Capítulo 10: Alas
Nahiara se mostró muy amable y educada con Celeste durante su estadía en el hospital, pero con solo mirarla yo podía adivinar todo lo que se moría de ganas de decirme y preguntarme. Cuando Celeste pidió permiso para hacer una llamada ella aprovechó.
—¿Bruno? ¿Sabes lo que mamá y papá te dirán si saben que sales con una chica de pueblo y encima con sus... limitaciones? —indicó.
—No me importa, Nahiara, estoy harto de pensar en ellos y en lo que quieren para mí, tengo derecho a hacer mi vida —añadí seguro. No iba a permitir que siguieran manejando mi vida.
—Lo sé, pero no creo que lo logren. ¿Recuerdas a Benny? —Benny era un novio que Nahiara tuvo en la secundaria. Era un chico becado por su inteligencia, pero de origen humilde, y nuestros padres la obligaron a dejar de salir con él cuando los diarios empezaron a sacar fotos de ambos saliendo juntos de la escuela. En el caso de Nahiara fue peor, porque ya estaba comenzando su carrera como actriz.
—Mira... sé que amabas a Benny, pero no luchaste por él... Preferiste encuadrarte en lo que mamá y papá aspiran para ti, aunque eso no sea lo que tú deseas, pero yo no soy así... Yo quiero vivir mi vida.
—¿La amas? —preguntó con un suspiro.
—Puede que sí —respondí casi en un susurro. No sabía si se trataba de amor, pero nunca había sentido algo tan intenso.
—No puedes amarla en tan poco tiempo —refutó ella.
—¿Hay un tiempo para el amor? ¿Acaso hay una edad? ¿Hay reglas? El corazón solo empieza a latir por alguien y empiezas a tener ganas de vivir... Me siento vivo a su lado —dije con una sonrisa sincera—. ¿Recuerdas a la abuela hablar sobre los colores del amor? —Ella asintió—. Celeste tiene todos esos colores para mí.
—¡Wow! —exclamó Nahiara e hizo gestos con la mano—. Yo no me meteré en esto, solo te digo lo que sucederá, y tú lo sabes —afirmó.
—Afrontaré lo que tenga que afrontar —respondí seguro. En ese momento ingresó Celeste.
—Me tengo que ir ya —se despidió Nahiara levantándose—. Un gusto conocerte —dijo acercándose a ella y agachándose para besarla en las mejillas.
—Igualmente —respondió Celeste con una sonrisa dulce.
—Te dejaré mi número para que me avises si pasa cualquier cosa —agregó mi hermana.
—Bien —aceptó Celeste anotándolo en su celular.
—Adiós, Bruno. Cuídate, y no andes tentando al destino. —Se despidió mi hermana, y seguro lo dijo en doble sentido.
—Adiós, Nahiara. Gracias por todo —dije viéndola partir—. ¡Al fin solos! —Miré a Celeste—. Ahora sí, ven a acostarte aquí.
—Bruno, enseguida vendrá el médico a verte —se quejó ella sonriendo— ¿Cómo te sientes?
—Bien, ya me quiero ir a casa —bufé, y luego la miré—. ¿Vendrás a casa conmigo?
—No sé... —Bajó la vista e hizo silencio. Esperé a que continuara—. Vives en una de las mansiones más grandes del pueblo —añadió, finalmente y volvíó mirarme.
—No es mi casa, es de mis padres... Y no vivo ahí, solo estoy de veraneo —respondí divertido.
—¡Peor! —añadió y levantó las cejas en un gesto que se me hizo simpático.
El médico vino a revisarme y dijo que si pasaba bien la noche al día siguiente me daría el alta. Cuando el hospital se volvió silencioso y la noche cayó sobre nosotros, miré a Celeste, que leía un libro sentada en la cama preparada para el acompañante. Estaba hermosa, el resplandor de la luna más la luz artificial del velador iluminaban los colores de su cabello. Quería abrazarla y dormir con ella en mis brazos.
Lo que Celeste me hacía sentir era una sensación única y desconocida, calidez en mi alma, como si hiciera mucho frío y ella fuera mi abrigo, como si ya nunca volvería a estar solo. Era pronto, lo sabía, pero realmente lo sentía. Eso era más que un amor de verano para mí, pero no quería asustarla con mi ansiedad, así que decidí que no le diría nada aún.
—¿Vienes a dormir? —pregunté intentando moverme para dejarle espacio a mi lado.
—Dormiré aquí, no quiero molestarte —respondió y señaló el sitio en el que estaba sentada.
—Necesito abrazarte para dormir —dije, y ella me observó con una expresión de diversión, sorpresa y duda al mismo tiempo.
—¿Desde cuándo? Que yo sepa nunca hemos dormido juntos —añadió enarcando las cejas desafiante.
—Hoy puede ser una hermosa primera vez —sonreí, y ella negó con la cabeza.
—Cuando pones esos ojos dulces me es imposible negarme. —Bajó del sofá para acercarse a mi cama. Yo apreté el botón que manejaba la cama para bajarla y que ella pudiera alcanzarla. Entonces se subió y volví a subir la cama.
—Tenemos que comprar una de estas camas para cuando nos casemos —susurré divertido y ella me miró confundida—, porque entonces podrás subir a la cama sin problemas —añadí desenfadado.
—Bruno, qué cosas dices —murmuró ella sonrojada.
Abrí mi brazo y ella recostó su cabeza. La abracé y acaricié su espalda con ternura. Quedamos mirándonos y no tardamos en comenzar a besarnos, lo habíamos deseado todo ese tiempo.
—Me gustas tanto —susurré entre besos, y ella sonrió algo cohibida.
—También me gustas y no puedo creer lo que estoy viviendo —agregó.
—Créelo, porque me tienes a tus pies... o bueno... me tienes a tus muñones —bromeé, e intenté encogerme de hombros. Ella rio.
—Eres tonto, pero me gusta bromear contigo sobre mi situación, la hace más llevadera y natural —añadió y plantó un tierno beso sobre mis labios.
—No me importa si no tienes pies o piernas. ¿Lo sabes, verdad? —Ella me mostró su tatuaje, lo leí en voz alta—: «Pies para qué los quiero, si tengo alas para volar», Frida —murmuré mientras pasaba mi dedo índice por las letras, y ella asintió.
—Siempre pensé que mi pincel y mis colores eran mis alas, pero ahora empiezo a dudarlo... Creo que eres tú, tú eres mis alas, Bruno —susurró muy cerca de mi boca, y yo respiré su aliento mientras acariciaba sus cabellos.
—¿Cuáles son los colores que visualizas ahora? —pregunté.
—El rosado, el rojo, el violeta, el blanco, el verde, el amarillo, el oro... Esos son los colores que imagino cuando pienso en ti —respondió, como si buscara dentro de su cabeza la respuesta correcta.
—El rosado, la ternura; el rojo, la pasión; el violeta, la seducción; el blanco, la pureza; el verde, la esperanza; el amarillo, la amistad; el oro, la eternidad —completé.
—Interesante —murmuró ella—. ¿Son los mismos colores para ti? —quiso saber.
—Habría que sumarle el celeste, porque allí es donde empieza y termina el amor para mí. En tus ojos... en tu nombre. —Ella se sonrojó y la besé de nuevo.
Esta vez la pasión fue quemando nuestra sangre mientras, por primera vez, ahondábamos en un beso fiero, cargado de electricidad.
—Creo que el rojo está ganando la batalla —jadeó ella apartándose—. Será mejor tranquilizarnos, estamos en el hospital y estás herido. —Suspiré y pegué mi frente a la suya.
—Lo que me pasa contigo es fuerte, Celeste. ¿Te pasa igual? —pregunté aún embelesado por el sabor de sus besos.
—Sí —asintió ella mirándome a los ojos—. ¿Crees que uno puede enamorarse en tan poco tiempo? —cuestionó.
—Mi abuela decía que las personas estaban destinadas a buscar a su otra mitad, y que cuando se encontraban sus colores se fusionaban dando como resultado uno solo, único y perfecto. Decía que no necesitabas más que el tiempo que tarda un pintor en mezclar un par de colores para enamorarte de alguien, si ese alguien era tu otra mitad, pues lo has esperado y lo has buscado tanto, que tu corazón estará feliz de encontrarlo y será capaz de reconocerlo... Pero también decía que esa tinta quedará por siempre en tu corazón, así tengas que seguir tu vida alejado de ese amor —respondí mientras enrollaba mi dedo en sus cabellos.
—Cada vez tu abuela me impresiona más —exclamó sonriendo—. Creo que me hubiera encantado conocerla.
—A ella también —sonreí asintiendo—. Estoy seguro.
—¿De qué falleció? —quiso saber.
—Mi abuela falleció de un ataque al corazón, pero ella murió mucho antes.
—¿Cómo es eso? —preguntó Celeste.
—Se le diagnosticó Alzheimer cuando tenía sesenta y tres años, recuerdo que solía decirme que esa enfermedad era el peor castigo para ella. Decía que borraría todos sus colores hasta dejarla en blanco, y que cuando eso sucediera, ella estaría muerta en vida. Tenía un diario donde lo anotaba todo y lo leía una y otra vez, cada día, para no olvidar nada. En los últimos tiempos ya no recordaba leerlo, entonces yo se lo leía, pero solo tenía catorce años entonces y no recuerdo demasiado... Algunas cosas no las entendía. Mi madre decía que perdía mi tiempo, que ella ya no comprendía, pero, sin embargo, cuando yo leía ella sonreía. —Cerré los ojos y evoqué su sonrisa.
—Qué dulce, Bruno —dijo Celeste—. Siempre fuiste perfecto.
—No soy perfecto —agregué y la besé en la mejilla—. Ella decía que nuestra vida está hecha de recuerdos, que el presente no existe, ni el futuro tampoco. Que la expresión «vivamos el presente» es una utopía. Decía que el pasado es el que nos deja olores, colores y recuerdos en base a los cuales organizamos nuestras vidas, y que el futuro, por más que lo soñemos, nunca lo poseemos hasta que se hace pasado. Entonces el presente es solo ese minuto de transición, el puente por el cual el futuro, se convierte en pasado —recordé.
—Wow... —exclamó Celeste sorprendida.
—Por tanto, decía que su enfermedad mataba su pasado, y un ser sin recuerdos era un ser sin colores, un ser muerto...
—Pobre, habrá sufrido mucho —suspiró.
—Exacto... —asentí pensativo—. Ahora entiendo mucho más todas las cosas que solía leerle. Me encantaría encontrar ese diario y releerlo, creo que hay mucho que aprender allí.
—¿Sabes dónde está? —preguntó ella mirándome a los ojos.
—Creo que sí —afirmé sonriente. Tenía la sensación de que mi abuela quería decirme algo y que había estado esperando todo este tiempo para que yo fuera capaz de entenderlo. Estaba decidido a buscar ese diario.
Tuve una semana pesada, tengo a los chicos enfermos y creo que llevo días sin dormir bien, pero no quería fallarles. El fin de semana que viene estaré de viaje, así que intentaré actualizar el miércoles, antes de mi viaje, el capítulo que corresponde al domingo, porque ese día no creo poder.
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