6

Al día siguiente, volvieron a practicar con el arco y la flecha, en el mismo árbol a la orilla del lago. Sophia se había despertado mucho más motivada que el día anterior, tal vez por reconocer un atisbo de sentimentalismo en Agorén, o porque había tenido una hermosa noche de descanso, arrullada por los sueños de romance que había tenido. Sueños donde ella y Agorén recorrían sitios de Utaraa que aún no conocía, deteniéndose en cada fuente de agua, debajo de cada antorcha a su paso, para comerse la boca a besos. Y aunque sea por unas breves horas le había tenido cerca, de forma íntima y complaciente para ella sola, aún a expensas de saber que algo así era casi imposible de que ocurriera en la realidad.

La verdad era que no lo sabía a ciencia cierta, por el momento solo tenía la impresión de que las cosas comenzaban a fluir de otra manera. ¿Pero qué cosas? Se preguntaba mientras disparaba flechas, y de fondo en su cerebro, como si fuera una especie de ruido blanco, podía notar la voz de Agorén dándole las indicaciones de siempre. Cosas, sentimientos, emociones, palabras, se respondió. Y al pensar aquello, no pudo evitar sonreír por la ironía: estaba intentando humanizar a una entidad biológica extraterrestre, proveniente de una civilización con cientos de miles de años de desarrollo físico y psíquico, lo cual era el equivalente a que una hormiga le intentara enseñar física cuántica a Einstein. Era absurdo, pero al mismo tiempo también un hermoso reto a tomar. Sentía que Agorén lo valía, y aunque para los ojos de un extraño podía parecer un tanto desesperado de su parte, la verdad era que necesitaba querer a alguien. Necesitaba quererlo a él.

Se tomaron solamente un ratito de descanso, en cuanto Sophia comenzó a sentir un poco de hambre. Agorén marchó de nuevo al pueblo, y volvió rato después con dos cuencos de piedra repletos de aquella papilla blanca con diferentes sabores. Ambos hicieron buena cuenta de su comida, bebieron un poco de agua directamente del lago termal, y prosiguieron con el entrenamiento. Al ver que Sophia comenzaba a adquirir cierta precisión con el arco y la flecha, Agorén comenzó a ponerle ciertos retos, como intentar dispararle a puntos específicos de la madera, grietas o nudos que él veía, a ver que tal acertaba. A Sophia le encantaba aquello, y aunque no acertó en todos los intentos, al menos se divirtió. Al finalizar el día, la luz natural comenzó a descender dando paso a un leve anochecer, y Agorén se ocupó en desclavar las flechas de la madera, bastante agujereada ya, para cerrarlas y devolverlas a su carcaj.

—Vas muy bien, Sophia. Tienes mucho talento —le dijo, luego de desencajar la última. Ella lo miró, con una sonrisa satisfecha.

—Me alegra saber eso —respondió—. ¿Nos podemos quedar aquí un rato?

—Claro, no veo porque no.

Se sentaron a los pies del árbol de prácticas, Agorén con el carcaj y el arco a un lado, Sophia frente a él, con las piernas cruzadas.

—He pensado en no preguntártelo, pero en verdad me intriga saberlo. ¿Cómo le hacen para que amanezca y anochezca todos los días? O sea, técnicamente estamos como a veinte kilómetros o más de la superficie, no hay luz solar —le preguntó, encogiéndose de hombros. Agorén rio.

—Ya me parecía extraño que no me estuvieras preguntando eso —dijo—. Es cierto, nosotros aprovechamos todos los recursos naturales de su planeta para construir nuestros pueblos y nuestros refugios en superficie, o al menos la gran mayoría de ellos. Pero hay otras cuestiones que no podíamos resolver de forma natural, como lo que mencionas acerca de los amaneceres o atardeceres. Es cierto, no vas a ver ponerse el sol en el horizonte del lago —señaló con el índice—, pero lo que hicimos fue construir una maquinaria holográfica que se sincroniza con las horas solares en la superficie. Algo así como una especie de membrana artificial que recubre toda la zona superior de este lugar.

—¿Y con qué fin lo hicieron? ¿Cuestión estética, tal vez?

—No, en absoluto —se rio, por la ocurrencia—. Nosotros somos seres vivientes, como ustedes, y también necesitamos descansar, aunque nuestros ciclos sean más lentos. No podemos vivir en una noche perpetua, se nos alterarían los patrones biológicos de sueño.

—Ah, entiendo... —dijo ella. La verdad era que le hubiera gustado escuchar una respuesta más elaborada, o más mística. Pero al final, solamente habían colocado una especie de proyector artificial de luz nocturna encima de sus cabezas. Estaba mejor sin preguntar nada, así al menos conservaría la intriga y la ilusión, pensó. Sin embargo, volvió a sacarle tema de charla—. ¿Puedo preguntarte algo más?

—Lo que quieras, dime.

—¿Cómo eligen a sus reyes? ¿Cómo llegó el rey Ivoleen hasta ahí?

—Bueno, eso es un poco más complicado —dijo él, mirando a la lejanía de forma concentrada—. Los reyes de cada pueblo son elegidos por sus años de servicio en las Yoaeebuii, que son nuestros ejércitos como bien sabes, por su honor en actos realmente heroicos por el bien de la galaxia o nuestro planeta, o por descendencia genealógica, algo que como imaginarás ya no se utiliza dado que no fecundamos hembras de forma tradicional. Sin embargo, los reyes de cada territorio continental de nuestro planeta, son elegidos en base a su iluminación psíquica y espiritual, según el tipo de cercanía que tengan con Boaeii Biaeii, esa mente universal de la que te hablé cuando te conocí.

—¿Me estás diciendo que sus líderes mundiales han estado cerca de Dios? —preguntó Sophia, abriendo muy grandes los ojos. Agorén se rio, y negó con la cabeza.

—No, su Dios es diferente, es lo que llamamos Woa y está por encima de todo. Nadie ha tenido ni siquiera un atisbo de iluminación para verlo, pero la mente universal es diferente. ¿Y ustedes como eligen a sus líderes?

—Bueno, nosotros nos reunimos una vez cada cinco años, y todos los habitantes nos congregamos en diferentes puntos de la ciudad para votar a nuestros representantes. Hay países que lo hacen de forma digital o contando papeles con la lista de miembros de cada sector político. Al final del día, un grupo designado de personas se encarga de contar todos los votos.

Agorén la miró extrañado, y negó con la cabeza.

—¿En verdad? Pero eso es fácilmente corruptible, además de anticuado. Cualquiera podría alterar el número de votos —dijo.

—¿Ahora entiendes porqué quise escapar de todo?

—Hum... ya lo veo —murmuró, pensativo.

—Luego del entrenamiento, ¿qué sigue? —preguntó ella de repente. —¿Me enseñarás a usar otro tipo de arma, o ya puedo ir contigo a matar a los Sitchín? —bromeó.

—No, creo que lo tuyo es el arco y la flecha. Hay una tradición más, pero no viene al caso.

—¿Cómo que no? Cuéntame.

—Cuando un Negumakiano completa su entrenamiento para ingresar a las Yoaeebuii, el rey en persona le pregunta si quiere brindar su vida al servicio del planeta, al honor de proteger la galaxia, y al deber de ayudar a las razas más débiles de su sistema galáctico en pos de asegurar su supervivencia. Si el iniciado acepta, entonces nunca abandonará los ejércitos Yoaeebuii a no ser que muera en combate o llegue a la quinta transferencia corpórea. Es entonces cuando el rey aceptará su juramento y le indicará que se desnude, designará a dos miembros de su compañía real para que le laven el cuerpo, y luego le regalará una sustancia imborrable, una tinta que durará toda su vida, para que se pinte la piel como guste. Ese será su distintivo de combate, y volverá a nacer como un soldado fiel de nuestro planeta —explicó.

—¿Una tinta que dura toda la vida? Wow, tatuajes sin dolor, me encanta —Sophia miró a Agorén directamente, y entonces preguntó: —¿Tú no lo hiciste? No te he visto tatuajes cuando te has quitado la túnica delante de mí.

—Es que aún no he tomado la decisión. Algún día me gustaría abandonar la lucha, dedicarme a ver crecer mis cultivos, tener una vejez en paz. Si acepto, entonces ya nunca más podré abandonar las Yoaeebuii.

—¿Y cómo eres general, entonces, si teóricamente no estás iniciado?

—La elección no es obligatoria, puedes contribuir de todas formas sin estar marcado —aseguró él.

—Cuando mi entrenamiento termine, quiero marcarme.

Sophia lo dijo tan de repente, que Agorén parpadeó un par de veces, confundido.

—¿Estás segura de lo que dices? Es una decisión irreversible, Sophia. Debes pensarlo bien.

—No tengo nada que pensar. Si quiero contribuir en tu ayuda y quiero formar parte de esto, entonces lo haré con todas las condiciones. Y tú me marcarás —sentenció—. Así como ya me has marcado aquí —se señaló la frente—, y aquí —luego el pecho. Agorén asintió.

—Entonces si ya lo has decidido, yo también me haré la marca. Nos marcaremos mutuamente.

Sophia asintió, sonriendo, y entonces se estiró hacia adelante para abrazarlo. Agorén le correspondió, envolviéndola con firmeza en sus fuertes brazos. Lo que desconocían era que a la distancia y cerca de las puertas de Utaraa, estaba Anveeyaa, mirándolos fijamente. Y aunque no sabía con exactitud lo que sentía, lo cierto era que los odiaba.

A ambos por igual.

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