CAPÍTULO TRES - SOMBRAS DE TRAICIÓN
Casi un mes después de haber comenzado con su entrenamiento, Sophia ya manejaba con una destreza impecable el arco y la flecha. Era consciente de que, si aún continuara viviendo en la ciudad, jamás podría haber aprendido tal cosa. Sin embargo, era tanto el tiempo libre que tenía viviendo en la ciudad de Utaraa, que dedicaba hasta ocho horas al día en practicar tiro. Agorén había sido un instructor maravilloso y paciente, y en cuanto vio que ya tenía la suficiente habilidad como para entrenar con blancos móviles, la llevó a los patios de entrenamiento de las Yoaeebuii y le hizo tirar a hologramas a tamaño real de los Sitchín. Para Sophia, aquello era una bendición, ya que estaba comenzando a aburrirse de tirar siempre al mismo maldito árbol, y buscaba nuevos desafíos. Y vaya si lo había conseguido, por más que fueran hologramas, las bestias se movían rapidísimo, y al principio acertarle a uno de ellos había sido todo un reto. Sin embargo, la constancia y su buena voluntad fueron las mejores herramientas a la hora de progresar.
Finalmente, el día de la ceremonia llegó, en presencia de todos los generales, capitanes, la corte de compañía del rey Ivoleen y también los casi doscientos pueblerinos de Utaraa, todos reunidos en el gran salón del gigantesco palacio de Ivoleen. Sophia recibió su túnica negra de combate, y bien guardada dentro de una urna de mármol, también la sustancia imborrable, para que se marcaran mutuamente. Por fortuna, no tuvieron que hacerlo delante de todos, ya que Sophia prefería algo mucho más íntimo y un día antes le había propuesto a Agorén marcarse en la ensenada del lago termal, donde todo había comenzado para ellos. Por supuesto, él no tuvo inconveniente en aceptar la idea, así como tampoco tuvo ningún reparo el propio rey Ivoleen, en cuanto Agorén se lo comunicó.
Entre vítores y exclamaciones de júbilo de todos los presentes, Sophia salió del palacio tomada del brazo con Agorén, rumbo a las puertas de entrada del pueblo. Allí saludaron con el típico gesto de manos y cabeza a los guardias de la puerta, y después marcharon hacia la costa del lago termal, donde por tantos días habían estado practicando con arco y flecha, y donde ni siquiera aún sus huellas se habían borrado de la arena. Una vez a solas, ambos se quitaron las túnicas frente a frente, quedando por completo desnudos. Sophia tiritaba, temblando como una hoja al viento, abrazada al pesado cuenco de mármol como si de un oso de peluche se tratase.
—¿Tienes frío? —le preguntó él, al ver su temblor.
—No, solo son nervios.
—No tienes porque estar nerviosa, Sophia. Esto debe ser un momento de celebración en tu vida, y también en el mío. Disfrutémoslo como tal.
Sophia asintió con la cabeza, y entonces abrió el recipiente de mármol. Dentro, había una sustancia viscosa y tan negra como el petróleo mas puro, sin olor de ningún tipo, que parecía burbujear suavemente. Agorén tomó la iniciativa, tomándole el cuenco de las manos. Al notar que iba a meter el dedo índice y medio en la sustancia, Sophia habló.
—¿Con los dedos? Pero luego no lo vas a poder quitar...
—Lo sé, es así como se hace. Te marcas con la misma mano con la que empuñas tu arma. Ahora quédate tranquila, y déjame hacer —dijo, mirándole el cuerpo como si estuviera admirando un lienzo en blanco—. Tú eres una chica de impulso, de pensar y actuar tal como piensas. Eres impetuosa, eres como el mar. Puedes ser tormenta, pero también puedes ser una bella y confortante calma. Y tengo la marca especial para ti.
Decidido, metió dos dedos en la melaza, y comenzó a surcar los hombros de Sophia con líneas sinuosas. De sus hombros se dirigió a la hendidura de sus pechos, luego de recargar más tinta. Pasó entre ellos, por debajo y por encima, dibujando contornos redondeados como si de olas se tratase. Le manchó un pezón, pero a Sophia no parecía importarle porque estaba muy ocupada mirándolo directo a los ojos, con la respiración casi imperceptible. Le marcó el vientre, se detuvo antes de llegar al vello púbico, crecido luego de tanto tiempo sin depilar, y por último le dibujó una flecha en el brazo derecho, el mismo que ella utilizaba para disparar con el arco.
—En este día el corazón de la Yoaeebuii te seguirá donde quiera que vayas, Sophia. Al igual que mi corazón y mi lealtad hacia ti —recitó. Luego le entregó el recipiente de mármol.
—Eso... ha sido increíble... —murmuró, casi sin poder emitir ninguna palabra. Aquello había sido mágico, electrizante, intenso, muchas cosas por definir que quizá ni siquiera ella podía enumerar.
—Ahora es tu turno, puedes marcarme y decir las mismas palabras al terminar.
—Tú eres rudo, eres fuerte, y hermoso. Pero también eres blando como el algodón, inocente y frágil, una piedra preciosa en este mundo de gente marchita. Eres como el cielo de mi infancia, inalcanzable, puro y radiante de bondad. Sé que dibujo hacerte —aseguró.
Metió dos dedos en la sustancia, y comenzó a trazarle contornos semejantes a nubes. Empezó desde uno de sus pectorales, se extendió hasta los hombros, anchos y macizos, y luego trazó más nubes para completar el otro pectoral. Recargó de tinta los dedos para dibujar volutas de aire en el vientre, y luego se arrodilló frente a él. Toda su visión lo ocupaba una sola cosa, algo que estaba acostumbrada a ver a esas alturas, pero que le parecía igual de deseoso que al principio. Sin embargo, remató el dibujo trazando líneas ligeramente curvadas en sus muslos, pensando en el aire que acariciaba su rostro, cuando de pequeña se columpiaba en la plaza de juegos. Entonces dejó el cuenco de mármol a un lado, en la arena, y lo miró desde su posición. Agorén entendió el silencioso mensaje, y también se arrodilló frente a ella.
—En este día el corazón de la Yoaeebuii te seguirá donde quiera que vayas, Agorén. Al igual que mi corazón y mi amor hacia ti.
—Es lealtad —le corrigió, y ella se encogió de hombros. Sabía bien lo que había dicho, así como el porqué.
—Da igual, es lo mismo. Quiero darte las gracias por haberme enseñado todo esto, por compartir tu tradición contigo, y permitirme estar aquí.
—No tienes nada que agradecerme.
—Tú me has enseñado tu cultura, ahora yo quiero enseñarte algo de la mía.
—Eso parece algo maravilloso.
—Ya lo creo —asintió—. Imagino que nunca has besado a nadie.
—No, me temo que no sé lo que es eso.
—Entonces yo te lo enseñaré, así como tú me has enseñado esto.
—De acuerdo, ¿cómo se hace? —preguntó él. Ella entonces se miró los dedos con la tinta, para no mancharlo. Parecía estar completamente seca, era increíble, seguramente más tarde le preguntaría de qué estaba hecha. Por ahora, había cosas más importantes. Entonces le tomó el rostro por las mejillas, con suavidad, y lo miró a los ojos. Esos ojos sin pupilas, completamente azules como un transparente cristal pintado.
—Tienes que tocar tus labios con los míos, y luego usar la lengua. Solo sígueme a mí —respondió.
Con una lentitud y una precisión casi de cirujano, se acercó poco a poco a él, hasta que finalmente lo alcanzó. Primero un roce, lo mínimo y necesario como para hacerle entender de qué iba el asunto, y luego lo besó. Al principio, Agorén la miró sin comprender, inmóvil. Entonces ella se separó levemente de él.
—Relájate, y cierra los ojos. Solo así podrás dejarte llevar —le susurró.
—¿Dejarme llevar? ¿Adónde?
—A los sentimientos, esto tienes que aprender a sentirlo, y no pensar en nada más.
Agorén cerró los ojos, entonces, haciéndole caso. Sophia movió la boca de forma lenta, profundizando el beso. Él la imitó lo mejor que pudo, y apoyó sus manos en sus caderas. Hasta ese momento, luchaba por tener un mínimo de conciencia para controlarse, pero aquel movimiento fue lo que acabó por fundir todos los circuitos racionales de su mente encendida en llamas. Sin dejar de besarlo, lo empujó suavemente a la arena, hasta dejarlo boca arriba, y luego se subió encima de él.
—¿Esto es parte de tu beso? —le preguntó, confundido.
—No, y al mismo tiempo sí. Puedes besar a alguien sin tener que hacer esto, pero estando desnudos... es difícil no hacerlo —respondió ella, con la respiración agitada.
—¿Y es bueno? ¿Cómo se llama?
—Puedes ponerle el nombre que quieras —dijo—. Sexo, intimidad, hacer el amor, lo que prefieras. Es algo bello, que solo lo haces con quien quieres con el corazón, y con nadie más.
—¿Entonces lo haces porque me quieres?
—Claro que te quiero. Y aunque esta no sea tu forma real, te quiero así.
—Entonces yo también te quiero, Sophia —le aseguró.
Ella sonrió, y le dio un nuevo beso. Hasta que al fin lo había aceptado, pensó, con la dicha rebosando en su interior. Al fin se lo había correspondido, y al fin era feliz, se dijo, en medio de la tormenta de fuego y pasión que la consumía. Sin dejar de besarlo, le recorrió el cuerpo con una mano desde el pecho hacia abajo, buscando el objeto viril de su deseo. Por desgracia, Agorén aprendía rápido, pero aún no funcionaba por completo. Sin embargo, apartó la mano de allí e igual se apretó contra él tanto como pudo, sabiendo que acabaría de todas formas.
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