Capítulo 35: El olvido
Un fuerte dolor de cabeza invadió mi mundo, era tan intenso que ni siquiera podía abrir los ojos, lo intentaba, pero no podía. Me sentía mareado y perdido, no sabía dónde estaba y por qué mi cuerpo no me respondía. Me sentía muy cansado y me volví a rendir en la nebulosa que me rodeaba.
Unas voces distantes resonaban en mi cerebro, quería responderles, pero no podía. Mi cuerpo no reaccionaba, no respondía. Les ordené a mis ojos que se abrieran, lo intenté una y otra vez, y entonces la claridad lastimó mis pupilas. Pestañeé tratando de acostumbrarme a ella, todo era blanco. Había muchas máquinas haciendo muchos sonidos. Un hombre vestido de blanco me observaba, yo lo veía algo borroso.
—¿Dónde estoy? —pregunté con un tremendo esfuerzo, como si cada palabra tuviera que cruzar todo un laberinto para salir de mi boca.
—En el hospital, has tenido un accidente. Tranquilízate, vamos a revisarte —respondió el hombre. Me quedé quieto, pero no porque quisiera, sino porque mis músculos no respondían a las órdenes de mi cerebro. El médico empezó a hacer algunos procedimientos, me revisó los ojos poniéndome en frente una luz que casi me dejó ciego. Levantó mis manos, apretó mis dedos y me hizo preguntas que no logré entender.
Era como si todo me aturdiera y no lograra encontrarle el sentido a lo que decía. Además, los ruidos hacían que me doliera aún más la cabeza.
—¿Sabes cómo te llamas? —preguntó entonces viendo que no respondía ninguna de sus preguntas anteriores.
—Bruno —respondí, y él asintió.
—Bruno, ¿sabes dónde vives? —inquirió, y yo le di la información.
—En Tarel... No, en Salum —mencioné confundido.
—¿En qué año estamos, Bruno? —preguntó.
—Dos mil y... —Lo dudé, no tenía idea. Traté de encontrar en mis últimos recuerdos—. Dos mil quince —murmuré al fin.
—Bien, Bruno —asintió el Doctor con gesto no muy convincente.
Luego de aquello me recomendó descanso y sueño. No me costó demasiado hacerle caso. El cansancio se apoderó de mi cuerpo y volví a caer en la neblina. Más tarde me desperté de nuevo, una voz familiar me llamó desde algún sitio.
—Bruno, ¿estás bien, cariño? —Traté de enfocar la imagen de la mujer que me miraba, pero me costaba hacerlo, al principio lo veía todo borroso, luego la reconocí.
—Mamá —sonreí.
—Bruno, hijito —dijo abrazándome y besándome en la frente. Podía ver sus ojos rojos y acuosos, parecía haber estado llorando. Estaba despeinada y desarreglada, ni siquiera llevaba maquillaje. Era muy raro ver a mi mamá en ese estado, quería preguntarle qué había sucedido, pero las palabras no me salían.
—¿Mamá? —hablé de nuevo.
Mi mamá se quedó unos minutos, pero enseguida volvió el doctor para hacerme más estudios. Mi mamá me preguntó cosas que no pude resolver, pensé, pero en mi cabeza las palabras se confundían con nubes blancas y se perdían. No llegaban a salir por más que lo intentara y eso me hacía sentir algo frustrado.
—¿Por qué no habla? —le preguntó al doctor mi madre.
—Tranquila, señora. Acaba de despertar, le avisamos que sería un proceso lento. Deben tener paciencia y no presionarlo. Dejen que vaya volviendo él solo —dijo el doctor.
—¿Volviendo dijo? ¿De dónde? —preguntó mi madre.
Me quedé despierto un poco de tiempo más, entonces entró Nahiara, que corrió a abrazarme y lloró en mi rostro.
—¿Qué... qué está sucediendo? —pregunté. Ella no habló, solo lloró.
—Pensé que te perdía —sollozó.
—¿Qué? —logré articular confundido.
El doctor volvió a entrar y recomendó que me dejaran descansar, pero yo quería entender lo que estaba sucediendo. Mi madre y mi hermana salieron de la habitación, yo fingí cerrar los ojos pero no dormí, intenté recordar qué fue lo que pasó. El doctor había hablado de un accidente. ¿Cuál accidente?
Por más que lo intenté no pude recordar nada, volví a dormir y a despertar varias veces más. En ocasiones veía a algún doctor o enfermera y volvía a dormir, era como si no tuviera fuerzas para despertarme en realidad, como si me despertara y saliera de mi cuerpo para verme profundamente dormido. A veces escuchaba conversaciones de enfermeras o palabras de mi padre, pero no podía reaccionar. Otras veces escuchaba una voz angelical pidiéndome que regresara. Una de esas veces intenté abrir los ojos pero no lo logré del todo, solo vi un par de ojos celestes y luego me volví a dormir.
En una de esas logré despertar de nuevo y vi a Nahiara mirándome.
—Dime, ¿qué sucedió? —le pregunté, y ella no respondió. Entonces recordé su fiesta de cumpleaños, estaba allí tomando alcohol y conversando con Anabella Montenegro. Es todo lo que podía recordar de esa noche—. ¿Tomé demasiado? —le pregunté, y ella frunció el ceño.
—No, Bruno, solo estabas alterado —mencionó.
—¿Por qué? —pregunté confundido—. Tu fiesta estaba muy divertida.
—¿De qué fiesta hablas? —cuestionó.
—De tu cumpleaños —mencioné.
En eso el doctor apareció de nuevo. El sueño me estaba tomando preso otra vez, pero intenté mantenerme despierto. Él ingresó con una persona al lado, pero no podría verlos hasta que se acercaran; aún no podía movilizar mi cuerpo sin sentir un dolor lacerante.
—Hola —saludó la voz angelical que solía oír en esos sueños.
—Hola... —respondí intentando mirarla, pero no podía moverme y ella no ingresaba en mi campo de visión.
—Es Celeste —dijo Nahiara.
—¿Quién es Celeste? —pregunté.
—¿Bruno? —dijo de nuevo la voz.
—No puedo verte —añadí, y entonces el doctor intentó mover un poco la cama con mucho cuidado. Una joven de pelo colorido y ojos celestes, intensos, estaba observándome desde, ¿una silla de ruedas?
—Hola —saludó con una sonrisa triste y lágrimas en los ojos.
—Hola —respondí sin entender quién era o qué hacía allí.
—¿No... no sabes quién soy? —preguntó con algo parecido al temor en sus ojos.
—Lo siento... no... te... recuerdo —respondí agotado, mi cabeza punzaba, dolía demasiado. —Me duele —musité.
—Será mejor que lo dejen descansar —dijo el doctor, y de repente todo se volvió blanco de nuevo.
Maratón por el 8 de marzo, 2 años de la publicación de La chica de los colores. #3/3. Espero lo hayan disfrutado :)
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