Capítulo 9: ¿La novia?


—¿Entonces? ¿Estás enamorada? —preguntó Diana bur­lándose de mí después de contarle lo sucedido el día anterior. Íbamos camino a la plaza con Tomy en mi regazo.

—Me gusta, me gusta mucho —sonreí—, pero aún tengo miedo. Él debe volver a la capital y yo me quedaré aquí...

—Es cerca, podrían verse los fines de semana... Si dices que tiene dinero, él podría venir —agregó encogiéndose de hombros.

—Lo sé... pero quizás él solo lo vea como un amor de vera­no —respondí exteriorizando mis miedos.

—Ya veremos, deja que las cosas sucedan y disfruta —dijo mi amiga.

Llegamos a la plaza y Diana me ayudó a acomodarme como cada día, luego se fue y yo comencé mi trabajo. Las horas pasaron lentas ante la ausencia de Bruno; me dijo que vendría, pero nunca llegó. ¿Ya se habría cansado? Mis pen­samientos empezaron a traicionarme derramando voces que me decían que ya lo sabía, que no era nada nuevo, que lo lógico era que terminara así. Me percaté con temor de que ni siquiera tenía su número de celular para localizarlo. ¡Qué tonta! Si él no aparecía por su cuenta, yo no tenía idea de dónde buscarlo. El día anterior podría haber sido la última vez que lo veía.

Diana terminaba temprano hoy, así que pasó por mí y me ayudó a llevar las cosas a lo de Margarita, buscamos a Tomy y volvimos a la casa.

—No estés mal, quizá le surgió algo —intentó consolarme ante mi ansiedad.

—No lo sé... Tengo un mal presentimiento —dije, y ella solo negó.

—No seas negativa, Celeste —agregó y rodó los ojos.

Cuando llegamos a casa, Diana se quedó un rato, íbamos a comer algo mientras Tomy jugaba en la sala. Yo estaba coci­nando y ella estaba con él mientras conversábamos.

—¿Cómo te fue con Marco? —Un compañero de trabajo que solía invitarla a almorzar y le mandaba algunos mensajes.

—Bien, pero sabes que no me interesa nada más que la amistad... Yo no puedo olvidar a Tomás. —El padre de su pe­queño.

—Bueno, pero la vida continúa y en algún punto tendrás que pensar en rehacer tu vida —insistí, aunque imaginaba que no sería sencillo.

Diana no contestó, oí que encendía el televisor y pensé que le pondría dibujos a Tomy, pero entonces me llamó.

—¡Celeste! ¡Ven! —exclamó casi con un grito, y yo fui has­ta la sala lo más pronto que pude.

—¿Qué sucede? —Entonces oí la noticia.

—«Uno de los hijos de Gloria y Roger Santorini fue encon­trado malherido al ingreso de la Colonia San Fermín, donde la familia tiene su casa de verano, en la ciudad de Tarel. El joven Bruno se encuentra internado en la Clínica Central, y su hermana menor Nahiara ha viajado junto a él debido a que sus padres se encuentran en medio de un viaje de negocios» —decía la voz de la locutora mientras se veía la foto de Bruno. Mí Bruno.

—¿Bruno Santorini? —dijimos ambas mirándonos sin en­tenderlo y con los ojos abiertos por la sorpresa.

—¡No lo puedo creer! —gritó Diana emocionada—. ¡Ese es Bruno! ¡Tú chico! —Empezó a dar brincos por toda la casa.

—Debo ir a verlo —comenté asustada—. ¡Por eso no vino hoy! —Estaba muy preocupada y sobre todo triste por haber pensado mal de él.

—Voy a acompañarte —ofreció Diana—. Dejaremos al niño con Margarita.

Salimos a la calle y tomamos el primer taxi libre que pasó. Yo estaba nerviosa, así que Diana le dio la dirección de la casa de Margarita, donde se bajó unos minutos a pedirle que por favor cuidara a Tomy. Sé que fue muy rápido, pero a mí los minutos se me hacían eternos. No sabía el estado de Bruno y aquello me alteraba.

Llegamos a la clínica y nos dirigimos a la parte de infor­maciones. Yo me movía rápido, pues había llevado mi silla.

—¿Bruno Santorini? —pregunté.

—¿Son familiares? —cuestionó la enfermera.

—Ella es la novia —confirmó Diana, y yo la miré negán­dolo, eso no era cierto. La enfermera me miró y levantó las cejas como si no creyera lo que le decíamos e hizo una mueca burlesca.

—No puedo darles información —respondió al recobrar la seriedad.

—Por favor, al menos dígame cómo está —rogué.

—Lo siento —repitió, y ajustó sus gafas para bajar la vista a sus papeles.

Nos alejamos de ella para pensar en otro plan, entonces vimos a gente del diario local llegar al hospital; seguro venían tras Bruno, o Nahiara, que según las noticias estaba aquí. No podía creer que el otro día, cuando veíamos su serie, Bruno no me dijo que era su hermana. Seguimos el camino recorrido por un par de chicas con credenciales que decían «prensa» y entonces vi a Nahiara en medio del pasillo rodeada de micró­fonos. Nos acercamos.

—Mis padres ya están enterados, pero no pueden dejar su viaje. Yo me quedaré aquí un par de días. Bruno está bien, está consciente, no fue nada grave —explicó, y eso me hizo sentir mejor—. Es todo lo que les voy a decir. Gracias.

Cuando los de la prensa se fueron alejando, ella quedó en el sitio y esperó que todos desaparecieran. Imaginaba que no quería abrir la puerta de la habitación y que se filtrara al­guna foto.

—Ahora, acércate a ella. —Me instó Diana dándome un empujón en el hombro. Le di una mirada de regaño, no podía solo acercarme. ¿Qué le diría? Además, me daba vergüenza, ella era como una especie de ídolo para mí—. ¡Dale! —insis­tió, y su grito alertó a Nahiara, quien nos miró confundida.

—¿Las puedo ayudar? —preguntó con amabilidad—. Si son fans chicas, este no es el mejor momento —dijo e hizo mo­vimientos con las manos.

—Ella es la novia de tu hermano —habló de nuevo Diana inoportuna.

—¿Novia? —repitió Nahiara con sorpresa, y luego me miró con detalle. Imaginaba que para todas las personas la palabra «novia» asociada a una chica en silla de ruedas no cuadraba con la imagen esperada para la chica que estuviera con Bruno Santorini.

—No somos novios... Solo quiero saber cómo está. Soy Celeste... ¿Puedes decirle que vine? —dije nerviosa; no podía controlarme muy bien.

—¿Eres Celeste? —cuestionó ella, sonrió con entendi­miento y se acercó a mí—. Él ha estado pidiéndome que fuera a buscarte a una plaza, solo no podía dejarlo aquí al acecho de los paparazzi —explicó.

—Lo entiendo —dije acercándome también.

—Un gusto, soy Nahiara. —Se agachó para besarme en las mejillas.

—Lo sé, soy una especie de fan, pero no tenía idea, hasta hace unos instantes, que eras hermana de Bruno —respondí algo cohibida.

—Lo sé, me lo dijo —sonrió—. Puedes pasar, yo me que­daré un rato más por aquí —dijo señalándome la habitación.

Diana asintió para que ingresara al cuarto y se sentó en una de las sillas de espera diciéndome que se quedaba allí. Cuando pasé, Bruno estaba con la cabeza vendada y los ojos cerrados. Me acerqué pensando que dormía.

—Bruno... —murmuré y acaricié su frente. Me dio mucha tristeza verlo así.

—Celeste —habló sin abrir los ojos—. ¡Al fin viniste! —exclamó.

—No sabía que estabas aquí —dije compungida—. ¿Te sientes bien? Me enteré por las noticias —expliqué.

—Lo sé... Creo que deberías darme tu número de celular —bromeó, y esbozó una sonrisa.

—Sí, también lo creo. —Me acerqué un poco más para to­marle de la mano—. Me asusté mucho, Bruno.

—Estoy bien, solo me duele mucho la cabeza, eran como cinco y me pegaron bastante. Yo les di todo lo que tenía, pero igual me golpearon hasta dejarme casi inconsciente. Por suer­te no hicieron nada más, odiaría morirme ahora que estamos juntos —susurró, y al fin sus ojos me encontraron.

—Dios, quiero matar a los que te hicieron esto —comenté al verlo lastimado, sin embargo la palabra «juntos» se había quedado marcada en mis pensamientos—. ¿Por qué no me di­jiste quién eras? —pregunté frunciendo el labio. No entendía por qué me ocultó su identidad.

—Amaba que no lo supieras —admitió con una media sonrisa y encogiéndose de hombros.

—No me importa quién eres Bruno, para mí eres solo el chico que me encanta y que me tiene todo el día pensando en él —admití al ver tanta ternura en su mirada. Ya no podía callar lo que me pasaba, no quería hacerlo.

—Tú eres mi chica de los colores —sonrió—. ¿No me piensas besar? —añadió frunciendo los labios como si espe­rara un beso.

—No te alcanzo desde la silla y no quiero que te muevas. —Acaricié su mano.

—Súbete a la cama —dijo golpeando con suavidad el espa­cio libre del colchón a un lado de su cuerpo.

—¿Estás loco? —pregunté—. Si me vieran se molestarían. Y si entrara Nahiara...

—Le dije que eras su fan —rio interrumpiendo.

—Muero de la vergüenza —contesté tímida.

—Es buena Nahiara —agregó él—. Es la única en la fami­lia en quien puedo confiar, con quien puedo contar —explicó.

—¿Tus padres no vendrán? —pregunté, aunque la res­puesta ya la sabía.

—No estoy lo suficientemente grave como para que dejen sus cosas para venir a cuidarme —añadió con un tono amar­go en la voz.

—Yo te cuidaré —sonreí estirándome un poco para aca­riciarle la frente—. No me moveré de aquí hasta que salgas. —Él acarició mi rostro y yo cerré los ojos.

Nahiara entró y nos encontró así. Carraspeó.

—Perdón —se excusó al entrar. Bruno me tomó de la mano—. Ya mandé a los paparazzi a volar —agregó, y luego me miró—. Tu amiga dice que se va a la casa y que cualquier cosa la avises.

—Si no te molesta, quiero quedarme con Bruno. —Me en­cogí de hombros tímida.

—No, por supuesto que no. —Negó con la cabeza—. De hecho, debo irme pronto, tengo que grabar —comentó—. ¿Estarás bien? —le preguntó a Bruno.

—Si estoy con ella nada más importa —exclamó mirán­dome, y Nahiara levantó las cejas en una mueca de sorpresa.

—Entonces, ¿de verdad son novios? —preguntó.

—En realidad aún no he tenido tiempo de pedírselo —dijo Bruno con una sonrisa—, pero... quién sabe —añadió y me guiñó un ojo, y luego se quejó porque aquel gesto le ocasionó un ti­rón en la cabeza.

—No quiero ser aguafiestas —habló Nahiara dubitati­va—, pero tú tienes que volver, sabes que has venido aquí solo para...

—Lo sé —interrumpió Bruno—. Pero eso no me importa ahora —concluyó.

—Bien... yo no me meto —dijo Nahiara y levantó ambos brazos pero sin dejar de mirar a Bruno. Tenía la sensación de que en esas miradas se decían muchas cosas y me sentí algo incómoda.

Por suerte un médico ingresó a la sala para comprobar los signos vitales de Bruno y la tensión en el ambiente se disipó ante sus preguntas. Me alejé un poco para darle espacio para que lo revisara y Nahiara me sonrió desde su sitio. A pesar de todo, no parecía mala persona.

Hola, solo quería invitarles a ir a leer Cementerio de Historias. Estoy amando escribir esa historia, los espero por allí :)


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