Capítulo 20

El techo de palma, que alguna vez sirvió para proteger la estructura, se había venido abajo. El crujir de la nueva alfombra alertó de mi presencia a mi tía que se giró para encontrarse con un torpe Lucas que no era capaz de componer una oración, y conociéndome como lo hacía, como la única persona en el mundo que sentía me entendía a pesar de no compartir un lazo de sangre, dejó de lado las formalidades y me abrazó. Así como ella lo hacía, recordándome que las palabras no eran necesarias cuando lo que tienes que decir es más fuerte que tu voz.

—Hay que darle para adelante. No queda de otra —me dijo cuando nos separamos. Con un intento de sonrisa que luchó por quedarse ahí.

Mi tío asintió al levantarse limpiándose la cara y soltando un largo suspiro que finalizó el drama. Era momento de ponerse a trabajar, de arreglar lo que se podía. Ellos habían vivido sus propias dificultades a lo largo de su vida, pero si algo les admiraba es que no dedicaban muchos párrafos a lamentarse. Antes de caer ya estaban poniéndose de pie.

Tenía que volver a casa pronto, tal como había quedado con mamá, pero los ayudé a recoger los restos de palma que el viento había desprendido como un trozo de papel. Al menos las sillas y las mesas estaban en bueno estado, guardadas en el cuarto trasero, había que secarles al sol, pero estaban intactas.

El sonido del océano, arrastrando y escupiendo la arena que había invadido su territorio, fue lo único que se escuchó mientras guardábamos todo lo que se rescató. El eco de las bromas de Damián, el buen humor de mi tío, los regaños de mi tía, la música de la radio, el sonido de la llave de los platos. Nada. Una botella vaciada, con rastros de lo que antes la componía.

—¡Lucas!

Mi nombre resonó entre los graznidos de una gaviota. Levanté la vista y me encontré a lo lejos con Isabel, con el cabello revuelto y ropa holgada, como si se tratara de una extraña visión que mi cabeza solitaria se inventara. Había momentos en qué me preguntaba si no se trataba de eso, una fantasía, porque no llegaba a comprender cómo podía ser real. Pero lo era, sin antecedentes ni razones. Sonreí al verla acercándose como un tornado en mi dirección.

—Lucas, no sabes lo feliz que estoy de saber que estás bien —mencionó cuando estuvimos frente a frente.

Un montón de mechones le cubrían la cara por culpa de la brisa, pero no le importó. El volver a mirarla eran los primeros rayos de sol que aparecieron tras la tormenta. Escuchar su voz me recordaba que todo terminaría. Para bien y mal.

—Escuché que las cosas estuvieron feas. ¿Cómo está tu familia?

—Estuvimos en un albergue estos días... —le conté mi paso por el sitio, atravesando el desastre. Las cosas materiales tenían arreglo—, pero mi familia está bien. Creo que salimos mejor de lo que esperábamos.

Entonces Isabel me tomó por sorpresa, como lo había hecho desde que me había topado con ella en mi bicicleta, y rodeó mi cuerpo con sus delgados brazos abrazándome con fuerza. Con tanta fuerza como con la que yo vivía, con la que latía mi corazón, corazón que me gustaba pensar embonaba con el suyo.

Me quedé pasmado, procesando qué paso debía dar.

—De verdad estoy muy feliz de verte de nuevo —agregó cuando puso distancia entre nosotros. Tan rápido que no había tenido tiempo ni de tocarla—. Y lamento mucho esto —señaló su alrededor.

Estaba fuera de lugar sentirme tan feliz en medio del caos, yo mismo era un caos, pero así ocurrió.

—Yo... Yo también lo lamento, por mis tíos... Ellos han dedicado su vida a este lugar.

—Y lo seguirán haciendo —me animó ella que parecía no perder jamás la esperanza—, solo hace falta ordenar algunas cosas. ¿Quieres que te ayude?

—¿No tienes que ir a casa? No es que no quiero que estés aquí, todo lo contrario —susurré para mí—, pero yo debo marcharme pronto a la mía a ayudar a mamá. Allá es otra historia. ¿Tu casa está bien?

—Sí, salió bien librada —me contó relajada sorteando lo inestable del terreno. Saludó de lejos a Damián con un ademán de mano antes de preguntarle si podía tomar una bolsa, una respuesta clara, quisiera o no, pensaba quedarse—. Algunas cosas flotaron como si hubieran naufragado en el Titanic, pero nada más. ¿La has visto?

—¿Tu casa?

—La película —rio por mi torpeza. Negué despacio antes de agacharme para tomar lo que se esparcía en el suelo.

—¿No? ¡Todo mundo la ha visto! Es la película del año.

—Tengo que esperar a que la pasen por televisión abierta —le expliqué mientras le quitaba la arena al reloj que siempre me servía para conocer la hora en que ella aparecía. Las manecillas estaban intactas, pero el cristal tenía unas cuarteaduras—. ¿Es buena?

—¡Es lo que sigue de buena! —me aseguró emocionada, su energía contrastaba con el ánimo del resto—. Tienes que verla para que tú también sufras por el final. Llorarás, te lo juro.

—¿Cómo termina?

—No puedo decírtelo, tú tienes que verla. Pensaré una forma para que puedas verla.

—Pero sobre el final...

—Se muere —escupió Damián cuando se acercó a nosotros, Isabel hizo una mueca de enfado con la boca antes de entrecerrar sus ojos—, le ahorramos el dinero del boleto.

—Cómo eres. Deja de arruinarle la película.

—No le dije que se muere porque ella no le hace espacio.

—Eso es mentira —me hablaba a mí para que no lo escuchara, pero Damián la ignoró.

—¿Quién se muere? —pregunté al fin porque no entendía su pelea.

—El protagonista, quién más —respondió Damián pese a los gritos de Isabel para que no lo soltara—. Así que ya sabes, Lucas, si algún día protagonizas algo y quieres ser memorable tienes que morirte —bromeó solo para hacer reñir a Isabel.

Preferiría ser un secundario como siempre.

El lío con Bahía Azul fueron los fuertes vientos que azotaron y desprendieron el techo de raíz. Si lo pensábamos a fondo pudimos correr con peor suerte, estábamos vivos y con algunas horas de trabajo podríamos reconstruir el orden. Muchas horas. Y aunque el tiempo era un tema para remarcar, lo que de verdad pesaba era saber lo difícil que sería costear la reparación de los daños.

Al igual que en casa las bolsas se llenaron hasta que se hizo imposible anudarlas. Las personas en los alrededores repetían el mismo patrón, algunas lucían más cansadas que otras, pero por increíble que pareciera cuando el cielo se despejó por completo las risas lejanas se colaron.

Luego de un rato Isabel se marchó a casa prometiendo volver mañana. Yo estaba a nada de hacer lo mismo. Debía regresar para ayudar a mamá a acondicionar los cuartos para esa noche.

—¿Pueden creerse que después de todos estos hoy Bahía Azul es más bahía que nunca? —expresó Damián al arrebatarme el reloj que había dejado sobre la barra mientras terminaba de barrer para meterlo en la basura. Él sí sabía acabar rápido con el trabajo—. Cuando vimos que la casa la libró jamás nos pusimos a pensar que esto se iría al caño. Ya sabes, pensamos lo más lógico, no que nos llevaría la fregada.

No supe qué decirle.

—Al menos estamos vivos —escupí en un intento de optimismo que no venía conmigo.

—Gracias, Lucas. Ya me siento mejor. Tanta buena actitud me motiva.

—Bien, está bien —reconocí—. Todo está mal.

—Ahora estás en el otro extremo.

—¿Qué quieres que diga?

—Nada. Callado estás mejor —se burló—. Papá dice que vamos a salir rápido de esto, pero yo no sé qué creer. Vamos, tampoco es como si el mundo se fuera acabar, pero...

—¿Pero?

Damián rara vez callaba, supuse que algo importante se guardaba.

—Estoy pensando que quizás llegó el momento de darles una mano. Dejar la jugarretas y centrarme en todo esto —le echó un fugaz vistazo al lugar con una expresión pensativa—. Aunque yo esperaba que para eso faltara mucho.

—¿No te gusta la idea?

—Sí, sí. Lo que no me gusta es eso de la responsabilidad —aceptó con descaro. Si mi tía lo escuchara armaría un debate, pero yo solo reí—. Tengo muchas ideas para un futuro, pero no sé si a papá le agrade el cambio.

Yo tampoco sabía cómo lo tomarían. Mis tíos no eran fanáticos de salir de la rutina, pero si había alguien capaz de lanzarlos a lo desconocido era Damián.

—Podrías preguntarles.

—Sabes, es más fácil cuando empiezas de cero, esto de tener que cuidar lo que otros hicieron es un cuento —reconoció, sorprendiéndome. Mi primo no era un chico de reflexiones, escucharlo era nuevo. Siempre había pensado que Damián no tenía de que preocuparse porque tenía el futuro resuelto, pero me equivocaba, era eso mismo lo que lo limitaba. Una cadena para un alma libre como él—, pero les preguntaré. En una de esas aceptan. Y te voy adelantando que en una estás tú involucrado.

Le pregunté de qué se trataba, pero éste prefirió guardárselo para generar expectativas. Y aunque siempre supe que Damián era una sorpresa y que sus ideas no se caracterizaban precisamente con la tranquilidad jamás me pasó por mi cabeza lo que se traía entre manos.

El sol secó la humedad y el agua había seguido su camino despejando algunos senderos. Las casas que colindaban al río debieron estar aún encharcadas y lo más probable era que siguieran en el albergue, pero en nuestra zona solo quedaban las enormes manchas que testificaban su paso y los muebles con olor a hongos.

En Bahía Azul mi tío aprovechó la salida del sol para poner a secar todo aquello que el agua tocó. Al final, en lugar de turistas bronceándose se hallaban una fila de sillas y utensilios.

Isabel volvió para ayudarnos al día siguiente, cumpliendo su palabra. Esta vez había menos cosas que arreglar, pero agradecí que acudiera porque su presencia alumbraba mi panorama. La verdad no entendía por qué había decidido desperdiciar sus tardes en un sitio que estaba hecho pedazos, pero cada que se lo preguntaba su respuesta no superaba un encogimiento de hombros y una excusa que no le creía.

El sol nos golpeaba directo a la cara provocando que ardieran las pequeñas heridas y arañazos que el trabajo había ocasionado. Era un infierno soportar el calor que nos cocinaba como si estuviéramos sobre una parrilla. Limpié el sudor que resbalaba de mi frente mientras acomodaba las botellas en los muebles. Mis tíos volverían a abrir al día siguiente apenas consiguieran una lona para remplazar su estructura.

Damián le contaba a Isabel, sentados a la par en la sillas frente al mostrador, su fantástica anécdota de cómo se había filtrado en una grabación en vivo para un reportaje de la capital. Yo ya me la sabía de memoria, pero no dejaba de ser gracioso recordar su actuación, cruzando de un lado a otro cinco veces en menos de un minuto.

—Hasta me entrevistó una reportera. Aproveché para hacerle publicidad al negocio disimuladamente —contó orgulloso.

—¿Disimuladamente?

—Nadie lo noto —solté con sarcasmo—. La reportera tuvo que quitarle el micrófono porque el cable se había enredarlo, no porque ya quisiera cortarlo.

—Tenía que ganar algo a cambio de la información —argumentó él—. Estoy tratando de encontrarle lo bueno a todo esto —señaló el local. Ya no se veía tan mal, pero su ejemplo me advirtió de la presencia de un conocido.

Manuel apareció con el mismo aspecto del último día que había visitado Bahía Azul. Era como si la tormenta no le hubiera hecho ni el mínimo daño.

—¿Y ese loco qué? —Mi primo intentó ser discreto agachándose como si contara un secreto. Hubiera sido más útil que modulara su volumen.

Manuel negó con la cabeza sin ocultar una sonrisa que gritaba le valía lo que dijeran de él.

—Yo me encargaré —le dije a Damián para que no se metiera en problemas. Era fácil tomar la actitud de Manuel como una burla personal, pero yo que lo conocía sabía que no era más que desinterés.

Él dudó, pero aceptó cuando Isabel le aseguró que yo sabría resolverlo. Le agradecí con una sonrisa, mas contrario a lo que pensé no se marchó con mi primo sino que se quedó en su sitio para ver qué sucedería.

—Creo que es evidente, pero por si no se entendiera: estamos cerrados —le comenté alzando un poco la voz—, no se nota mucho porque literalmente no hay puertas, ni techo. Ni nada.

—¿No tienes nada para beber? —me ignoró al ocupar el lugar que mi primo había dejado. Isabel no nos quitó los ojos de encima—. Véndeme lo que sea, no me importa. Te pagaré.

—No creo que sea buena idea. Tengo cosas qué hacer —me justifiqué para que dejara de pensar que por dinero iba a ceder. Le vendrían bien unos días más sobrio.

—Por favor —me pidió, esa fue la primera vez que se lo escuché decir. Por favor, había desesperación en su voz. Ansioso. El elemento que siempre me hacía titubear—, me voy a morir si no tomo algo.

Maldije mi débil voluntad cuando ya estaba escondiéndome de mis tíos para verter un poco de líquido en una copa de cristal. Ni siquiera podía ver a Isabel.

—Me va a meter en problemas —le dije a sabiendas que a él le importaba un bledo.

—¿Más problemas que esto? —bromeó, o eso intentó. Dar el primer trago pareció cambiar su humor.

—Sí. Más problemas. Supongo que usted tendrá los suyos. Me refiero a su casa —agregué para sacarme una duda de la que llevaba días queriendo tener respuesta.

—Pues corrí con más suerte que tú por lo que veo —reconoció encogiendo los hombros—. Mi casa está más allá del bien o el mal.

—No sé qué significa eso exactamente —acepté porque no comprendía cómo lo había hecho—. Pero está bien, me alegro por usted. La desgracia no ha caído en un buen momento.

—¿Por? —preguntó Isabel que se había mantenido callada todo ese rato, con la mirada clavada en Manuel, entre curiosa y temerosa. No podía culparla, el tono brusco y la cara de pocos amigos repelían a varios.

Recordé la plática que habíamos tenido mis tíos y yo antes de marcharme el día anterior.

—Porque en unos días se abre Cielo Nocturno. Es imposible que consigamos el dinero para reparar y poner en forma este lugar... Espero a ellos también se les cayera el techo.

—Que sádico —soltó una carcajada Manuel.

—Sin nadie adentro —aclaré por si quedaban dudas.

—Habrá que conseguir el dinero de alguna manera —soltó pensativa Isabel—. ¿Ideas?

Manuel por primera vez se dedicó unos segundos a observar a Isabel. Un fugaz vistazo. Pareció no captar su interés por que volvió su vista a su vaso que resultaba más interesante.

—Robar un banco.

—Legal —especificó al hombre que no se lo estaba tomando en serio.

Y para ser sincero yo tampoco. Necesitábamos un milagro, un verdadero milagro, de esos que inspirarían una película, para poder sacar ganancias en una situación así.

Podríamos habilitar el lugar temporalmente, esperando que no viniera otra tormenta y nos destrozara todo, pero la gente no vendría a divertirse y a beber con tantos problemas encima al principio. Ganaríamos apenas unos pesos. Cuando la vida volviera a tomar el ritmo ya estaríamos muy ajustados para la inauguración del otro local.

—¡Tengo una idea! —anunció ilusionada sobresaltándonos a los dos. Manuel le dedicó una mirada como si estuviera loca y luego me preguntó, sin hablar, qué le sucedía. Isabel lo ignoró—. Un sorteo.

Una risa escapó de los labios de Manuel. Fruncí el ceño al escucharlo porque no le veía lo gracioso. Isabel hizo un ademán para que no le reclamara. Le daba igual.

—¿Un sorteo? —cuestioné volviendo mi atención a ella.

—Sí. Mira, tendríamos que organizarlo y poner a la venta los boletos en una zona que no fuera afectada por las lluvias. Con ese dinero de pagarían los daños de aquí y el resto podemos donarlo —planteó convencida Isabel.

¿El resto? De suerte conseguiríamos lo justo.

—¿Qué opinas, Lucas? Yo puedo conseguir los boletos, mi mamá vende en la papelería talonarios —propuso con una sonrisa. El papel no era el verdadero problema—. Al menos podemos intentarlo.

Me lo pensé.

Tener buena suerte no era lo mío, pero no perdía nada con confiar. La idea de que saliera bien, que lograremos reunir el dinero antes de lo previsto, poder ayudar a mis tíos, era demasiado tentadora para rechazarla. Sobre todo cuando era Isabel quien lo proponía.

Isabel, la razón por la que saltaba a lo desconocido.

—Hay que intentarlo —sentencié orgulloso de mi convicción.

Isabel aplaudió una infinidad de veces mientras sonreía con victoria.

—Eso va a terminar siendo un desastre —pronosticó negativo—, pero de igual manera sepárenme un boleto.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top