1 - 'La cabaña del bosque'

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La cabaña del bosque


Tengo dieciocho años. Supongo que debería notar un cambio, pero la vida sigue exactamente igual que cuando tenía diecisiete.

Los vampiros también lloran.

De manera casi imperceptible, el mundo ha empezado a tratarme de otra manera; soy demasiado pequeña como para ser una adulta, pero demasiado mayor como para ser una niña. Tengo que tomar mil y una decisiones, elegir entre mil y una opciones y empezar a pensar en cosas que ni siquiera sé que pueden significar en mi vida.

¿Qué quiero hacer ahora?, ¿a qué me dedicaré?, ¿de qué clase de personas me voy a rodear?

¿Quién voy a ser durante el resto de mi vida?

Porque no tengo ni puñetera idea.

Pensándolo en frío, no creo que mucha gente sepa quién es a los dieciocho. En mi caso, desde luego, no es así. La única diferencia que siento respecto a los diecisiete es que ahora puedo ir a la cárcel si cometo un crimen.

Así me gusta, con positivismo.

A los doce años, papá y Vee —su pareja desde hace años— empezaron con la charla sobre mi futuro: posibilidades, opciones y decisiones. No me lo tomé demasiado en serio, pero ahora empieza a pesarme un poco.

Y es que mi caso es un poco especial. Los dieciocho no suponen sacar una buena nota para entrar en la universidad; ni siquiera estoy segura de si alguna vez voy a pisar una. Tampoco buscar trabajo, o viajar para encontrarme a mí misma en un país de nombre impronunciable.

Para mí, los dieciocho significan tomar uno de estos dos caminos:

-Camino uno: permanecer humana. Estudiar, trabajar, mudarme a una gran ciudad, hacer amigos, charlar junto a la máquina del café, adoptar una mascota, buscar aficiones que me interesen, que me rompan el corazón unas cuantas veces, engancharme a alguna serie que me deje en suspense, equivocarme en muchas ocasiones, acertar otras pocas... Que mi vida no peligre cada cinco minutos, que nunca viene mal.

-Camino dos: transformarme en vampira a los veinticinco. Prepararme para ello en la escuela de la que papá lleva años hablándome, mudarme a Braemar, casarme con otro vampiro de sangre pura para que nuestra especie no se extinga, pasarme el resto de la eternidad bebiendo sangre, con un cutis perfecto y con todos los estudios y aficiones que yo quiera; básicamente, tener la eternidad de mi lado. La pequeña desventaja es que toda la gente de mi alrededor irá muriéndose y terminaré metida en una mansión, sola y divina.

A ver, sí, las opciones son un poco más profundas de lo que planteo. Papá siempre dice que mi mayor defecto es que veo las cosas en blanco y negro; nunca me paro a pensar que nada es tan bueno o malo.

Pero es que me gusta hacer listas de pros y contras. Me gusta simplificar. Cuando los problemas se vuelven sencillos, es más fácil encontrarles solución.

Por eso, ahora mismo estamos en mi nuevo dormitorio. Tengo el horario de las clases apretado en un puño y la maleta en el otro. Y lo que tengo delante parece el decorado de todas las series de internados que veo de madrugada.

Mi habitación se encuentra casi al final del pasillo de la residencia de la academia Moonbell. Después de pasar por delante muchas puertas, he encontrado una que contaba con una cruz negra hecha con cinta adhesiva. Y que tenía un cuarenta y tres grabado. Alguien ha escrito un FUERA, PELIGRO bajo la cifra. Supongo que es la chica que está tumbada en la otra cama. Mi compañera de habitación.

Al oírnos entrar, levanta la cabeza de su móvil y nos analiza con cuidado. No sé cuál es su conclusión, pero sonríe de medio lado, se tumba de nuevo y vuelve a centrarse en sus cosas.

—Bueno —dice Vee, que suele ser la que soluciona esta clase de conversaciones incómodas—, ¿esa es tu cama, Addy?

Se refiere a la que hay al otro lado de la habitación. Una cama individual, con la colcha gris, una almohada delgada y sin una sola arruga a la vista. La pared, a diferencia de la de mi compañera, está desprovista de dibujos y posters de cualquier tipo. La estantería, igual. Ni siquiera el escritorio de madera oscura tiene ninguna señal de que nadie lo haya usado en mucho tiempo. Y el armario... Dios, el armario tiene, como mínimo, dos siglos. Como me meta a buscar calcetines, terminaré en Narnia.

Papá y Vee me siguen de cerca. De hecho, papá lleva mi maleta en la mano. Se ha empeñado en echarme una mano, aunque no pese casi nada.

El único consuelo que me queda es que mi nueva compañera, a diferencia de cada ser vivo que nos hemos cruzado hasta llegar aquí, no se ha quedado embobada mirando a mi padre.

A ver..., lo pillo. Es algo que siempre me ha pasado con mis amigas humanas, a quienes les decía que era mi hermano mayor para que no sospecharan de sus veinticinco años eternos. Aquí, saben que en realidad tiene unos cuantos más. Y que es mi padre. Y que somos casi los únicos, en un radar de cien kilómetros, que pueden presumir de tener la sangre pura. Ni una sola gota de sangre no-mágica en todo el linaje.

Ahora dilo con entusiasmo.

—No está mal —comenta papá tras dejar mi maleta junto a la cama—. Hay espacio más que suficiente, aunque habría preferido que tuvieras un dormitorio para ti sola.

Eso último lo dice sin mirar a la chica de apariencia gótico-festiva que está tumbada en la otra cama, pero todos sabemos que se refiere a ella.

Ella no parece muy afectada. De hecho, eructa de la forma más sonora posible y sigue pasando vídeos en su móvil.

Papá la contempla escandalizado, y luego se vuelve hacia Vee en busca de apoyo. Esta se limita a sonreír.

—Quedamos en que decidiría Addy —concluye Vee—. Y quería compartir. No le demos más vueltas al asunto.

—Ya, ya. Pero...

—Está bien —aseguro—. Me gusta tener compañía, papá. Así no os echo de menos.

A ver, tampoco es que vaya a echarlos muchísimo de menos, pero sé qué teclas tocar para que mi padre deje de preocuparse. Y eso sí que es mágico, porque la expresión se le suaviza enseguida y contempla el dormitorio con otra mirada.

—Siempre estaremos a tiempo de pedirte un cambio —accede—. ¿Tienes el horario de clases?

—En la mano. No empiezo hasta mañana.

—¿Y los libros?

—En la biblioteca, papá. Tengo que recogerlos mañana.

—Ah, sí. ¿Y el material?

—Fuimos a comprarlo.

—Pero ¿te falta alguna cosa?

—No.

—¿Un cuaderno, un subrayador...?

—Lo tengo todo.

—¿Y si mañana llegas a clase y te falta algo?, ¿cómo haremos para...?

—Foster —interrumpe Vee, y le coloca una mano en el brazo—, creo que tiene de todo. Y que la academia está preparada por si le falta algo.

—¿Y si no pueden ayudarla?

—Con cuatrocientos estudiantes matriculados cada año durante varios siglos... Diría que saben lo que hacen.

Menos mal que tengo a Vee de mi lado.

Sí, no la quieres de enemiga.

Papá relaja un poco los hombros. Para él, dejarme marchar es muy difícil; siempre hemos estado muy unidos y, debido a mi condición, me ha protegido sobre cualquier posible peligro. A veces exagera un poco, pero puedo entenderlo. De pequeña, se llevó unos cuantos sustos por mi culpa. Digamos que no soy la persona menos problemática de la historia.

Si yo te contara...

El precio a pagar es un pelín de sobreprotección paternal. Tampoco es para tanto.

—Vale —accede por fin—. ¿Qué hora es?, ¿no tenemos un tour por...?

—Es hora de que nos vayamos, si queremos subirnos al tren de vuelta —comenta Vee con una sonrisa—. Addy podrá apañárselas sin nosotros.

Ambos me miran. Yo sonrío y asiento rápidamente.

—Estoy preparadísima—aseguro.

Papá vuelve a dudar, pero mira su reloj —es el único antiguo que los sigue llevando— y parece estar de acuerdo con Vee.

—La directora se ha alargado mucho con la explicación —lamenta—. Me habría gustado acompañarte a ver los jardines, Addy, con lo que te gustan...

—¡Puedo ir con mi nueva compañera! —aseguro, aunque esta se limita a reírse de un post que ve por internet y a pasar de nosotros—. Seguro que seremos mejores amigas.

Antes de que puedan pensárselo, tomo una mano de cada uno de mis acompañantes y tiro hacia la puerta. Por mucho que los quiera, necesito empezar a independizarme un poco. Elegí esta escuela por eso. Necesito espacio. Y necesito ver todo este lugar. Especialmente los jardines.

Papá y Vee se detienen ante mí. Parecen la luz y la oscuridad; papá tiene su cabello rubio e inmaculado, mientras que Vee se ha atado su melena oscura y ondulada; él cuenta con unos ojos verdes que he heredado, ella los tiene castaños; él siempre viste camisas elegantes, ella siempre se pone ropa oscura y ajustada. Es curioso que sus personalidades combinen tan bien, cuando incluso en eso son el día y la noche.

No sabría decir a cuál de los dos me parezco más. En cuanto a rasgos físicos, a papá —somos prácticamente iguales—. En cuanto a personalidad... Vee no es mi madre biológica, pero me ha enseñado muchas cosas. Me gusta pensar que tengo un tercio de su inteligencia.

—Bueno... —murmuro—. Gracias por acompañarme. Os mandaré mensajes. Y fotos.

—Un mensaje al día —indica papá, muy serio—. ¡Como mínimo! Y si pasa cualquier cosa...

—Os avisaré enseguida.

Él, que había fruncido el ceño hace un momento, lo relaja para sonreír.

—Sabes que te queremos, ¿verdad?

Le diría que sí, pero no me da tiempo a responderle. Ya me ha abrazado con todas sus fuerzas. Sonrío contra su camisa perfectamente planchada. Es la primera vez que no le importa arrugarse la ropa en público. De buen humor, también lo rodeo con los brazos y permanezco así durante unos segundos.

Joder, quiero un poco de independencia, pero... Sí, lo admito: echaré de menos los abrazos de mi padre.

Él se separa de mí a toda velocidad y, sin volver a mirarme, empieza a alejarse por el pasillo. Si no fuera porque lo conozco y sé que este momento es muy duro para él, diría que tiene prisa por irse. La realidad es que quiere marcharse antes de cambiar de opinión y arrastrarnos a todos de vuelta a casa.

Por lo menos, el momento drama me permite un instante a solas con Vee. Ella no va a llorar, ni tampoco a abrazarme. Todas esas cosas dejaron de pasar hace mucho tiempo. Aun así, me pone una mano en el hombro y se inclina para que solo pueda oírla yo.

—¿Estás segura de esto? —me pregunta, un poco más seria—. Lo más peligroso que puede pasarte por aquí es que te mueras de aburrimiento, pero... Sigue estando la opción de la universidad humana.

Cuando me lo pregunta papá, mi respuesta automática es decir que estoy segura de todo lo que he hecho. Cuando me lo pregunta ella, en cambio...

Sé que ir a la universidad sería la opción más segura; ni siquiera necesito estar en Moonbell para transformarme en condiciones. Papá no lo hizo, ni tampoco ningún miembro de mi familia más cercana. Y, sin embargo, siento que estoy justo donde debo estar, que tengo algo pendiente con este lugar.

Vee sigue esperando una respuesta, y mi expresión le dice todo lo que necesita saber. Con una sonrisa, asiente.

—Tu vida, tus decisiones. Pero haz el favor de escribirnos cada día o a tu padre le va a dar un infarto.

—Qué divertido es imaginarlo.

—Recuerda que solo me tendría a mí para reanimarlo, y mi especialidad es más bien noquear.

—Vaaale, os mandaré un mensaje. Aunque sea para insultaros.

—Esa es mi niña.

Hay un momento de duda. Uno de esos en los que se aproxima una despedida y nadie sabe qué hacer. ¿Un abrazo? Vee y yo, desde mi adolescencia, no hemos sido muy dadas al contacto físico. Creo que es por mi culpa, porque de pequeña la abrazaba constantemente. Supongo que no me lo planteo hasta que llegan momentos como estos, en los que no sé qué hacer.

Por suerte, ella decide por las dos y me da una palmadita en la mejilla.

—Pásatelo bien —murmura—. Habla con tu padre y cuéntale lo que quieras. Y habla conmigo y cuéntamelo todo, ¿eh? Que sé guardar secretos.

—Está bien, Vee.

Muy seria, me señala justo delante de la cara.

—Y nada de magia.

—Somos vampiros.

—Vale, corrijo: nada de magia de origen dudoso, ni de pactos, ni de tonterías similares. Nada. ¿Me he explicado bien?

Vee no se pone seria demasiadas veces, pero cuando lo hace no me atrevo a negarle nada. Apresuradamente, asiento.

—Muy bien —accede—. Pásatelo genial, Addy.

Me observa unos instantes más, como si fuera a añadir algo. Termina por no hacerlo y, en su lugar, se marcha con las manos en los bolsillos, los hombros un poco tensos y la cabeza encajada hacia delante. Si no la conociera tan bien, no sabría que es porque no quiere permitirse a sí misma mirar hacia atrás.

Y... estoy sola.

Debería sentirme bien, ¿no? Estoy sola. Es lo que quería.

Ay, si las cosas fueran tan simples...

No lo entiendo, pero me invade una sensación muy rara de...

—Vaaaya, vaya. Ni un abracito, ¿eh? Y yo pensando que mi familia era distante. Je, je. Ha sido divertido ver toda la escenita.

Confusa, me vuelvo hacia mi nueva compañera de habitación. Sigue tumbada en la cama, con la cabeza hacia abajo y el tobillo sobre la rodilla. Tiene el móvil mal sujeto con una mano, y me entran ganas de advertir que se le podría caer en la cara. Aunque, pensándolo bien... dudo que le importe.

A diferencia de mí, todavía no se ha puesto el uniforme de la academia. Lleva una camiseta arrugada, unos pantalones cortos y deshilados, un pelo corto que sospecho que se ha cortado ella misma y el maquillaje cargado, de esos que te obligan a pararte un buen rato delante del espejo y que no funcionan en todos los rostros, pero que en el suyo queda genial.

Empiezo a entender por qué papá se ha puesto tan tenso con ella. Es todo lo que le pone nervioso resumido en un solo cuerpo.

Estoy analizándola tan fijamente que enarca una ceja.

Ups. Había dicho algo, ¿no?

—¿Sueles escuchar detrás de las puertas? —pregunto al final.

Eso, eso. Luz de gas para que parezca ella la chismosa.

La chica sonríe ampliamente.

—Miiiiiírate..., ¡haciéndote la dura! Si pareces un algodoncito de azúcar recubierto en purpurina y vomitado por un unicornio.

—...no sé si eso es bueno o malo.

—Casi todo lo que digo es malo, pero he hecho una excepción por ti. Me llamo Vera. Un placer, compi, amiga, hermana, tigresa. Lo que quieras ser. ¡Un placer!

Habla tan deprisa que, si no se hubiera puesto de pie y ofrecido una mano, no habría deducido que se presentaba. Contemplo sus uñas pintadas de rojo —también desgastadas, cómo no—, sus anillos plateados, sus tatu...

¡¿Lleva tatuajes?!

Oh, Dios, qué escándalo.

A ver, no tengo nada en contra de marcarte el cuerpo para siempre, pero... ¡es que en nuestro caso es para siempre, siempre! Este es el cuerpo en el que vamos a pasar toda la eternidad. Hacerte un cambio permanente significa llevarlo durante mucho, mucho tiempo. Por eso me sorprende tanto; es la primera vez que veo a una vampira con uno.

No sé qué clase de vida habrá vivido esta chica, pero seguro que ha sido mucho más divertida que la mía.

Y que la mía.

—Adela —murmuro, aceptando su mano—. Bueno..., Addy. Cualquiera de los dos está bien.

—¡Me ha tocado la compi de habitación más tierna de la historia! Qué cuqui eres.

—Em...

—¿Esos eran tus padres?

Ha hecho la pregunta mientras volvía a centrarse en su móvil. No sé qué está tecleando; lo hace a tanta velocidad que el móvil prácticamente echa humo. Supongo que tendré que acostumbrarme otra vez a tratar con la velocidad de un vampiro.

Los humanos no son conscientes de lo lentos que pueden llegar a ser.

Disculpe usted por no ser entes mágicos.

—Eran mi padre y su pareja, Vee.

—Qué cuquis.

—¿Todo el mundo te parece cuqui?

—Solo los que parecéis sacados de una postal navideña. Oye, compi, ¿vamos a ver un poco este sitio? Quiero dar un paseo y me da mal rollo hacerlo sola. Imagínate que me muerde un vampiro, je, je.

No solo se ríe de su propio chiste, sino que echa la cabeza hacia atrás y se sostiene el abdomen como si fuera lo más divertido que ha oído en su vida. No sé si debería, pero consigue sacarme una pequeña sonrisa.

—Presiento que lo vamos a pasar muy bien —admito en voz baja.

—¡Ah, claro! Esa es la actitud, compi. Si vas por la vida con la idea de que vas a ser feliz, ya tienes la mitad del trabajo hecho. Eso decía mi abuela. ¿O no era mi abuela? Bueno, no sé, lo decía alguien arrugado que estaba en mi familia.

De nuevo, habla tan deprisa que me cuesta seguirle el ritmo. Me limito a asentir como una tonta. Espero que sea la respuesta correcta.

Ahora que la veo de cerca, me fijo en que Vera tiene el pelo más rizado de lo que me parecía desde lejos. Y que, en algún momento de su vida, se hizo dos mechas azules en la parte frontal que ahora le caen sobre la frente. Es un contraste curioso con el tono oscuro de su piel y de sus ojos. Aunque quedan perfectas con el resto de su atuendo despreocupado.

De nuevo, la estoy mirando fijamente. Ella sonríe y se balancea sobre las puntas de sus pies.

—Bueno —comenta tras una palmada—, ¿quieres ir a dar una vuelta o no?

—Em... Debería deshacer las maletas.

—¿Para qué? Si no empezamos hasta mañana.

—Ya, pero...

—¡Es que tenía un planazo en mente! ¿Quieres que te lo cuente? Es un secreto.

Es un poco raro que se me acerque a susurrar. Después de todo, estamos en nuestro dormitorio y no hay nadie más alrededor. A no ser que haya algún vampiro transformado en las habitaciones contiguas, porque entonces podría oírnos.

Curiosa, me inclino un poco más hacia ella. Vera también. Ahora, prácticamente roza su frente con la mía. Mechones rubios contra mechas azules. Parecemos una viñeta mal hecha.

—¿Qué secreto? —susurro.

—¡Ajá! Así que quieres saberlo.

—Si me dices que tienes un secreto, me entra la curiosidad.

—No se puede ser tan manipulable, compi.

—¿Me lo vas a decir o no?

—Solo si me prometes que no te asustarás ni se lo dirás a nadie.

Esto empieza a sonar peligroso, pero aun así me inclino un poco más. A veces, me cuesta un poco controlar mi curiosidad.

Vera, encantada con tener una pequeña confidente, se mueve un poco para hablarme al oído. Lo hace muy bajito y, por primera vez, sin hablar a toda velocidad.

—Quiero ir al bosque que rodea la academia.

Como está inclinada a mi lado, me limito a parpadearle a la pared.

—¿Y ya está? —pregunto, confusa—. Pensé que sería algo más peligr...

—Quiero ir al bosque a conocer a la bruja.

Ni se te ocurra.

Esta vez no parpadeo. Ni siquiera reacciono. Simplemente, contemplo la pared como si fuera lo más interesante que he visto en toda mi vida.

—¿Bruja? —repito en voz baja.

—Sí. —Vera se separa un poco de mí—. Es algo así como una leyenda. Dicen que hay una bruja que vive en el bosque, que solo se la puede encontrar cuando ella quiere que la encuentres. Que solo muestra el camino a los que les interesan y todas esas chorradas. Y que puedes hacerle tres preguntas sobre lo que tú quieras, porque siempre va a tener respuestas.

Contemplo los ojos de Vera. Son de un tono de castaño muy oscuro y bonito. No sé por qué eso me llama la atención ahora mismo cuando probablemente debería estar pensando en la bruja.

—¿Sobre cualquier tema? —pregunto tras una pausa.

Le has dicho a Vee que no lo harías.

—Cualquiera —confirma ella—. ¿No te da curiosidad?

Eso es lo que me preocupa; la curiosidad que me da. No debería ir. No debería hablar con ninguna bruja. No son de fiar. Ni siquiera si es una bruja falsa, que es lo más probable. En ese caso perdería el tiempo, que tampoco me apetece demasiado.

Pero... ¿y si es real? Podría preguntarle sobre...

No.

Vera lee mi expresión con una gran sonrisa.

—¡Sabía que te apetecería!

—¿Conoces a alguien que haya ido?, ¿les ha dado respuestas de verdad?

—Por lo que dicen, sí. Solo que no te cuenta las cosas directamente, sino que te suelta unas cuantas frases existenciales que luego tú tienes que analizar en tu casa. O eso entendí, por lo menos.

—¿Y qué quieres peguntarle tú?

Vera sonríe con los labios apretados.

—¿Me quieres decir tú qué quieres preguntarle, Addy?

—No.

—Entonces, mantengamos el misterio de nuestra relación salvaje.

Para entonces, ya se ha guardado el móvil. También ha enganchado uno de mis brazos con el suyo. No me queda más remedio que seguirle el ritmo.

Bueno..., esto podría ser peor, ¿no? Quiero decir..., por lo menos es simpática. Me está llevando a ver una bruja, pero parece simpática.

Si no te mata la bruja, lo hará tu padre.

Papá no me asusta.

Entonces, lo hará Vee.

Bueeeeno... No tienen por qué enterarse, ¿no?

Solo es una consulta. Una puñetera consulta. Con tres preguntas no me hará jurarle mi alma para toda la eternidad. Puede que me pida dinero. Tengo de sobra, no pasa nada. Y si quiere algo más concreto... Bueno, habrá que negociarlo. ¡No va a pasar nada malo!

Vera sigue tirando de mi brazo. El pasillo que recorremos está abarrotado de estudiantes que, o acaban de llegar, o han salido a ver si consiguen hablar con alguien. Me sorprende que todo el mundo se conozca. Supongo que soy de las pocas que empiezan este año.

Se supone que Moonbell está pensada para tu círculo de entrenamiento completo, desde los ocho años hasta los veinticinco. Cuando le dije a papá que me parecía un tiempo un poco excesivo, se limitó a preguntarme por qué me importaría eso teniendo toda la eternidad por delante.

No le falta razón.

Lo habitual es que se empiece a los ocho, pero muchos se van incorporando a lo largo de los años. En algunos casos es por falta de interés de los padres, en otros porque optan por darnos una educación humana antes de meternos en un colegio de vampiros. También está el caso de los que empiezan aquí y terminan en un entorno más humano. En resumen, la gente tiende a probar ambos mundos.

Me pregunto en cuál de ellos me quedaré yo.

—Oye —suelta Vera de repente—. Tú eres pura, ¿a que sí?

Mi mente enferma ha leído otra cosa.

—Em...

Sí. Lo soy. El problema es que la jerarquía dentro del mundo de los vampiros es muy clara, y se supone que los puros están en la cabeza. Prácticamente, se les considera realeza. Puede parecer una gran ventaja, pero la realidad es que solo sirve para alimentar dos cosas: la envidia y el miedo. La gente le teme a las capacidades de un vampiro puro. Se supone que somos más fuertes, más rápidos, que aguantamos el doble de golpes. Y la envidia... Bueno, no hace falta explicarlo.

Al enterarse de lo que soy, mucha gente cambia su forma de comportarse conmigo. Algunos lo hacen para bien, y empiezan a mimarme, pelotearme y consentirme en todos los aspectos posibles. Me pone de los nervios. Otros mantienen la distancia y empiezan a comportarse como si fuera a morderles por el simple hecho de estar en mi presencia.

No sé qué es peor.

Y, desde luego, no sé qué tiene Vera en la cabeza. No parece alguien demasiado previsible.

—Sí —admito, porque no me gusta mentir—. Sí que lo soy. Aunque... ese término no me gusta demasiado.

—Ah. Pero eres de una de las familias fundadoras, ¿no?

—Sí. De los Ainsworth.

—¡Qué fuerte! ¿Sabes que aquí estudiamos las raíces de tu familia en primer año? Bueno, y en casi todos los otros. Es muy raro conocerte. Es como si conociera a Clepotara o algo así.

—Um... Creo que te refieres a Cleopatra.

—Esa, esa. ¿Y en serio no tienes una sola gota de sangre humana? Igual un bisabuelo travieso se enrolló con una humanita inocente.

—Puede ser, pero lo dudo.

—Joooder. Mi madre siempre me habla de las familias fundadoras. Cuando le diga que te conozco, seguro que alucina pepinillos.

—¿Aluci...?

—Voy a decírselo, a ver cómo reacciona.

—Oh, ¿va a venir a verte?

—Está muerta.

No sé cuál es mi cara, pero Vera empieza a reírse a carcajadas. Varias cabezas se vuelven en nuestra dirección, pero ella sigue andando y riendo como si nada.

—Puedo hablar con ella igual —asegura—. Tengo mis trucos.

—¿Puedes... hablar con personas fallecidas?

—Una tiene sus trucos. Oye, ¿sabes que hay otro chico puro en Moonbell?

Vaya si lo sé... De hecho, es la causa de todas las conversaciones incómodas que he tenido estos últimos días.

Graham Vaughan. El puñetero último descendiente de los Vaughan.

Su familia odia Moonbell, detesta cualquier tipo de congregación vampírica que no suponga la exterminación de la raza humana. ¿Por qué? Nadie lo sabe. Son unos puñeteros haters. Y, casualmente, este año han decidido meter a su único heredero en tooodas las clases a las que yo voy a asistir.

Qué acoso, ¿eh?

Llevan años intentando que conozca a Graham, que cenemos juntos o que, por lo menos, oiga su versión de la historia. Básicamente, quieren contarme que tenemos que reproducirnos porque solo nosotros podemos preservar el linaje de las familias fundadoras. Papá, por motivos que no quiere explicarme, siempre ha sido mucho más desagradable con ellos que con cualquier otra familia con propuestas similares. En su momento, Vee ni siquiera quiso hablar del tema. En cuanto se mencionaba ese nombre, abandonaba la habitación y dejaba de hablar con nosotros durante horas.

Las familias fundadoras constituyen los primeros vampiros de la historia. Se supone que han ido creando ramas familiares que han conservado puras hasta el día de hoy. Aun así, son mucho más escasas de lo que podría parecer. Muchas se pervierten por sangre de linaje humano, o de vampiros convertidos. No son puros, y por lo tanto no pueden reproducirse y crear a otro vampiro.

Oh, cómo odio ese término. Puros.

La única forma de crear un vampiro puro es que descienda de otros dos vampiros puros. Graham y yo somos los únicos de nuestra generación. No hace falta que explique por qué tienen tanto interés en mí, ¿verdad?

Lo que más me sorprendió en su momento fue la cara de papá en cuanto le sacaron el tema. Oyó que querían conocerme y se quedó pálido. Mucho más que de costumbre. Me miró como si acabara de pasarle la vida por delante de los ojos. Supongo que es el miedo de cualquier padre, ¿no? Que intenten quitarte a tu hija.

—Sí —murmuro, volviendo al tema—. Se llama Graham, creo.

—Graham Vaughan, sí. ¿Vas a liarte con él? Podríais ser algo en plan capitán del equipo y animadora oficial.

—Em... no me gustan las acrobacias.

—Bueno, dudo que a él le guste lo de ser capitán del equipo. ¿Lo conoces?

Por algún motivo, su tono cambia al hacer la última pregunta. Contemplo a Vera con curiosidad. Es la primera vez, en toda la conversación, que evita mirarme a los ojos. Podría pensar que es porque seguimos esquivando a la gente del pasillo, pero en el fondo sé que lo está haciendo a propósito.

Interesante.

—No —admito—. Mi padre no quería que nos conociéramos.

—Tu padre es un hombre sabio. Graham es un poco... em... ¿cómo decirlo...?

El silencio pensativo se alarga un poco más de lo necesario. Vera me suelta el brazo para empujar la puerta que separa los dormitorios de las alas comunes del castillo. En este caso, emergemos en la sala donde convergen las escaleras principales, la puerta de entrada y la trasera. Todavía no sé para qué son las del fondo, aunque deduzco que serán las de la cafetería.

Vera va directa a la puerta trasera. Me sorprende ver que no hay ningún profesor vigilando que no las usemos, aunque deduzco que el jardín es una zona accesible para todos los alumnos. Además, no recuerdo haber conocido a ningún profesor desde mi llegada.

—A ver —prosigue ella, bajando los escalones de piedra—, digamos que tu novio es especialito.

—No es mi novio.

El día es nublado, pero los rayos de sol que se cuelan entre las nubes hacen que entrecierre los ojos. Y el jardín es bonito, pero apenas tengo tiempo para verlo; Vera camina a una velocidad a la que no estoy acostumbrada y no quiero perderla de vista. Apresuradamente, sigo sus pasos.

—¿Por qué dices que es especialito? —pregunto con curiosidad.

—Porque... Oye, ¿nos ha visto alguien?

—No. Todos están en los dormitorios.

—Bien.

Como antes, no me ofrece una respuesta directa. Simplemente, empieza a corretear sobre las losas. La sigo de cerca. ¿Qué remedio?

Podrías quedarte en tu habitación como una buena niña.

Las mechas azules de Vera reflejan la poca luz de esta zona. La que desaparece cuando entra en la primera franja del bosque que nos rodea.

Este es el momento en el que debería volver atrás. En el que debería arrepentirme de querer hablar con una bruja cuando le he prometido a Vee que no haría nada mágico y desconocido.

Pero aquí sigo, paso tras paso con Vera.

Ella tarda un buen rato en hablar. Supongo que quiere alejarse más de la academia. Casi lo agradezco, porque así puedo centrarme en no dar ningún paso en falso. Los bosques no son mi especialidad, así que soy mucho más lenta que ella. No quiero darme un golpe en mi primer día. Prefiero agarrarme con cuidado que tener prisa. Menos mal que Vera no se aleja mucho de mí.

—A ver —dice ella por fin, mientras seguimos andando—, solo hablé con él una vez. Fue ayer, creo. Lo vi subido a un muro como un mono araña y dije: ¿quién será este vaquero? Así que me acerqué a hablarle, pero su guardaespaldas me echó.

—¿Guardaespaldas?

—No es que lo sea de verdad. Oliver es simpático..., más o menos. Es un chico grandullón, prácticamente gigante, que lleva años aquí y nunca ha dicho una sola palabra. Antes se pasaba el día con sus florecillas, pero ahora Graham lo ha absorbido y actúa como si fuera su dueño o algo así.

Bueno..., no suena demasiado simpático.

—Como no quiso hablar conmigo —continúa Vera—, no sé si los rumores sobre él son verdad o mentira.

—¿Y qué dicen de él?

—¡No me digas que no lo sabes! Ah, bueno... ¡es que nunca habías venido a Moonbell! Te falta todo el chisme previo, claro. Pues Graham es especialito porque viene de una familia un poco rara. Son fundadores y todo eso, pero tienen fama de hacer pactos con hechiceros y todo eso, que ya sabemos que es lo peor que se puede hacer en la vida. Dicen que hicieron un pacto con un hechicero para transformar en vampiro a Graham cuando era un bebé y, aun así, ha seguido creciendo hasta convertirse en adulto. No creo que sea verdad, pero lo dicen.

Con cuidado, esquivo una rama que Vera acaba de saltar como un conejito. Verla rebotar por el bosque podría considerarse gracioso, si la conversación fuera un poco más amena.

—Entonces —murmuro—, ¿está transformado?

—¿Quién sabe? Lo único que tengo claro es que da mal rollito. Es el primer año que pasará aquí, supongo que por ti —añade tras un guiñito—. Qué gesto tan romántico. A mí nadie me quiere así.

—No me quiere —aseguro entre dientes—. Lo más seguro es que su familia lo haya obligado y me odie.

—Aaaaam... Pues no te conviene que te odie demasiado, ¿eh?

Su risita nerviosa hace que enarque una ceja.

—¿Por?

—Digamos que tiene fama de... em... ¿cómo decirlo?

—Dilo como quieras, pero no vuelvas a dejarme con la curiosidad, por favor.

Vera suelta una risita divertida, aunque luego carraspea y vuelve a ponerse seria.

—De nuevo, son todo rumores. Deberías conocerlo, descubrir si todo esto es verdad y luego venir corriendo a contármelo.

—Todavía no sé a qué te refieres, Vera.

—Bueeeeno... Dicen que mató a dos personas, pero ¿quiénes somos nosotras para juzgar?

Siento que esta información debería hacer que me detuviera. Que me asustara, por lo menos. Y, sin embargo, sigo andando como si nada. Ni siquiera noto incomodidad.

Empiezas a preocuparme.

—¿Cómo va a matar a alguien? —murmuro—. No le dejarían entrar en la academia.

—A ver... Somos vampiros. Hacemos cosas en plan sangre, vísceras y muertes.

—No. Una cosa es alimentarte de alguien y otra muy distinta es matarlo. Si fuera peligroso, no estaría en la academia.

—O igual su familia, que es fundadora, ha conseguido meterlo igual en las listas.

—Vale, supongamos que me lo creo. ¿Qué se supone que hizo?, ¿empujar a alguien por un precipicio?, ¿mató a un humano inocente en medio de un ataque de sed?

—No exactamente.

—¿Entonces?

—Digamos que dos de sus amigos murieron en circunstancias un poquito sospechosas, casi a la vez. Una era su novia, por lo que tengo entendido.

Por lo menos, esto sí que hace que mis pasos vacilen. Estoy a punto de detenerme, pero una parte de mí quiere demostrar —no sé si a Vera, a mí o al mundo entero— que un vampiro peligroso no es suficiente para asustarme. Aunque debería serlo.

Vale, la familia de este chico quiere casarme con él. Quieren casarme con un posible asesino.

No pasa naaaada. Hemos salido de peores situaciones.

Siendo cien por cien honesta... No me creo que haya podido hacer algo así. A la gente le encanta exagerar las cosas. Quizá sí que murieron dos amigos suyos, pero eso no le hace responsable. Quizá el pobre Graham tiene que lidiar con el trauma de perder a dos amigos sumado a que todo el mundo se piense que ha sido él.

Muy simpatizante te veo con él.

Sin darme cuenta, las ramas del bosque se van haciendo más y más frondosas. Ahora que llevamos diez minutos caminando, siento que las hojas me ahogan, que los árboles están demasiado pegados entre sí. Y que hace frío. Si el sol ya apenas se deja ver en zonas despejadas, aquí da la impresión de que está anocheciendo.

Además... el ambiente es pesado. Se va haciendo peor a cada paso que damos. Ni siquiera puedo recordar la conversación sobre Graham. Me siento menos dueña de mi cuerpo, como si hubiera una fuerza empujándome hacia delante. Como si alguien me estuviera convenciendo para que siguiera caminando y no dudara. Es una sensación tan fuerte como espeluznante, pero Vera no parece tenerla.

Y hay otra sensación. Me siento... observada. Como si alguien no me perdiera de vista. No es mi compañera, por mucho que siga volviéndose hacia mí. Ni siquiera creo que sea real. Probablemente, solo tengo un poco de miedo porque no sé dónde estamos yendo.

Estoy tan distraída contemplando mi alrededor que apenas noto que Vera se ha detenido. En el corazón del bosque, hay un pequeño claro. Unos cuantos rayos de sol acarician el techo de musgo de una cabaña. Es pequeña, con una puerta vieja, cristales rotos y pequeñas persianas cerradas. Está hecha de piedra de arriba abajo, y un camino del mismo material nos guía hacia ella como si fuera el único a seguir.

No sé qué me esperaba exactamente, pero no era esto. No es tenebroso, ni oscuro. Parece... encantador.

Cuidado con las cosas que parecen encantadoras.

—Hemos tenido suerte —murmura Vera.

—¿Cómo?

—Bueno, se supone que la cabaña está aquí, pero solo podemos verla cuando la bruja quiere que la encontremos.

Y eso no es nada tenebroso.

—¡Vamos a entrar! —exclama entonces con entusiasmo—. Quiero preguntarle cosas y que me responda de forma misteriosa y profunda.

Yo no estoy tan segura. Hay algo en la calma que nos rodea, el silencio y el calor del sol que me hace desconfiar.

—¿Podemos entrar como si nada? —pregunto—. ¿No hace falta invitación?

—Es que se le ha olvidado mandarnos la invitación de su cumpleaños. ¡Venga, no seas gallina!

—No soy una gallina. Es que...

Es que esto tiene muy mala pinta y no sé explicarlo.

—Puedo entrar yo sola —ofrece—. Si salgo viva, luego vas tú. No hay problema.

—No, no. —La perspectiva de que Vera entre sola me da todavía más miedo que entrar con ella—. Las dos juntas.

—¡Esa es mi nueva mejor amiga! Vamos.

Que me perdone papá, pero empiezo a avanzar hacia la cabaña.

Vera camina a mi lado. Nunca he visto a alguien tan contento con tan poco. Las baldosas de piedra parecen vibrar bajo nuestros pies, invitándonos a seguir. Echo una mirada sobre el hombro. El bosque, de pronto, parece mucho más lejano. Y mucho más oscuro.

Quizá esta sea la peor idea que he tenido en mi vida.

De las malas ideas nacen grandes historias.

Llegamos a la vez a la puerta, y esta nos sorprende al abrirse de golpe, como si hubiera sentido un soplo de viento. Solo que no hay viento. Y tampoco hay nadie detrás. Vera y yo intercambiamos una mirada.

—Este es el momento de la peli de terror en el que los personajes deberían salir corriendo —comenta ella, y luego sonríe ampliamente—. ¡¡¡Me pido pasar primero!!!

Esta chica tiene el instinto de supervivencia más pequeño que yo, y mira que ya es decir.

En cuanto da un paso hacia delante, me invade una sensación muy rara. Una de protección hacia ella que nunca pensé que sentiría con alguien a quien acabo de conocer. Y, sin embargo, no puedo evitarla. Es la que me empuja hacia delante y, antes de que Vera entre en la cabaña, lo haga yo en su lugar.

Sé que es una mala decisión en cuanto oigo que la puerta se cierra a mi espalda.

—¿Qué...? —la oigo chillar tras la madera—. ¡OYE, QUE YO TAMBIÉN QUIERO ENTRAR!

Respondería, pero ahora mismo no puedo moverme. Las sensaciones agradables de antes han desaparecido; el sol ya no me calienta la piel, el silencio se vuelve un susurro tenso y el aura de paz se transforma una cúpula que amenaza con ahogarme. Me paso una mano por el cuello, incómoda, mientras mis ojos intentan adaptarse al interior de la cabaña.

Hay... muebles, sí, pero están prácticamente rotos. La capa de polvo es espesa, como si hubieran pasado años desde la última vez que los tocaron. Las ventanas, pese a que las persianas parecieran cerradas desde fuera, aquí están abiertas de par en par. Fuera está nublado, a diferencia de antes. Y huele a humedad, a lugar cerrado.

—Vale —me susurro tan bajito que apenas puedo oírme a mí misma—. Vale, no pasa nada. Hoy no vas a morir, Addy. Sería demasiado aburrido.

En cuanto detecto un movimiento, dejo de hablar de golpe. Todas mis alarmas se han activado en un segundo. Y lo peor es que todavía no estoy segura de por qué.

Lo primero que veo es una capucha negra. Se asoma por detrás de una de las estanterías, como si no se atreviera a acercarse más a mí. Lo siguiente que detecto son sus dedos delgados y largos, agarrados firmemente a la madera. Sus uñas están... oscuras. De hecho, las venas de sus manos también lo están, como si se estuvieran pudriendo lentamente. Contengo la respiración sin darme cuenta.

—¿Eres tú? —me pregunta una voz que suena extrañamente familiar—. ¿Eres tú, Addy?

La bruja se pasa la lengua por los labios, como si fuera la primera vez que habla en mucho tiempo. Sabe mi nombre. Quizá sí que es una bruja, después de todo. Pero... ¿por qué siento que no es la primera vez que la veo?

Con cautela, doy un paso hacia delante. Su figura pequeña y encogida está oculta bajo una gruesa capa oscura. La misma con la que se tapa la cabeza. Sé que le cubre los ojos, pero una parte de mí siente que me está mirando. Y, más allá de eso, siento que ya la he visto antes. Intento inclinarme un poco más, pero no consigo rescatar ninguna memoria.

No hay que hacerle preguntas a las brujas, o eso me dijo papá. Que, para ellas, una respuesta es un favor y no hay que deberles nada.

—Sí —murmuro al final—. Me llamo Addy.

Un sonidito perturbador emerge de ella. Diría que es una risa alegre, pero suena más bien a un cuchillo rascando un plato. Con cuidado, doy otro paso. Ella ha apretado los dedos en el mueble.

—Mi amiga se ha quedado fuera —explico con calma, porque de pronto no quiero estar sola con ella—. Nos dijeron que tú... puedes respondernos a unas cuantas preguntas.

No dice nada. La bruja sigue apretando el mueble y mirándome fijamente.

—Sí —dice entonces, con su voz irregular y sus movimientos erráticos—. Sí... Tres preguntas. Pero hay un precio.

Por un momento, parece que va a hacerme insistir. No lo hace. Sale de su escondite tan deprisa que la capa se mueve y deja entrever unos cuantos mechones de pelo oscuro. Doy un paso atrás, asustada, pero para entonces se ha plantado delante de mí. Sus manos se extienden en mi dirección como si quisieran tocarme, pero lo único que hace es mantenerlas en el aire, temblorosas y oscuras.

Vuelvo a tener la sensación de ahogo, de que me cuesta respirar. Trato de soltar un carraspeo incómodo, pero el miedo me tiene paralizada de arriba abajo.

—Solo... —empieza, con voz temblorosa—. Un poco de tu sangre. Una gota. Y te ayudaré.

—¿Cóm...? —me freno a tiempo. Nada de preguntas—. Se supone que podré hacerte tres preguntas.

—Puedo ofrecerte mejores cosas que tres respuestas. Solamente... necesito una gota de sangre. Una sola.

Sus manos siguen extendidas hacia mí. Y lo inteligente sería marcharme. Sería echarme hacia atrás y dejarme de tonterías. Hacerle caso a papá y a Vee.

Pero lo que termino haciendo es ofrecerle mi mano.

¿Por qué nunca me tocan protagonistas que tomen decisiones racionales?

En cuanto ella toma mi mano, siento una corriente de aire frío. De alguna forma, es como si me hubiera quitado un poco de vida. Como si se la hubiera quedado ella. Considero echarme hacia atrás, pero es demasiado tarde. La bruja se lleva a mi mano a la boca y, sin dudarlo, se mete mi dedo índice en la boca. Ni siquiera me da tiempo a poner una mueca cuando noto el pinchazo de sus dientes en la yema. Para cuando doy un brinco, ha soltado mi mano.

Veo la mancha roja en sus labios resecos. Y noto, también, el escozor de mi dedo. Lo aprieto con mi otra mano, intentando protegerlo. No entiendo qué acaba de pasar, pero no es bueno.

Y entonces ella da un paso hacia atrás. Su apariencia está cambiando. Lo primero que veo es que el negro de sus uñas desaparece, que tuerce el cuello como si lo sintiera por primera vez después de mucho tiempo, que la sangre se extiende por sus labios para darles un poco de col...

La puerta se abre de golpe. Vera estaba pegada al otro lado, así que aterriza en el suelo de madera con un estrépito. Emite unos cuantos sonidos de dolor, pero estoy demasiado clavada en mi lugar como para darme cuenta. Solo puedo ver a la bruja.

La conozco, ¿verdad? La he visto antes. Lo único que no recuerdo es dónde.

—Yo tengo mi sangre y tú tienes a tu compañera —dice la bruja. Su voz ya no suena como antes. Ahora, parece la de una mujer joven y segura—. Ven aquí.

Intercambio una mirada entre ella y Vera, que sigue en el suelo. La primera ha extendido una mano hacia mí, la segunda se frota el culo mientras se lamenta por la caída.

—Podríais haber avisado de que ibais a abrir la puerta —comenta, malhumorada—. No sé, por decencia humana, me refiero.

La bruja pasa de ella. Y yo, por algún motivo, solo puedo concentrarme en su mano extendida hacia mí.

No llego a tomarla, pero tampoco hace falta. De pronto, la bruja se planta ante mí. ¿Es cosa mía o parece mucho más alta que antes? Tengo que echar la cabeza hacia atrás para mirarla. Aun así, no puedo verle la cara; la capucha sigue creando una sombra muy rara sobre su rostro.

—Ven aquí —repite, esta vez en un tono más demandante.

En lugar de esperar, extiende una mano y me coloca su palma en la frente. Estoy a punto de echarme hacia atrás. Me siento... invadida. Casi puedo notar como pasea por dentro de mi cabeza, dando tumbos en busca de una información que no sé por qué querría. Tiene los labios apretados.

De pronto, los separa de forma casi imperceptible. Si no me hubiera fijado, no me habría dado cuenta. ¿Está sorprendida?

—¿Dónde está Albert? —pregunta finalmente.

Trato de acordarme de alguien con ese nombre, pero solo logro sacar una mueca.

—No... No sé a quién te refieres.

La bruja me quita la mano de la frente, pero solo para acariciarme unos cuantos mechones de pelo rubio. Enreda uno de ellos en su dedo índice, como hipnotizada.

—No te imaginaba creciendo de esta forma —admite en voz baja—. Pensé que tu padre ya te habría convertido. O que tu madre postiza lo convencería, por lo menos.

Es algo que hemos hablado a menudo, pero tampoco creo que sea un tema que a ella le importe mucho. Después de todo, no la conozco. ¡Y es una puñetera bruja!

Me sorprende la familiaridad con la que habla de papá y de Vee, pero no me atrevo a preguntar. Sigo en tensión. Y Vera, detrás de mí, sigue frotándose el culo.

La escena es curiosa.

La bruja, con la misma delicadeza de quien lanza una piedra al lago, me coloca un dedo bajo el mentón para obligarme a mirarla. No sé cómo, pero siento que su mirada es de desprecio. Como si me odiara, aunque yo nunca le haya hecho nada.

—Eres bonita —concede, aunque su tono suena un poco insultante—. Pues claro que eres bonita. Tienes que tenerlo todo, ¿verdad? Con un poco no era suficiente.

—No sé de qué...

—No sabes de qué hablo, ¿eh? —De nuevo, me acaricia el mentón, pero lo único que me transmite es desdén—. ¿Qué ibas a preguntarme, Adela? Por tu futuro, seguro. ¿Quieres que te hable de tu futuro?, ¿quieres que te diga lo que va a ser de ti? Porque no te va a gustar. No te va a gustar nada.

Me suelta tan de golpe que no puedo evitar retroceder un paso. Con media sonrisa, la bruja me señala.

—¿Querías preguntarme por tus recuerdos tristes? —Su sonrisa se tuerce como una serpiente—. ¿Querías preguntarme por tus pesadillas sobre rituales, dagas...?, ¿sobre toda la gente que se ha ido de tu vida?

—No... Yo no...

—A veces te preguntas si realmente eres tan difícil de querer, ¿verdad? Por eso todo el mundo se marcha. Incluso tu madre, que desapareció cuando eras una niña. ¿Quieres saber si volverá?, ¿si sigue viva?

—Has dicho que me ayudarías —intervengo, cabreada—. Esto no ayuda.

—Me ayuda a mí —asegura—. ¿Quieres saber si Vee alguna vez se marchará como ella?, ¿si tu padre y ella te han apuntado a la academia porque querían librarse de ti? Quizá, ahora mismo estén en su mejor momento. Quizá se den cuenta de que tu presencia siempre ha sido un impedimento para su felicidad. Después de todo, ¿qué puede aportar alguien que siempre está triste, que nunca hace bromas, que es incapaz de divertirse?

Hace un gesto hacia mí, como si escaneara mi cabeza con las puntas de sus dedos.

—Tooodos tus miedos, tus inquietudes, tus deseos... Puedo verlos en tu cabecita. Qué simples sois los mortales. Mucho más de lo que os pensáis.

Desde que ha empezado a hablar, un zumbido muy extraño se ha apoderado de mi cabeza. Lo único que puedo oír es su voz, y lo único que puedo ver es la pared que tengo delante. La bruja se ha movido, pero apenas percibo dónde está. Al menos, hasta que coloca ambas manos en mis hombros y se inclina hacia mí. Desde fuera, podría parecer que me está dando un masaje. Desde mi cuerpo, lo que siento son dos garras de hierro que me impiden moverme.

—Todos venimos al mundo con un propósito, Addy —asegura en voz baja. Su aliento me acaricia el oído como una brisa helada—. ¿Quieres que te diga cuál es el tuyo?

Incluso yo, que tomo las peores decisiones de la historia, sé que no debería responder.

Bien.

Pero ella sigue hablando igual.

Vaya.

—¿Te suena el nombre de Barislav? —pregunta, inclinándose un poco más para ver mi reacción—. Es un viejo amigo de tus padres.

Como con la mayoría de mis recuerdos, lo único que soy capaz de sacar en claro es que no es la primera vez que oigo ese nombre. Poco más.

Mi expresión no debe gustarle demasiado, porque vuelve a separarse de mí. Sigue sin soltarme los hombros. Y me perturba que también continúe detrás de mí.

—Hoy no podemos hacer nada —admite en un tono que no me gusta demasiado—. Todavía te falta mucho por descubrir. Pero... volverás a mí, sí. Cuando estés lista. Cuando hayas tocado tus deseos con las puntas de los dedos, solo para que se evaporen. Cuando te alejes de quien menos creías para acercarte a quien menos imaginarías. Cuando lo que más temías se convierta en tu mayor deseo y te transforme... Cuando te pierdas y tu luna sea lo único que pueda guiarte de nuevo. Sí, eso es lo que preveo para ti, Adela. Vete. No tengo nada más que decirte.

Lo ha soltado tan deprisa que apenas puedo reaccionar. Vera, a diferencia de mí, ya me espera en la puerta principal con impaciencia. Creo que se le han quitado las ganas de hablar con la bruja.

Esta última ha vuelto a retirarse entre las sombras. Puedo ver su silueta junto a la estantería del fondo, pero me da la espalda. Ya no le interesa hablar conmigo. Y, por lo que he oído, a mí tampoco me interesa demasiado que siga haciéndolo.

Doy un paso pequeño hacia la salida. El único que me permite mi cuerpo entumecido. Y otro. Y otro más.

Ya casi la he alcanzado cuando noto que la bruja vuelve a mirarme. Me vuelvo antes incluso de que ella abra la boca.

—Ten cuidado con Graham —advierte en tono distraído—. La oscuridad parece atractiva, pero las personas oscuras son capaces de quemarte por ver un poco de luz.

Por primera vez, me parece ver una sonrisa genuina bajo la capa.

—O quizá seas tú quien lo haga. Curioso, curioso... Nos veremos pronto, Adela.

Tras un parpadeo, la cabaña desaparece ante mí. De pronto, vuelvo a estar en la entrada del bosque con Vera. Ella me observa con los ojos muy abiertos.

—Jooooder —murmura.

—Lo sé... Ha sido tenebroso.

—No, no. ¿Has visto lo buena que estaba la bruja bajo la capita? No me importaría que me maldijera.

Mientras ella empieza a reírse, no puedo hacer otra cosa que respirar hondo.



Ya nos veremos. Gracias por leerme <3 luv u


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