Juguemos

Y ella le imploró al cielo con el corazón en la mano, por un amor perdido; susurrando a una estrella fugaz que su deseo le fuera concedido; desgarrada y en pedazos; desnudando su alma donde los secretos de la noche habitaban; esta le hablaba, en el idioma que solo ella podía, el de las almas perdidas, el idioma de los moribundos, de los corazones rotos, de los desahuciados. Y como si el cielo supiera la agonía de aquella criatura, gotas comenzaron a emerger del estrellado firmamento.

Cualquiera diría que estaba lloviendo, pero ella sabía muy bien que el cielo estaba llorando, para ella; llorando de tristeza, de agonía, de rabia e impotencia. El cielo lloraba despedazado por el amor que a la joven le arrebataron, consolándola con lo único que tenía para ofrecer, su llanto.

La joven estiró sus brazos y levantó el rostro al cielo, lagrimas deslizando por sus mejillas al igual que la lluvia torrencial lo hacía, con fuerza, con brutalidad, queriendo arrasar todo a su paso, destruir y hundir a todos y todo, para que ellos sintiesen como era eso, ahogarse; con lentitud, dolor y desdicha, con cada pesadilla, cada cicatriz, cada voz y cada lágrima derramada. Porque la noche es la única espectadora mientras todos dormían, ella veía y callaba, abatida; observando como aquella joven se rompía en pedazos.

«Voy a destruirlos a todos, cariño. Los haré pagar por tu sufrimiento». El cielo rugía cual león, y el viento silbaba sediento de justicia.

La joven como si escuchara la meliflua promesa del cielo, un poder abrasador corrió por sus venas, prendiendo en llamas su corazón y avivando el fuego en su alma. La electricidad descendió sobre su cuerpo y por un solo instante, la esperanza la abrazó, llenándola de vigor y de vida; el aleteo atronador de su pecho –de igual manera en que el cielo retumbaba–, le hizo revolucionar en su interior, una clara señal de la tormenta que vendría; sintiéndose por un solo y pequeño instante, aquel justo y pequeño instante en que se sintió realmente viva de nuevo.

Sonrió maliciosa, con la victoria clara en sus ojos, porque sabía que las cartas del juego no solo estaban a punto de voltearse de la peor manera, sino que se encargaría de despedazarlas una por una al igual que a sus jugadores.

Observó el cielo aterrador y centelleante con satisfacción: «Hazlo, destrúyelos a todos».

El cielo respondió con potencia ante su pedido, de la forma más ensordecedora posible, para avivar la fuerza en la joven. Las nubes se aglomeraron, las estrellas se desvanecieron y la luz blanquecina del rayo cegador se aproximó cual cazador sigiloso.

El viento danzó sobre su piel, erizando sus vellos, siendo el llamado a un despertar de aquel letárgico sueño que llamaba vida. Con ferocidad e intensidad, y una ligera crueldad, asintió a la tormenta que se desarrollaba delante de sus ojos.

Ya podía saborear lo que vendría, degustando el sabor de destrucción y ruina que dejaría a su paso, incluso podía olfatear el olor a residuos de cenizas, el hedor a llamaradas devorantes del infierno que estaban a punto de crear.

Su media sonrisa se deslizaba cual serpiente. Sus venas ardiendo con ímpetu y su alma resplandeciendo fervientemente.

Suspiró con fascinación para susurrar tentativamente entre sus labios: «Juguemos».

-- Daniela Umbria.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top