Capítulo 36: Despedida


Bruno había reaccionado por primera vez hacía tres días, pero no podíamos forzar su recuperación y nos habían reco­mendado no despertarlo cuando nos tocaba entrar. Todas las veces que yo entré estaba durmiendo, menos una, que me pareció que abriría los ojos pero luego volvió a cerrarlos. El médico dijo que era un movimiento reflejo, ya que su cerebro estaba intentando de todas las formas posibles acomodarse.

Pero creo que lo peor fue cuando al fin entré, lo vi despier­to y no me reconoció. Salimos de allí consternadas. Nahiara por algo que él le había dicho y yo porque me había mirado como si fuera... nadie.

Nahiara le comentó al doctor que Bruno le habló de su fiesta de cumpleaños. Aparentemente él creía que estaba allí y que luego de eso sucedió el accidente. El detalle era que la fiesta de cumpleaños de Nahiara había sido ocho meses atrás.

El médico dijo que era posible que Bruno estuviera tenien­do una amnesia post traumática retrógrada, que significaba que era incapaz de recordar lo que sucedió en el accidente, posiblemente porque su cerebro no tuvo el tiempo necesario para procesarlo, pues fue demasiado rápido el impacto.

Lo raro era que también parecían habérsele borrado los recuerdos de aproximadamente ocho meses anteriores al ac­cidente, justo el tiempo que hacía que nos conocíamos. Según el doctor y las pruebas que le estaban haciendo, Bruno estaba evolucionando bien, pero no se podían forzar sus recuerdos. Me pidió que no volviera a ingresar hasta que él lograra re­cordarme, lo que me dolió en el alma, pero lo hice por su bien. El doctor intentó tranquilizarme prometiendo que todo vol­vería a la normalidad de a poco, y que Bruno iría recuperan­do sus recuerdos. El miedo invadía mi alma. ¿Y si no volvía a recordarme?

Aun así me quedé allí todos los días, enterándome de sus progresos. Para Bruno, la vida se había detenido en noviem­bre del dos mil quince, justo después de la fiesta de cumplea­ños de Nahiara. No recordaba ni las fiestas, ni sus vacaciones en Tarel, ni sus clases en la Universidad, ni la carrera que ha­bía decidido seguir y mucho menos a quién había conocido durante esas vacaciones y todo lo que había vivido con ella.

Aparte de eso —y con el tiempo—, Bruno fue recobran­do la movilidad de su cuerpo, ya era capaz de tomar las cosas con sus manos y de mover los pies. Pronto intentarían que se pusiera en pie y diera algunos pasos. Su habla también había mejorado. Al principio había lagunas, cosas que no podía pro­nunciar, y su voz sonaba distorsionada, como si no pudiera pronunciar bien ciertas letras. Pero según lo que Nahiara me contaba, ya sonaba a Bruno de nuevo.

Todo eso me ponía muy contenta, pero el médico había dicho que en dos semanas Bruno podría regresar a su casa y continuar su tratamiento desde allí. La familia tenía el sufi­ciente dinero para contratar todas las enfermeras que requi­riera. Esa noticia, aunque buena para Bruno, no lo era para mí: su madre me había dejado bien claro que no me permiti­ría el ingreso a la mansión Santorini.

—Bruno no te recuerda —dijo un par de días atrás sentán­dose a mi lado mientras Nahiara había ingresado junto a él y su padre se había ido a atender sus negocios.

—Lo sé... —murmuré.

—Una vez te ofrecí de todo para que lo dejaras en paz y no me tomaste en cuenta, Celeste. —Sonaba de nuevo como antes, altanera e hipócrita. Ya sus ojos no estaban rojos ni mostraba debilidad por la posible pérdida de su hijo—. Ahora no tienes opción, ya no significas nada para él y lo mejor para ambos es que continúen sus vidas por separado.

—Por favor, no me haga eso —supliqué con la poca fuerza que aún me quedaba.

—Nadie te defenderá ya, querida. Ya no tienes nada que hacer aquí, y mucho menos en mi casa, donde sabes perfectamente que no eres bienvenida —dijo, y yo la miré suplicante.

—Por favor...

—Celeste... —exclamó incómoda y mirándome sin un ápi­ce de compasión—. No te aparezcas, no intentes acercarte a Bruno, no lo busques, déjalo vivir su vida.

—Pero yo lo amo —supliqué de nuevo.

—Justo por eso —dijo ella sonriendo triunfante—. Si lo amas, déjalo en paz. Es lo mejor para ambos. Tú no eres bue­na para él y él, en su estado, no es bueno para ti. Ni siquiera podrás cuidar de él, ya que eres tú la que necesita cuidados. —Su tono de voz denotaba desprecio—. Mira, hagamos algo, te daré una nueva oportunidad. Vuelve a Tarel, si algún día Bruno te recuerda o pregunta por ti, yo te avisaré.

—Pero... —Sabía que eso no era verdad.

—Si no es así, no tiene caso que lo busques, ha olvidado que existes. No eres nadie para él —afirmó, y sentí como si tu­viera una herida abierta y alguien metiera su dedo apretando en ella—. Mejor regresas a tu vida, no sea que también pier­das tu trabajo. —Dicho eso, se levantó y se fue.

Ese día salí llorando del sanatorio, fui hasta el hotel y me encerré en mi habitación. Lloré, lloré y me cuestioné una y otra vez por qué las cosas estaban saliendo de esa manera. En la desesperación intenté bajarme de la silla para ir a mi cama, pero olvidé poner el freno y, por tanto, me caí y me golpeé un brazo con la punta de la mesa de luz. Me sentí una inútil, estaba agotada, llevaba días sin dormir y sin comer, y ahora ya nada tenía sentido. Si Bruno no me recordaba, no había nada que yo pudiera hacer. Ni siquiera colarme por su venta­na cuando su madre no se percatara, pues para eso necesitaba piernas, y tampoco las tenía.

¿Qué iba a hacer? Llamé a Diana y se lo conté, me rogó que volviera, que intentara recuperar mi vida allá, que tratara de olvidar. Incluso intentó hacerme entender que había sido muy poco el tiempo que llevábamos juntos y que aquello pasa­ría fácilmente. Eso no era cierto, mi corazón nunca olvidaría a Bruno y yo nunca volvería a amar a nadie como a él. ¿Por qué la gente insistía en ponerle fecha de caducidad a nuestro amor solo porque les parecía que se había iniciado de forma muy rápida e intensa? ¿Quiénes eran todos para juzgar nues­tros sentimientos?

Lo que sí había aprendido de mi abuelo es que, a veces, el amor implica sacrificios, y en aquella ocasión Gloria Santori­ni tenía razón. Bruno no me recordaba, yo no era nadie para él. ¿Qué demonios haría quedándome en Salum? Sin trabajo, sin techo, sin comida y... sin Bruno. Estaba más que claro que una vez que saliera del hospital, ya no lo vería.

Decidí quedarme hasta ese día, y ese día llegó. Vi que lo trasladaban en una silla de ruedas. Le habían puesto su remera azul marino, esa que tenía unas letras en rojo. Traía su jean gas­tado y sus tenis negros. Su cabeza iba cubierta con una gorra de su equipo de futbol favorito. Un enfermero empujaba la silla y Nahiara iba a su lado. Su padre y su madre habían ido a la par­te administrativa a pagar. Bruno ya caminaba, pero no largas distancias, y debían llevarlo hasta el estacionamiento, donde el auto de Roger Santorini lo esperaba para llevarlo a casa.

Entonces pasó a mi lado y me vio. Hizo una seña para que el enfermero se detuviera y este lo hizo. Nahiara me miró también. Yo solo le sonreí, luego me perdí en esa mirada os­cura que tanto amaba, quería verme reflejada en sus ojitos enamorados, pero allí solo había vacío. Traté de guardar su imagen en mi cerebro, para recordarlo siempre. Sus labios, ese pequeño hoyuelo que se le formaba cuando sonreía abajo del ojo en la parte superior de su mejilla izquierda, el color de su piel o la textura de sus cejas.

—Tú... —murmuró—. El otro día creí que eras un ángel —dijo sonriendo. Yo solo alcancé a asentir y devolverle la son­risa —Tienes unos ojos muy... bonitos.

—Gracias —respondí— Buena suerte en tu vida... —añadí intentando contener las lágrimas.

—Igualmente —respondió él, y volvió a mirar al enferme­ro para que siguiera su camino—. ¡Que estés bien! —saludó levantando su mano derecha, y se fue.

—Tú también, mi amor... —susurré, pero ya no me escuchó.

Recuerden que tienen hasta esta noche para enviarme su foto con una frase o con el libro. Es para el video que subiré mañana a mi Instagram. Pero deben enviarme hoy la foto para participar. Todos los que participen formarán parte de la lista del sorteo final. Pueden enviar por cualquiera de mis redes sociales. 




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