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Benjamín pensaba que no había nada mejor que tomar un helado después de una calurosa y agotadora clase de educación física, para ello se acercó a uno de los almacenes que le quedaban camino a casa, sin saber que allí se encontraría con su nueva peor pesadilla. La chica de los chicles.
Pensó en irse, para así no tener que respirar el fuerte olor a fruta que había en el lugar, pero de verdad anhelaba tomar algo frío por lo que decidió esperar a que la chicha hiciera tranquilamente su compra.
-Quiero tres cajas de chicles de plátano, dos de manzana y una de sandía, por favor -dijo masticando ruidosamente una goma.
La vendedora trajo en seguida sus productos mientras la joven
continuaba devorando su chicle, cuando termino su compra se dispuso a salir del almacén pero al hacerlo se encontró con Benjamín, quien intentaba pasar desapercibido su disgusto al verla.
Se puso frente a él y le dio una pequeña sonrisa, de esta manera el chico podía oler el aroma que desprendía su boca, hasta tenía la seguridad de que ella usaba algún perfume de frutas, ya que la emanación era demasiado intensa. -¿El chico que odia los chicles, no? -preguntó enredando la goma de mascar en el dedo índice, haciéndolo ver asqueroso.
-El mismo -respondió con amargura.
Ella pensó un momento, a medida que estiraba su chicle incoloro y liego entrecerró sus ojos hacia el chico.
-¿Quieres uno? -dijo señalando las cajas que acababa de comprar.
-No, gracias -murmuro Benjamín alejándose de ella para obtener su helado.
-¡Hey! -llamó e inmediatamente él se dio vuelta. -Para que no te olvides de mí.
Puso en su mano el salivoso chicle que hasta hace unos momentos estaba dentro de su boca.
Y olía a plátano.
Ugh.
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