Capítulo 41: Recordando


Estaba recostado en mi cama pensando en la lluvia de recuerdos que me estaban queriendo venir a la mente pero no llegaban. Era como si estuvieran atascados. Habíamos ido al cementerio con Nahiara a visitar la tumba de la abuela Vivi, siempre que estaba aquí me sentía muy cerca de ella. Estábamos volviendo cuando sentí algo extraño, no sabría expresarlo con nitidez, era como si algo me llamara, como un presentimiento. Me giré ante esa sensación y la vi, la chica de los ojos celestes, la de la silla de ruedas y el pelo multicolor.

Nuestros ojos se juntaron por unos minutos y nunca sentí tanta intimidad, sentí como si ella fuera parte de mí y yo parte de ella. Como si la conociera, desde siempre. Me acerqué corriendo a hablarle, pero ella estaba muy alterada. Era obvio que sabía quién era, había reconocimiento en su mirada, había... algo más en ella... mucho más. Me sentí un tonto por no haberlo visto antes, incluso en el hospital.

Intenté entablar una conversación, la rueda de su silla se había atascado en una zona de barro. La ayudé a salir pero ella huyó de mí. Cuando la vi partir recordé el cuadro de la sirena con los cabellos multicolores y un nombre volvió a mi cerebro: «Celeste», murmuré pero ella ya se había ido.

—¿La recuerdas? —preguntó Nahiara y la miré confundido.

—No del todo, pero algo muy fuerte me acaba de suceder. Es como si tuviera todos los recuerdos a punto de salir... Es como si ella... fuera la respuesta —musité confundido.

Nahiara no dijo nada, pero cuando llegamos a la casa mencionó que tenía que salir por un rato. Decidí ir a mi estudio. Desde que llegamos no había entrado a ningún otro sitio que no fuera mi cuarto y solo fue para tomar una siesta. En mi estudio vi los cuadros, todos eran similares a los de la exposición en Salum, sobre todo el de la imagen de una sirena en alta mar.

Un destello de memoria cayó a mí y me vi en la plaza de Tarel comprando ese cuadro. Fue allí cuando la recordé, yo conocía a Celeste Maldonado, la chica que pintó ese cuadro que se exponía en Salum y quien pintó todos los que estaban en mi estudio. Pero aun no era suficiente, ¿qué había sucedido en mi vida y la de Celeste?

Empecé a deambular por la casa como alma en pena, en busca de algo que me diera las respuestas. Todo en esa casa me hablaba de ella, tenía recuerdos de ella paseando por esos sitios, podía sentir su peso en mi espalda, yo la levantaba. Había visto una pintura llena de colores y trazos que estaba guardada en un sitio en mi estudio, era un lienzo grande y entonces pude recordarla, su cuerpo desnudo envuelto en pintura.

Mi corazón palpitaba con desesperación y busqué a Nahiara, ella debía decirme qué era Celeste de mí, porque yo ya empezaba a deducirlo, mi corazón recordaba todo, pero la información no llegaba completa a mi cerebro. Mi hermana no estaba, aún no había llegado, entonces la llamé.

—Nahiara, necesito que vengas y me digas qué es Celeste de mi —dije desesperado.

—Ya te llevo tu respuesta —respondió ella con voz alegre.

La esperé ansioso en el umbral de la casa, cuando llegó corrí a ella como un niño esperando un regalo. Ella no dijo nada, solo me pasó un libro, un cuadernillo con bosquejos o dibujos.

Ahí, en trazos simples apenas coloridos, estaba toda mi historia con Celeste, y bastó que abriera la primera página para recordar la escena. Yo viéndola pintar de espaldas sentada en el pasto, queriendo hablarle. Ella mirándome con esos ojos tan profundos y rechazándome. Yo descubriendo su secreto, ella llorando.

Recordé el aroma de su pelo, el color de sus ojos cuando terminábamos de hacer el amor, la textura de su piel, el sabor de sus labios. Recordé cuanto la amaba, pero eso no fue un recuerdo de mi mente, como las escenas de lo que habíamos vivido, fue como si mi cerebro hiciera al fin una especie de «clic» con mi corazón y como dos piezas de un bloque encastraran por fin. Fue como si mi mente escuchara lo que mi corazón gritaba desde hacía tiempo, fue como sentirme pleno: como sentir que ya no necesitaba saber nada más. Había recordado lo más importante que había perdido, había vuelto a ser yo mismo, pues yo era completamente yo, sólo si estaba con ella.

Nahiara me observaba atenta mientras las lágrimas mojaban mis mejillas. Debía verla, correr a su encuentro, abrazarla. Los recuerdos no dejaban de fluir por mi mente: nuestro amor, nuestras vivencias, los paseos en Salum, sus prótesis. Pero entonces lo recordé... recordé por qué iba a su casa aquella noche, recordé que había descubierto el secreto de nuestros abuelos y que mi madre era la hija de ambos, por tanto Celeste era mi prima. Una daga invisible laceró mi corazón que aun latía acelerado.

—¿Qué sucede? —me preguntó Nahiara cuando vio que se me había borrado la sonrisa.

—Creo que lo recordé todo —dije y suspiré—, recordé también por qué iba a verla.

—Ibas a casarte con ella —añadió Nahiara sacándose un anillo del dedo y pasándomelo, tenía una C y recordé que se lo había dado cuando nos despedimos la primera vez en Tarel—. Lo guardé para dártelo cuando la recordaras —añadió ella—. Sabía que lo harías, creo que es de esa clase de amores que superan todo.

—Pero es imposible —susurré con tristeza.

—¿Qué? ¿Por qué? —exclamó confusa.

—Porque somos primos —sollocé.

—¿Qué dices? —Nahiara se veía confundida.

Pasé entonces a contarle todo lo que había descubierto y por qué iba a lo de Celeste. Le conté que llevaba las cartas y las cosas de la abuela para revisarlas con ella, pero que suponía que con el accidente se habrían perdido y ahí estaba toda la información.

—¿Estaba en una mochila con corazones? —preguntó.

—Sí —asentí.

—Se la di esta tarde a Celeste, supuse que era de ella y la había rescatado del accidente —añadió.

—¿De verdad?... Bueno, pues ahora lo entenderá —suspiré.

—Bruno... ¿Estás seguro? —me preguntó Nahiara.

—No encuentro otra explicación. Según lo que leí y ahora recuerdo, a la abuela la separaron de él embarazada, y la obligaron a casarse para que nuestro abuelo se hiciera cargo del bebé —expliqué.

—Pero la abuela se casó en el cincuenta y nueve —comentó Nahiara pensativa.

—¿Y? —pregunté yo.

—Mamá nació en el sesenta.

—Aja... —Asentí entendiendo a donde iba.

—Si ella estaba embarazada al casarse, ese bebé debió haber nacido en el cincuenta y nueve... —agregó.

—Exacto —murmuré—. ¿Estás segura que mamá nació en el sesenta? —pregunté.

—Sí, claro que sí. —Nahiara era excelente con las fechas—. Tuvo que ser otro hijo... ¿Pero, dónde está?

—No lo sé —me encogí de hombros.

—¿Por qué no vamos con Celeste y revisamos esos papeles? —preguntó Nahiara y yo solo asentí. La idea de verla de nuevo, esta vez sabiendo lo que sentía por ella y lo que era para mí, hizo tambalear a mi corazón.

Salimos de la casa y cuando íbamos a subir al coche me detuve asustado.

—¿Y si ya no me ama? —pregunté.

—No creo que eso pueda suceder. Es esa clase de amores que al parecer tuvieron el abuelo de ella y nuestra abuela —sonrió mi hermana—. Tranquilo, ella te ama —dijo dándome un golpecito de ánimo en el hombro.

Estamos ya cerca del final del libro. Pronto empezaré a organizar las actividades para el sorteo de un libro en físico. 

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