Capítulo 37: Confusión, neblina... incomodidad
Por fin me estaba yendo a casa, y en el camino vi a esa chica de los ojos tan profundos. Le había preguntado a mamá quién era, pero me dijo que no sabía a quién me refería y que quizá se trataba de alguna enfermera. Dijo que durante el tiempo que estuve internado fueron demasiadas las que me venían a ver y que no podía recordarlas a todas. Le comenté que estaba en silla de ruedas y mamá me dijo que ese hospital tenía política de inclusión y que probablemente era alguien del personal administrativo.
Cuando salíamos hacia el estacionamiento, la vi en un rincón. Noté tanta tristeza en su mirada que decidí quedarme. No sabía que decirle, solo... que parecía un ángel, pues eso había pensado la primera vez que la vi. Sus ojos eran impresionantes, de un celeste muy nítido... por un momento pensé que el celeste era mi color favorito, sin embargo no estaba seguro de aquello. Cuando me despedí me pareció escucharla murmurar algo parecido a «mi amor», pero luego deseché la idea. Mi cabeza aún me jugaba malas pasadas, las palabras a veces se me confundían en el cerebro, así que no podía confiar en mí mismo.
Pese a lo lenta de la recuperación, estaba feliz, me sentía bien y tenía ganas de salir adelante. No sabía qué había sucedido, pues se suponía que no debían decirme y que debía ir recuperando todo yo solo y de a poco. Me habían dicho que no estábamos en el año dos mil quince, así que entendí que había muchas cosas que había vivido que no lograba recordar. El doctor dijo que era muy probable que recuperara esos recuerdos, que sólo debía tranquilizarme y tomarlo con calma. Explicó que probablemente habría algún evento o algo que me haría ir develando todo ese mundo de situaciones sucedidas en mi vida, que ahora permanecían ocultas tras una especie de sábana blanca. También les dijo a mis familiares que me dejaran recordar sólo, porque la mente en mi estado era bastante vulnerable y fácil de manipular, y en la desesperación, podría llegar a crear nuevos recuerdos que nunca existieron. En definitiva, lo único que sabía a ciencia cierta es que había estado involucrado en algún accidente y que estábamos en la segunda mitad del dos mil dieciséis. ¿Cómo había llegado hasta ahí?, no tenía ni la menor idea. No podía recordar nada después de la fiesta de Nahiara, y eso había sido en noviembre del año pasado.
Había intentado rememorar con quién pasé las fiestas, o qué hice en las vacaciones, pero no lograba recordar nada, y cuando lo pensaba con demasiada intensidad me ponía muy nervioso y terminaba con fuertes dolores de cabeza. El doctor me había recetado calmantes y había insistido en que mantuviera la calma, que todo se iría solucionando de a poco, que la ansiedad era peor.
Mamá me dijo que Anabella estaba entusiasmadísima por verme, aun no entendía por qué. Lo último que recordaba de ella es que nos besamos en la fiesta de Nahiara, pero no significó nada, ¿o sí? Le pregunté a Nahiara pero ella solo se quedó callada, dijo que no podía decirme nada.
El caso es que se sentía horrible ser un intruso en tu propia vida y que todos me estuvieran ocultando cosas de mí que se suponía yo debía recodarlas por mí mismo. ¿Y qué sucedería si nunca las recordaba? ¿Si tuviera que vivir la vida entera con este agujero negro que n me dejaba encontrarme a mí mismo? Era como si hubiera ido a algún sitio y en el camino me hubiera perdido, no sabía ni de donde había salido ni a donde estaba yendo, y se sentía desesperante... frustrante. También le pregunté a Nahiara si estaba estudiando ingeniería, a lo que tampoco respondió y me pidió que dejara de preguntarle cosas pues no me las diría.
Cuando llegué a casa fui directo a mi habitación, tanto movimiento había terminado por agotarme. Me recosté y dormí por horas.
El mundo para mí era como estar transitando entre las nubes del cielo, como cuando se viaja en una avión y se ven las nubes pasando por abajo, cubriendo parte de lo que hay en la tierra pero dejando otras a la vista. Yo caminaba en mi propia vida como si esas nubes cubrieran mis pies, o mis manos, o por momentos mis ojos, no podía ver a donde iba, no estaba seguro de nada.
Mi cerebro me traicionaba en muchas ocasiones. Si yo pensaba en una cosa, las palabras no se juntaban. Si escuchaba algo que decían, no podía entender su significado. Si quería tomar algo o hacer alguna actividad con mis manos, mis ojos parecían no seguir su recorrido y así, yo no podía encastrar dos piezas sencillas de algunas de mis esculturas favoritas, las que hacía desde adolescente.
También se me dificultaba pensar en colores, como mi abuela me había enseñado a hacer. Los nombres de los colores no respondían al significado. Mi cerebro estaba tan desordenado, como si hubiera pasado un huracán por el medio de una casa y lo hubiera tirado todo, había cosas que encontraba y había cosas que no. Y también había algunas cosas que me parecían familiares, pero no sabía de dónde o por qué. Todo era un caos y prefería dormir, así al menos la neblina blanca me acaparaba por completo y no necesitaba hacer ningún esfuerzo por funcionar como antes. Era frustrante.
Comencé a caminar como un anciano, al principio usaba andadores, luego me atajaba con las cosas y posteriormente pude dar un paso tras otro con muchísima fatiga. Aun así lo logré, caminaba lento, tambaleante, pero caminaba. De hecho me enfocaba más en la fisioterapia para recuperar mis facultades motrices que en pensar en lo que no recordaba, aquello me resultaba menos estresante ya que con mucho esfuerzo al menos se veían los resultados, sin embargo mis recuerdos, por más que los buscara no aparecían.
Mis manos empezaron a responderme un poco más, aunque aún me costaba que siguieran las órdenes de mi cerebro. Me compraron bloques de juguetes para trabajar la motricidad, como si fuera un niño pequeño. Eso me frustraba y me dolía, mi cerebro quería seguir haciendo lo que tanto amaba, trabajar en mis esculturas; aquellas que había dejado a medias en la mesa del escritorio o en la biblioteca, pero mis manos aún no respondían y terminaba estropeándolas. El doctor me pedía paciencia... y más paciencia, pero yo me preguntaba, ¿hasta cuándo?
Anabella empezó a venir todos los días, me trataba con cariño y demasiada familiaridad. Me ayudaba a caminar por las tardes o me hacía masajes en el cuello. Empecé a pensar que ella y yo teníamos algo, pero por más que intentaba recordarlo no podía.
Una noche mamá me habló, me dijo que la mamá de Anabella le había dicho que su hija estaba sufriendo demasiado porque yo no recordaba lo que tuvimos. Me preguntó si en serio no lo recordaba y yo le respondí que no tenía idea de nada. Me comentó entonces que nos habíamos puesto de novios en navidad del año pasado, y que desde entonces nos habíamos vuelto inseparables y nos llevábamos demasiado bien, que justo unos días antes de que sucediera el accidente —que por cierto aún no sabía cómo exactamente había sucedido—, yo le había dicho a mamá que iba a pedir su mano luego de la fiesta que organizaba la empresa de papá. Luego mamá se lamentó por haberme dado toda esa información que se suponía debía recordarla por mi propia cuenta.
La verdad me sentí confundido y anonadado, no podía recordar nada de eso, pero quizás era cierto, ya que lo último que recordaba era haberla besado. Además cuando habló de pedir su mano, me vi a mí mismo comprando un anillo... No sabía si la escena era real o un sueño, pero se apareció en mi cerebro como una fotografía, y pensé que quizá lo había ido a elegir para ella. A la fiesta de mi padre no fui porque el médico dijo que aún no era conveniente, así que ese año me había salvado. Pero Anabella se ofreció a quedarse conmigo esa noche y la verdad es que fue de lo más incómodo.
—Me encanta volver a dormir contigo —dijo mientras se ponía un camisón corto que apenas le cubría las piernas y se acostaba a mi lado.
—¿No será mejor que duermas en la habitación de Nahiara? —le pregunté incómodo—. Ellos vendrán muy tarde así que no creo que haya inconvenientes
—¿No puedo dormir aquí?... Te extraño demasiado, Bru —susurró poniendo una cara infantil.
—Está bien... —Ella se metió a mi cama antes que terminara la frase.
—Bruno... ¿Recuerdas el sexo? —preguntó cuándo ya habíamos apagado las luces y nos disponíamos a dormir.
—Mmm, sí —dije recordando a la única mujer con la que había estado, Lucía... Pero entonces me pregunté si acaso había estado con Anabella luego de aquella fiesta.
—¿No lo necesitas? —Quiso saber.
—En realidad apenas puedo moverme, mi cuerpo no funciona del todo bien. —Reí más que nada por incomodidad—. ¿Tú y yo?... ¿hemos? —pregunté.
—¿No lo recuerdas? —dijo abatida mientras pasaba sus manos por mi espalda en caricias suaves.
—No... Lo siento —respondí asumiendo que por lo visto lo habíamos hecho y sintiéndome algo culpable por no recordarlo.
—Yo te haré recordar... si me dejas —murmuró en mi oído. Mi cuerpo empezó a reaccionar a su calor y sus caricias pero yo no quería que sucediera nada. No hasta que yo recordara algo más. Sentía que la engañaría si lo hacía.
—Creo que será mejor esperar un poco —murmuré—. No te ofendas, pero quisiera estar seguro de algunas cosas primero.
—Está bien —dijo ella besándome en la mejilla—. Será genial tener una segunda primera vez contigo —susurró cerca de mis oídos mientras cruzaba su brazo en mi estómago acercando su cuerpo al mío y haciendo silencio para dormir.
Yo no me sentí cómodo, no me sentí bien. Su cuerpo y el mío no encajaban... yo no quería estar ahí, así... con ella. Me pregunté si acaso estaba enamorado antes que sucediera todo, me sentí raro allí, me parecía que estaba con una extraña y esa sensación era horrible. ¿Acaso se podía olvidar así a un amor? Me sentí mal por ella, ¿qué sucedería si no volviera a recordar lo que teníamos? Yo no podía vivir una farsa pretendiendo sentir algo que en realidad no sentía solo porque todos decían que estábamos enamorados, ¿o sí?
Suspiré y cerré los ojos agotado. Entonces recordé a mi abuela y su enfermedad, ella solía anotar sus recuerdos para no olvidarlos y leerlos a diario. Me regañé a mí mismo por no tener los míos anotados en algún sitio donde pudiera ingresar ahora a buscarlos... sin embargo eso era ilógico, nadie lo hacía... Pensé en ella y en cómo incluso cuando más enferma estaba parecía siempre recordar a mi abuelo, su gran amor. Cerré los ojos y en vez de ver blanco o negro, vi el color celeste... me pregunté por qué sería aquello pero me agradó la paz que conseguí al hacerlo, y me entregué al sueño.
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