5
Sophia no podía creer lo que estaba viendo, su mandíbula decayó un par de centímetros e instintivamente se retiró un par de pasos, con miedo. Entonces, aquel ser volvió a la normalidad, o al menos, a su forma humana.
—No puede ser, no puedo creerlo... —murmuró.
—Hemos tomado esta forma para no asustar a los seres humanos en caso de ser descubiertos. ¿Me temes?
Sophia titubeó antes de hablar.
—No, supongo que no debería... por algo me has salvado, ¿no? Solamente que no puedo creer el hecho de que estoy hablando con un extraterrestre... no tiene lógica, Dios mío... —sin pensarlo, había comenzado a temblar.
—¿Por qué no tiene lógica? Que el ser humano crea que es la única forma de vida inteligente en todo el cosmos, es algo además de absurdo, muy egoísta. No solo no son los únicos, sino que hay millones de razas. La gran mayoría son neutrales o están demasiado lejos para viajar, por lo tanto, ni siquiera saben de su existencia. Otras pocas son hostiles y amorales, y otras, son pacificas y protectoras. Los Negumakianos somos vigilantes, y estamos en su planeta desde hace muchísimo tiempo.
—Estoy alucinando, todo esto parece un sueño sacado de Carl Sagan, no puedo creerlo. ¿Y cómo es que llegaron aquí? ¿Cuánto tiempo hace que están con nosotros? Siento que tengo tantas preguntas que no sé por donde empezar —dijo ella, con una sonrisa y los ojos abiertos de par en par.
Como toda respuesta, Agorén avivó un poco más la pequeña fogata, y se sentó en el suelo. Sophia lo imitó, observando como de la punta de sus cabellos rubios aun seguía goteando un poquito de agua.
—Nosotros fuimos uno de los primeros en visitar su planeta, mucho antes de la era paleozoica. Apenas vimos unas formas de vida muy básicas, simples microorganismos, así que nos fuimos, y volvimos cuando el primer homínido apareció sobre la tierra, lo que ustedes llaman la Edad de piedra.
—Comprendo... —asintió Sophia.
—Los primeros humanos nos trataron como dioses, les enseñamos construcción básica, la agricultura, y un lenguaje que ya está extinto. Sin embargo, vimos que no éramos los únicos visitantes aquí, había grupos de diversos tipos. Visitantes pacíficos, como nosotros, venían para explorar la exuberante diversidad de su naturaleza. Otros, querían extender su dominio a la Tierra para ampliar su influencia estratégica instalando bases. Los más peligrosos codiciaban su recurso más valioso, el humus, para mantener vivos sus mundos esterilizados.
—¿En serio? ¿Había civilizaciones que nos robaban? —Sophia realmente estaba curiosa con todo aquello, y se hallaba en verdad fascinada. Había comenzado aquella aventura con el fin de ponerse a prueba a sí misma, y al final, estaba escuchando una historia maravillosa, siendo participe de quizás el encuentro cercano del tercer tipo más importante de la historia de la humanidad.
—Así es, durante cientos de años se llevaron incontables toneladas de humus.
—Pero, ¿cómo se suponía que podían transportarlo?
—Millones de toneladas de humus y otros recursos, como el agua, fueron drenados y expulsados de la Tierra hace trece mil doscientos años, mediante innumerables tanques de transporte de un solo uso, construidos directamente en el sitio donde extraían el material, salvo la fuente de energía y el reactor que la confina. Transportar todo aquello requería una labor titánica, en tanques giratorios para simular la gravedad, de un kilometro de radio interno y veinte kilómetros de largo.
—Imagino que eso habrá desgastado el planeta, ¿no?
—Sin duda. Fue por eso que mi pueblo intervino, y fue allí donde surgió la idea de formar el Concejo de los Cinco.
—¿Concejo de los Cinco? ¿Y eso qué es?
—Un grupo de cinco razas pacifistas, que tienen la labor de custodiar y vigilar la galaxia, más precisamente, aquellos planetas que aún están en evolución y no pueden defenderse por sí mismos, como la Tierra —explicó—. Nosotros somos una de esas razas, y en cuanto vimos que aquí estaban floreciendo formas de vida con Booawa, decidimos intervenir y evitar el saqueo.
—¿Booawa? ¿Qué es eso? —preguntó Sophia, interesada.
—Es lo que ustedes llaman alma.
—¿O sea que el ser humano tiene alma? ¿Realmente hay vida más allá de la muerte? —volvió a preguntar, con el brillo de la emoción en sus ojos. Su mente recordó en un segundo entonces a sus abuelos, su tía Mary, todas las personas queridas que había perdido a lo largo de su vida, ya sea por vejez o enfermedad. Volvería a verlos, y aquello la llenaba de emoción. Para su frustración, Agorén negó con la cabeza.
—No hay una vida como tal, pero en un todo, la energía nunca se destruye, sino que se transforma. Woa es quien crea, Booaeii Biaeii es quien dirige, y al final, todos vamos hacia ellos para unirnos en la energía universal.
—Me estás nombrando cosas que no entiendo.
—Lo siento, Sophia —se excusó—. Woa es lo que nosotros llamamos el todo, como para ustedes seria Dios. Booaeii Biaeii es la mente universal cosmológica.
—De acuerdo, puedes continuar —asintió ella.
—Por fortuna, detuvimos el saqueo, pero con el tiempo justo de llegar a la línea de no retorno, evitando así que el planeta entero se convirtiera en un yermo árido y destruido. Un ejemplo de esto es lo que ustedes llaman el Sáhara, y que sus antepasados denominaban como el Jardín de Alá. En realidad, no fue siempre un desierto, sino que aquella zona era un vergel de vida y vegetación increíblemente fructífera, y también sirvió como epicentro para el saqueo global. Desafortunadamente, así fue como quedó.
—Pero, si este pueblo o raza hostil tenía tanta tecnología como para robar recursos de otros planetas, ¿por qué no se lo fabricaban ellos mismos? ¿No tenían alguna máquina replicadora o algo similar?
—Es correcto, la tenían. El único problema es que esas máquinas no podían copiar la vida como tal. La replicación solo se produce a nivel molecular, y la vida implica equilibrios iónicos que no pueden reproducirse, ya que el nivel subatómico era inaccesible para ellos —explicó él—. Al copiar un ser vivo de forma lo más perfecta posible, solo se obtendría un cuerpo gemelo sin vida.
—Lo entiendo —asintió ella, maravillada por sus explicaciones. Agorén entonces continuó.
—Al tener que intervenir para defender su planeta y crear el Concejo de los Cinco, nos dimos cuenta que la amenaza de razas hostiles era una realidad latente que no tardaría en causar problemas, y debíamos hacer algo al respecto. Muchos expedicionarios de las cinco razas protectoras recorrieron la galaxia buscando detectar y catalogar cuales eran las razas aliadas, las neutrales, las hostiles, y las que, por desgracia, ya estaban invadidas. Fue así como nos encontramos con una raza empecinada en colonizar y terraformar la Tierra. Los Sitchín. Quisieron invadir muchas veces, pero luego del último ataque, hace más de cuatro mil trescientos años, decidimos que una delegación de quince millones de Negumakianos se instalaran aquí, entre el manto y la corteza terrestre, para vigilar y proteger su planeta de esta raza parasitaria.
—Juro que estoy de piedra con lo que me estás contando. ¿O sea que tu pueblo nos cuida sin que nosotros nos demos cuenta de nada en absoluto?
—Así es —consintió él—. Aunque hay ciertas condiciones.
—¿Cómo cuales?
—No podemos interactuar con ustedes, ni afectar el curso natural de su evolución como especie. Está terminantemente prohibido por los Osianiimeuaa —Al ver el gesto que Sophia hizo, Agorén asintió con la cabeza—. Nuestros lideres supremos, los Altos Reyes.
—No pueden interactuar con nosotros, pero me salvaste. ¿Por qué? —preguntó ella, mirándolo fijamente.
—Como dije, escuché los quejidos de alguien mientras cazaba. Podía haberme ido, pero preferí ayudar. Si estamos aquí para eso, entonces no podía dejar morir a quien sea que estaba sufriendo.
—Es increíble como me estás contando todo esto, en verdad.
—No tengo nada que perder, en poco tiempo tú volverás a tu civilización, y esto nunca habrá sucedido —aseguró.
—Al principio creí que no hablabas, como te mostraste tan silencioso...
—Solo estaba tratando de estudiar tu comportamiento, a ver si eras peligrosa. Eres el primer humano con el que hablo desde que llegué, hace doscientos diez años.
—¿Estabas analizándome? —preguntó ella, atónita.
—Sí.
—¿Y estás aquí hace doscientos diez años? ¿Pero qué edad tienes?
—Trescientos treinta y nueve. Pero aún soy joven, nuestra esperanza de vida es muy larga porque nuestro metabolismo es muy lento. Aún me faltan poco más de cincuenta años para llegar a la mitad de mi vida, algo así como los cuarenta de ustedes.
Sophia se tomó la cabeza con las manos, y suspiró, aturdida por tanta información y por tantas emociones. Apenas comenzaban a charlar, y ya le había dicho demasiadas cosas. No solo no estaban solos en el mundo, sino que además los vigilaban y los protegían de otros seres más peligrosos, y ella era la única persona en todo el mundo que lo sabía. Era increíble, como estar viviendo un sueño, se dijo. Su mirada se posó en cada curva del cuerpo de aquel ser, sus músculos marcados y perfectamente definidos, sus ojos sin pupila y de color azul como dos zafiros perfectos. Entonces sintió la necesidad de conocer más, quería continuar bebiendo de la fuente de información infinita que Agorén le brindaba.
—Bueno... —balbuceó. —Entonces si están aquí, cuidándonos bajo la corteza terrestre, significa que hay un peligro, ¿no?
Para su terror, él asintió.
—Los Sitchín volverán, lo sabemos por expediciones que nuestros soldados han hecho a varias de sus colonias. No sabemos cómo ni cuando, pero están aquí. Así como nosotros tenemos nuestra delegación custodiando, ellos también tienen sus emisarios, quienes trabajan por la terraformación.
—Madre mía... ¿y qué forma tienen? ¿Cómo son?
—Son simples bestias, humanoides bípedos de aspecto reptiloide, con piel gris oscuro, sin cabello y completamente asexuados. Tienen cuatro garras largas en cada extremidad y tres en sus patas.
—Tienen pinta de ser un asco de ver...
—Lo son, al menos para ustedes. Pero aún así no hay que subestimarlos, tienen una inteligencia muy desarrollada. Son mucho más altos que un ser humano, cerca de los dos metros y medio.
Sophia suspiró, nuevamente, y entonces bajó la mirada hacia el fuego.
—Cuando nos ataquen, y ustedes a su vez los ataquen a ellos, la humanidad estará a merced de ambos bandos. Morirán muchas personas —aseguró—. ¿Qué pasa si ellos deciden utilizar tecnología de destrucción masiva? O ustedes, incluso ustedes mismos también pueden hacerlo...
—No, los Sitchín no desarrollan armamento alguno, son muy fuertes en combate y también muy rápidos, no necesitan de armas. Nosotros, en cambio, para preservar la raza humana hemos decidido no utilizar armamento letal que afecte la biosfera del planeta ni a sus habitantes. A no ser, claro está, que sea totalmente necesario y la seguridad de sus grandes ciudades no se vea afectada. De nada nos sirve desplegar nuestra tecnología, si por cada ataque barremos con una cantidad ingente de seres humanos.
—Y entonces, ¿cómo le hacen?
—Elegimos un método de defensa que ustedes mismos utilizaban en su época medieval, la espada. Supongo que ya la habrás visto, cuando te despertaste.
—Sí, así es. ¿Y por qué la espada?
—Cuando comenzamos a seguir de cerca su evolución, nos dimos cuenta que era de nuestro agrado sus construcciones del medievo, las pruebas físicas en combate cuerpo a cuerpo, y también la música tradicional. Decidimos entonces adoptar muchas de sus costumbres, y perfeccionarlas.
—Tu pueblo parece ser una raza muy pacifica... —observó ella, con una sonrisa de admiración. Luego, bajó la mirada. —Muy por el contrario de nosotros, lamentablemente.
—Sí, lo sé. Es lo primero que hemos notado. Si el ser humano no efectúa un rotundo cambio de conciencia, acabará por autodestruirse con el pasar de los siglos. La constante degradación del planeta, sus guerras políticas y su ambición son el camino por el cual muchos otros planetas se han extinguido. Para nuestra fortuna, si eso llegase a pasar, nosotros estaremos protegidos. Nuestras bases instaladas en el interior de la tierra nos protegerán de todo mal hasta el día que tengamos que volver a nuestro hogar.
Sophia permaneció en silencio unos momentos, con sus ojos color miel fijos en las llamitas que bailoteaban encima de los leños. En cualquier otro contexto de la vida, todo aquello que Agorén le estaba contando le sonaría a pura patraña. Sin embargo, ahora era otra Sophia que habitaba en lo más hondo de su cerebro. Una Sophia que se había formado con los años, con las burlas en la escuela y en la secundaria, con los pocos noviecitos que había tenido y que le habían engañado por otras chicas, por los maltratos en su trabajo y por la decisión de abandonar todo, e irse a escalar el monte Assiniboine como forma de encontrar su propio valor. Entonces, luego de todas esas cosas, a esta Sophia no le parecía tanta locura lo que estaba oyendo.
—¿Puedo preguntarte algo? —dijo él, interrumpiendo sus pensamientos.
—Dime.
—¿Por qué estabas subiendo la montaña? ¿Qué te trajo hasta aquí?
Sophia dio un suspiro, antes de responder.
—Quería encontrar un motivo para continuar viviendo.
—Pero el motivo ya lo tienes, es tu vida misma. No lo entiendo.
Ella sonrió, y asintió con la cabeza.
—Sí, supongo que dicho así suena algo muy simple. Pero mi vida no era feliz, y necesitaba encontrarme a mi misma. Necesitaba alejarme de la gente, de todo.
—Cuéntame —dijo él.
—Bueno... —Sophia no sabía por donde comenzar, así que intentó por lo más simple primero. —Toda mi vida he sufrido por mi cuerpo, por ejemplo.
—¿Tu cuerpo? ¿Qué tiene de malo?
—Soy gorda, ¿comprendes? No obesa, pero sí soy rellenita, basta solo con mirarme —respondió, sujetándose los rollos en el ombligo sin poder evitar soltar una lágrima. —Comenzó en la escuela, algunos niños me llamaban sapo, lady osita, la pequeña morsa. Las niñas eran peores, me pateaban o se reían de mí cuchicheando entre ellas, y nadie quería jugar conmigo. En la secundaria, los varones ni siquiera me miraban y las chicas decían que mis tetas eran tetas de gorda, nada más. Que ningún chico se acostaría conmigo porque mi culo era tan grande que ni siquiera habría espacio para dos personas en la cama.
—Vaya... —murmuró él, sin dejar de mirarla.
—Salí de la secundaria, pude comenzar a estudiar contaduría y graduarme de ello, y conocí muchas personas. Tuve solamente dos parejas, Dave y Peter. El primero de ellos me engañó con otra chica, la que en ese entonces era mi mejor amiga. El segundo vino a mi vida dos años después de haber terminado con Dave, se tomó las molestias y todo el tiempo del mundo en sanarme las heridas, tratarme como nunca nadie lo había hecho antes, hasta que me dio el primer golpe. Fue en una cena de fin de año, y había bebido de más, se enfadó porque la carne no estaba jugosa y me dio un puñetazo. Tuvieron que darme tres puntos en la ceja.
—Ah... —masculló Agorén, negando con la cabeza. —El humano es una de las razas más inestables y también malévolas que existe en este lado de la galaxia. Los limita su tecnología, al menos por ahora, pero si pudieran serían invasores natos. Agreden a su ecosistema, al planeta que les da vida y cobijo, y también a sus hembras.
—Lo sé, y al estar aquí, charlando contigo, me pongo a pensar en lo poco civilizados que podemos parecer a los ojos de los extraños y no puedo sentir más que vergüenza ajena de mi propia gente.
—Olvídate de eso. Cuéntame más de tu historia.
—Bueno, en mi trabajo la situación no fue a mejor. Cuando pude conseguir empleo en una oficina, al poco tiempo de estar allí comencé a sentir que mi jefe me trataba bastante mal. Se reía a mis espaldas con sus colegas, me miraba de reojo y hacía muecas, incluso en las horas de descanso cuando iba al comedor para almorzar, no perdía la oportunidad de hacer alguna broma acerca de la comida. Me preguntaba si había empezado la dieta, si lo que llevaba en el tupper era una ensalada, o cosas así. Aunque, de todas maneras, nunca se perdía de mirar en mi escote cada vez que podía —Sophia se encogió de hombros y se secó las mejillas con las palmas de las manos—. Al final, me harté de todos, invertí mis ahorros en el equipo de alpinismo, y me fui sin avisarle nada a nadie. Quería estar en contacto con la naturaleza, y hacer algo que sea digno de llamarse hazaña, como escalar el monte Assiniboine tanto como pudiera y probar mi valor. Hasta que ahora tú me encontraste.
—Bueno, si lo que querías era desaparecer, supongo que lo has logrado con éxito. Desde cuando te encontré en aquella fosa y te traje aquí para poder sanarte, ya han pasado tres meses.
Sophia lo miró con los ojos abiertos de par en par.
—¿Tres meses? —preguntó, casi en una exclamación. —Pero, ¿cómo?
—Has pasado la mayor parte del tiempo inconsciente, ya que la tecnología con la que he reconstruido tu brazo roto es muy invasiva y necesitabas estar sedada. Si no fuera así, todavía tendrías cierto nivel de atrofia en tu extremidad —le explicó.
—Realmente, cuando emprendí este viaje, sabía que las posibilidades de no sobrevivir eran mucho más amplias que las de tener éxito —se encogió de hombros—. Mi peso no ayuda, no soy una chica atlética, ni siquiera tenía un mínimo de preparación o entrenamiento para hacer tal escalada. Pero soy demasiado cobarde para suicidarme por mis propios medios, y cuando me sentí caer estaba aterrada, pero al mismo tiempo una parte de mi solo podía pensar en lo agradecida que estaba, por saber que al fin se terminaría todo.
Agorén entonces se puso de pie, y desde su lugar sentada en el suelo, a Sophia le pareció imponente. Entonces se volvió a sentar, pero casi junto a ella, mirándola frente a frente. Para su sorpresa, le tomó una mano en las suyas, volviendo a sentir aquella fría piel.
—Permíteme que te diga una cosa —habló—. Nunca más debes permitir que tales desdichas vuelvan a pasarte. Eres una hembra...
—Mujer —le interrumpió ella, con una sonrisa.
—Mujer —se rectificó—. Eres una mujer increíblemente hermosa, porque tus imperfecciones te hacen serlo. En mi mundo, nosotros no damos a luz, ni siquiera nos reproducimos. Solamente creamos genéticamente a nuestros descendientes, y de esta forma, nos evitamos cualquier problema natural que pueda presentarse, como enfermedades o malformaciones. Ni siquiera morimos, solamente transferimos la conciencia vital de un cuerpo viejo a uno joven, hasta que luego de la quinta transferencia pasamos a ser parte nuevamente de Booaeii Biaeii, la mente universal de la que te hablé. La cuestión es que ninguno de nosotros es imperfecto como tú, y ahí es justamente donde para mí radica la belleza. Eres bella, Sophia, y también respetas la naturaleza y a tu prójimo. Eres la mujer más especial de este mundo, y en mi planeta, serías sin duda la mujer más hermosa a los ojos de todos quienes te vean. Ha sido una suerte para mí el haber conocido a tan buen ser humano.
Sophia lo miró, con los ojos llenitos de lágrimas, y sonrió con las mejillas hirviendo de la timidez. Que un ser tan evolucionado y mentalmente superior como Agorén le dijera todas esas cosas, sin duda era lo mejor que podía pasarle en la vida. Y también lo más triste, porque los únicos que apreciaban su belleza natural eran alienígenas de otro mundo, seres con los que no podría compartir más tiempo, y que dudaba mucho volviera a ver alguna vez. Era horrible, e injusto. Y una parte de sí misma se sentía furiosa, por haber nacido quizás en el planeta equivocado.
—No tengo palabras para agradecer todo lo que me has dicho, en verdad. Al final, he encontrado algo mucho más valioso de lo que venía a buscar —dijo.
—No tienes que agradecerlo, es la verdad. Por ahora, solo concéntrate en recuperar fuerzas y descansar, para que pueda llevarte de regreso en cuanto estés lista.
Entonces, el corazón se le comprimió de la angustia, aunque no lo dijese. Sophia no quería abandonar ese maravilloso sueño, aún no. Quería quedarse allí, toda la vida, para que Agorén le dijera cosas hermosas una y otra vez. Sabía que era un ser distinto a ella, lo comprendía, no estaba loca. Pero tenía forma humana al menos, y aún si estuviera frente a ella con su aspecto natural, igual lo valoraría, porque la esencia era lo que importaba, el grado de inteligencia y superioridad moral. Entonces lo comprendió claramente, en menos de un segundo: debía quedarse allí.
—No, no quiero volver —murmuró. Agorén la miró con sorpresa.
—¿Cómo? ¿Por qué?
Entonces Sophia estalló, sin poder evitarlo. De pronto toda la represa que contenía sus emociones se desbordó, llorando como jamás lo había hecho en su vida. Tenía mucho miedo por perder aquella hermosa realidad en la que sin querer se había involucrado, y decidió hablar a corazón abierto, tanto como fuera posible.
—¡Porque allí no tengo nada para mí! —exclamó. —¿Crees que no me he sentido toda mi vida como un bicho raro, como una distinta, mientras veía como la sociedad se mata entre sí y a nadie parece importarle? ¡Los humanos no son ni siquiera una decima parte de lo civilizados y superiores que son ustedes! ¡Solamente compiten entre sí por más dinero, por un territorio, por un puesto de ascenso en el trabajo, mentiras, engaños, homicidios, traiciones, dolor! ¡Eso es lo que vivo a diario! ¡Y aprecio que me hayas salvado de morir, pero tú no tienes que vivir en un planeta donde presientes que todo se está yendo a la mierda a tu alrededor, y que encima no puedes hacer nada para evitarlo!
—Sophia, te entiendo, pero...
—¡Por favor! —rogó. —¡No me hagas volver a esa realidad! El ser humano es una raza perdida e infame. Si vuelvo allí, juro que me mataré.
—Ni siquiera pienses una cosa así —negó él, con la cabeza.
—¿Y qué esperas que haga? ¡Ni siquiera voy a poder contarle de ti a nadie, o me encerrarían en un manicomio! Quiero seguir conociendo más de tu cultura, y como habitante de este planeta, quiero tomar parte en tu intención de defenderlo. Por algo me salvaste, y si tan razonables y avanzados son ustedes, entonces creo que podrás entenderme.
—Te entiendo, claro que te entiendo. Pero suponiendo que esté de acuerdo con lo que dices, no podrías hacer nada. Estas criaturas te destrozarían, no tienes nuestra resistencia física, nuestras habilidades en combate ni nuestra agilidad. Además, estaría cometiendo una falta grave contra mi pueblo. Las leyes universales son bien claras, podemos ayudarlos, pero sin interactuar con ustedes ni alterar el curso de su evolución.
—Agorén, por favor... —insistió. —No quiero saber que me has salvado por nada. No quiero volver a mi mundo, ¿lo entiendes? Lo abandoné mucho antes de venir a hacer este viaje —entonces se señaló la cabeza—, lo abandoné aquí —luego apoyó el índice encima de su pecho izquierdo—, y aquí. Quizás no pueda luchar contra ellos, lo comprendo y tienes razón, pero al menos déjame acompañarte. Como una amiga.
—¿Qué es una amiga?
—¿Me lo preguntas en serio? —dijo ella, mirándolo sin comprender. Agorén asintió.
—Somos seres racionales, no emocionales. Nos guiamos por la razón, la conciencia y lo tangible. No conocemos lo que ustedes llaman el amor, o todas sus otras formas de afectos.
Sophia entonces suspiró.
—Un amigo, o en este caso una amiga, es alguien cercano a ti. Un compañero o compañera, que te ayudará y estará a tu lado en los buenos y los malos momentos. Con quien compartes secretos, alegrías y... —entonces, antes de decir la palabra "tristezas" se interrumpió, recordando lo que él mismo acababa de decir acerca de ser una raza completamente racional. Así que, para redondear, se encogió de un hombro. —Compartes todo.
—¿Estás completamente segura de abandonar a tus semejantes?
—No puedo abandonar a un mundo que jamás estuvo conmigo. Permite que me quede, por favor. Como te dije, podemos ser amigos.
—Entonces, que así sea —respondió—. Eres alguien libre, y por lo que veo, muy diferente al resto de humanos que nuestros expedicionarios vieron. Es una suerte saber que el hecho de ayudar a la raza humana no es en vano, si hay más personas como tú habitando el planeta.
Sophia sonrió, y como toda respuesta, exclamó un rotundo "¡Gracias!" y se abalanzó hacia él con los brazos abiertos. Al principio, Agorén la miró reticente y retrocedió un poco, sin comprender que hacía. Pero al ver la expresión de felicidad que inundaba el rostro sonrosado de Sophia, se quedó quieto, y ella lo abrazó, rodeando su fornida y ancha espalda mientras hundía el rostro en su cuello frío. Agorén no se movió, pero tampoco la apartó. Muy por el contrario, vio que no había nada de malo en aquel gesto.
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