10
Arlene
Soñé con él. Con sus fuertes brazos sujetándome y sus apasionados besos dejándome sin respiro, entonces desperté y estaba sola en la habitación. Él se había ido. Me sentí como una tonta aquí desnuda entre las mantas. No solo eso, si no todo, ¿cómo pude? ¿qué me pasó? ¿por qué caí de esa manera tan estrepitosa? No tendría que haber olvidado todos mis sentimientos, lo que yo creía. Me sentía sucia, había compartido cama con el enemigo, ¿era mi enemigo?. La puerta se abrió y entró él con una bandeja pequeña.
—Te despertaste—me dice sonriendo—no sabía cuando lo harías, fui por una taza de té y unas galletas, no sabía cuales te gustaban así que traje varias.—Se sentó a mi lado y me miró de frente—¿estás bien?
Uy, hay tantas cosas que no están bien que no sabría por dónde empezar. Él, por ejemplo, ¿qué es lo que esperaba de mí? Entiendo que yo di ciertas esperanzas, fue mi culpa. Y también mi mente está hecha un lío en este momento, se mezcla la escena del río, el monstruo con el amante. El malo con el bueno. ¿Cuál era real?
—No lo sé—contesté, él me acercó el té.
—Bebe, luego hablamos—lo miré con desconfianza—es solo té—sonríe, ¿piensas que te voy a envenenar o algo así?
Bebo un poco, está delicioso. Pienso en el cocinero y me viene el recuerdo de Astrid y un cadáver en la cocina, instantáneamente alejo el té, no quiero nada de ese lugar. Moriré de hambre, no me importa.
—¿No quieres una galleta? Yo no las probé pero me dijeron que están deliciosas.
—No, gracias—se me revuelve el estómago ante la idea.
—Está bien, ¿quieres hablar sobre lo que paso?
—No hay mucho de qué hablar—soy consciente de que sueno poco amable, aunque quisiera ser buena con él, mi instinto me pide precaución—tú entraste y te lanzaste sobre mí.—A él le causa gracia lo que digo—no es gracioso.
—Tú formaste parte de ello, no te obligué a nada—sonríe de costado y se ve muy atractivo al hacerlo. Tiene razón y no sé cómo zafarme de esto. Pero realmente no sé, estaba tan segura, tan convencida de lo que pensaba, sentía. Verlo me daba asco, y ahora lo deseaba. No entendía cómo había sucedido esto. Que tenía que hacer ahora, si dejarme llevar o poner mis límites. Él estaba esperando mi respuesta y yo estaba tardando mucho en dársela.
—Ya lo sé—dije al fin, miré el suelo y luego a él. Sus ojos ambarinos no se alejaban de mí.—¿Qué se supone que haga ahora?
—Lo que tú quieras—contestó y rebuscando en mis pensamientos, lo que quería era besarlo. Pero sería demasiado atrevido de mi parte, por lo cual me limité a parecer seria frente a él.
—¿Podemos mantener esto oculto de tu hermano y Astrid?
—Claro que si.
—Y tu y yo...
—No tiene que haber nada entre nosotros si no quieres—me sentí un poco aliviada, no estoy preparada para una relación de ningún tipo.
—¿Podemos ser amigos?—Me salió del alma y creo que fue un gran avance entre nosotros. Se notó sorprendido, puede que no fuera lo que esperaba escuchar, sonrió graciosamente y asintió con la cabeza.
—Si, amigos está bien.—Tomó mi mano y la besó, inmediatamente tuve el recuerdo de sus besos en mi piel a lo largo de mi cuerpo, cerré los ojos para anularlo. Se puso de pie y se alejó hacia la puerta—deberías comer algo, hoy vamos a salir a averiguar sobre los botones, necesitas alimentarte.—Cerró la puerta tras de sí e instantes después entró Bettly. Me sentí avergonzada. Ella miró la escena, las sabanas y las mantas tiradas por todos lados, una lámpara caída, ropa en el suelo.
—No es lo que parece—me apuré a decir.
—No me parece nada, descuide mademoiselle—dijo juntando las cosas, yo sabía que ella estaba enamorada de Demian, más culpable me sentía yo.
—Déjame explicarte Bettly—insistí.
—No hay nada que explicar, yo solo hago mi trabajo—seguía recogiendo ropa del suelo. Noté que se le ponían los ojos rojos, me levanté envuelta en la sábana.
—Bettly, ¿qué pasa?
—Nada, tonterías de sirvienta—recogió todo y abrió los placares para buscarme ropa.
Imaginé que siempre había estado al tanto de él, porque nunca había llevado a ninguna humana. Por tanto ella albergaba esperanzas de que la viera en algún momento, hasta que llegué yo.
Ya vestida bajé las escaleras y lo encontré en el vestíbulo esperándome. Iba completamente cubierto, con guantes, anteojos y un sombrero que lo cubría muy bien del sol. De todas maneras el trayecto hasta el carruaje era corto.
Louis abrió la puerta y nos dirigimos a el, que estaba detenido junto a la entrada. Demian entró primero debido a su urgencia por cubrirse y luego subí yo. Corrimos las cortinas y quedamos en la oscuridad. Sentí alivio por él, no podía siquiera imaginarme lo que se sentiría morir calcinado por el sol.
Apoyó su mano enguantada en mi rodilla y me preguntó si estaba bien.
—¿Por qué no habría de estarlo?—no comprendí el motivo de la pregunta o me tomó demasiado por sorpresa.
—Ahora estarás sola, puede que te hayas disfrazado un poco mademoiselle de la Rouge, pero corres el riesgo de que te reconozcan.
—Puedo hacerlo, no te preocupes.—Sonreí autosuficiente aunque me gustaba su preocupación sobre mí. El traqueteo del carruaje pronto se detuvo, señal de que habíamos llegado a nuestro primer destino. La tienda de monsieur Moreau. Me levanté del asiento para bajar y Demian me sujetó de la mano.
—Cuídate—me dijo y me ayudó a bajar.
La tienda era grande y espaciosa, allí trabajaba monsieur Moreau, un modisto, junto a su esposa. Ellos realizaban la ropa de muchos de la alta clase. Competían directamente con Monsieur Larent de la Rue Quint.
Entré a la tienda y me atendieron dos muchachas que me hicieron sentar y me ofrecieron un té. Amablemente lo acepté. El estómago me rugía y tenía que aprovechar las salidas para comer si no quería morir de inanición.
El modisto demoró un buen rato en venir pero cuando lo hizo, apareció con hermosas telas de diversos colores en el hombro.
—Mademoiselle...—me dijo.
—De la Rouge—continué su frase y besó mi mano el pequeño hombrecito.
—Que honor, nunca había oído de usted.
—Soy nueva en la ciudad, soy...
Demian
—Mi prometida—dije entrando en la tienda. Arlene volteó a verme sorprendida pero trató de recomponerse rápidamente. Sabía que no debía inmiscuirme, pero no quería dejarla sola en esto, me arriesgué y salí fuera.
—Monsieur Komarov—dijo monsieur moreau—que gusto tenerlo por aquí, no sabía que iba usted a casarse.
—Es reciente—la sujeté por la cintura acercandola a mi, eso me trajo demasiado recuerdos que nublaron mi mente así que traté de bloquearlos por un rato al menos.
—Me alegro mucho monsieur, espero lo anuncie pronto en público.
—Eso haremos, mientras tanto estaba yo buscando un traje.
—A sus órdenes, dígame usted cómo le gustaría.
—Bueno, no tengo muy en claro el diseño—me hago el pensativo—pero si los botones que quiero.
—Dígame cómo son.
—Redondos de plata, con una bolita en el centro y luego dos filas de bolitas alrededor—dice Arlene.
—No lo sé con exactitud pero creo haber usado esos botones.
—Puedo consultar con otras personas si los tienen, tal vez puede decirme quien los compró así puede usted hacer el encargo.—Insistí.
—Esa puede ser una buena idea, no recuerdo el modelo, si tuviera un dibujo o un ejemplar podría conseguirlos.
—¡Fantástico!—exclama Arlene—díganos quienes tienen trajes con esos botones así podremos consultarles.
—No sé si sea ético mademoiselle, a mis clientes les gusta la privacidad.—Nos la estaba poniendo difícil, puede que tuviera que recurrir a métodos poco ortodoxos.
—Monsieur Moreau, esos botones son muy importantes para mi. Mi padre tenía un par a la hora de morir, obviamente se los llevó a la tumba y yo quisiera tener unos así cuando me case—Arlene me mira de reojo—¿va a colaborar? solo pretendo cumplir un sueño, no pretendo importunar a nadie.
El viejo se lo piensa un rato y luego accede.
—Déjenme ver en mis registros—se aleja al fondo de la tienda.
—Tu padre se llevó los botones a la tumba...que buena idea—sonríe socarronamente ella y yo le devuelvo la sonrisa.—¿Qué vamos a hacer con la información?
—Ya veremos—acaricio su espalda y ella no deja de mirarme, entonces entra monsieur Moreau.
—Tres hombres han comprado trajes con esos botones. Monsieur Bernard, Monsieur Leboeuf y Monsieur Lempereur. Yo no les di los nombres, ¿quedó claro?
—Como el agua—sonreímos y salimos de la tienda rápidamente al carruaje. Respiro aliviado una vez dentro en la oscuridad.—¿Conoces a alguno de esos hombres?
—A todos—dice—hacían negocios con mi padre, hemos visitado sus casas infinidad de veces.
La noto tensa, aprieta los labios, se nota que esto es demasiado para ella. Aparenta que no pero encontrarse de cara con la realidad la hace tambalearse, la pone en una posición floja, a punto de caer al abismo. Me siento a su lado y ella me mira preguntándome mentalmente el porqué cambié de lugar. Sostengo su cara con mi mano y la miro fijo.
—Arlene, no hay de qué preocuparse, ¿me oíste? No te va a pasar nada, no dejaré que te pase nada.
—No controlas a las personas, no puedes impedir lo inevitable. Además ya lo oíste a Lukyan, van a luchar hasta el final.
—Al diablo con Lukyan, si tu quieres dejamos todo y nos vamos lejos—comprendí el sentido de lo que acababa de decir, ¿de verdad estaba dispuesto a abandonar todo, a mi hermano inclusive e irme con ella? ¿por qué me importaba tanto? Creo que fue luego del principio, después de intentar matarla. Cuando se convirtió en la niña frágil que habitaba en el cuarto de huéspedes. La niña a la que decidí molestar para ignorar que me atraía. A la que preferí asustar para que se mantuviera a salvo de mi, hasta que...hasta que ya no pude seguir con la mentira y el cristal se rompió en mil pedazos. Puedo hablar, puedo gritar, puedo decir que la deseo y la quiero. Y ya está, me quedo sin palabras ante su mirada, sus ojos llenos de miedo y un poco de ese miedo es hacia mí seguramente. Quiere que seamos amigos, lo voy a respetar, lo voy a intentar,...pero luego la veo aquí frente a mi, temerosa del mundo y no puedo sino imprimir mis labios sobre los de ella, me devuelve el beso en medio de un jadeo y las lágrimas humedecen nuestros labios, me aparto al sentirla quebrarse.
—¿Qué pasa? ¿qué sientes?—suspira tratando de secarse la cara.
—Monsieur Bernard siempre fue muy cercano a mi familia, desde pequeña fuimos a su mansión fuera de París, yo jugaba con sus hijos. Muchas veces me dijo que me consideraba una hija más. Su idea era que yo me casara con uno de sus hijos; Gérard o Jérémie. Pero nunca se habló formalmente. Yo los consideraba como amigos cercanos, habíamos crecido juntos y,...luego está monsieur Lempereur a quien conocimos luego que mi madre se marchó. Madame Lempereur me tomó cariño y se hizo cargo de mi enseñanza, algo que mi padre parecía incapaz de resolver. Pasé mucho tiempo con ella, con la institutriz. Allí aprendí todo lo que sé. Me apreciaba y yo también lo hacía, o eso creía. A monsieur Leboeuf solo lo he saludado alguna vez, nunca intercambié palabras. El círculo donde me sentía segura, se volvió en mi contra y ya no pertenezco a ningún lugar—aprieta sus manos nerviosa.
—Puedes pertenecer a mi mundo—digo despacio, tragando saliva.
—Yo no puedo vivir encerrada Demian, y eso es lo que obtendría quedándome contigo—piensa irse.
—No tiene por qué ser así, podríamos hacer muchas cosas cuando esto termine, viajar de noche...nadie aprecia la noche, es muy hermosa.—De pronto sentí que le estaba rogando y no me gustó, ella debía quedarse si quería y no por obligación. Ahora estaba dolida y no hablaba de verdad. Cuando se recompusiera, tal vez me diría lo que pensaba— solo piensalo, no me digas nada ahora.
Miré hacia delante y me concentré en no mirarla y observar la cortina oscura del carruaje. Creo que fue la primera vez que me arrepentí de ser vampiro, la primera vez que me jugó en contra.
El carruaje se detuvo y me dispuse a ayudarla a bajar, un pedazo de mi manga había quedado levantada y mi piel quedó expuesta al sol mientras ella bajaba, por unos instantes sentí el fuego quemando, un millón de agujas hirviendo se clavaron al mismo tiempo carcomiendo la piel y creí que gritaría del dolor. De pronto Arlene puso encima su mano cubriendo la piel, la miré agradecido, aliviado, me temblaba el brazo.
Me empujó dentro de la casa rápidamente y no pude si no maldecir una vez dentro, ella me miraba mientras yo me arrancaba el saco y arremangaba la camisa. La piel había casi desaparecido y se veían pedazos de músculo y hueso, ella profirió un grito de espanto y se tapó la boca.
—Tranquila—le dije—espera—sostuve el brazo relajado a pesar del punzante dolor y poco a poco comenzó a regenerarse hasta quedar como si nada le hubiese ocurrido.
—¿Cómo es eso posible?—Sonaba totalmente desconcertada.
—No lo sé, así es. No te asustes.
—No me asusto, solo es raro...nunca pensé que vería algo así.
—Bueno, bienvenida al mundo de las rarezas—sonreí.
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