Capítulo 12: El color de la pasión


Celeste era preciosa por dentro y por fuera, su piel era ter­sa y blanca, casi transparente, como el algodón. Para mí era la perfección, era tan bella como el mismo cielo: sus ojos ce­lestes, su mirada profunda, su piel nívea y suave como nubes, su calor tan abrasante como el sol. La llevé cargando hasta el agua y nos metimos con lentitud. La temperatura era perfecta, templada y agradable.

Nos desplazamos a lo largo y ancho de la pileta. Celeste na­daba, y en verdad parecía una sirena allí, con su pelo de colo­res mojado y la luz de la luna dando en sus mejillas, haciendo brillar con mayor intensidad sus ojos. Nos sentamos en uno de los bordes, donde había una especie de bancos diseñados especialmente para mirar a través de la cúpula, recostamos la cabeza en el borde y perdimos la mirada en el cielo.

—Hermosas —dijo ella, y una tímida sonrisa se formó en sus labios. La tomé de la mano por debajo del agua.

—No más que tú —sonreí.

—Me gustan las estrellas, me gustan la luna y la noche —susurró suspirando.

—También a mí —murmuré. Una inmensa paz se cernía sobre nosotros y una certeza de estar haciendo lo correcto me envolvió.

Nos quedamos allí en un silencio cómodo y tranquilo has­ta que ella se acercó más a mí y recostó su cabeza en mi hom­bro. La besé en la frente y ella levantó la vista para encontrarse con mis ojos.

—Te amo —susurró, y sonreí. El brillo de la noche se refle­jaba en su mirada clara—. Es pronto, lo sé... y eso asusta, pero en verdad lo siento. —Acaricié su mejilla con el dorso de mi mano y me acerqué para besarla.

Entonces el beso fue subiendo de intensidad y en un mo­vimiento certero la senté en mi regazo. Ella se acomodó y en­rolló sus brazos alrededor de mi cuello, besé sus labios, su rostro, sus mejillas, mientras iba bebiendo el agua que estaba bañando su piel. Bajé mis besos hacia su cuello y la sentí ge­mir casi en un susurro.

—Entonces, ¿es esto? —preguntó sonrojada y soltando una risita nerviosa.

—Aún no estamos ni a la mitad —susurré y volví a besarla.

Mis manos vagaron por su espalda, desde su cintura hasta su cuello una y otra vez. El agua tibia hacía que nuestros cuer­pos comenzaran a sentir calor. Encontré la tira que sujetaba la bikini en su cuello y jugué con ella un rato, luego, con agilidad, estiré el moño desatándolo con suavidad y la sentí tensarse.

—Calma —dije besándola en el cuello—, solo déjate llevar y si quieres que me detenga me lo dices, prometo que lo haré. —Ella asintió y yo terminé de desatar la tira, separando de su cuerpo ambos pedazos triangulares de tela y dejándolos flotar en el agua. La separé de mí para observarla con pasión, con lujuria, mientras ella se sonrojaba en un espectáculo perfecto de colores y de amor.

Acuné con suavidad y respeto sus senos blancos en mis ma­nos, mirándolos con deseo, ella levantó la vista al cielo y dejó escapar un gemido suave. Me agaché un poco para probarlos, uno por uno, de forma lenta y cadenciosa, succioné y bebí el agua que los envolvía, mezclándose con su sabor. Celeste se aferró a mi cabello delirando de pasión. Luego la abracé, su pecho y mi pecho unidos eran más calientes que la tibieza del agua que nos rodeaba y aquel abrazo se sentía perfecto.

—¿Recuerdas la primera vez que te cargué? —Ella asin­tió—. Bromeé respecto a que no quería tocarte el trasero —sonreí. Sus pupilas dilatadas y su mirada azul turbada de pasión se fijaron en mí y una sonrisa tierna iluminó sus la­bios—. Pues mentía —dije y coloqué mis dos manos en sus nalgas apretándolas con suavidad. Volvió a dar un pequeño respingo por la sorpresa, pero su sonrisa se amplió aún más. Entonces, y para mi sorpresa, empezó a moverse en círculos sobre mi masculinidad latente y yo empecé a delirar con te­nerla pronto.

—Yo también puedo jugar tu juego —dijo en un susurro sexy y sonriendo con picardía.

—No lo dudo. —La besé y abracé con toda la pasión que estaba invadiendo mi sangre en ese momento.

Mis manos bajaron por su espalda, desaté la tira central que quedaba y liberé por completo ese pedazo de tela. Sin de­jar de mirarla, bajé con lentitud cada mano a ambos lados de su cadera para desatar las tiras que sujetaban la parte inferior de la bikini. Estiré la tela para quitársela y ella se movió de­jándome hacerlo. La tela quedó flotando y pronto se fue hun­diendo en el agua. Ella sonrió nerviosa, sintiéndose probable­mente expuesta y vulnerable.

—Qué bella te ves, Sirenita —dije sonriendo, y la vi son­rojada, inmóvil, mordiéndose el labio inferior. La abracé para sentir todo su cuerpo en contacto con el mío y para darle la seguridad de que todo estaba en orden.

Mis manos tantearon su cuerpo mientras ella escondía aver­gonzada su cabeza en mi cuello. Mis dedos se hacían camino entre sus curvas, buscando sus valles para luego bajar al sur y encontrarme con su centro cálido y listo.

—El rojo, el negro y el violeta acaparan mi cerebro aho­ra —susurró ella en mi oído haciéndome estremecer—, no puedo manejarlo, se mezclan en mi interior en una especie de explosión mágica.

—Es el deseo —expliqué con ternura—, me deseas tanto como yo a ti, y eso está bien... se siente muy bien —susurré besándola.

Sus manos perdieron la timidez y reaccionaron a mis ca­ricias empezando a recorrer todo mi cuerpo y buscando tam­bién hacia el sur. Entonces coló sus dedos en mi traje de baño y se aferró a mi masculinidad.

—Nunca había hecho esto antes —dijo mientras se movía a lo largo de mí, curiosa y espontánea.

—Lo haces muy bien para ser una novata —bromeé son­riendo mientras intensificaba mi toque. Sus ojos se cerraron y sentí que la pasión la abrazaba por completo, su cuerpo es­taba a punto de estallar—. Pronto sentirás que todos los colo­res explotan en tu interior —le susurré entre gemidos y suspi­ros—. Déjalos explotar, déjalos mezclarse, déjame pintar un lienzo nuevo en tu vida.

La escuché pronunciar mi nombre de la forma más dulce que jamás haya oído, sentí su cuerpo temblar ante mis cari­cias y luego sus brazos se cerraron en mi cuello mientras ella se relajaba en ese abrazo.

—Entonces, es eso —susurró apenas audible.

—¿Lo quieres volver a sentir? —pregunté ansioso, y ella asintió. Deseaba continuar pero necesitaba que ella estuviera segura—. Esta vez, será distinto —expliqué alzándola en mis brazos y saliendo del agua. Ahora mis manos reposaban sin reparo en su trasero y ella sonreía. El calor de nuestros cuer­pos húmedos y calientes se sentía abrumador. La recosté en las reposeras y me incorporé sobre ella para besarla, me tomé el tiempo necesario para abarcar cada sitio de su cuerpo para secarla con mis besos.

—Vas a volverme loca —murmuró entre gemidos cuando su cuerpo, descontrolado por la pasión y el frío de estar húme­da fuera de la tibieza del agua, empezó a temblar.

—Esa es la idea —afirmé sonriendo—. Tú ya me tienes completamente loco.

Ella se aferró a mi espalda y clavó sus uñas en mi piel. La seguí besando mientras la dejaba experimentar todas las sen­saciones que su cuerpo le brindaba, hasta que la sentí agitarse deseosa debajo de mí. Entonces me alejé incorporándome, me paré frente a ella y me saqué el traje de baño. Ella me observó sin reparos con sus ojos grandes y brillantes bajo la luna. Son­rió, sonreí. Me acerqué de nuevo a gatas y separé sus muslos para dejarme paso entre ellos y alcanzar su centro. Ella gimió al sentirme en su entrada. Yo sabía que estaba lista, pero aun así la miré a los ojos y busqué su aprobación.

—Te amo, Celeste —dije, y luego me adentré con suavi­dad, con cuidado, con respeto. Ella gimió al sentirme y me abrazó con fuerza, volviendo a meter sus uñas en mi carne. Cerré los ojos y me quedé quieto, dejándola acostumbrarse a la invasión. Quería que fuera una experiencia de lo más pla­centera posible. Visualicé colores, rojo, todo era rojo de in­tensa pasión. La sentí apretarme, abrazarme en su interior y comencé a moverme despacito—. Tú solo relájate —susurré.

Ella asintió con suavidad y luego de unos segundos co­menzó a seguirme el ritmo. En unos minutos más, de nuevo subíamos a la cima, esta vez juntos, esta vez de la mano.

—Rojo —susurré en su oído.

—Mucho rojo, y también violeta —añadió entre jadeos.

—Negro —agregué.

—Los colores se funden como fuegos artificiales —suspi­ró ansiosa, y sonreí.

—Explotémoslos. —Y nos dejamos ir.

Nos quedamos allí exhaustos, abrazados el uno al otro, sintiéndonos, oliéndonos, palpándonos. El agua de la piscina que quedaba en nuestros cuerpos se había evaporado o con­vertido en sudor. Respirábamos agitados.

—Esto fue genial —susurró ella agitada, abrazándome—. Gracias Bruno, nunca lo olvidaré. —Besó mi mejilla con ternura.

—No es mi intención que lo olvides y pretendo recordár­telo cada vez que tenga oportunidad —sonreí.

—Tengo una buena idea para una de esas veces —añadió entre risitas.

—¿Novata y ya dando ideas? —pregunté divertido.

—Siempre tuve facilidad para aprender con rapidez. Ya verás, te daré una sorpresa —respondió pícaramente. Me gustaba saber que se sentía bien y relajada a mi lado.

—Me has dado muchas esta noche —murmuré abrazándola.

—¿He estado bien? —preguntó temerosa.

—Perfecta, como siempre. —Ella sonrió—. No creas que estuve con muchas chicas antes que tú, fue solo una, la chica de la que te hablé. —Ella asintió—. Y éramos muy jóvenes... Lo que quiero decir es que... lo que acaba de suceder fue tan fuer­te para mí como para ti —añadí, y nos quedamos en silencio observando las estrellas a través de la cúpula.

—¿Crees que somos esa clase de amor que tu abuela men­cionaba? —cuestionó entonces enredó su dedo índice en uno de mis rizos.

—No lo creo, lo sé —aseguré—. Tu color quedará por siempre en mí, pase lo que pase. Mi corazón es Celeste aho­ra. —Ella sonrió con dulzura—. Por momentos siento que te conociera de toda la vida, es como si llevara años esperándote. Quizá por eso, aunque es rápido e intenso, lo que estamos vi­viendo no parece incorrecto.

—Me sucede igual... Pero siento que tu otra mitad haya llegado incompleta —bromeó tristemente moviendo sus muslos.

—¿Por qué mejor no piensas que yo he llegado para com­pletarte? Tienes piernas ahora, Celeste, las mías, y te llevarán a donde quieras ir, siempre. —Ella me sonrió.

—Te amo —susurró.

—Te amo también. —Una estrella fugaz atravesó el firma­mento—. Pide un deseo —dije señalándosela.

—Ya lo hice —añadió sonriente.

—Cuéntamelo —pedí, pero negó con la cabeza.

—No se cumple si lo cuento —dijo, y sonreí. El mío, a su lado, ya se había cumplido.

No se olviden que el 30 de noviembre, de 18 a 19:30 estaré en la FIL de Guadalajara, en el stand de Panoplia. Los espero allí.

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