Capítulo 21: La suegra


En ese momento tenía sensaciones encontradas. Estaba bajo la ducha y pensaba en lo fantástico que había sido el día de ayer, en todas las ilusiones que me generaba la simple idea de tener una prótesis. La verdad, nunca había pensado en eso de una forma tan real, llevaba años juntando para conseguir­la, pero siempre había sido un sueño muy distante, muy leja­no.

El Dr. Carson me había animado bastante, sabía que con mi amputación transfemoral —o sea, por encima de la ro­dilla— era un poco más difícil adaptarse a una prótesis. Eso me lo habían explicado desde pequeña. Al no tener la rodilla, la pierna ya no posee la fuerza necesaria para que la perso­na logre levantarse sola, no como en el caso de aquellos que tienen amputaciones por debajo de la rodilla. La prótesis no proporciona potencia de elevación, por tanto, siempre me ha­bían dicho que antes de usarla debía conseguir fuerza en las otras extremidades: en la pelvis, en el torso y en los brazos. Esa fuerza sería necesaria para lograr ponerme de pie con un dispositivo protésico.

El Doctor Carson dijo que la fuerza adicional en el mus­lo y en la pelvis era fundamental para lograr que la prótesis funcionara sin peligro, ya que las personas con amputacio­nes transfemorales que usan prótesis tienen mayores riesgos de sufrir caídas y lesiones, y deberían dominar una serie de actividades antes de usarlas. Por supuesto que yo ya domi­naba esas actividades que el Doctor me citó, debido a que llevaba años manejándome con mis brazos y mi torso. Él me preguntó si era capaz de desplazarme sin ayuda, acostarme, levantarme o ir al baño sola. También me preguntó si podía levantarme sin ayuda de una silla y si era capaz de caminar una distancia —de al menos ocho o diez metros— entre ba­rras paralelas o con andador.

Eso último no lo sabía, aunque creía que sí. Yo me movía casi siempre con la silla y dentro de casa iba desplazándome sin ella, pero no sabía cómo sería moverme con las barras para­lelas. Para ir haciendo esa evaluación e ir probando la prótesis adecuada para mí, tendría que venir por un cierto tiempo —al menos dos veces a la semana— a la clínica, y Bruno se había ofrecido para llevarme y traerme. Todo eso era emocionante, podía cerrar los ojos e imaginarme a mí misma caminando con esas prótesis, estando a la altura de Bruno, pasándole la mano y dejando que él cruzara sus brazos en mi cintura mientras yo me aferraba a sus hombros, como una pareja normal.

—¿Ya sales? —La voz de Bruno me trajo de regreso. Tenía­mos que ir a almorzar con sus padres y esa era la otra cara de la moneda que me tenía alterada. No sabía cómo funcionaría eso, sabía que no les agradaba que estuviéramos juntos.

—¡Ya voy! —dije mientras apagaba el agua y alcanzaba la toalla. Me encantaría seguir aquí, pero se nos hacía tarde.

Me puse una falda larga de color azul marino y una blusa blanca con encajes, recogí mi pelo en una coleta y fuimos has­ta su casa. Bruno también estaba nervioso, lo podía percibir. No hablamos mucho durante el camino, pero al llegar, y luego de ingresar en un camino privado que llevaba a las puertas de la mansión, se detuvo y me observó.

—Nadie te hará sentir mal, si sucede algo nos vamos, yo estoy contigo... de tu lado —dijo para tranquilizarme, pero no sé si eso me alteró más.

—Gracias —sonreí, e intenté parecer despreocupada.

Un hombre alto, delgado y con bigotes enfundado en un traje negro nos abrió la puerta de la casa. Bruno empujó mi silla; no sabía por qué pero en ese momento me sentía más tranquila si él lo hacía.

—¡Hola! —La voz cantarina de Nahiara se escuchó prove­niente de una de las habitaciones.

—Hola, Nahiara —la saludé con amabilidad.

—¡Celeste! ¿Cómo estás? —saludó mientras se agachaba a besar mis mejillas.

—Bien, ¿tú? —respondí, y ella sonrió.

—Bien también, los estábamos esperando.

Nos guio hasta un salón bastante amplio. Allí, sentados en sillones negros de cuero, se encontraban dos personas que suponía eran el padre y la madre de Bruno. El hombre era alto y muy elegante, estaba vestido con un pantalón negro y una camisa gris, traía corbata y fumaba una pipa mientras leía el periódico. Levantó la vista y sonrió. La mujer era delgada y de piel pálida, tenía el pelo de color caoba y su piel era tersa y estirada. Pareciera la hermana mayor de Bruno, no su madre, pero sabía quién era, la había visto en televisión.

—Entonces, tú eres Celeste —dijo mirándome sin levan­tarse de su asiento—, la novia de mi hijo—. La palabra novia salió con un dejo de desprecio, lo pude percibir.

—Mucho gusto, señora. —Traté de sonar natural y de que no se me escaparan los nervios.

—Siéntense aquí —señaló su padre hacia el sillón. Bruno me miró, pero con señas le hice entender que prefería que­darme en la silla. Él la colocó al lado de un puf de cuero rojo donde él se sentó y tomó mi mano en las suyas para darme calma. Nahiara se sentó al lado de su padre.

Una empleada de la casa, vestida en uniforme negro a cuadros, nos trajo bebidas y el padre de Bruno hizo un gesto para que nos sirviéramos.

—Bruno me ha dicho que eres muy buena artista plástica —dijo su madre observándome de arriba abajo sin reparo.

—Bueno, no sé si soy buena, solo hago lo que me gusta —me encogí de hombros nerviosa.

—Qué bien —respondió ella con indiferencia mientras volvía la vista a una revista que tenía en la mano y la hojea­ba—. ¡La vida sería tan sencilla si todos hiciéramos lo que nos gusta! —exclamó irónica.

—Pienso que si uno no hace lo que le gusta será siempre infeliz, o al menos no será completamente feliz —agregó Bru­no para defenderme.

—Eso lo dices porque tienes dinero. Cuando uno es pobre trabaja y hace lo que sea para sobrevivir, aunque eso no sea precisamente lo que le gusta —añadió ella mirándolo tran­quila pero amenazante.

—Hasta ahora me ha ido bien con las pinturas, las vendo muy bien en Tarel —dije tratando de sonar segura de mis palabras.

—Entiendo... —replicó la señora—. ¿Y estudias? ¿En qué trabajan tus padres? —preguntó entonces.

—No estudio —respondí cohibida—. He hecho clases de pintura y demás, pero no he ido a la universidad. Mis padres tienen un negocio de plantas en Tarel, un vivero.

—Interesante —dijo la señora, aunque en realidad sonó des­pectiva— Serían algo así como... jardineros, ¿no? —añadió con una sonrisa irónica. Iba a responder, pero alguien interrumpió.

—Con su permiso —interrumpió la empleada—. El al­muerzo está servido.

—Pasemos a la mesa. —El padre de Bruno se levantó y en­tonces todos lo seguimos.

Al llegar a la mesa, Bruno se encargó de apartar la silla que estaba en mi sitio y acercar la mía. Por primera vez no quería bajarme de ella, tenía la sensación de que en cualquier mo­mento podría salir a toda velocidad, si la cuestión se pusiera aún más densa.

Pero no sucedió nada, ni bueno, ni malo. La señora se mantuvo hablando de política y prácticamente ignorando mi presencia, y el señor sólo la escuchaba y comentaba algo de vez en cuando. Nahiara estaba concentrada en su celular y Bruno y yo nos enviábamos miradas de apoyo.

—En estos días debo visitar un centro de gente como tú —me dijo de repente echándome una mirada inquisitiva.

—¿Gente como ella? —preguntó Bruno con un dejo de en­fado en la voz—. ¿Cómo es la gente como ella, mamá? ¿Her­mosa, perfecta?

—Me refería a gente discapacitada. —Se defendió su ma­dre mirando a Bruno con asombro—. ¿Te ofende que se te diga así? —preguntó entonces la señora.

—No. —Me encogí de hombros—. Es normal, aunque... no me siento con menos capacidades que los demás, me han criado en la idea de que puedo hacer lo que desee.

—Bueno, es una bonita forma de hacer sentir bien a las personas, pero no sé si sea real —dijo ella llevándose con suma elegancia un trozo de carne a la boca. En aquel momen­to sentí que dijera lo que dijera ella le encontraría la vuelta para hacerme sentir inferior.

—¡Mamá! —la regañó Bruno, y la señora se encogió de hombros fingiendo inocencia, como no entendiendo por qué le molestaba su comentario—. Celeste es increíble... te asom­braría saber de todo lo que es

—Ya veo —susurró su madre sin darle importancia, y luego cambió de tema preguntándole algo sobre su trabajo a Nahiara. Bruno apretó enfadado la servilleta que traía entre sus manos.

El resto del almuerzo prosiguió así de incómodo. Luego, Bru­no me llevó a su habitación, que era enorme y estaba decorada con colores oscuros y sobrios. Lo único colorido en el ambiente eran cuatro cuadros míos y dos de su abuela. Estaban organiza­dos en una pared grande y oscura a la derecha de su cama.

—Mis cuadros —sonreí al identificar el primero que com­pró, el de la sirena.

—Me acercan a ti cuando estoy solo en esta habitación —admitió sonriendo.

Me acerqué a observar los cuadros de su abuela, la firma decía «Viv. O». Bruno sonrió y me explicó que su nombre era Viviana Oliveira y que firmaba «Viv. O» porque sonaba a «vivo». Eran bellos paisajes parecidos a Tarel, entonces re­cordé que Bruno me había dicho que ella era de ahí.

—¡Que hermoso pintaba! —exclamé sonriendo mientras observaba una singular forma de trazar los troncos de los ár­boles. Era una técnica que los dejaba muy reales, como si estu­vieran en 3D. Ya me había percatado de aquello cuando observé el cuadro en la mansión de Tarel, aquel de las flores amarillas.

La tarde pasó rápido y Bruno manejó de nuevo a casa para dejarme.

—Deberíamos volar un día —comentó, y yo no lo entendí. Lo miré con desconcierto—. El viaje a Tarel en avión es corto, es solo de cuarenta y cinco minutos.

—Pero es un avión muy pequeño, le tengo mucho miedo —admití sonriendo—. Prefiero las horas en auto a tu lado —agregué, y él sonrió.

—No estuvo tan mal lo de mamá, ¿o sí? —Solo me encogí de hombros.

—Me hubiera gustado agradarle —añadí con algo de melancolía.

—A ella no le agrado ni siquiera yo —dijo Bruno, y ambos reímos.

Cuando llegamos a casa, él bajó un rato, le preparé un café para que se despejara y que pudiera manejar de regreso, des­cansó un poco y luego se despidió. Al día siguiente tenía que trabajar y estudiar. No podía quedarse. Odiaba la distancia que nos separaba.


Chicos, hoy hago una transmisión en vivo por Facebook e Instagram a las 20Hs de Paraguay, pueden corroborar el horario en su país en mi perfil o en mis redes sociales. Nos vemos :)



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