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Para Demian Fisher resultaba extraño que Lucrecia Brunelli ingresara en el 66 de Rencor con tanta naturalidad una tarde de sábado. Así y todo, resultaba más extraño que Danna — muchacha dada al resentimiento y la apatía— se lo permitiera con tanta facilidad, como si fueran amigas y aquello se redujera a una juntada a tomar el té; una de muchas otras.
Pese a haber salido hacía tan poco de la correccional que la mantuvo presa menos de una hora, Danna Fisher irradiaba una vitalidad bastante inesperada para alguien con su aspecto.
En pocas palabras: irradiaba vitalidad y era Danna. Esas dos ideas por lo general estaban lo bastante separadas como para considerarse opuestas.
No estaba expresamente feliz: no sonreía como tonta ni daba saltitos en el lugar. Pero sus ojos gatunos, esos que por lo general enviaban a todos a lugares detestables con olores detestables, ahora se habrían enmarcados de manera circular, dilatando sus pupilas del asombro.
Era una niña en terreno abierto para jugar.
Tratándose de Danna; era una Fisher con una muñeca vudú.
Y, aún con toda esa extrañeza agitando la casa embrujada, algo muchísimo más curioso se presentó en los escalones del pórtico oscuro de la calle Rencor.
Un sol, radiante como si gobernara la primavera, golpeaba la tierra con tanta ira que parecía querer espantar la nieve con una mirada.
Hacía apenas un día su mejor amiga había sido cubierta por tierra fresca entre pañuelos mojados en gotas de sal y flores perfumadas. La pena de un delito que en realidad no había cometido ni por asomo le impidió acercarse a la ceremonia, así que Mía intentaba contener la presión de culpa que atiborrada su pecho.
Con su pequeña mano morena tocó la puerta, formulando una secuencia rítmica de uno, cuatro, uno. Esa secuencia rítmica ya era lo suficientemente extraña de escuchar.
Danna no tocaba la puerta
Anna tenía sus propias llaves.
Demian se enganchó la mochila al hombro.
En lo alto, el cielo crepuscular. Un poco más a lo bajo, el Mitsubishi-Evo de Lucrecia luciendo un negro impecable y, más abajo, unos ojos redondos color café que Demian ya conocía bastante bien.
—Hola —saludó ella y sonrió. Una sonrisa hermosa, repleta de vida y conflictivamente contagiosa—. Soy Mia Parrish.
Demian Fisher analizó esos ojos.
Frente a él, un sueño hecho carne por obra del destino.
Frente a ella, un muchacho lo bastante alto como para torcerle el cuello.
Cuando el silencio quedó tendido en el aire, Mia separó los labios, trémulos y fríos, y volvió a pegarlos al verse falta de vocabulario.
Por algún motivo, la chica no estaba muy convencida de querer seguir las opiniones del pueblo, pues no tenía problema alguno en verle los ojos.
Un idioma extraño y desconocido para cualquier otra persona colmó el aire.
«¿Por qué me miras así?» cuestionó Demian en su cabeza, perdido entre miles de pensamientos diferentes «¿me recuerdas?», «¿sabes quién soy?». Y aunque Mia Parrish también lo observaba, Demian no estaba del todo seguro de que se tratara del mismo motivo.
Ella parecía haber encontrado algo allí, en los ojos de Demian Fisher; en la mirada del muchacho maldito al que no se debía de mirar. Y por la forma en que lo hacía; resolviendo cada aspecto de su rostro con calma y concentración, no daba la impresión de haber hallado el infierno, como se suponía, sino algo completamente diferente.
Ella parecía más bien haber encontrado algo, mientras él en verdad lo estaba buscando.
—Perdón —se disculpó, con la voz ahogada y ronca.
Aunque Demian no supo por qué se estaba disculpando, asumió que tal vez fuera por el silencio que se formó, o por la forma tan poco sutil y bastante invasiva en la que se le había quedado viendo. Aunque, si ese fuera el caso, los dos tendrían que disculparse.
Mia tomó aire y carraspeó la garganta, recomponiéndose
—¿Danna... vive aquí?
Demian quedó en silencio un momento más. Por su mente se desenvolvió el deseo de cerrar la puerta frente a las narices de la muchacha que había echado sangre en sus sábanas. Por el otro lado, también contenía el impulso de tomarla del brazo y exigirle respuestas de todo tipo y también, espetarle preguntas de todo tipo.
«¿Quién eres?» «¿Hace cuánto existes?» «¿Tú también soñaste conmigo?» «¿Por qué nunca antes te había visto?»
Y lo más importante.
«¿Sabes quién soy?».
«¿Sabes quién soy?».
«¿Sabes quién soy?».
Con la belleza natural que ocupaba hasta en sus sueños, Mia Parrish guardó silencio con la prudencia que las hermanas del hogar le habían enseñado a tener y parpadeó, agitando sus largas y arqueadas pestañas.
Demian carraspeo la garganta, regresando su conciencia al juego, y asintió con la cabeza, aunque ya no estaba muy seguro de a qué estaba accediendo.
—Danna vive aquí —respondió con una naturalidad impecable. Hizo un gesto con la cabeza, señalando el espacio exacto en que se encontraba la cocina—. Están en la cocina. ¿Amigas de la escuela?
Era la pregunta que correspondía, claro está. Él era hermano mayor; muchacho de universidad y responsabilidades. Entre sus deberes, estar informado sobre las amistades de su hermana, y sobre los sujetos que entraban en la casa, se encontraba la implícita cuestión de pedir nombres. Edades. Nacionalidades. Orígenes. Intenciones profundas y secretas.
Quizás solo lo primero.
Aun así, la pregunta de Demian había sido expulsada con la brutalidad de David Fisher; esa que compartía con su hermana Danna. Más que prudente, había sonado tosco y febril.
—No, este... Amigas de la vida, supongo. Todos aquí nos conocemos —respondió Mia, dando un paso hacia delante. Antes de que Demian pudiera dibujar en su rostro una sonrisa sardónica, Mia estiró la mano con toda la intención de hacer de la presentación un hecho formal. Demian inclinó las pupilas un segundo, captando que la piel de Mia era casi tan trigueña como en su sueño, y estrechó su mano—. Es un placer.
Mia tenía el cuerpo caliente, y Demian lo notó al entrar en contacto con su mano. Y nuevamente volvió a perderse en la imagen. Aquella era Mia Parrihs: una muchacha real que lo observaba y le sonreía. Luego se recordó que cualquier sueño contenía algo de verdad y se le pasó.
La daga soñada quizás estaba más cerca de su cuello que cualquier otra cosa. Pero la piel de Mia era muy suave como para pensar en eso.
Le resultaba terriblemente confuso tener frente a él a la muchacha que, sin saberlo, había dejado esa herida en su cuello. Demian aún la limpiaba a diario, puesto que esta, fiel a sus caprichos, se rehusaba a sanar. De a ratos goteaba sangre y de a ratos picaba. La conclusión era que jamás se iba. ¿Cómo explicarle eso a Mia Parrish?
—Soy Demian Fisher —murmuró él, con toda la intención de ver plasmado en Mia el poder de su nombre.
Jamás sucedió.
Mia sonrió como si realmente se tratara de un placer, como si no tuviera nada de extravagante e irreal llamarse Demian Fisher. Como si no reconociera el nombre de ningún murmullo en el pueblo.
Sintiendo que perdía porte de a poco, Demian retiró la mano y refugió sus dedos en los alargados bolsillos de su jogging.
«Vuelve a lo tuyo» se recordó o, más bien, se exigió.
—Qué lindo nombre —comentó Mia, estirando con nerviosismo la tira de su mochila.
De cualquier forma, Demian comprendía que los sentimientos de Mia, pese a ser similares a los suyos, provenían de motivos completamente diferentes. Sospechaba, en cambio, que todo se relacionaba con la mochila repleta de tierra que las chicas habían arrojado sobre la lustrada mesa redonda de la cocina.
—Eres el hermano mayor de Danna —contempló Mia—. Se nota porque tienen los mismos ojos. Y el cabello negro —Mia volvió a mirar a Demian de arriba abajo—. Y la misma piel pálida.
Demian señaló el sitio en donde se encontraba la cocina estirando la mano. En su rostro se había generado una sonrisa que había intentado ser natural, pero que se tensaba sobre su gesto.
—Eh, Parrish —espetó Lulú, asomando su cabeza por el pasillo. Sobre ella, Danna estiraba el cuello para ver. Con su dedo índice señaló la mochila que ocupaba la atención de ambas. Demian solo pudo verla como una mancha ensombrecida en el interior de la mesa—. Te estábamos esperando. Tenemos que hablar.
Y, para sorpresa de absolutamente todos los presentes en la casa, Danna agregó:
—Es sobre el pozo al que nos lanzamos para ver qué pasaba.
Demian escuchó aquello, pero no le prestó atención.
En otra ocasión la sola idea de Danna lanzándose a un pozo para «ver qué pasaba» le habría hecho pensar. Pero ese día, con la aparición de la chica agresiva en su casa, eso de pensar no le salía muy bien. Así que decidió irse, escuchando un barullo intenso y ligeramente sofocante en su cabeza; como el que logran muchas abejas volando en el mismo sitio.
Molesto, absorbente y ensordecedor.
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