Capítulo 8: Explosión de color
Aquella noche quise volver caminando a casa, pero estaba agotadísimo, así que en la esquina llamé a Rony —el chofer—, que enseguida pasó por mí. Llegué a casa y, luego de bañarme y ponerme algo cómodo, me quedé pensando en Celeste; quería disfrutar y recrear en mi mente una y otra vez las imágenes vividas durante el día, el olor de su pelo, la textura de su piel. Todo en ella me estaba llenando de distintos colores por dentro: cerraba los ojos e imaginaba que era una especie de jarra y mi interior se llenaba con un jugo multicolor. Porque Celeste era como su cabello, traía en ella los tonos más hermosos del universo, empezando por el celeste, que estaba en sus ojos y en su nombre.
Entre mis coloridos pensamientos me quedé profundamente dormido y a la mañana siguiente, cuando desperté, me sentía renovado. Bajé a desayunar y saludé a Sandra, el ama de llaves, a quien conocía desde muy pequeño. Decidí darme un baño en la piscina y luego hacer un poco de ejercicio trotando por los alrededores.
—Tenga cuidado, joven Bruno —me recomendó Sandra—, la zona está bastante peligrosa últimamente.
—Descuida, estaré bien —contesté con una sonrisa.
Luego del ejercicio volví a casa a bañarme, me vestí y salí para ir a ver a Celeste. Compré café y donas por el camino y llegué junto a ella.
—Hola, hermosa Sirena —sonreí.
—Pensé que no vendrías —respondió ella devolviéndome la sonrisa.
—Te prometí que lo haría, solo que me tomé la mañana para hacer un poco de ejercicio.
—Así que te ejercitas. —Me observó divertida de reojo sin soltar el pincel.
—Ya ves, este cuerpo tan perfecto se debe a eso. —Ambos nos echamos a reír—. Traje café y donas, la última vez que merendamos en el parque nos llovió encima, así que teníamos esto pendiente —dije sentándome a su lado en el césped.
—Gracias, tenía mucha hambre. —Detuvo su pintura y se volteó hacia mí para poder comer.
Nos pasamos la tarde conversando, ella pintaba y yo me recostaba a su lado.
—Cuéntame de tu infancia —pidió ella.
—La pasé en internados y cosas de ese estilo, no hay mucho que contar. Mis pocos recuerdos felices tienen que ver con mi abuela —rememoré sonriendo.
—Y sus colores —completó.
—Exacto —continué—. La abuela creía que cada persona tiene un color especial, y que nuestras vidas son como un cuadro: cuando una persona forma parte de tu vida, deja en tu cuadro algo de su color, algo de su esencia. Por eso no hay dos cuadros iguales, no hay dos vidas iguales... Por eso todos somos distintos.
—Tu abuela era una persona interesante —comentó mientras se llevaba un bocado a la boca—. ¿Piensas que mi color es el celeste? —me preguntó.
—No lo sé, no podría decirlo... Pienso que llenas mi vida de todos los colores... —Me sinceré—. Pero es probable que sí, el celeste se encuentra con mayor intensidad en ti —agregué sonriendo.
—¿Yo lleno tu vida de colores? —preguntó ella enarcando las cejas asombrada. Solo asentí.
—Todo era monocromático hasta que te conocí —respondí encogiéndome de hombros.
—Eres muy dulce, Bruno —dijo casi en un susurro, y continuó pintando.
Nos quedamos por ahí un largo rato, hasta el atardecer.
—¿Te parece si vamos a casa? Puedo cocinar algo y comemos allí —invitó sonriente.
—¿Cocinas? —le pregunté.
—Obvio, vivo sola, ¿recuerdas? —respondió con ironía. Reí, las chicas que yo conocía tenían empleadas y servidumbre, olvidaba que ella no pertenecía a ese mundo.
Anduvimos hasta su casa y entramos. Yo me senté en el sofá y ella fue a lavarse las manos para volver.
—¿Qué quieres comer? ¿Pasta, pizza, carne?
—Lo que quieras, creo que pasta suena bien —respondí.
—Pasta será —afirmó entonces, y fue a la cocina. La casa era pequeña, así que yo podía oírla desde donde estaba—. ¿Puedes encender la tele? Mientras cocino veo una serie del canal dos —habló en tono elevado para que la escuchara. Obedecí y encendí el aparato. Para mi sorpresa, el rostro de Nahiara anunciaba el inicio de la serie donde ella actuaba.
—¿Esta? —pregunté incrédulo.
—Sí, ¿la ves? —Parecía emocionada.
—No —respondí divertido, nunca había visto a mi hermana actuar—. ¿Es buena?
—Sí, me gusta mucho la chica que hace el personaje principal, es una gran actriz —agregó entonces, y yo sonreí.
—Ya lo creo —susurré—. Es muy bonita.
—Lo es —mencionó ella viniendo hasta la sala—. A veces me pregunto cómo será la vida de los famosos —comentó pensativa—. Tienen todo lo que quieren, ¿serán felices?
—Los seres humanos somos insaciables, cuando tenemos algo, siempre queremos más —agregué pensativo—. No creo que sean felices, al menos no todos. Es una vida estresante: fotos aquí y allá, lejos de tus afectos, siempre cumpliendo compromisos y cuidando lo que haces y dices.
—Sí —asintió ella—. Eso también lo he pensado... no cambiaría mi libertad por nada del mundo, pero esa chica... —dijo señalando el rostro de mi hermana en la pantalla—. Ser ella ha de ser genial: hermosa, perfecta, famosa, deseada, admirada —habló soñadora.
—Puede ser... —contemplé la imagen de Nahiara—. Pero quizás ella preferiría ser una chica normal, ¿o no?
—Bueno, la palabra normal es muy subjetiva —dijo volviendo a la cocina.
—¿Cómo la palabra «caro»? —pregunté.
—Sí, exacto. —Ella rio ante mi recuerdo y luego me apuntó desde la puerta de la cocina con un tenedor que traía en la mano—. Si te pones a pensar, para ti es normal salir a correr; yo no puedo hacer eso, para mí lo normal es poner crema en mis muñones cada noche antes de dormir para que la piel no se endurezca y duela —agregó con naturalidad, y luego se encogió de hombros—. No es normal salir a correr, aunque me gustaría que lo fuera —dijo pensativa.
—Tienes razón, pero entonces estamos en lo que yo te decía antes. Nadie es feliz con lo que tiene y siempre deseamos más.
—Por ejemplo, ¿tú qué deseas? —preguntó.
—Libertad —respondí yo sin pensarlo.
—¿No eres libre? —cuestionó dubitativa.
—No, debo rendir cuentas a mis padres, vivir como ellos imaginan que debo hacerlo, estudiar lo que quieren, pensar como quieren... Estoy preso en sus estúpidas tradiciones —respondí con algo de enfado en la voz, odiaba pensar en eso.
—No cambiaría mi libertad por nada —repitió—. Aunque de nuevo la palabra «libertad» es subjetiva —pensó en voz alta—. Yo tengo libertad en el sentido que puedo ir y venir a donde quiera sin rendir cuentas como tú, pero no tengo libertad para hacer las cosas que deseo porque estoy atada a este cuerpo incompleto.
—Es cierto —dije mirándola—. Pero tu cuerpo no hace a tu alma, y que te falten las extremidades inferiores no te hace incompleta —sonreí—. Eres la persona más completa que conozco, Celeste, tanto, que a tu lado yo me siento completo.
—Deja de decir esas cosas —se quejó ella mirándome sonrojada.
—¿Por qué? ¿No te gusta?... Solo digo lo que siento y lo que pienso —me sinceré.
—Ya está la comida —continuó—. ¿Me ayudas a preparar la mesa?
Puse dos platos, cubiertos y vasos, luego llevé la bandeja con la comida a la mesa y me senté. Ella se sentó también y nos sonreímos
—Huele delicioso —murmuré observando el humo salir de la fuente.
—Gracias, espero que esté delicioso —añadió alistándose a servir.
Comimos en silencio mientras ella observaba absorta el capítulo de la serie de mi hermana y yo me divertía con sus facciones.
—Quizás un día te lleve a casa —sonreí ante la imagen de Celeste viendo las fotos de Nahiara en la sala de mi casa.
Luego de comer, me ofrecí a lavar los cubiertos para que ella disfrutara tranquila del final de su serie y después la acompañé al sofá. Ella estaba sentada en una de las orillas y yo me senté a su lado, ni demasiado cerca ni demasiado lejos. La serie terminó y entonces ella apagó el televisor.
—Me estoy acostumbrando a ti demasiado rápido —comentó en medio de un suspiro—. Te extrañaré cuando no estés.
—Siempre puedo volver —afirmé sonriendo—. Ni siquiera he pensado en eso de que tengo que irme. —Me sentía tan a gusto que de verdad no lo había hecho.
—¿Has tenido muchas novias? —preguntó mirándome con curiosidad—. Eres tan guapo, Bruno, cualquier chica moriría por ti —sonreí ante su expresión y sinceridad.
—He salido con varias, pero solo he tenido un gran amor, se llamaba Lucía —dije recordándola—. Ella podía ver lo que yo realmente era, no lo que todos veían en mí.
—¿De qué hablas? —preguntó sin entender.
—De lo mismo que te sucede a ti, pero al revés —me sinceré—. Según tú, la gente no se te acerca por tu... bueno, por tu condición —mencioné sin saber cómo decirlo—, pero a mí la gente se me acerca solo por lo que tengo... Nadie ve más allá, nadie conoce lo que realmente soy, ni siquiera lo intentan.
—O sea que tienes mucho dinero. —Levantó las cejas y frunció los labios—. Lo supuse.
—¿Por qué? —Quise saber qué me había delatado.
—Porque vi que un chofer te pasó a buscar la otra noche —sonrió—. Y porque vienes a vacacionar aquí, obvio —agregó, y ambos reímos.
—Bueno, algo así. En realidad mis padres, pero las chicas se acercan a mí por eso... Podría ser el más malvado del planeta, tratarlas mal, se quedarían allí por un auto o una joya, pero yo eso no lo tolero. Por tanto, soy un poco asocial, no me gusta juntarme con las personas, porque en mi entorno es difícil saber quiénes son en realidad y... eso me hace solitario.
—Lo entiendo —asintió pensativa—. Aunque si tuviera que elegir preferiría tu mundo al mío.
—¿Por qué no usas una prótesis? —pregunté mirando sus piernas.
—Porque debo mandar a hacer una buena —expresó con tristeza encogiéndose de hombros—. Al tener el corte por sobre las rodillas, debe ser una especial, debo acostumbrarme a ella, no es fácil usarla, pues al no tener rodillas no tengo fuerza en las piernas y la prótesis no puede responder a eso... No sé si me explico, pero el caso es que no puedo ponerme cualquiera, podría lastimarme o incluso podría ser más incómodo que andar sin ella. Además, sale muy costoso, y requiere de una especie de entrenamiento para aprender a usarla. En realidad, todo lo de mis cuadros lo estoy juntando para hacerme una, alguna vez.
—Yo podría...
—No... no me interesa tu dinero —interrumpió ella adivinando mis intenciones. Yo solo asentí.
—A mí tampoco, pero si puedo hacer algo bueno con él —me encogí de hombros.
—Haces algo bueno al estar conmigo cada día, Bruno, también has pintado de colores mis días. —Luego de oír aquello me acerqué más para mirarla a los ojos.
—No estoy contigo por hacer algo bueno, Celeste, estoy contigo porque me gusta... porque tú me gustas. —De nuevo esa combinación de colores cruzó su rostro y bajó la mirada avergonzada—. ¿Puedo cargarte en mi regazo? —pregunté temeroso a su respuesta.
—Eso es raro —dijo ella frunciendo el ceño.
—Déjame hacerlo. —Al final aceptó y con mi ayuda se sentó en mis piernas y colocó sus muslos hacia un solo lado. Yo la acerqué a mí y recorrí con mis dedos sus mejillas sonrosadas. Su boca se entreabrió y su respiración se volvió agitada—. ¿Estás nerviosa? —pregunté.
—Sí —asintió—, pienso que quieres besarme y yo no sé si quiero.
—¿Has besado alguna vez? —cuestioné.
—Solo una vez —dijo y bajó su mirada—. Aníbal, un amigo de la infancia, un chico paralítico que conocí en mi estadía en el hospital y que me hizo más placentera la transición. Él había nacido así, me enseñó trucos con la silla. Yo tenía quince y él diecisiete cuando me preguntó si podía besarme... Nadie nos miraba, no existíamos para los chicos del sexo opuesto, sin embargo teníamos las mismas inquietudes. Éramos adolescentes y soñábamos con besos, caricias y amor. Sabiendo que eso no llegaría, él me pidió permiso y yo se lo concedí, así que nos besamos para experimentar. Decidimos ser novios un tiempo, pero no funcionó, no nos gustábamos en realidad, eran solo nuestras ganas de ser normales —comentó hablando de forma rápida; estaba visiblemente nerviosa.
—Quiero besarte, Celeste —le confesé con seguridad.
—¿Por qué quieres hacerlo, Bruno? ¿Porque quieres probar qué se siente al estar con una chica como yo? —se puso a la defensiva.
—Porque todo en ti me gusta, y tus labios se me hacen tan apetecibles que deseo probarlos, probar tu sabor y el color de tus besos —susurré acercándome mucho a ella—. Además, sí me encantaría probar qué se siente al estar con una chica como tú, tan perfecta —agregué y tomé su rostro entre mis manos juntando mi frente con la suya.
Ella respiró agitada y cerró los ojos, entonces supe que tenía su permiso. Junté nuestros labios y me perdí en un mar de explosiones coloridas. Eso era magia, fuego y color, algo que nunca antes había sentido en un simple beso.
Nos besamos por una eternidad, y yo sentí ganas de continuar, de probar todo su cuerpo y descubrir todos sus colores. Pero no podía, no con ella, era especial y tenía miedo, debía ser cuidadoso. Me alejé y acaricié sus cabellos, ella abrió los ojos y sonrió.
—Eso fue genial —murmuró, y yo sonreí.
—Sí que lo fue —asentí y pasé mi dedo pulgar por sus labios sonrosados.
Nos quedamos allí, besándonos un sinfín de veces más, ella sentada encima de mí y yo abrazándola por la cintura. Luego se hizo tarde y decidí volver a casa. Pensaba ir caminando porque necesitaba el aire frío golpeándome y sacándome el calor que se me había pegado por el deseo que crecía en mí. Me despedí dándole otro beso y sin más palabras salí de su hogar. No era lejos, pero estaba bastante desierto y la noche era fresca.
Cuando llegué al camino de ingreso a las casas más lujosas del pueblo, una banda de chicos salió a mi encuentro. Había oído que Tarel se había vuelto peligrosa desde que mucha gente adinerada se había asentado en el lugar, pero no lo creí hasta ese momento.
—¡Danos todo lo que traes! —ordenó uno apuntándome con un arma.
—No tengo nada —me defendí.
—Los que entran aquí tienen mucho —increpó otro—. Mejor danos todo lo que traes.
Saqué de mi billetera un billete de quinientos y se lo pasé junto con el celular.
—Es todo lo que traigo, déjenme pasar —imploré, y ellos rieron.
—Lo haremos, pero antes te daremos tu merecido, odiamos a los chicos como tú —dijo otro, y comenzaron a pegarme. En vano intenté defenderme, porque me atacaban de todos los flancos. Solo rogaba que no me mataran, no ahora que por fin me sentía tan vivo.
Agotado de luchar, decidí no resistirme más para que se cansaran y se fueran; eran muchos más que yo, no podría con ellos. Me aferré a los colores de Celeste como un bálsamo para aguantar los golpes, sin embargo todo se puso negro y el silencio cayó sobre mí.
Recuerden que tienen hasta el sábado próximo para enviarme sus fotos del reto. Cualquier cosa vale :)
También los invito a pasarse por Cementerio de Historias, la novela que estoy escribiendo actualmente y que ha quedado en la lista corta de los Wattys. ¿Nos vemos por allí?
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