13
—Esto es increíble, todo el tiempo fuiste hijo del rey... —murmuró Sophia, en cuanto Agorén le terminó de contar todo con lujo de detalles. Él asintió con la cabeza, en silenciosa confirmación. Ella lo miraba desde la cama de piedra, sentada con las piernas cruzadas. —Ahora entiendo por qué te aprecia tanto, y por qué se arriesgó a interceder por ti cuando llegamos a la ciudad.
—Me ha dicho que cuando todo esto termine, quiere formar una alianza con los seres humanos. Que integren el Consejo de los Cinco, que ya no será más, sino que nos expandiremos al resto del cosmos. Eso va a llevar mucho tiempo y trabajo por delante, pero no es imposible.
—Se lo prometiste.
—Sí.
—¿Te ha dicho por qué hablaba como en una eterna despedida? Eso me ha puesto los pelos de punta, no te voy a mentir —preguntó Sophia, dando un suspiro después. Agorén negó con la cabeza.
—No me ha dicho demasiado, solamente tiene la idea fija de que su reinado va a terminar en algún momento. Dice que lo presiente.
—¿Y crees que tenga razón?
—Ivoleen es el Negumakiano más místico que he conocido nunca, al igual que la gran mayoría de reyes. Por algo lo son, su conexión con Woa es fuerte.
En el breve silencio que se formó entre ambos, tanto Agorén como Sophia pudieron escuchar algo, viniendo desde afuera. Al principio no parecía más que un ruido sordo, pero poco a poco fueron prestándole cada vez más atención. Parecían exclamaciones o gritos, no sabían definirlo con exactitud, un sonido que a Sophia le recordó a la hinchada de algún estadio de futbol, caótica y salvaje. Agorén frunció el ceño, extrañado, y se encaminó a la puerta para mirar hacia afuera. Entonces, luego de observar unos breves segundos, se giró sobre sus pies y corrió hacia su armadura. Sophia entonces sintió el latigazo del miedo recorrer su espina dorsal, tan rápida como un rayo.
—¡Ponte tu armadura, ahora! —exclamó él, mientras se vestía de forma apresurada. Sophia bajó de la cama de piedra de un salto, mirándolo preocupada.
—¿Qué está pasando?
—Están atacando la ciudad, una horda de Sitchín de élite.
—¡¿Qué dices?!
—Lo que oyes. ¡Vamos, no podemos perder tiempo! —la apuró.
Sophia se vistió con su armadura de combate tan rápido como podía, se calzó el carcaj de flechas a la cintura y para cuando tomó el arco en sus manos, Agorén ya estaba preparado por completo, con su guantelete en la mano y su espada desenfundada. En cuanto salieron afuera, ella pudo ver a que se debía todo aquel griterío que había escuchado en un principio: los Sitchín recorrían las calles de piedra como hormigas rabiosas, alternando entre su invisibilidad de a ratos, atacando y despedazando a cuanto Negumakiano veían por delante. No les importaba si se trataba de un soldado de las Yoaeebuii o un simple pueblerino inocente, ellos atacaban a todo lo que se moviera, como animales malditos.
—Por Dios... —murmuró, aunque apenas escuchó su propia voz en aquel caótico momento.
—¡Dispara solo cuando estés segura de acertar, tienen un exoesqueleto que les da invisibilidad a voluntad! ¡Ten mucho cuidado, por favor! —exclamó Agorén.
—Tú también —asintió ella, sacando una flecha del carcaj.
Ambos entonces corrieron hacia la plaza central de Utaraa, esquivando pueblerinos que corrían en todas direcciones. Las calles estaban manchadas de sangre negra y algunos cadáveres se hallaban al descubierto, masacrados por estas bestias que atacaban sin piedad. Mientras corrían, Agorén por poco se choca con un general de las Yoaeebuii, un rango inferior a él. Al verlo, lo detuvo rápidamente.
—¡Espera! —le ordenó. —¡Ve a los hangares, activa el campo electromagnético de pulso, tenemos que destruirles el exoesqueleto! —en aquel instante, un Sitchín se materializó frente a ellos mientras saltaba en el aire, buscando atacarlos directamente, pero Agorén fue más rápido y de un golpe de su espada le cercenó los brazos y parte del pecho, salpicándose de sangre el rostro y parte de la armadura. —¡Ve ahora, y busca a Ivoleen después!
El general asintió con la cabeza, y comenzó a correr raudamente hacia los hangares para obedecer la orden de Agorén. Sophia miraba todo a su alrededor sin saber por donde comenzar a atacar, en completo shock debido a la situación. A lo lejos, vio como un Sitchín perseguía a una hembra pueblerina, de modo que cargó el arco y tensó la cuerda, apuntando. El disparo fue certero, la flecha se abrió en tres y perforó la garganta de la bestia, haciéndola dar un chillido y desplomándola al suelo. La Negumakiana miró en su dirección, y asintiendo con la cabeza en silencioso agradecimiento, se levantó del suelo y huyó corriendo tanto como podía.
—¡Tenemos que proteger a la gente del pueblo, ellos no tienen armas como nosotros! —exclamó. Agorén asintió con la cabeza, a la distancia vio que varias tropas de Yoaeebuii venían corriendo desde los hangares para ayudar en la lucha. Entonces se giró hacia ella, y con su mano libre le acarició la nuca.
—No te expongas a riesgos innecesarios —dijo.
Le dio un beso en la frente y mientras se alejaba, comenzó a cambiar de forma, haciéndose más alto y fuerte. De dos potentes zancadas con sus patas invertidas dio un salto de varios metros y cayó frente a dos Sitchín que despedazaban a un soldado, trabándose en lucha con ellos. A uno lo apartó de un puñetazo, mientras que esquivó el ataque del segundo, girando hacia un lado hábilmente. Blandió la espada cercenando sus extremidades, dejándolo fuera de combate, y luego se encarnizó en contienda con el otro.
Sophia, mientras tanto, cargó otra flecha en su arco sin saber a ciencia cierta a qué o quien disparar, ya que no veía a los Sitchín. Cuando lograba ver a alguno, este se volvía a hacer invisible de nuevo gracias a su camuflaje, y ni siquiera le daba tiempo a levantar el arco para apuntarle. Sin embargo, la suerte estaba de su lado. Aquel general que Agorén había interceptado pudo cumplir con la orden recibida, y sintiendo el golpe de estática en cada vello de su cuerpo, el campo de pulso electromagnético se activó, cubriendo a toda la ciudad. Al instante, los exoesqueletos de los Sitchín se desactivaron, emitiendo unas extrañas luces como si de repente hubieran entrado en cortocircuito. Entonces el pánico la invadió, nuevamente. Eran cientos de criaturas, realmente una invasión a la ciudad. ¿Cómo podía ser? Se preguntó. ¿No se suponía que la ciudad de Utaraa era segura e infranqueable?
Al tener visibilidad de su enemigo, Sophia apuntó y disparó. La flecha siseó e impactó de lleno en el vientre de una criatura, pero como aún parecía estar en condiciones de seguir luchando, cargó una segunda flecha y le apuntó directo a la cabeza. Al ver aquello, un Sitchín que desmembraba a un pueblerino en el suelo, dejó su presa para arremeter en contra de Sophia, dando un extraño rugido gutural y atemorizante. Ella también gritó, aterrada, y comenzó a correr. Mientras corría, tomó una flecha del carcaj en su cintura y la colocó en el arco, pero al mirar hacia atrás, se dio cuenta que el Sitchín era mucho más ágil y rápido que ella, por lo que le ganaba distancia rápidamente.
Giró a la derecha tras una casa de piedra, y al hacerlo, se encontró de frente con otro Sitchín. Sin embargo, por simple acto reflejo, levantó el arco y tensando rápidamente, le disparó a quemarropa en el rostro. Parte de su sangre se le cayó encima del brazo izquierdo, y esquivando a la criatura que se desplomó a su lado, siguió corriendo al tiempo que tomó otra flecha del carcaj. El Sitchín que la perseguía dio un rodeo cortando camino, y entonces, cuando Sophia se refugió tras el recodo de una casa de piedra, la criatura le apareció por delante.
Ahogó un grito de terror en cuanto vio sus garras arremeter contra ella, pero se acuclilló en el momento justo para evitarlo, haciendo que golpeara a la pared de piedra. Polvo y escombros le cayeron encima de la cabeza, y Sophia tensó el arco para dispararle a menos de medio metro de distancia en una de sus patas. La criatura dio un chillido y se derrumbó al suelo, y entonces, retorciéndose, intentó golpear con su cola a Sophia. Se esforzó en esquivar aquello, pero no hubo forma, la criatura era demasiado rápida. Aún así, pudo poner el arco por delante como si fuera un improvisado escudo, gracias a un simple acto reflejo, de modo que el ataque no impactó de lleno en su cuerpo. El fuerte golpe le arrancó el arco de las manos, desarmándola.
Sophia se levantó tan rápido como pudo, y en cuanto iba a comenzar a correr hacia el arco para recuperarlo, el Sitchín le rodeó el tobillo con la cola, haciéndola caer de nuevo al suelo y arrastrándola hacia él. Desesperada, Sophia se aferró de una roca del suelo usando todas sus fuerzas, y aún así, sentía que cedería en cualquier momento, ya que la bestia era demasiado fuerte a pesar de estar herida. La roca, que ya estaba floja de por sí, acabó por desprenderse del suelo, y en un último acto de defensa, Sophia se dejó arrastrar llevando consigo la roca. En cuanto estuvo lo suficientemente cerca del Sitchín, se la arrojó con ímpetu golpeándolo directamente en el cráneo, que le había comenzado a sangrar. La bestia entonces la soltó, atontada, y poniéndose nuevamente de pie, corrió tan rápido como pudo hacia el arco tirado en el suelo. En cuanto lo recogió, se giró sobre sus pies mientras que cargaba una flecha, y apuntándole, lo ejecutó de un disparo en el medio del rostro, o lo que sea que fuese aquella masa amorfa de colmillos sin ojos.
Respirando agitadamente, se tomó unos minutos para recuperar el aliento. Se hallaba extenuada, sucia de tierra, polvo y sangre viscosa y verde, su cabello estaba enredado y le sudaba la frente. Aún así, en cuanto se sintió un poco mejor, abandonó su posición para correr de nuevo hacia las calles de Utaraa, buscando a Agorén entre los soldados de las Yoaeebuii que, con su aspecto real, presentaban batalla ante aquellas infames criaturas. A la distancia lo vio, reconociéndolo por su armadura. Corrió hacia él, cargando una flecha en su arco, para ayudarlo. Luchaba con tres Sitchín a la vez, esquivando ataques y golpeando tanto con su guantelete como con la espada.
Sophia solo tuvo tiempo de admirarlo por un segundo, la destreza de Agorén era increíble, y una parte de su adrenalínica mente pensó que por algo era el general más reconocido en los ejércitos, su habilidad en combate era prodigiosa. De un golpe certero, lo vio cortar la cola de uno de los Sitchín y luego ejecutarlo de una estocada, atravesándole el vientre con la espada. Sin dejar de prestarle atención a sus otros dos rivales, pateó a uno de ellos derribándolo al suelo, y en cuanto vio que el tercer Sitchín iba a ganarle la espalda, Sophia gritó.
—¡Agorén, abajo!
Él la vio en una fracción de segundo, con el arco en alto y apuntando hacia su posición, y entonces le sacó de un golpe la espada del cuerpo al Sitchín que había matado, para tener más libertad de movimientos y poder arrojarse de bruces al suelo. Entonces Sophia disparó, apuntando directamente a la cabeza de la criatura que casi le ataca por la espalda. La flecha entró abierta en tres limpiamente por el costado de su cráneo, y sus puntas asomaron por el costado apuesto, atravesándole la cabeza. La bestia entonces ni siquiera chilló, solamente cayó al suelo de forma inerte, muerta al instante.
Él asintió con la cabeza, al tiempo que se levantaba del suelo, y ella le sonrió. Continuaron luchando juntos, cada uno cerca del otro, Sophia disparando con su arco y tratando de proteger a Agorén si algún Sitchín intentaba atacarle por la espalda, mientras que Agorén también hacía lo suyo, peleando tanto con la espada empapada en sangre, como con sus propias manos y patas. Juntos, eran un equipo, y aunque estaban concentrados en la batalla por defender la ciudad, Agorén pensó que era afortunado por estar junto a una humana tan valiente como ella.
La lucha duró pocos minutos más, ya que por más que fueran una horda de élite, lo cierto era que los ejércitos de Yoaeebuii eran más numerosos que los propios Sitchín, de modo que acabaron venciéndolos más tarde o más temprano. Sin embargo, el panorama era terrible. Las calles de piedra de Utaraa estaban repletas de cadáveres, tanto de los propios Sitchín, como de algunos soldados y muchísimos pueblerinos inocentes que nada tenían que ver en aquella contienda. Al saberse vencedores, Agorén volvió a cambiar su forma, reduciendo su tamaño y acercándose a Sophia con la respiración agitada.
—¿Estás bien? ¿Estás herida? —le preguntó.
—Estoy bien, ¿y tú?
Él asintió con la cabeza, y envainando su espada de nuevo, la abrazó contra sí. Ambos hedían a sangre de Sitchín y estaban cubiertos de ella en varias partes de sus armaduras, pero no importaba. Agorén entonces miró a su alrededor, como evaluando los daños, y suspiró.
—Esto es terrible, no entiendo como... —entonces se separó de Sophia y miró a dos generales que se acercaban a él. —¿Cómo ha llegado ese grupo de Sitchín? ¿Qué pasó con nuestras defensas? ¡Esto es inadmisible!
—No lo sabemos, señor —respondió uno de ellos—. Hemos buscado a Ivoleen, pero por desgracia ha muerto. Lo encontramos en una de las salas de su palacio, decapitado.
Sophia abrió grandes los ojos, y su mandíbula decayó un par de centímetros, sin poder creer lo que oía. Sentía que las mejillas le ardían, al igual que las lágrimas en sus ojos, y entonces miró a Agorén. Él dejó caer los brazos a un lado, inerte, y negó con la cabeza como si estuviera ebrio de dolor y amargura.
—¿Qué? —murmuró. —No... ¿Qué dicen? No... él no...
Sophia le tomó de la mano, pero él no hizo movimiento alguno, era como si se hubiera desconectado de la realidad.
—Lo sentimos mucho, señor —dijo uno de los generales.
—No puede ser... no fue... —Agorén parpadeó, y varias lágrimas se desbarrancaron por sus mejillas sucias de tierra. —No fue un ataque Sitchín, ellos no decapitan, ellos solo desgarran y...
—¡Agorén! —exclamó alguien, a la distancia. Él levantó la mirada por encima del hombro de los generales que tenía frente a sí, y vio a Lonak correr hacia el grupo. Entonces caminó hacia él, con los ojos fijos hacia adelante. Y por primera vez, Sophia tuvo miedo por su reacción—. ¡Acabo de volver de la expedición, supongo que me habrán seguido! ¡Que desastre acaba de ocurrir!
No estaba sucio de sangre, pensó. No había participado en la defensa de Utaraa, eso era más que obvio. Entonces recordó como el guardia personal de Ivoleen había interrumpido su charla para avisarle al rey que Lonak había vuelto, y quería informarle acerca de su misión. Concluir el razonamiento no fue difícil, el último en haberlo visto con vida había sido él. Y también quien le había dado muerte.
Embriagado en la rabia más absoluta, desenfundó su espada y apretó el puño que llevaba el guantelete, mientras en su mente todo comenzaba a cobrar sentido, recordando a Sophia decirle que no confiara en él. Su vista se nubló por completo, tan solo podía enfocarla en su objetivo, en el cuello de Lonak. A su alrededor, Utaraa dejó de existir para sus sentidos, y entonces Sophia confirmó lo peor.
—¡Agorén, no! —exclamó. Pero ya era tarde.
Arremetió contra Lonak con la espada en alto, y al verse atacado, este también desenfundó su arma. Las espadas de ambos chocaron entre sí con una fuerza brutal, soltando una chispa en cuanto el metal de ambos friccionó. Agorén atacó blandiendo la espada de un lado al otro, por arriba y por abajo, empapado en rabia. Lonak se defendía con una agilidad brutal, con una destreza casi a la par del propio Agorén, y entonces Sophia temió por él, porque por primera vez lo veía luchar con un rival a su par.
Agorén cambió la forma de sus piernas, lanzó una patada hacia el costado del tórax de Lonak, quien dio un quejido de dolor y posicionándose mejor para no caer a un lado, aprovechó aquel movimiento y levantó la espada para atacar con todo a Agorén. Sin embargo, este detuvo el impacto con su guantelete, sujetando la hoja con su mano. Lonak abrió grandes los ojos, sorprendido, al ver que Agorén le arrancó la espada de las manos, desarmándolo. Entonces también soltó su propia arma, a pesar de que podía matarlo en aquel instante. Pero no era su estilo, no sería un cobarde como lo era Lonak, asesinando a una víctima desarmada, así que de un salto rápido, lo embistió por el pecho derrumbándolo al suelo. Comenzó a golpearlo con toda la fuerza de sus brazos, un puño a la vez alternando entre izquierda y derecha, y cuando sintió que comenzaba a cansarse, lo sujetó por el cuello y comenzó a estrangularlo, poniendo los pulgares en la yugular para asfixiarlo más rápido.
Al estar por fin desarmados, los generales que miraban la escena sorprendidos pudieron actuar. Entre cinco de ellos sujetaron a Agorén, quitándolo de encima de Lonak, el cual se arrastró hacia atrás escupiendo sangre negra al suelo. Sin embargo, era difícil contenerlo, ya que empujaba hacia adelante intentando soltarse de nuevo, bufando como un toro rabioso sin apartar la mirada de Lonak. Sophia entonces corrió hacia él, para ponerse en su rango de visión.
—¡Agorén, cálmate, ya está! ¡Mírame, mírame a mi! —le dijo, tomándole el rostro con las manos para obligarlo a que la viese. Al principio no surtió efecto, Agorén seguía intentando arremeter hacia adelante con los ojos desorbitados, fijos en Lonak. Pero ante la insistencia de Sophia, comenzó poco a poco a dejar de forcejear con los generales que lo sujetaban. —No vas a revivir a Ivoleen por más que lo mates. Tú eres el rey ahora, puedes juzgarlo después. No ensucies tus manos con su sangre, no lo vale.
—¿El rey? ¡Agorén no está capacitado para ser rey! ¡Ha perdido todo sentido de la razón! —exclamó Lonak, levantándose del suelo. Sophia entonces sacó una flecha del carcaj, tomó el arco de su cintura y cargándolo rápidamente se giró sobre sus pies, apuntando con la flecha directamente a su rostro.
—¡Cállate la puta boca, infeliz de mierda! ¡Porque él no te matará, pero te juro que yo si lo haré donde digas una sola palabra más! —le gritó. —Agorén es su hijo, ¡y es tu rey quieras o no, puto traidor de mierda!
En aquel momento, la tierra comenzó a temblar. Casi imperceptible al principio, intensamente después. Todos se miraron entre sí, mientras un ensordecedor cuerno de combate comenzó a sonar por todos lados en la ciudad. Lonak entonces comenzó a reír, al ver el desconcierto pintado en el rostro de sus acusadores.
—La invasión ha comenzado, hemos coordinado los ataques —dijo—. Todo ha terminado, Agorén, ya no hay marcha atrás.
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