó. Le temblaba el mentón y lloraba, a lo que él limpió las lágrimas con los pulgares con cariño.
—Dana me pidió que no dijera nada que hacía magia, sino se la llevarían lejos lejos... Pero no dije nada a nadie, ni a los soldados que me fueron a buscar a la escuela.
Loy sintió un vacío en el estómago. ¿Cómo era posible que Clay lo supiera y él no?
—¿Magia? ¿Dana hacía magia? —preguntó en el tono más tranquilo que pudo. La nña se tapó la boca con las manos y meneó la cabeza en negación—. Tranquila, tranquila, está todo bien, puedes decírmelo —agregó el muchacho al ver que ella se sentía culpable.
Clay miró a su alrededor, verificando que no había nadie oyéndolos. Melen aun estaba en la cocina y las abuelas estaban absortas en sus cosas. Al parecer, tampoco le habían dado mucha importancia al arrebato de Jonas. Eran muy ancianas y solían olvidar cosas a menudo.
—Dana curó a mamá el día del terremoto —explicó, con los ojos brillando de emoción—. Tocó su cabeza y con una luz violeta la herida de mamá se hizo chiquitita así. —Hizo el gesto con el índice y el pulgar, mostrando una pequeñísima distancia entre ambos dedos.
Loy se mordió los labios y atrajo a su hermana hacia sí, volviendo a abrazarla. Entonces no había sido imaginaciones suyas aquel corte letal que le había visto a su madre cuando entró al rancho. Dana lo distrajo con las cosas que le había pedido sólo para poder hacer uso de sus poderes. Miró hacia arriba y suspiró.
Si no fuera por Dana, su madre hubiera muerto.
Melen volvió de la cocina, dejando un plato de guiso en la mesa del comedor.
—Cariño, ven y come —le dijo y sonó como una orden que el muchacho no pudo replicar.
Clay le hizo compañía en la mesa mientras la mujer ordenaba las últimas cosas en la casa y ayudaba a las abuelas a acostarse y dormir. Después, cuando tocó la hora de irse, Clay quería que él se quedara o al menos volver al rancho con él. Loy, con un dolor en corazón por no poder hacer ninguna de las dos, la arropó, le cantó una canción para que durmiera y le prometió que volvería a primera hora para llevarla a la escuela.
Cuando salió al exterior, Melen lo alcanzó para despedirlo.
—Corazón, lo siento tanto. Espero que Mey esté bien y que esto se solucione pronto. Dana es una buena muchacha. No importa lo que es y lo que hizo antes de que la conociéramos, importa lo que ha hecho ahora por nosotros.
¿Escapar y dejarnos llenos de problemas?, pensó él, pero no lo dijo en voz alta. Asintió sin decir nada, sin mirarla a la cara.
—Cuídate. —Con lágrimas en los ojos, Melen le besó la mejilla y le peinó el cabello con las manos. Cuando lo vio desaparecer con Rufus en dirección al pueblo, volvió a su hogar.
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