EPÍLOGO
—Ser una persona discapacitada no es sencillo, aunque creo que el simple hecho de ser una persona, no lo es. Como todos, tuve muchas facetas en mi vida, algunas buenas y otras no tanto; tiempos donde me pregunté si alguna vez podría tener una vida normal, formar una familia, amar y ser amada. Mi abuelo me prometió que lo lograría y de alguna forma cumplió su promesa.
»Bruno y yo llevamos siete años de casados; tenemos un hijo de cuatro años y una beba en camino. Nuestro pequeño se llama Franco, en honor a un niño que no pudo ver la luz del sol y que no vivió para recibir el amor que sus padres se tenían y le tenían. Somos un matrimonio como cualquier otro, con sus altibajos, con sus luchas diarias, con sus dificultades y con sus peleas; pero también con sus palabras de amor, sus momentos de romance, sus encuentros de pasión y sus sueños de vivir juntos hasta que la muerte los separe, y en nuestro caso, mucho más allá de eso.
»Franco y la beba son la extensión de nuestro amor, pero también del de nuestros abuelos, ellos llevan la sangre del abuelo Paco y de la abuela Vivi, cuya historia solemos contarle a Franco, para que desde pequeño crea en la magia, en el amor y en los sueños.
»Bruno y yo hemos decidido mandarlo a una escuela donde se respete la inclusión, entonces Franco tiene compañeros discapacitados a quienes él no ve como diferentes, ya que en algunos casos son parecidos a mí y en otros, solo tienen otra situación.
»Porque chicos, las diferencias solo están en nuestra mente y en la sociedad. Si como sociedad respetáramos más a las personas con discapacidad, no existirían tales diferencias. Si mañana, cuando vayas al centro comercial o al supermercado no estacionas en el sitio que está reservado para personas con discapacidad, si no bloqueas con tu auto las rampas para las sillas de ruedas, si cuando ves a alguna persona no vidente intentando cruzar la calle le das una mano, las diferencias serían menos notorias y la vida sería más sencilla para todos. Pero en una sociedad que no está preparada para las diferencias físicas, que no tiene los requerimientos necesarios, y además, cuya gente no respeta; todo se torna aún más difícil y nosotros nos sentimos aún más diferentes.
»Pero sobre todo, la diferencia está en nuestra mente y nuestra actitud. En la nuestra, la de las personas con discapacidad, pues a veces nos sentimos y creemos inferiores permitiendo que nuestra autoestima decaiga, sintiéndonos incapaces, rindiéndonos, sintiéndonos poca cosa; dando paso así a que los demás crean solo lo que nosotros proyectamos. Y también en la de los que no tienen ninguna discapacidad, aquellos que nos tienen lástima y nos consideran menos sin darnos la oportunidad de ser, y que a veces por miedo ni siquiera se acercan a hablarnos.
»Yo tuve la suerte de encontrarme con Bruno, que no vio en mi lo que me faltaba sino aquello que me sobraba, amor, esperanza... ganas de vivir y ser feliz... y eso bastó para él.
»Muchas veces no necesitamos ser discapacitados para sentirnos inferiores, para pensar que no podemos lograr algo... y por eso hoy les digo, chicos: No importa si eres como yo o como Bruno, no hay nada imposible para nadie que de verdad lo crea, que de verdad lo quiera, que de verdad lo intente. La discapacidad más peligrosa radica en el pensamiento y en la actitud, si crees que tienes una limitación, la tendrás y vivirás atado a ella para siempre.
»Por tanto, liberen sus pensamientos, liberen todos sus colores... mézclenlos en la paleta de la vida y pinten con ellos un nuevo cuadro cada día, sin miedo. Donde cada uno elija a dónde quiere ir y qué quiere lograr, donde cada quien sea el artista de su propia obra, de su propia vida.
Los aplausos llenaron el auditorio y sonreí, llevaba dos años dando clases de Arte en la Escuela Secundaria de Tarel. Durante todas las clases —y mientras los chicos trabajaban—, yo les contaba mi vida, mi historia. Era una escuela inclusiva, y me encantaba poder encender los corazones de todos estos chicos. El timbre sonó y cada quien se preparó para marcharse, hoy era la última clase del año.
—Gracias por todo, Profesora Celeste —reconocí su voz incluso sin mirarlo.
—De nada, Alejo —sonreí mirándolo.
—Mi vida ha cambiado desde que la conocí. Gracias a usted pude darme cuenta de todo cuanto antes no podía —añadió.
—Me alegro haberte ayudado. —Sonreí con ternura.
—¿Vamos, Ale? —La niña trigueña de pelo lacio y largo hasta la cintura cargaba la mochila de su compañero, quien caminaba con muletas, pues había nacido sin una de sus piernas.
—Claro, Marcela. ¿Vamos a tomar un helado?... ¡Yo invito! —El chico me guiñó el ojo y pude ver el sonrojo en la carita de la muchacha.
—Eso suena genial —respondió.
Los vi marcharse, sintiendo que había acumulado un logro más a mi vida. Si podía cambiar la forma de pensar de una sola persona en este mundo con respecto a las personas discapacitadas, si podía regalar una pizca de esperanza, me sentía inmensamente feliz y sentía que todo había valido la pena. Y Ale y Marcela, eran prueba de que el año no había sido en vano.
—¿Cómo está la maestra de arte más sexy del país? —Bruno se apareció en la puerta con su sonrisa radiante.
—Feliz —sonreí—. Satisfecha.
—¿Ya?... pero si aún no te he hecho nada. —Se quejó bromeando.
—¡Eres un tonto! —dije mientras iba hacia él en mi silla, ahora alternaba indistintamente entre la prótesis y la silla, pero con mi panza enorme de ocho meses de embarazo y con todo el cambio en el centro del equilibrio que eso conlleva, me era más fácil y seguro movilizarnos a ambas en la silla—. Compórtate, estamos en una escuela —susurré como si lo regañara.
—Siempre quise acosar a una maestra —respondió también susurrando y le sonreí negando.
Nos besamos y salimos de allí para buscar a Franco en el pabellón de enfrente, en la parte de Primaria y Nivel Inicial. Luego iríamos a casa a almorzar juntos en familia, a compartir, a jugar. A disfrutar de la vida, a pintar como siempre, un nuevo cuadro cada día.
PD: No dejen de ver el video que dejé en mulltimedia.
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