Miedos


Había una vez...

Una joven, la cuál se había acostumbrado a vivir con miedo alrededor de toda su vida.

De pequeña le temía a cosas tan insignificantes como la oscuridad, los monstruos debajo de la cama y los gritos detrás de la puerta de su habitación. Así pasaron los primeros años; aterrada por cada sombra, aterrada por cada mirada y pregunta mal formulada. Pasó su vida aterrada por dar un paso en falso.

Fue creciendo, y con ella los miedos también. Está vez le temía a los monstruos reales, aquellos ocultos a plena luz del día; aprendió a esconderse de ellos –y de cualquier persona en general–. Aprendió a ser precavida, después de cada cicatriz, de cada golpe, de cada lágrima derramada a causa de monstruos cuyos corazones no se apiadaron de la joven inexperta.

Ahora todo era temor, con el pasar de los años aquellos monstruos no eran nada comparados con el que veía todas las mañanas al observar su reflejo en el espejo. Su mayor temor, ella misma.

Producto de la imagen torcida y rota que terceros habían moldeado a sus conveniencias. Su rostro le recordaba siempre lo que era, algo roto sin arreglo.

Y así el miedo gobernó su vida, y la inestabilidad formó sus pasos. La joven era una experta mentirosa, que regalaba sonrisas vacías y palabras forzadas, viviendo en una mentira, repitiéndose que estaba bien.

Era tan buena mentirosa que hasta ella misma lo creyó. Sufriendo en silencio, y luchando por no perecer ante sus deseos destructivos.

La joven siguió temiendo, al compromiso, a crear lazos y abrir su corazón a otros. Ya había formado una coraza de hierro forjado, impenetrable.

No podía permitir que siguieran lastimándola, pisoteándola como si fuera insignificante. Débil, huyó; resguardándose en el miedo, convirtiéndolo en su única y más fiel compañía.

Pasó y pasó, y el tiempo corrió, decepción tras otra, lágrimas sueltas.

La perdida y soledad juntándose con el miedo para cenar, y ella en las noches se quebraba como si fuera la primera. Ella rezaba y rezaba, pero no había nadie quién la escuchara.

Estaba sola, rota. Las paredes observaban curiosas sus gimoteos ahogados, y la estrellada y platina noche disfrutaba la ansiedad de las madrugadas. Sus días pasaban lentos y sin ninguna novedad, sus mañanas eran grises y sus tardes de pesar.

Siempre le pedía al día que corriera, y cuando esté la obedecía, le suplicaba a la noche que no existiera. Se abrazaba a sus sábanas, como si aquellas pudieran reconfortarla, y cerraba los ojos con fuerza, como si eso lograra ahuyentar las imágenes en su cabeza.

Sus monstruos reían, en su mente gozaban cuando de su dolor se regodeaban. Y la pequeña joven siempre extrañaba, aquel tiempo en que un monstruo debajo de su cama era lo único que la espantaba.

Descubrió. Por muy mal pie, descubrió; que hay peores monstruos que los de debajo de una cama puedas encontrar. Qué hay monstruos que se esconden en máscaras de encanto y perfección, descubrió que esos son los peores, aquellos que se resguardan en el corazón.

La joven temía y temía.

Miedos iban y venían, se magnificaban en toda su grandeza e inmovilizaban a aquella temblorosa y pobre criatura. Seguía rezando, por un ángel protector que viniera al rescate. Pero Dios no respondía su llamado.

Al menos eso la joven pensaba.

Seguía deseando, aquel ángel que la llevara volando. A un lugar donde hubiera respiro. A un lugar donde hubiera alivio.

Pero Dios no le envío ningún ángel.

Dios le envío un pequeño demonio, echo de fuego, vida y picardía, que el alma de la joven encendía. El demonio llegó para hacerlo todo pedazos, para destrozarla y devorarla.

La joven que paz pedía, recibió caos y anarquía. Su corazón acelerando a la par de sus miradas. Y sin haberlo deseado, en su infierno un paraíso fue encontrado.

Pues en el fuego de la hoguera que ellos habían creado, rugió la vida de una joven que creyó su luz ya se había apagado. Clamó un alma sedienta de oscuridad.

Había una vez, una joven que temía y temía. Su vida forjada de miedos y cobardía, hasta que un peculiar desastre llegó a su vida, echo carne y hueso, que le quitó todo, incluso el miedo.

Había una vez, una joven que con ayuda de un pequeño demonio dejó de temer...

-- Daniela Umbria

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