2
Al principio, Sophia se había mostrado muy vergonzosa por lo acontecido en el lago, aquella charla que habían tenido aún flotaba en su cabeza como un enorme iceberg de vergüenza. ¿Tan necesitada de cariño estaba, que cabía la peligrosa posibilidad de enamorarse de un ser de otro mundo, solo por su perfecto aspecto físico y su inmensa amabilidad? Era inadmisible, se repetía durante toda la noche, una y otra vez, mientras Agorén dormía a su lado, completamente desnudo. Era la primera vez que se acostaba a descansar con ella. Si tan solo hubiera podido, aunque sea una vez sentirse realmente amada en su vida, ahora no estaría pasando por aquella situación, se dijo. Pero en lugar de ello, Sophia tan solo era una tonta llena de dudas y con un corazón demasiado gigante para soportar en soledad.
A veces no podía evitar sentirse como una niña en navidad, donde todo es ilusión, y cada aroma, cada sensación, se vuelve único e irrepetible. Desde que había llegado a Utaraa no había cesado de sentirse así, absorta por la radiante y natural belleza de aquel sitio casi mitológico, como un ensueño sacado de un libro de hadas, los mismos que su madre le contaba antes de ir a dormir. Agorén, por su parte, era aquel caballero justo, sabio y apuesto, siempre listo para ayudar a su damisela en apuros. Y, a decir verdad, ¡cuánto quería ella que en verdad fuera su damisela! Aunque a fin de cuentas así la trataba, ya que se había jugado su propia vida luchando y matando a los guardias de la puerta blanca, que le impedían el paso.
Finalmente, el día llegó sin más problemas. Desayunaron un poco de aquella papilla blanca, y luego Sophia marchó al lago a bañarse nuevamente, no tanto porque se sintiera sucia sino más que nada para despejar la cabeza, buscando acomodar sus ideas y sus emociones de la única forma que siempre le había resultado satisfactoria: teniendo un tiempo para sí misma, lejos de todo y de todos. Cuando acabó de nadar en aquella deliciosa agua cristalina y termal, esperó a que su cuerpo se secara mientras caminaba de aquí para allá por toda la ensenada del lago, se vistió con su túnica y volvió de nuevo al aposento de Agorén. Éste estaba vestido con la misma túnica blanca que ella, pero tenía apartadas a un lado dos túnicas más: la azul llena de arabescos e hilos dorados que correspondía a él, y otra más pequeña en comparación, de color plata con detalles en hilos negros muy bonitos. Al verla entrar por la puerta, la miró y sonrió.
—Hola, Sophia —le dijo—. Esta noche tenemos la celebración que te comenté, y he pedido que me trajeran algo para ti.
—Ah, ¿sí?
Como toda respuesta, Agorén tomó la prenda de color plata, y se la ofreció.
—Pruébatela, es una túnica especial. Las hembras Negumakianas usan estas túnicas como símbolo de belleza e importancia social. Tú estás viviendo conmigo, y yo soy un general importante, por lo que te corresponde.
Sophia la tomó en sus manos, y la extendió delante de sí sujetándola por sus hombros. Era realmente hermosa, pensó. La túnica estaba confeccionada enteramente en una sola pieza sin costuras, como todas las que había visto durante aquellos días, pero desde el cuello y a todo lo largo en su pecho, tenía un enrevesado diseño de fibras negras similares a la seda transparente, al igual que en los puños. Dejándola encima de la cama de piedra, comenzó entonces a quitarse la túnica blanca que llevaba puesta. Ya no sentía tanta vergüenza por desnudarse frente a Agorén, aunque lo cierto era que todavía le costaba un poquito adaptarse a ello. Sin embargo, se desvistió con prisa y luego se colocó la túnica de color plata por encima de la cabeza, deslizándola por su cuerpo una vez que se hubo puesto las mangas, y luego se miró a sí misma. Antes de que pudiera dar una opinión, fue él quien habló primero.
—Estás realmente hermosa, sabía que era una decisión acertada conseguirte una prenda de gala. Estoy seguro que esta noche vas a destacar.
—Exageras, como siempre haces —respondió ella, mirándose a cada centímetro de su propio cuerpo. ¿Aquella tela sería autoajustable? Se preguntó. No tenía ni idea de como le hacía Agorén para adivinar su talle, como podía ser posible que aquellas finas túnicas de tela termosensible también le quedaran pintadas, como si en realidad no tuviera ni un solo rollito de sobra en la cintura o en las caderas. Un punto más para anotar en su lista de maravillas extraterrestres, pensó.
—En absoluto, ya lo verás —sentenció.
Y la verdad era que no se equivocaba. Durante todo el día, la ciudad de Utaraa bullía de actividad. Sus habitantes y también todos los Negumakianos importantes como generales, capitanes y soldados de rango medianamente alto, iban de aquí para allá preparando todo para la gran celebración. En la plaza central de la ciudad, donde había lugar de sobra y también se encontraba una de las fuentes de agua más grandes, instalaron una suerte de mesas muy largas y anchas, confeccionadas en madera de pino cortadas por su misteriosa tecnología. Organizaron expediciones a la superficie para cazar un oso y poder tener carne fresca, prepararon cuencos de vegetales y papilla, también llevaron barricas de roble con bebida, y encendieron antorchas en todos los sitios de la plaza, iluminando todo y entibiando el ambiente. Para la noche, ya todo estaba listo en tiempo y forma: la carne de oso faenada y asada desprendía un suculento aroma, los cuencos de piedra estaban a rebosar de comestibles, y las barricas de bebida ya estaban abiertas. En cuanto Agorén se vistió con su túnica azul y dorada, salió de su aposento con Sophia tomada del brazo en claro gesto caballeroso, haciendo que ella se sintiera por momentos como si hubiera dado un alocado viaje en el tiempo, para detenerse abruptamente en la época romana clásica.
Al llegar a la plaza, vio que todos los Negumakianos que vestían como Agorén, también habían ido con otras "hembras" del brazo. Una parte de sí misma se preguntó si no serían sus parejas, pero descartó esa idea rápidamente. Agorén no la consideraba —ni la consideraría jamás— como una pareja, sino más bien como una compañera, recordó. Y pensó que estaba bien, como así también estaba de puta madre el hecho de ignorar la pequeña congoja que apareció en el medio de su pecho al pensar en aquello. La plaza comenzó a llenarse a medida que los habitantes del pueblo se acercaban a la fiesta, y entonces la música comenzó a sonar, tocada en aquellos instrumentos tan raros que Sophia ya había visto antes, y algunos otros que no conocía aún. La tonada era extraña, muy asincopada y seca, como una especie de Tech House pero sin el componente electrónico y digital, muy arrítmico y dispar, pero que a la gente parecía encantarle. Algunas chicas movían la cabeza a los lados y levantaban los brazos sorpresivamente, haciendo gestos que Sophia no comprendía, pero que a juzgar por la expresión de su rostro parecían estar divirtiéndose como nunca. Sophia se acercó a una de las mesas, con cierta timidez, y tomó un pedazo de carne de oso asada, dándole un mordisco. La verdad era que estaba exquisita, y extrañaba el hecho de comer algo distinto a aquella papilla diaria con sabor cambiante, por lo que se la devoró con avidez. Agorén, por su parte, tomó uno de los cientos de cáliz de plata que había en el medio de la mesa, y acercándose a una de las barricas de madera, lo sumergió en él y lo sacó lleno de un líquido tan trasparente como el agua, bebiendo un trago.
—¿Y eso qué es? —preguntó ella, al verlo acercarse de nuevo.
—Es una bebida alcohólica, hecha con raíces de plantas tradicionales, que nosotros fabricamos en nuestro planeta. Se llama Uyumee.
—¿Puedo probarla?
—Claro, pero ten cuidado. Puede ser fuerte para ti —le advirtió, cediéndole su cáliz.
Sophia lo tomó por la base y entonces acercó primero su nariz al borde, no tenía olor a nada. Luego dio un ligero sorbito, y cerró los ojos tosiendo un par de veces, al tragar. Era como tomar vodka puro mezclado con alcohol rectificado al 95%. Los ojos le lloraron y le devolvió el trago a Agorén enseguida.
—¡Santo cielo! —exclamó. —¡Uff!
—Advertida estabas —sonrió él.
—Buenas noches Agorén, buenas noches Sophia —dijo alguien por detrás de ambos. Entonces, al girarse, vieron al rey Ivoleen acercarse. No estaba con su armadura, sino con una túnica capeada confeccionada en tela roja y detalles en dorado y azul. La elegancia que desparramaba aquel ser era magnífica, pensó ella. Ivoleen entonces se puso los dedos medio e índice en la frente y los saludó con aquella clásica reverencia, a lo cual Agorén le respondió, y Sophia intentó imitarlo de la mejor manera posible, ya que comenzaba a marearse.
—Mi señor, buenas noches —dijo Agorén.
—Me alegra verte aquí —comentó el rey, mirando a Sophia directamente—, compartiendo nuestras tradiciones y buscando la integración de tu raza con la nuestra. Eso es muy valorable de tu parte, al igual que valiente. Esta noche te saludo de forma honesta, como si fueras una Negumakiana natural. Espero que lo pases bien.
—Gracias, señor. La verdad es que me siento muy honrada —sonrió ella. Apenas había bebido un sorbo de aquella bebida, pero ya sentía la típica soltura de lengua que precedía a la borrachera. ¿Cómo podía ser posible? Pensó. Lo cierto era que tenía calor, comenzaba a sentirse desinhibida y sonriente, mucho más de lo habitual.
—Ahora ve, come, bebe, disfruta y baila. Hoy celebramos la alianza de las razas defensoras y la fundación del Concejo de los Cinco. Yo tengo unas cosas que charlar con Agorén.
Sophia volvió a saludar lo mejor que pudo de aquella peculiar forma, y volvió a atacar los cuencos donde había carne asada de oso, esperando que al menos si comía algo el efecto de la bebida alcohólica disminuyera gradualmente. Sin embargo, ¿por qué se estaba conteniendo? Pensó. El rey Ivoleen había sido muy explícito al indicar que disfrutara de la noche, así que nada le impedía tomar. Sophia se había embriagado muy pocas veces en su vida, y no era demasiado tolerante al alcohol, pero lo cierto era que una vez que comenzaba a beber y "calentaba el pico" como le gustaba decir, ya no podía parar. Y ya había calentado el pico, vaya que sí. Decidida, tomó un cáliz de plata del centro de la mesa, y caminando hacia una de las barricas de madera, lo sumergió en aquella bebida transparente como el agua y se lo sirvió hasta poco menos de la mitad. Quería embriagarse, pero no morir en un coma etílico, pensó. Un grupo de chicas Negumakianas, junto a un par de hombres, vieron que se servía directamente de la barrica y levantaron sus copones, sonriendo y vitoreando, a lo cual Sophia saludó de igual forma y dio un tragito. Esta vez, el ardor en la garganta fue menor.
Agorén, mientras tanto, charlaba con el rey Ivoleen. Sophia se giró para mirarlos de reojo, pero él no la vio, ya que estaba de espaldas a su posición. Desde aquella distancia, le parecía que conversaban como buenos amigos. Incluso, puede que así fueran, la verdad es que no lo sabía.
—¿Cómo se encuentra ella? —preguntó Ivoleen. —¿Se adapta bien a nuestro entorno?
—De maravilla, mi señor. Aunque le da un poco de tristeza saber que todos le temen.
—Pues según parece, no será por mucho —respondió, haciendo un gesto para que mirara. Agorén se giró, y vio que Sophia estaba reunida con el grupo que la había visto beber. Las hembras tomaban mechones de sus cabellos y lo miraban fascinadas por los bucles que formaban, y los machos sonreían mostrándole sus cicatrices de combate, en forma de curioso cortejo.
—Me alegra —respondió Agorén, volviendo a girarse hacia el rey—. Ella se merece ser feliz.
—¿Has pensado qué harás cuando nuestro tiempo termine, y debamos volver nuestro hogar?
Ivoleen lo miró a los ojos, y Agorén a su vez también. Lo cierto era que no lo había pensado, prefería no pensar en ello. Sería la despedida, era inevitable. Pero no quería darle muchas vueltas al asunto todavía, sino que lo mejor que podía hacer era vivir al máximo el tiempo que durase junto a Sophia, para dejarle un bonito recuerdo cuando tuviera que decirle adiós.
—Cuando llegue el momento, sabré que hacer. Pero por ahora, no quiero ocupar mis pensamientos en ello.
—Cuando te fuiste de aquí, hace más de cincuenta soles, eras un bravo guerrero, Agorén. Fuerte y duro como pocos. Y ahora, has vuelto con la humana, y has vuelto diferente.
—¿Eso es algo bueno, o algo malo?
—Ni lo uno ni lo otro. Has vuelto un poco más humano —Ivoleen se acercó a la mesa y tomó un trozo de carne de oso, dándole un mordisco, y luego de tragar continuó—. Te estimo, Agorén. Siempre me pareciste uno de nuestros mejores guerreros y aún mejor general. Sin embargo, esa humana te salvó la vida de la misma forma que tú la salvaste a ella. Si no hubiera tenido el valor de hablarme cuando estaban allí de pie, frente a mi en el palacio, es muy probable que hubieras muerto por ejecución. Asesinaste a cuatro guardias, y conoces las leyes.
—Lo sé, mi rey.
—Sin embargo, tú te ablandaste en cuanto la oíste herida en esa fosa, y decidiste salvarla. Yo me ablandé en cuanto la vi llorar frente a mi, y decidí no solo evitar tu castigo, sino permitirle que viva con nosotros. Después de todo, quizá nos estemos humanizando, luego de tantos milenios conviviendo con el humano.
—¿Por qué me dice esto, señor? —preguntó Agorén, confundido.
—Hay ciertas cosas que tú no sabes, pero te lo resumiré de forma muy simple. Tú y yo comenzamos a pensar y sentir como ellos, y todo forma parte de algo aún más grande que tal vez no conozcamos, pero Woa sí —respondió el rey—. Estoy seguro que será una buena compañera tanto de combate como de vida junto a ti, la guerra está cada vez más próxima, y cuanto antes puedas instruirla, tanto mejor. Su nobleza puede hacer una buena combinación con tu lealtad, y estoy seguro que nos traerá gratas sorpresas.
Agorén miró al viejo rey asintiendo con la cabeza, pero sin comprender muy a ciencia cierta lo que intentaba decirle. Sabido era ya que Ivoleen era muy místico cuando quería, y algunas veces hablaba en ciertos códigos que solamente él entendía, como todo gran rey ubicado en cada una de las Ageayooseii del planeta Tierra. Ivoleen le había dicho que comenzaban a pensar y sentir como ellos, refiriéndose a los humanos en general. ¿Y eso era cierto? Se preguntó. Tal vez fuese posible. Nunca había visto un humano llorar, tampoco sonreír o expresar cualquier otro tipo de emoción. Pero, sin embargo, desde que había comenzado a vivir sus días junto a Sophia, se daba cuenta de que sonreía junto a ella, le gustaba observarla dormir, o el ímpetu de la protección afloraba en su interior de forma extraña.
—Buenas noches, mi señor —sonó una voz a su lado. Agorén miró hacia la derecha, y vio a Anveeyaa vestida con una túnica negra y rebordes plateados, el cabello trenzado que le caía por la espalda combinaba a la perfección con su vestimenta. También iba acompañada de otro Negumakiano que Agorén conocía muy bien. Se trataba de Lonak, el capitán más rudo del ejercito de Utaraa. Con las manos por delante del cuerpo y los dedos entrelazados, era casi tan imponente en tamaño físico como Agorén. Los bíceps que se marcaban, el cabello tan negro como la noche y una cicatriz desde la frente hasta la barbilla, que atravesaba su ojo izquierdo y le surcaba verticalmente todo ese lado del rostro, le daban el aspecto de un asesino perfecto.
—Anveeyaa, Lonak, que gusto verlos. Ire a beber un poco, para que puedan charlar —Ivoleen se puso dos dedos en la frente y reverenció ante ellos—. Agaiaayoo.
—Agaiaayoo —saludaron los tres, y luego Agorén fue quien intervino en la charla—. ¿Todo en orden?
—Podría decirse que sí —respondió Lonak, con el rostro inexpresivo.
—¿Qué pasó?
—Hemos detectado una señal a treinta y dos kilómetros al norte, aparentemente una fuente de calor. Puede tratarse de un refugio de los Sitchín, o quizá una colonia de terraformación. Anoche partió un grupo de reconocimiento, esperamos que traigan noticias en masomenos seis o siete días, puede que antes —dijo Anveeyaa—. Creí que como general de las Yoaeebuii lo sabrías, Agorén.
—No, en realidad no lo sabía. Pero hoy estamos celebrando, ¿por qué hemos de hablar de esto? ¿Podríamos esperar hasta mañana? —respondió, sin comprender. En el rostro de Anveeyaa algo se crispó.
—No, no podemos esperar. Porque si ocuparas un poco de tu tiempo en cosas más importantes que en juguetear con esa humana, entonces sabrías las noticias de nuestras misiones. ¿O acaso has olvidado ya el motivo por el que estamos aquí?
—Te has vuelto débil, Agorén —dijo Lonak, mirándolo con gravedad.
—Eso no es cierto —retrucó, y entonces miró a Anveeyaa con fijeza—. ¿Por qué te empecinas en maltratar a Sophia? Ella no te ha hecho nada, solo la menosprecias por su condición de ser una humana.
—¿Y eso te molesta?
—No, pero es injusto.
—¿Qué sabrás tú de justicia? —le recriminó ella, dando un paso hacia adelante. —Has matado a tus semejantes por permitirle a esa humana el paso a nuestra ciudad, y para colmo Ivoleen te ha perdonado, cuando sabes bien que debería haberte castigado por tal crimen. No hables de justicia, Agorén.
—Eso fue algo que no debió suceder, lo sé. Pero...
—No hay peros. Mataste gente de tu propia raza por defender una humana. No hay justificativo posible.
A lo lejos, Sophia había comenzado a bailar al ritmo de la música, o al menos, lo que ella consideraba bailar. Lo cierto era que se había propuesto tratar de imitar los movimientos con los brazos que hacían algunos Negumakianos, aunque sabía muy bien que, si no fuera porque iba borracha hasta las trancas, jamás haría el ridículo de aquella manera. Sin embargo, la gente parecía divertirse con ella e incluso la incitaban a que continuara, por lo que se dedicó a disfrutar de la fiesta lo máximo posible. Hasta que vio a Anveeyaa charlar con Agorén junto otro tipo más, de ancha espalda y casi tan alto como todos. Al parecer, ella le estaba recriminando algo, o como mínimo estaban discutiendo, podía adivinarlo en sus gestos corporales. Y claramente no iba a permitirle tal cosa.
Se dirigió tambaleante hacia la mesa de comida, dejó su cáliz encima volcando un poco de bebida y entonces se acercó hacia el trío.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, con la lengua muy pastosa, sintiendo que le pesaba dos toneladas.
Los tres se giraron a mirarla, y aunque Sophia se sintió intimidada tanto por Anveeyaa como por este sujeto que aún no conocía, no bajó la vista, sino que mantuvo el mentón en alto. No iba a permitir que hostigaran a Agorén.
—Cuestiones que no te importan, humana. Ahora haznos un favor y vete a seguir bebiendo —respondió Anveeyaa, con mirada despectiva.
—Claro que me importan, ¿te crees que no veo como le buscas pelea? —preguntó, señalando con un gesto de la cabeza hacia Agorén. —Si estás celosa no es mi problema, perra frígida. Pero hemos venido a disfrutar la noche y festejar, no a soportar tu asquerosa cara de culo, así que déjate de andar buscando pleitos con él.
El rostro de Anveeyaa se contrajo de la ira, y una de sus manos se desplazó rauda hacia la cintura, donde por costumbre tenía las dagas, pero sus dedos se encontraron con la túnica de ceremonia que llevaba puesta, en lugar de su armadura de combate. Entonces arremetió contra ella.
—Suficiente, voy a arrancarte la lengua con mis manos, basura de raza... —murmuró. Sin embargo, Agorén fue más rápido, y la rodeó, interponiéndose delante.
—Anveeyaa, detente, ya está bien. ¿No te das cuenta que ha bebido de más? No le des importancia —dijo.
—Apártate, Agorén. No lo volveré a repetir.
—Déjala, ¿qué es lo peor que puede pasar? ¿Qué me mate? —Sophia se rio alocadamente. —Al final parece que los humanos no somos los únicos malditos dementes en la galaxia, ¿no es así, señorita moralidad?
—¡Sophia, ya basta! —exclamó Agorén, girándose hacia ella. De un movimiento rápido, la levantó cargándola sobre su hombro como si fuera un saco de harina. Entonces volvió a reír, levantándole los dedos medios a Anveeyaa, que miraba furibunda la escena.
—¿Adonde me llevas, hombretón? —bromeó con voz sexy.
—A mi aposento, para que duermas. Suficiente celebración por esta noche.
—¿Solo para dormir? ¡Aburrido! —exclamó, bromeando.
Caminó a paso rápido, esquivando a los pueblerinos que buscaban tocarla o la animaban a seguir bailando. Una vez en su casa de piedra, la bajó despacio, y Sophia se tambaleó un poco por el movimiento y la borrachera.
—Desnúdate y acuéstate, dormir te hará bien. Te advertí que tuvieras cuidado con la bebida.
—También me dijiste que me divirtiera, y eso hice —se encogió de hombros.
—Bueno, sí... pero no buscando pelea de esa forma. Ahora desnúdate, y acuéstate a dormir —volvió a repetir. Sophia dio un paso hacia él, y lo miró directamente a sus ojos acristalados y azules.
—¿Y por qué mejor no me desnudas tú?
—Porque tú puedes hacerlo perfectamente. Ahora anda, vamos. Debo volver a la celebración.
—Respóndeme una cosa, Agorén... —murmuró, con la voz somnolienta y los ojos entrecerrados. —Si ustedes copian nuestro aspecto humano, ¿para que mierda también copian los genitales si ni siquiera los usan para lo que tienen que usarse? —dio otro paso y sorpresivamente lo tomó de la entrepierna. —¿Qué te lo impide? Quizá no sabes usarlo, pero yo puedo enseñarte.
Agorén le apartó la mano con rapidez y la desnudó, quitándole rápidamente la túnica. Sophia sonrió y dio una ligera exclamación de sorpresa ante aquel movimiento. Sin embargo, Agorén la empujó suavemente a la cama, la recostó y la cubrió con las mantas.
—No funciona así, Sophia. Somos distintos genéticamente, lo que planteas es lo mismo que si una tortuga y un conejo intentaran reproducirse. No haré tal cosa contigo, y ya duérmete.
—Pero si yo no quiero reprordurrss... —se le trabó la lengua— reproducirme contigo, solo un sexo rapidito y ya. Y... tampoco quiero dormir... estoy bien...
Pero veinte segundos después de decir aquello, sintió como todo en su interior daba vueltas. La cama de piedra, la cueva, su cerebro, absolutamente todo, hasta que comenzó a roncar profundamente dormida.
Agorén se alejó de la cama y antes de salir por la puerta, se volteó para mirarla una vez más, dando un suspiro.
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