C2: La chica de los patines blancos.

—Buenos días—saludó Renato un par de días después a la madre superiora, quién lo observaba con una pequeña sonrisa instalada en sus labios.

—Buenos días, usted debe ser el señor Francis.—el aludido asintió y tomó la mano que la mujer le ofreció amablemente. Luego, ambos se sentaron.

—El día de ayer, la secretaria me dijo que hace unos días usted inició el trámite para la adopción de uno de nuestros chicos. Me comentó de su caso y déjeme decirle señor Francis, que no solemos hacer excepciones en esta institución. Los trámites son iguales para todo el mundo.—explicó amablemente.

—Me imagino que también le dijo que en realidad no quiero un chiquito que sea totalmente dependiente de un padre o una madre—ella asintió lentamente.

—La mayoría de las familias que vienen a adoptar a los chicos son personas que buscan bebés o niños menores de diez años. No es muy común que una familia quiera acoger a algún niño que pase de esa edad—el hombre asintió.

—Lo comprendo y como dice mi expediente, por mi trabajo viajo mucho. Es esa la razón principal por la cuál me interesa adoptar una chica mayor.—la mujer lo observó con una ceja enarcada—no me malinterprete, por favor. Tengo cinco hijos con complejo de salvajes, necesitan de la presencia en casa de una chica delicada, para que empiecen a recordar que son chicos, no neandertales.

—Entiendo, en su petición me dio las razones. Solamente hay una alumna que llena las características que usted busca—los ojos del hombre se iluminaron.—Su nombre es Danna—agregó dulcemente.

—¿Puedo conocerla?—preguntó con media sonrisa.

Caminaron por un enorme pasillo que conducía a un amplio gimnasio, la música inundó sus oídos y cuando finalmente la puerta doble de metal se abrió, les permitió ver a un montón de chicos de diferentes edades realizando diferentes actividades tanto deportivas como artísticas.

—Es ella—murmuró la mujer observando a la chica de los patines blancos con cintas rosas que bailaba en medio de los niños que la contemplaban con los ojos bien abiertos con una mezcla de admiración y sorpresa.

El hombre la observó también y cuando la chica se dio cuenta que la directora y su invitado tenían los ojos puestos en ella, se desconcentró por completo y cayó redonda al suelo.

—¡Danna!—exclamó una niña rubia poniéndose de pie y acercándose a la castaña que yacía tendida en el suelo observando el altísimo techo tratando de recuperar el aliento—¿Estás bien?

—Sí, Sophie. Estoy bien.—aseguró poniéndose de pie en medio de una mueca de dolor.

—Danna, cariño—la llamó la mujer, ella la observó un minuto y patinó hasta llegar a ellos.—Este es el señor Renato Francis, el hombre del que te hablé ayer—lo contempló en silencio y le tomó la mano cuando el hombre se la ofreció.

—Mucho gusto, Danna. Déjame decirte que eso que estabas haciendo es totalmente fantástico—la halagó y las mejillas de la chica se ruborizaron en cuestión de segundos—mi nombre es Renato.—ella asintió en silencio.

—Muchas gracias y un gusto—le ofreció una pequeña sonrisa y después contempló a la directora de la casa hogar.

—Dan, el señor Francis inició los trámites para tu adopción como un caso especial y hace un par de días vino a una entrevista previa. La trabajadora social lo entrevistó de nuevo ayer por la tarde y trajo la resolución diciendo que es un estupendo candidato para que el trámite continúe sin ninguna interrupción.—los ojos de la chica vagaron desde la mujer hacia el hombre totalmente estupefacta.

—¿Eso qué quiere decir?—cuestionó asustada.

Nunca nadie en su vida le había dicho todo eso junto y tampoco esperaba que algún día se lo dijeran. Es cierto que al principio soñaba con tener una familia, tener padres, ir a la escuela. Pero no ahora, mucho menos con dieciséis –casi diecisiete- años encima.

—Quiere decir que estás frente a tu nuevo padre—apuntó la mujer—O bueno, frente a tu nuevo tutor legal—las mejillas de la chica enrojecieron nuevamente y se quedó muda el resto de la conversación mientras sus dos acompañantes continuaban hablando y hablando acerca de algo que ella no estaba poniendo atención.

¿Ese era su nuevo padre? ¿Tendría hermanos? ¿Y en donde se supone que estaba la que sería su madre?

En realidad, no le dieron mucho tiempo para ponerse a pensar acerca de su nueva familia, así que simplemente tomó las pocas pertenencias que poseía y caminó junto al hombre que se hacía llamar Renato.

Se sorprendió un montón cuando llegaron hasta una lujosa camioneta negra, pero se sorprendió todavía más cuando un hombre vestido con un elegante traje negro y zapatos cuidadosamente lustrados le abrió la puerta para que pudiese entrar.

—Así que te gusta el patinaje....—comenzó el hombre para poder establecer una conversación.

—Sí, me encanta—respondió ella un poco intimidada por los lujos que la rodeaban.

—¿Desde cuándo?—cuestionó nuevamente.

—Lo practico desde los diez—murmuró, pero ella debería de haber sabido que su nuevo tutor no iba a quedar satisfecho con aquella respuesta tan seca.—en la casa hogar, era obligatorio practicar una actividad deportiva, yo no soy tan buena en el fútbol o esos deportes que creo que son para chicos. Así que decidí inscribirme en baile sobre patines y desde ahí me enamoré de este deporte y no he dejado de practicarlo—explicó con una pequeña sonrisa.

—Yo siempre he admirado a los chicos que hacen lo que aman, ¿sabes?—murmuró el hombre pelinegro y ella le sonrió de nuevo.

—¿Tiene hijos?—cuestionó la chica para cambiar de tema.

—Literalmente, tengo cinco—los ojos castaños de la muchacha se abrieron con sorpresa y él se rio—en realidad no son mis hijos, pero es como sí lo fueran. Con todo y los corajes que eso conlleva—agregó con gracia.

—¿Entonces yo también voy a ser su hija?—se atrevió a preguntar.

—Primero que nada, háblame de tú. Y segundo, pues se podría decir que sí. Porque vas a estar bajo mi cuidado también—ella asintió levemente.—Oh mira, hemos llegado—anunció observando el enorme edificio frente a ellos. Pero aquello no era una casa, era un centro comercial. Un enorme centro comercial.—Vamos a comprarte mucha ropa, Danna.

(...)

—¿En dónde están esos chicos?—cuestionó el hombre apenas entraron en la enorme mansión. Danna lo observó con los ojos desorbitados. ¡Era puro lujo!—¡Noah!—gritó y un segundo después un hombre mayor vestido con un traje color gris y perfectamente peinado, apareció frente a ellos.

—¿Si?

—¿En dónde están los chicos? ¡Dime por Dios que no salieron sin seguridad!—gimió el hombre. La chica lo observó con confusión, pero no le extrañó tanto que los hijos de Renato tuviesen seguridad, con todos esos lujos podrían ser blanco fácil para cualquiera.

—Están en la sala de televisión jugando con ese aparato infernal con el que suelen perder el tiempo—Renato se rio.

—Muchas gracias, Noah. Ahora, hazme el favor de llevar a la señorita Danna a su nueva habitación y encárgate de que este cómoda—ordenó y automáticamente Noah le quitó de las manos el montón de bolsas de compras que estaba sosteniendo—Estaré con los chicos—anunció antes de comenzar a caminar.—Oh, y Danna... instálate y cuando la comida este lista, iré a buscarte—la chica asintió totalmente nerviosa y luego siguió al hombre escaleras arriba.

En cuanto entró en la enorme habitación de color blanco con muebles blancos y algunas decoraciones en color gris, se quedó sin habla. Caminó hasta el enorme ventanal y todo el aire abandonó sus pulmones cuando notó la enorme piscina en el patio de la casa.

—En cuanto este servida la comida, le avisaré señorita...

—Danna. Mi nombre es Danna. Y muchas gracias, de verdad—murmuró todavía sin respirar correctamente.

—Señorita Danna—El hombre le ofreció una sonrisa comprensiva y después se marchó dejándola sola en su nueva habitación, y de repente quiso llorar. ¡Aquello era un sueño! ¡Un jodido sueño! ¡Tenía que ser un sueño!

Inhaló y exhaló varias veces, no podía echarse a llorar como sí fuera una niña pequeña. Vació todas las bolsas de compras sobre la cama para comenzar a acomodarla cuidadosamente en el enorme armario blanco. Cuando lo abrió, descubrió un par de enormes maletas moradas, por si algún día llego a viajar, pensó con gracia. Nunca había tenido tanta ropa junta delante de ella, mucho menos cosas tan lindas como las que su nuevo padre, o tutor, o lo que fuera que fuese Renato, le había comprado.

Cuando por fin terminó, colocó sus patines dentro del armario y se fue a duchar. Se colocó unos jeans de mezclilla azules y una blusa de mangas largas color blanco, acomodó su cabello en una trenza floja y se miró una vez más al espejo. Con tiempo de sobra y sin nada que hacer, se sentó en su nueva cama y contempló el enorme candelabro de cristal que colgaba del techo justo encima de ella. Lo estuvo contemplando tanto tiempo que no se percató que estaba simplemente ahí, observando el techo como una tonta, hasta que un par suaves golpes la sacaron de su burbuja de admiración.

Asustada, se puso de pie en un salto y fue abrir la puerta blanca. Renato la observó medio segundo y luego le dedicó una pequeña sonrisa.

—La comida está lista, cariño—anunció el hombre.

—¿Estoy-estoy bien?—cuestionó nerviosa.

—Por supuesto que si—hizo una pausa—Los cinco están ansiosos por conocerte... ¿Lista para conocer a los chicos?—preguntó en voz baja.

—No.—respondió ella automáticamente.

—Perfecto.

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missantifazwhite, Hey...dj, nah mentira -inserte risas- hola, te mando abrazos fuertes, besos tronados y muchos, muchos saludos desde México, chica 😘 ✌.

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