Capítulo 31: La caja roja
Respiré tratando de calmar mis pensamientos y abrí con lentitud la caja roja. Me encontré con las cartas y aquel cuaderno con dibujos. Lo observé con cuidado. Nunca lo había abierto, no me había llamado la atención, había pensado que se trataba de un cuaderno de bosquejos de los trabajos de mi abuela.
Era un cuaderno de varias hojas, estaba hecho a mano, encuadernado con un forro de cuero muy fino. Abrí el pequeño libro y en la primera página con una prolija inscripción en cursiva decía: «La chica del pincel mágico», y más abajo, la firma: «Francisco Ramírez».
Suspiré, todas mis dudas se disiparon. Era él, el abuelo de Celeste, el abuelo Paco, el que en sus ratos libres escribía cuentos para niños. Y eso que tenía en mi mano era un cuento, escrito por él para mi abuela.
Entonces leí el cuento, página por página, con diseños sencillos e infantiles. Contaba de forma inocente y aniñada una historia de amor que, suponía, era la de ellos.
Cuando lo terminé, me quedé pensando. Su historia era tan parecida a la mía, ella llenando de colores la vida monótona y monocromática de él. Mi abuela estaba enamorada del
abuelo de Celeste, era de él quien hablaba en su diario. Miré las cartas: todas con la misma caligrafía del cuento; sin lugar a dudas, eran de él.
Necesitaba ahondar más en esa historia, necesitaba resolver mis dudas, entender lo que sucedió hacía tantos años atrás y que podría cambiar para siempre mi destino.
Lástima que no podía preguntarle a mi madre sobre el pasado. De hecho, dudaba que supiera algo. Me pregunté qué sería de nosotros en el caso de que fuéramos primos.
Llamé a Celeste, eran cerca de las ocho de la noche y necesitaba hablar con ella, ya no aguantaba todo esto.
—Amor —saludé y suspiré. De repente todo era tan incierto.
—Hola... —Su voz se notaba triste, intranquila.
—¿Sucede algo? —pregunté intuyendo que quizás ella también ella lo sabía.
—¿Estás viniendo? —cuestionó sin responder mi pregunta.
—Me retrasé por un inconveniente, pero ya salgo para allá. Llegaré tarde, o mejor dicho, temprano en la mañana. ¿Estarás? —Quise saber nervioso. Las horas se me hacían eternas.
—He quedado con el tío Beto para ir a su casa mañana temprano —me informó.
—¿Y eso? —pregunté intuyendo la respuesta.
—Necesito averiguar algunas cosas —susurró insegura.
—Celeste... —Quería decirle algo sobre todo esto, pero solo articulé lo que salió de mi corazón—. Sabes que te amo, ¿cierto?
—Lo sé —dijo ella en casi un susurro—, yo también —agregó.
Corté la comunicación y decidí leer una de las cartas antes de partir, la número uno. La abrí con cuidado y temor.
Tarel, 30 de noviembre de 1958
Mi amada Vivi:
Hace diez días que te fuiste de mi lado y yo lo siento como si fuera una eternidad, no tengo la menor idea de cómo lograré superar este dolor. Extraño tus ojos, el aroma de tu piel y el color de tus cabellos. Mi mundo se ha vuelto triste de nuevo.
No puedo dejar de pensar en ti, de soñar contigo y con la vida que pudimos haber tenido. No sé si lo sabes, pero en mi desesperación fui a ver a tu padre. Viajé a Salum y le pedí que me escuchara. Estaba solo y me dejó hablar. Le pedí tu mano, llevé un anillo que era de mi madre. Le dije que me haría cargo de ti y del niño, que nunca les faltaría nada, que yo los amaba a ambos, que por favor no nos separara.
Me respondió que no había nada que pudiera hacer al respecto, que me había enamorado de alguien que no era para mí. Me dijo también que no tendrías al niño, que te lo sacarían, pues no querían un bastardo en la familia. Vivi... estoy preocupado por ti, por mi pequeño bebé.
Le pedí a Beto que te hiciera llegar esta carta, él intentará como sea llegar a ti, espero que lo logre. Te mando también el anillo, como muestra de que lo intenté, como muestra de mi amor por ti. No dejes que te saquen a ese niño, ese bebé es y será por siempre el único testigo de nuestro amor.
Te amo,
Francisco
Suspiré, era hora de partir, de enfrentar esto con Celeste a mi lado, de pensar las cosas, de entenderlas. Guardé en la caja el anillo, las cartas y el libro de cuentos, y entonces aquella llave vieja cayó de entre una de las hojas. La reconocí de inmediato, era la copia de la llave que abría la puerta de la casita de Arsam. Metí todo en la mochila que Celeste me había prestado la vez anterior. También busqué el pincel y el diario de la abuela, y lo guardé todo en la mochila.
Me dispuse a salir. Tenía que atravesar la sala donde escuché voces de mis padres. Sabía que intentarían detenerme, pero tomé impulso y caminé.
Cuando estaba por pasar por su campo visual, sus voces se hicieron más nítidas y lo que escuché me dejó perplejo.
—¡Le pidió matrimonio! ¿Lo puedes creer? —gritaba mi madre— ¡No funcionó!, le ofrecí exponer en los museos más importantes de Farsut, fama y dinero en pocos días, solo tenía que alejarse de Bruno, y la muy estúpida no lo aceptó. —¿Mi madre en realidad había dicho eso?—. ¡Le di dos semanas! Y el plazo venció este domingo. Le advertí que se las vería conmigo y que la iba a hundir. ¡Esa chiquilla no sabe lo que le espera! —exclamó enfadada.
—¿Qué vas a hacerle? No te conviene hacer nada —replicó mi papá sereno—. Si ella abre la boca, tu campaña política se iría al tacho, todos creerían a una pobre chiquilina paralítica. ¿Por qué no esperas a que pasen las votaciones?
—¡Pero Bruno se va a ir con ella! ¡Se va a casar y lo vamos a perder! —gritó mi madre histérica—. ¿Quién va a manejar el negocio?
—Tarde, mamá, ya me perdieron —exclamé interrumpiéndolos—. ¡No puedo creer que hayas hecho eso, mamá! ¡Me das asco! ¡Sabía que eras una hipócrita trepadora, pero no pensé que lo harías a cuesta de la felicidad de tu propio hijo! —grité desilusionado.
—¡Tú eres un chiquillo malcriado! No sabes de lo que estás hablando ni en lo que te estás metiendo. ¡Ni siquiera sabes lo que quieres! —exclamó mi mamá alterada.
—Sé muy bien lo que NO quiero —respondí y la miré a los ojos con una mezcla de pena y odio—. ¡Me voy de esta casa, olvídense de mí! —Estaba nervioso, sudaba, temblaba.
—Si sales por esa puerta te olvidas de que eres mi hijo, te olvidas de la herencia, te olvidas de que existo —dijo gritando con histeria.
—Ojalá pudiera olvidarme de quién eres —repliqué mirándola con rencor, y salí.
Subí al auto, arrojé la mochila en la parte trasera, encendí el motor y arranqué de golpe. Vi a Nahiara correr tras de mí, pero no me detuve. Estaba muy nervioso, demasiado alterado. Encendí la radio del vehículo, puse rock a todo volumen y abrí la ventanilla para que el viento me golpeara el rostro. En esos momentos me hubiera gustado tener una moto, una para tomar velocidad y sentir que volaba, que me alejaba de todo lo que me hacía infeliz, de todo lo que agobiaba mis sentidos. En esos momentos quería olvidarme de todo, de mi madre, de mi padre, del pasado y del presente. Quería volver en el tiempo y no haber descubierto nada.
Sin que me diera cuenta, las lágrimas empezaron a caer, y el frío del viento nocturno que se colaba por la ventana golpeaba mis mejillas y las secaba. Las dejé derramarse. No recordaba cuándo fue la última vez que lloré así. Sí, lo recordaba: fue cuando murió mi abuela.
Pensé en ella, en su historia de amor. Pasajes de su diario se colaron en mis pensamientos, desordenados, fugaces. ¡Cuán enamorada estuvo mi abuela! Y murió sin haber podido estar con su amado. ¿Estaría con él ahora? Pensé en las cosas que me contó Celeste de su abuelo, recordé nuestra noche en la piscina, cuando ella me preguntó si creía que nuestros familiares fallecidos podían velar por nosotros y si yo pensaba que su abuelo me había llevado a ella. Ahora lo dudaba, si ellos podían velar por nosotros, si podrían habernos juntado. ¿Por qué lo hicieron si éramos primos?
Pensé en mi madre enterándose que es hija del abuelo de Celeste. ¡Odiaría saberlo! Jamás lo admitiría, ella se cree superior a la gente de pueblo. ¿Sabrá ella la verdad? Lamenté que mi abuela se hubiese ido tan joven, cuando yo aún no era capaz de entender sus historias. Quizá si hubiera vivido más me las hubiera contado, y hoy no estaría tan lleno de dudas.
Suspiré. Estaba demasiado alterado y no podía pensar con claridad, no podía entender.
Además, ¿a qué estaba yendo a Tarel? Conocía a mi madre y sabía que si elegía a Celeste realmente debía olvidarme de ellos. Eso no me importaba en realidad, pero ¿acaso podía elegir a Celeste? ¿Era libre para hacerlo? El destino parecía estar burlándose de mí en ese momento. Golpeé el volante nervioso, iracundo.
La música que estaba sonando terminó y no me gustó la que empezó a sonar. Miré de reojo para sintonizar otra estación y me distraje viendo la luz de mi celular encendiéndose y apagándose. Lo había puesto en silencio y la imagen de Nahiara me avisaba que era ella quien llamaba. No iba a atenderle, sabía que estaría preocupada, pero no quería hablar.
Miré de nuevo al frente y ya no pude hacer nada. Los colores se borraron de mi mente y de repente todo se puso blanco.
Este es el capítulo que corresponde a hoy. Domingo 3 de marzo :)
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