Capítulo 44: Amor eterno

Cuando mis padres se enteraron de que iba a casarme con Celeste y de que no regresaría a Salum, a mi madre casi le da un ataque. Nahiara me contó que se volvió loca y que incluso tuvieron que llevarla al médico y sedarla. Mi papá no me habló por mucho tiempo, y no supe lo que pensaba hasta la mañana del día del casamiento.

—Bruno... —Su voz al teléfono luego de tanto tiempo me pareció surreal.

—Papá... —murmuré sorprendido.

—A veces uno entiende tarde muchas cosas, hijo —dijo solemne—. Ya es tarde para mí, para buscar mi felicidad, para correr tras lo que me hacía sentir vivo, tras lo que me daba ganas de seguir adelante.

—¿De qué hablas? —pregunté curioso.

—También fui joven, y tampoco quise estudiar ingeniería. ¡Quería ser chef! —¿En serio? ¿Mi papá quería ser un chef?—. Cuando se lo dije a mis padres pusieron el grito en el cielo, me escapé. Viajé a Partania con un amigo y me inscribí en la Escuela de Cocina. Conocí a una chica, me enamoré... Pero entonces mi padre enfermó gravemente y opté por regresar y hacer lo que él había querido que hiciera.

—Entonces, ¿no regresaste porque te habías dado cuenta de tu error como siempre dijiste? —cuestioné confundido.

—No... supongo que... fui un cobarde —suspiró—. Siempre pensé que Alejandro quería esto, por eso lo guie en mis pasos, pero cuando él se fue y solo quedaste tú, yo no quise hacerlo. Siempre fuiste distinto, siempre quisiste volar y no quería ser yo quien te cortara las alas. Pero otra vez fui cobarde y dejé enmascaradamente que tu madre lo hiciera, Bruno... Perdóname.

—Papá... —murmuré con tristeza.

—Estoy orgulloso de ti, Bruno. Has tenido el coraje de defender tu vida y luchar por tu felicidad —añadió y me emocioné al escuchar aquello—. Te llegará un regalo de bodas hoy, hijo —sonrió con amargura—. Y espero que si logras perdonarme, no me dejes fuera de tu vida.

—Por supuesto que no, papá —agregué y luego de una despedida un tanto sentida y emocionante, cortamos.

Aunque siempre estuvo distante era mi padre y lo quería. Me hacía bien saber que finalmente me apoyaba. Mi madre, por su parte, seguía en su postura rígida e inflexible. Hacía un tiempo me había dicho que me olvidara de ella para siempre. Esperaba que un día recapacitara, a pesar de todo siempre sería mi madre y a mí no me gustaba estar así con ella.

El timbre sonó y yo salí a ver de quien se trataba. Hacía tiempo que vivía con Celeste, ya que mamá no me dejaba volver a la casa de Tarel. Ella aun no despertaba, pero cuando lo hiciera iría a cambiarse a lo Diana, ella y Nahiara habían insistido con eso de que no debía ver a la novia antes de la ceremonia.

—Señor, Bruno —saludó Martín, uno de los empleados de mi padre—. Esto se lo envía su padre. —Entonces me entregó unas llaves.

No entendí hasta que vi el auto que venía atrás del auto de mi padre. Martín me lo señaló y sin decir nada más subió al auto de mi padre que era manejado por Federico, otro de los choferes, y se fueron.

«¿Un auto?» pensé. ¡Qué raro! Lo miré por fuera y vi que obviamente era de la empresa de papá. Celeste aún adormilada pero ya en su silla, salió a mirar.

—¿Qué es? ¿Un auto? ¿De quién? —preguntó siguiendo la línea de mi mirada y las llaves en mis manos.

—No lo sé, me lo envió papá, y hace un rato llamó a decir que era el regalo de bodas —informé.

—¿En serio? —preguntó y solo asentí. Entonces fui hasta el vehículo y cuando abrí la puerta lo entendí.

—¡Ven aquí! —grité emocionado.

Celeste se lanzó por la rampa que llevaba al portón de la casa y se acercó.

—¡Es para ti! —sonreí—. Lo mandó acondicionar para que lo puedas manejar. Estas son las palancas manuales que suplen los pedales, y, ¡mira esa puerta! —exclamé señalando una mientras apretaba un botón y la abría, tenía una rampa para que pudiera subir la silla sin problemas.

—¿De verdad? ¿Podré manejar mi propio auto? —Celeste estaba visiblemente emocionada.

—Obviamente primero te enseñaré a hacerlo —sonreí abrazándola con ternura y procedí a contarle lo que me había dicho papá.

***

Había llegado el momento y yo me encontraba de pie frente al altar de la Catedral de Tarel esperando a que mi bella novia apareciera por la puerta. Luego de la ceremonia festejaríamos con los amigos íntimos en casa de la mamá de Celeste y después iríamos de luna de miel a la cabaña de Arsam. Celeste entraría de la mano de su padre, Nahiara y Diana serían sus damas de honor. Tomy traería los anillos.

Y entonces la música comenzó a sonar. Me giré para verla entrar, para no perderme ni un solo minuto de su trayecto hasta mí.

Entonces la vi, vestida de blanco, flotaba como si estuviera sobre una nube, sus ojos tan celestes y brillantes, eran el único contraste a tanto blanco. Su vestido era parecido al de una princesa, pero ella no estaba sentada. Caminaba con dificultad del brazo de su padre, entonces lo recordé.

Había visto las prótesis unas semanas atrás pintarrajeadas y guardadas en el placar. Cuando le pregunté por ellas me dijo que se las enviaron de la clínica pero nunca fue a hacer las rehabilitaciones que debía, por lo que no las utilizaba. Ahora podía entender los misteriosos viajes con Nahiara a Salum; habían ido varias veces, supuestamente a ver vestidos de novia... En realidad estaba practicando, para entrar caminando junto a mí. La amé por ello, no por caminar, sino por esforzarse tanto para darme una sorpresa.

Le sonreí, ella me sonrió a mí. La vi caminar, esforzarse para llegar. Una vez más me estaba dando una lección allí, con cada paso que tomaba me estaba recordando que nada resulta fácil a la primera, que todo lo que vale tiene un costo, y no siempre ese costo se paga con dinero. Pensé en mi abuela y en Paco, en como tuvieron que sacrificar sus vidas en una época donde no podían ser libres para amarse; sin embargo aun así lo lograron, se amaron hasta el final. Pensé en mi padre, sacrificando su felicidad por los deseos de su propio padre... Pensé en mi madre, sacrificando siempre su vida por el qué dirán y sus cargos políticos.

Entendí que todo en esta vida implica un sacrificio —aun aquello que no vale la pena—, y lo único que nos diferencia a los que somos felices de los que no lo son, es definir correctamente el por qué luchar. ¿Vale la pena luchar por un reconocimiento? ¿Vale la pena luchar por el poder o el dinero? ¿Por un puesto? Cada quién elige sus propias luchas y sus sacrificios. Para mí, vale la pena luchar por el amor, por las personas que amamos, por los seres queridos. Como mi abuela, que luchó por mí, por enseñarme colores distintos a los que mi familia me mostraba. Como Paco, que luchó por Celeste y le dio ganas de vivir, de seguir adelante, de alcanzar sus sueños. Como ellos, que lucharon por su amor y se ayudaron mutuamente a llevar sus cargas pesadas a pesar de las distancias y la separación física.

Miré a Nahiara, entraba tras Celeste sonriendo y le daba un guiño a Benny, su eterno amor a quien había decido buscar solo para pedirle perdón por haberlo abandonado así. Decía que nunca podría ser feliz si no se disculpaba por haber sido tan insensible... Y encontró más que el perdón... porque del perdón nace el amor y el amor nace del perdón.

Volví a fijarme en los ojos celestes de mi sirena, que caminaba hasta mí con lentitud pero con firmeza. Le sonreí de nuevo, ella también me sonrió. No pude evitar cuestionarme cuántas veces nos dejamos llevar por el exterior de una persona, cuántas otras nos alejamos de alguien sólo porque ese alguien es diferente y eso nos incomoda.

¿Qué significa ser diferente? Si ser diferente, es ser especial... todos somos diferentes y todos somos especiales. Mucha gente a lo largo de su vida se alejó de ella solo por ser discapacitada; porque la gente tiende a buscar lo fácil, lo que conoce, lo que maneja. ¿Cuántas veces me cuestionaron lo que estaba haciendo o me miraron raro solo porque elegí a una chica discapacitada para ser la mujer de mi vida? A toda esa gente me gustaría gritarle que nunca estuve tan seguro de lo que estoy haciendo como hasta ese momento. Que el cuerpo es solo una caja en donde habita nuestra alma, y no importa si a esa caja le falta o le sobra algo, es nuestra alma lo que importa, nuestra personalidad, lo que somos, cómo pensamos.

Me gustaría gritarle a todo el mundo que se animaran a acercarse a chicas y chicos como Celeste, a escucharles, a compartir sus vidas, a ser parte de sus mundos, a tratarlos como iguales; porque ellos tienen mucho que contar y nosotros mucho por aprender. Me gustaría decirles que no tengan miedo, que podrían encontrar un mejor amigo o amiga, y en el mejor de los casos... un gran amor, como me pasó a mí. Porque si hay algo que no entiende de diferencias, es justamente el amor.

Celeste llegó a mí, se aferró a mi brazo. Su padre la besó en la mejilla y la dejó conmigo.

—Llegué —susurró—, lo siento si esperaste demasiado.

—Esperaría toda la vida por ti —le sonreí orgulloso.

Fue un diez de febrero del año dos mil diecisiete, en el cielo se celebraba el cumpleaños de mi abuela, el aniversario de que se conocieron y de cada carta que se enviaron durante muchos años... Y en la tierra era el día en que Celeste y yo, nos juramos ante el altar, amor eterno. 

Llegamos al final, en estos días cuelgo el epílogo, el cuento y el extra. Espero sus comentarios. 


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