3
Al día siguiente, Sophia abrió los ojos con un esfuerzo tremendo, como si cada párpado le pesara doscientas toneladas. Miró a su alrededor, confundida, y vio a Agorén saliendo de la maquina que oficiaba de baño. Entonces, al verla, le sonrió.
—Buenos días. Espero que hayas descansado.
—Mi cabeza me está matando...
—Normal. Pero no es lo peor.
—¡Que no va a ser lo peor, si siento todos los ruidos del mundo en mi cerebro! —dijo, en un graznido ronco. Sin embargo, Agorén tenía razón, no era lo peor que le iba a pasar ni por asomo. Primero de forma gradual hasta crecer a niveles insostenibles, comenzó a sentir un malestar horrible en sus tripas. Primero ardía, luego quemaba hasta un nivel insoportable de dolor, y sujetándose el vientre, se retorció en la cama de piedra, cubierta por las mullidas mantas. —¡Ah, por Dios! ¡Quema, quema mucho! ¡Ayúdame, por favor!
Agorén entonces salió de la casa de piedra, y volvió segundos después con un cuenco lleno de agua fresca, recién extraída de la fuente más cercana. Para ese entonces, Sophia se retorcía como una babosa en sal, dando alaridos de dolor. Apresuradamente, él tomó una bolsita de cuero animal de entre varias más, guardadas en un recodo de piedra ubicado bajo el soporte de pared de su espada, la abrió y vertió un poco de polvo gris ceniza en el agua, lo revolvió con el dedo índice y se lo llevó a la cama.
—Bebe esto, te hará bien —afirmó.
Con desesperación, Sophia se irguió en la cama lo mejor que pudo y tomando el cuenco de piedra con las dos manos, se lo llevó a la boca como si no hubiera bebido agua en un mes, tragándolo todo de cuatro largos buches. Tosió un poco, atorada, y entonces tan rápido como había venido ese atroz dolor, la ardiente quemazón fue disminuyendo paulatinamente hasta desaparecer por completo. Una vez sana, se dejó caer encima de las mantas con los ojos cerrados y la respiración agitada, extenuada por haber resistido el dolor.
—Gracias... —balbuceó.
—Te dije que era una bebida fuerte, no debiste haber tomado de esa forma.
—¿Qué me diste?
—Un anestésico vegetal, va a neutralizar los dolores durante unas doce horas.
—¿Y luego volverán? —preguntó ella, alarmada. Él negó con la cabeza.
—No, no te preocupes. La irritación interna que causa la bebida solo va a durar unas cuatro o cinco horas. Para cuando el efecto del vegetal termine, ya estarás totalmente recuperada.
Sophia asintió con la cabeza, y entonces recordó todo lo que había sucedido la noche anterior, no solo su confrontación con Anveeyaa, sino también la insinuación directamente sexual que le había hecho a Agorén. Y no pudo evitar sentir una enorme pena.
—Agorén, yo... —bajó la mirada hacia sus piernas, dándose cuenta que aún seguía desnuda, por lo que bajó de la cama y se vistió con la misma túnica del día anterior. —Siento mucho todo lo que hice. Siento mucho el haber discutido con tu amiga, y también con sugerir... que te acostaras conmigo.
—Pero yo siempre me acuesto contigo, solamente tenemos una cama —respondió, de forma inocente. Sophia no pudo evitar reír.
—Sí, pero no me refiero a eso, sino al hecho de acostarnos para tener relaciones sexuales. Me siento muy avergonzada.
—No te preocupes por mi, supongo que es algo normal de tu naturaleza y debo respetarla como tal. Pero deberías ofrecerle una disculpa a Anveeyaa.
—¡Ni hablar! Una cosa es que te diga esto a ti, pero no me humillaré ante ella ni en sueños.
—No te estarías humillando, le estarías mostrando una grandeza que Anveeyaa cree que ustedes los humanos no tienen. No me gusta ver como se agreden una a la otra.
—Y a mi no me gustó ver como te hablaba anoche, por eso me interpuse y le dije un par de cosas —dijo Sophia, encogiéndose de hombros—. No me disculparé ante ella por haberte defendido de su estupidez.
—Sophia, hazlo por mí, por favor. Quiero que todos nos tratemos bien, nada más —le rogó. Entonces ella puso los ojos en blanco.
—Está bien, lo haré por ti como dices. Pero entonces quiero que ella también se disculpe conmigo. Desde que me conoció en la cueva donde me rescataste que no ha parado de hacer conjeturas acerca de mí, como si fuera un bicho raro, o una bomba nuclear capaz de reventar en cualquier momento y arrasarlo todo, y eso no me agrada. Ni siquiera me conoce, como para suponer ni la mitad de las cosas que supone de mí.
—Tienes razón, me parece lo más justo. Haré que ambas se disculpen, entonces.
Agorén se desnudó, para cambiarse de túnica y vestirse con la de color azul. Sophia lo miró, recorriendo su mirada desde su espalda portentosa, hasta pasar por sus nalgas y sus piernas, solo desviando la vista cuando él se giró.
—¿Adónde vas? —le preguntó.
—Tenemos una reunión con los generales y con Ivoleen, la concretamos anoche en la fiesta, mientras dormías. Al parecer, se detectó una señal de calor a unos kilómetros de aquí, y hemos enviado un equipo de reconocimiento para ver qué está pasando. Si se trata de un asentamiento de los Sitchín, deberíamos pensar una estrategia de ataque cuanto antes.
—Oh, guau... ¿Puedo ir contigo? Me encantaría ver como se organizan en sus estrategias.
—Claro, no tengo ningún problema. Además, será beneficioso para ti. Como bien dijo el rey Ivoleen, es mi responsabilidad instruirte para que colabores con nosotros en batalla. Esa fue la condición para que te quedes, y planeo cumplirla.
—Me da curiosidad saber como me vas a entrenar. Tu espada tiene pinta de pesar un montón, no sé si pueda con ella.
—Bueno, no es la única arma que tenemos. ¿Alguna vez te has probado con arco y flecha?
—Nunca.
—Entonces esta será una buena oportunidad —comentó, acercándose a la puerta—. ¿Vamos?
—Vamos, pues.
Sophia le tomó el brazo a Agorén, en aquel gesto que comenzaba a hacérsele cada vez familiar, y salieron a la calle principal, empedrada con los adoquines de piedra caliza. Cruzaron la plaza central, un frondoso parque decorado con flores de todos los colores y diseños, los pórticos del enorme palacio del rey Ivoleen, y luego anduvieron durante unos cuantos minutos rumbo a la parte más norte de la ciudad de Utaraa, pasando por unas inmensas estructuras de piedra volcánica, semejantes a galpones o hangares, que desconocía para que servían. Al fin, llegaron a un enorme edificio con techo convexo, completamente construido en roca basáltica y detalles de obsidiana.
—¿Cómo le hacen para curvar así la piedra? Es increíble —admiró ella, observando hacia arriba.
—Con la técnica de litoplástia. Literalmente fundimos la roca a altísimas temperaturas, con tecnología que aún no entenderías, hasta convertirla en un liquido maleable.
—En verdad que tú no dejas de sorprenderme —sonrió.
Al entrar al recinto, se dio cuenta que por dentro era aún más bello que por fuera. Los techos y las paredes estaban pintados con escenas de combates en bajorrelieve, al igual que sus columnas y parte del suelo. Los colores eran vívidos y la pintura estaba hecha al milímetro, como si estuviera viendo una foto en altísima definición, pero incrustada en la propia roca. También estaba lleno de personas, el rey Ivoleen, generales de alto rango vestidos como Agorén, algunos soldados y capitanes de élite, el gigantesco hombre con la cicatriz en el rostro que había visto la noche anterior y por supuesto, Anveeyaa. Todos se giraron para verlos entrar, y Sophia nunca se había sentido tan incomoda e intimidada en su vida, como en aquel momento.
—Ah, lo que nos faltaba... —murmuró Anveeyaa, poniéndose de espaldas a la puerta. Lonak la miró, condescendiente, y el mismo ceño fruncido de siempre.
—¡Agorén, que bueno que has venido justo a tiempo! Estábamos por comenzar —dijo el rey Ivoleen—. Ven, acércate.
Caminaron hacia donde todos estaban reunidos, rodeando una especie de mesa central confeccionada en cristal negro y recubierta por el mismo material con el que estaba formado el cubo transparente. Agorén iba con paso decidido, pero Sophia iba un poco rezagada por detrás, cohibida por el hecho de tener tantos ojos encima, mirándola con asombro por el hecho de estar allí presente, en una reunión como esa. En aquel momento, le hubiera encantado tener un poco más de valentía, y levantando la mirada, observó hacia Agorén. Avanzaba a paso decidido, con la prestancia elegante de quien no tiene nada que temer, derrochando seguridad y confianza en sí mismo con cada movimiento de su cuerpo robusto. Entonces sonrió, casi con ternura, pensando que le gustaría mucho poder sentirse de aquella forma, aunque sea una vez.
En cuanto llegaron a la ronda, vio que encima de la mesa, se veía un holograma perfectamente nítido y tridimensional de las capas terrestres del planeta, con un punto en concreto que palpitaba en rojo.
—¿Cuáles son las novedades? —preguntó él, mirando el mapa de la mesa.
—El grupo de reconocimiento hizo una señal de comunicación hace aproximadamente dos horas. Han constatado una inusual actividad de Sitchín cinco kilómetros antes de llegar a su destino, lo que indica que no parece ser que estén trabajando en terraformar —dijo otro general, que Sophia no conocía hasta ese momento. Lo reconoció porque iba vestido exactamente igual que Agorén.
—¿Sugieres que sea una base de ataque?
—Sugerimos que tal vez se trate de una colonia —dijo Lonak, mirando a Agorén con aquella fría mirada que lo caracterizaba—. Tal vez a eso se deba la fuente de calor. Sabemos que los Sitchín son reptiloides de sangre fría que, a diferencia de nosotros, no es resistente térmicamente al entorno. Ellos necesitan una fuente de calor potente para mantener la colonia y evitar entrar en letargo. Podemos aprovechar eso a nuestro favor, si destruimos su fuente de energía, los habremos acabado en pocas horas sin derramar una sola gota de sangre.
—Ciertamente, debemos trazar un plan —dijo el rey Ivoleen, apoyado en aquel cetro, con la mirada perdida encima del holograma de la mesa. Entonces miró de reojo a Agorén—. Tú eres el primer general al mando de las Yoaeebuii, nuestros ejércitos confían en ti y en tu experiencia de combate. ¿Qué propones?
—Podemos organizarnos para el ataque, eso no es problema —respondió. Sophia levantó la vista para mirarlo, y al instante, el cosquilleo del miedo le recorrió la espina dorsal. ¿Ataque? ¿Agorén partiría a la guerra tan pronto? Se preguntó, temerosa. Sin embargo, no dijo nada—. ¿De cuantas naves disponemos?
—Todas las que tenemos aquí, aproximadamente unas treinta —dijo Anveeyaa.
—No podemos prepararlas todas hasta que el equipo de reconocimiento no vuelva con noticias y un número exacto de cuántos son los Sitchín enemigos. Quizá sean solo unos pocos cientos de ellos, o tal vez miles. Tenemos que esperar que nos digan su informe, solo así sabremos como actuar y que estrategia de combate desplegaremos. De mientras, podremos prepararnos. Que las Yoaeebuii refuercen la vigilancia en el perímetro de la ciudad y también los entrenamientos diarios, si nosotros hemos sido capaces de detectarlos, no podemos asegurar que ellos también no nos hayan detectado a nosotros —respondió Agorén. Luego miró a Ivoleen—. ¿Está de acuerdo con esto, mi señor?
—Completamente —asintió. Luego miró al resto de los presentes—. Si alguien tiene una objeción que hacer, puede decirla ahora. De lo contrario, nos volveremos a reunir en cuanto tengamos nuevas noticias de los exploradores.
Nadie dijo nada, todos asintieron con la cabeza en silencio, y el rey Ivoleen los despachó a todos, agradeciéndoles que hayan asistido y recordándoles que planearían el ataque ni bien tuvieran una nueva comunicación. Uno a uno, los generales y capitanes fueron saliendo de la enorme sala, y entonces Agorén miró a Sophia asintiendo con la cabeza. No necesitó hacer uso de su habilidad telepática para indicarle lo obvio, ya que ella le comprendió a la perfección: debía ir a disculparse con Anveeyaa, como le había prometido. Antes de que ella saliera del recinto, Agorén la alcanzó, seguido por Sophia.
—Anveeyaa, espera un momento —le dijo. Ella se giró, junto a Lonak—. Quisiéramos hablar contigo.
Ella miró a Lonak y le asintió con la cabeza.
—Ve, te alcanzo después —aseguró. Él miró a Agorén con aquella perpetua inexpresividad de su mirada, luego a Sophia, y entonces asintió con la cabeza.
—Como gustes.
Una vez a solas, ella miró a ambos.
—¿Qué sucede, Agorén? —preguntó.
—Sophia ha comprendido que anoche bebió de más, y su comportamiento ha sido grosero.
—Lo sé, no hace falta que me lo recuerdes.
—Lo siento, ¿de acuerdo? No debí llamarte perra frígida —dijo Sophia, ofreciéndole la mano. Anveeyaa la miró sin comprender.
—Es una forma de saludo —le dijo Agorén—. Dásela tu también, así es como los humanos se demuestran respeto.
Anveeyaa estiró la mano y Sophia se la tomó, estrechándola levemente.
—Está bien —asintió Anveeyaa—. Podemos olvidar este problema.
—Pero eso no es todo —intervino él—. Tú también debes ofrecerle una disculpa. Desde que la has conocido que no has parado de tratarla mal, como si fuera una criatura salvaje o un potencial peligro, y Sophia no te ha hecho nada malo ni a ti ni a mí. Eso es injusto y cruel de tu parte, y nuestra cultura no se rige por costumbres tan barbáricas como esas.
Anveeyaa respiró hondo, levantando el mentón. ¿En verdad tenía que disculparse con esa sucia y primitiva humana? Se preguntó. Odiaba que Agorén intercediera por ella, que la tratara como una igual, cuando claramente no lo eran. Pero por el momento, podía continuar fingiendo.
—Como prefieras, siento mucho mi ofensa —dijo.
—Disculpas aceptadas —asintió Sophia. Entonces se soltaron las manos.
—Muy bien, arreglados los problemas, todos tenemos cosas que hacer —Agorén entonces le apoyó una mano en la cintura a Sophia, antes de dirigirse a la salida—. Me gustaría que estuvieras al mando de una tropa, Anveeyaa. Algo me dice que en breve tendremos que atacar esa posición, y tanto tú como Lonak están muy bien capacitados para liderar.
—Nada me daría un mejor honor —asintió ella.
—Entonces que así sea, nos vemos en la siguiente reunión.
Los tres salieron, Anveeyaa por un lado, reuniéndose posteriormente con Lonak que la esperaba afuera, y Agorén con Sophia por otro. Una vez estuvieron bastante alejados del edificio, él habló.
—Me parece algo fantástico que poco a poco puedan comenzar a unificarse.
—¿Te refieres a Anveeyaa y yo?
—Claro.
—Puede ser —opinó ella. La verdad era que no lo creía, pero no quería decirle nada a Agorén para no arruinarle las expectativas. Había notado que las disculpas de Anveeyaa sonaban muy falsas, y además, Sophia era una mujer que en cuanto alguien le caía mal de buenas a primera, por más que se pidieran disculpas mutuamente como en este caso, no cesaba de caerle mal por mucho que fingiera estar de buenas—. ¿Y ahora qué sigue? —preguntó, intentando cambiar de tema.
—Yo estaré preparando mis escuadrones, para cuando el equipo de exploración nos de un nuevo informe y tengamos posibilidad de organizar una estrategia de ataque.
—Quiero ayudarte.
—¿Cómo? —preguntó él, mirándola con una sonrisa. —Ni siquiera has empezado a entrenar.
—Pero puedo hacerlo, ¿cuánto crees que tarden tus exploradores en darles luz verde para el ataque?
—No lo sabemos, quizás un día, o una semana. No tenemos conocimiento de lo que se van a encontrar cuando lleguen al epicentro de la fuente de calor —explicó él, entonces Sophia se puso delante, deteniéndole en su andar, y le apoyó las manos en el pecho, mirándolo directamente a los ojos. ¿Y por qué no? También a la boca.
—Entonces no perdamos el tiempo, comienza a entrenarme. He dicho que quería ayudarte, y eso haré.
Agorén la miró fijo, con aquellos ojos acristalados y azules, sin pupila, que tanto le maravillaban a Sophia. Entonces asintió con la cabeza.
—Como prefieras, pues. Eres una chica muy valiente.
—Ya he perdido la cuenta de cuantas veces me lo has dicho, vas a hacer que me lo acabe creyendo —bromeó.
—Esa es la idea —sonrió él—. Ahora ven, vamos a una de las armerías.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top