Capítulo 40: Claro que lo amo
Esa noche no dormí bien. El sueño-pesadilla había regresado. ¿Otra cosa nueva sucedería en mi vida? Estaba harta de todo, de lo bueno, de lo malo, de lo común, de la rutina... Estaba harta de la soledad.
Decidí ir al cementerio, quería hablar con mi abuelo y contarle cómo me sentía. La soledad era una compañera injusta, triste y dolorosa, que no me dejaba ni a sol ni a sombra, era egoísta y celosa, pretendía acaparar mi vida, y de hecho, lo hacía.
Quería estar con mi abuelo, era uno de esos días en que lo extrañaba, en los que anhelaba verlo, sentarme en su regazo y que me contara una historia. Una historia de cómo la Sirenita Celeste lograba superar el olvido y el desamor, de cómo saldría adelante con el corazón tan vacío.
—Hola abuelito —saludé y me bajé de la silla para sentarme sobre el pasto y ponerle flores en su tumba—. No sabes la falta que me haces... Tu cuento, aquel en el que encontraba a mi príncipe, aquel a quien no le importaba mi condición sino sólo el amor que nos teníamos, no ha terminado como me lo dijiste. —Las lágrimas empezaron a derramarse por mis mejillas como si hubiera abierto una represa.
»Me gustaría que me dijeras qué hacer... Al menos tú mantuviste contacto con el amor de tu vida a pesar de los años y la distancia... yo no puedo mantener contacto con alguien que no me recuerda —volví a sollozar—. Ya no lo soporto, abuelo, ya no soporto este dolor. Dime qué hacer, por favor dime cómo olvidarlo... Cómo seguir mi vida después de Bruno.
Me quedé allí llorando en silencio, aferrándome al césped y a la tierra, recostada en el suelo. Observé las nubes pasar encima de mí y recordé a mi abuelo decirme que me hablaría con sus formas. Entonces vi una que parecía una pelota de rugby y recordé a Bruno bromeando sobre que su corazón tenía esa forma. Sonreí amargamente entre mis lágrimas. Como si fuera una caricatura empecé a imaginar a mi abuelito sentado en esas nubes dibujando bosquejos. Pero ahora no lo imaginaba solo, me gustaba pensar a Viviana sentada a su lado, enrollando los rizos de mi abuelo entre sus dedos, besándole la frente, pintándole los ojos con su pincel mágico.
Eso era algo que había leído en una de las cartas, hablaba de un libro de cuentos que mi abuelo le había enviado y Viviana recordaba una escena que me pareció adorable. Cuando se conocieron recién, mi abuelo quedó anonadado por la belleza de Vivi, una tarde en que ella estaba pintando él le preguntó si acaso su pincel era mágico, por eso podían salir de él los colores más hermosos. Vivi sonrió y le respondió que sí. Mi abuelo le dijo que a él le encantaría conocerla mejor y poder acceder a toda la magia que ella le transmitía. Ella se quedó en silencio y luego le hizo gestos para que se acercara, mi abuelo lo hizo y Viviana le dijo que cerrara los ojos. Él obedeció y entonces ella le pintó los ojos. Luego, sonriendo le dijo: «Ahora ya tienes algo de mi magia y de mis colores». En su carta, Viviana recordaba que mi abuelo había quedado sorprendido ante esa escena que a ella le pareció por demás divertida.
Un sonido de pisadas me trajo de nuevo a la realidad. En la distancia pude ver a dos personas caminando de espaldas. Podía reconocer ese cuerpo donde fuera que lo viera, era Bruno, con Nahiara. Me incorporé con velocidad y subí a mi silla para marcharme, no sabía cómo reaccionar. ¿Qué hacía Bruno en el cementerio? Verlo después de tanto tiempo generó olas de energía que sacudieron mi cuerpo de arriba abajo y la ansiedad me tomó presa. No sabía si correr, llorar, o quedarme allí en ese sitio.
La rueda de mi silla se trabó en algo de arena húmeda. ¡Justo lo que me faltaba!
—¡Rayos! —me quejé en silencio pero Bruno se giró. Nuestras miradas se cruzaron y entonces vi confusión en sus ojos.
—Tú, eres la enfermera, el ángel que vi en el hospital —dijo acercándose casi corriendo—. Me alegró ver que había recuperado sus movimientos y que se veía tan perfectamente sano, aunque era obvio que no había recuperado la parte de memoria donde me guardaba a mí. No contesté, simplemente las palabras no se formaron en mi cerebro y mucho menos hicieron el camino hasta mi boca—. ¿Necesitas ayuda? —Yo solo asentí ante la estupefacta mirada de Nahiara que se acercó atrás de su hermano y me brindó una sonrisa incómoda.
Bruno movió mi silla y la colocó en el caminero, yo sin mirarlo le agradecí yéndome de allí lo más rápido posible.
—¡Espera! —Lo escuché gritar, pero no me detuve.
Volví a casa cargada de emociones encontradas, inspiración, alegría y tristeza. Haberlo visto había alegrado mi alma, sabía que estaba bien, que había recuperado sus facultades físicas y que al menos no parecían haber secuelas graves del accidente. Por otro lado el momento en que sus ojos se juntaron con los míos, sentí en un solo instante cuánto lo extrañaba y el dolor que me causaba su ausencia se mostró pulsante y sangrante en mi interior.
Tomé un bloc de notas —era una especie de cuaderno o libreta de dibujo—, tenía varias hojas en blanco y empecé a garabatear bosquejos. No era muy asidua al dibujo en sí, así que lo que estaba haciendo era en realidad trazos con lápiz de grafito, que luego pinté con colores acuarelados.
Dibujé varias escenas, desde que conocí a Bruno hasta el día del hospital, cuando lo vi partir. El primer dibujo era yo pintando en la plaza y él mirándome detrás. El segundo dibujo éramos los dos sentados en el pasto tomando café. El tercer dibujo éramos ambos bajo la lluvia, él subiéndome a la silla. En el cuarto dibujo estábamos en la playa y él me ponía unas piernas de arena. En el quinto me cargaba en sus hombros y corríamos en la arena. En el sexto nos besábamos, en el séptimo estábamos en el agua, en la piscina del altillo en la casa de Tarel, desnudos. En el octavo estábamos empapados en pintura.... Y así completé más de veinte dibujos con nuestra corta pero intensa historia mientras lloraba y dejaba a mi alma desangrarse una vez más ante su recuerdo y nuestro fugaz reencuentro. Los lápices de colores acuarelados se mezclaban con el agua de mis lágrimas antes de tocar las hojas, lo que hacía a toda esa situación más intensa y emocional.
Terminé tarde, no sabría precisar la hora exacta, tampoco sabía de qué día, ni de qué fecha. Estaba perdida en el tiempo y los recuerdos, agotada, las lágrimas y los sollozos me habían cansado el alma y el cuerpo. Dejé los bosquejos en la mesa y fui directo a la cama, me sumí en un sueño profundo del cual no recordaba nada, solo que conseguí por solo unos instantes, toda la paz que necesitaba.
Un sonido estruendoso y repetitivo intentaba despertarme, no sabía de qué se trataba... Abrí los ojos aun adormilada, sin entender nada. El timbre sonaba. Mi silla estaba al lado de mi cama, subí a ella y fui a atender.
—¡Ya va! —grité ante la insistencia. Abrí la puerta y ahí estaba ella, su mirada consternada y temerosa.
—Hola...
—Nahiara —saludé asombrada.
—¿Estás bien? —preguntó, supongo que mis fachas no eran alentadoras, despeinada, recién levantada y luego de haber llorado todo un río.
—Hace mucho que no recuerdo qué es estar bien —respondí.
—¿Podemos hablar? —preguntó y la dejé pasar. Ella se sentó en la sala y yo me quedé en mi silla. Siempre que estaba nerviosa permanecer en ella me daba un poco más de seguridad.
—Te escucho —dije ante su silencio—. ¿Cómo sabías donde vivo?
—Me trajo el chofer. —Se encogió de hombros.
—Claro... —Entonces reconocí la mochila.
—Quiero darte esto —dijo pasándomela—. Bruno la traía la noche del accidente y creo que te pertenece. Pude recuperarla antes que nadie y la guardé todo este tiempo. No la revisé —explicó como para que no me asustara pero en realidad no sabía qué es lo que Bruno traía ahí. Él había llevado comida en esa mochila una de las veces que se fue de casa a Salum luego de traerme.
—Gracias —asentí tomándola sin abrirla. Pensé que eso era todo pero no lo fue. Nahiara tomó aire y empezó a hablarme.
—Bruno no te recuerda, pero está a punto de hacerlo, todo en esta ciudad le habla de ti, y yo lo traje por eso. Mi madre ha estado haciendo de las suyas haciéndole creer que él tenía una relación con una chica amiga de la familia antes de que sucediera el accidente. Lo descubrí hace poco y me molesté mucho, se suponía que no debíamos decirle nada, que él debía recuperar sus recuerdos solo. Y mucho menos implantarle recuerdos que no sucedieron, eso solo retrasa su recuperación. Lo traje aquí, esperando que recordara más cosas. Yo... quisiera saber si tú tienes algo, un objeto que pudiera dejarle cerca, que pudiera hacerle recordar, ¿me explico?... Algo importante para ambos —añadió.
—¿Por qué lo haces? —pregunté dubitativa.
—Porque él te ama, y aunque su cabeza no te recuerde su corazón lo hace, y no será feliz si no es contigo. Él esa noche venía a quedarse contigo, a casarse, había renunciado a la familia por ti. No puedo vivir tranquila sabiendo eso... Si aún lo amas...
—Claro que lo amo... —susurré interrumpiéndola y las lágrimas empezaron a fluir de nuevo, entonces me dirigí a la mesa y tomé el cuaderno de dibujos que había hecho—. Quizás esto sirva —dije entregándoselo.
Nahiara asintió sin mirar y se despidió plantando en mi pecho una nueva esperanza.
Perdón por no actualizar antes, es que estoy en Buenos Aires y no tenía internet. Ahora sí. Un besito y disfruten :)
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