Capítulo 14
Quizás mi mamá no exageraba cuando decía que había perdido un tornillo en los paseos de niño con papá. No le encontraba otra explicación a mi locura. Sentado, esperando en el local de hamburguesas por un turno para hablar con el gerente.
Definitivamente mientras uno se va apasionando va perdiendo el sesos en el trayecto. Me pregunto si quedaría alguno por el camino.
Era domingo por la mañana, Susana estaba a mi lado entretenida en el balanceo de sus pies en los escasos centímetros que el suelo le daba espacio. Pretendía no tardar mucho en ese encargo, después de eso nos iríamos a perder el tiempo a la playa y antes de la tarde a trabajar. Era un plan sencillo, al menos para mí.
—¿Por qué estamos aquí? —me cuestionó por quinta vez, como si la respuestas anteriores no le convencieran del todo.
—Tengo que hablar con alguien —contesté al pasar mis ojos de ella a la puerta de la cocina.
Me habían pedido que esperara un minuto porque tenía que despachar a un par de clientes. No le metería en problemas, sobre todo cuando estaba por pedirle una mano.
—Últimamente te encargan tareas muy raras —escupió Susana. Mantenía esa actitud de querer sacarme la verdad, como si con entrecerrar un poco la mirada y hacer un puchero pudiera convencerme de soltarlo.
—En la preparatoria así son de locos —respondí para que dejara de hablar. Esperaba funcionara esa típica estrategia de mencionar que con los años lo entendería para detener la cadena de interrogantes que una curiosa Susana podía planear en cuestión de minutos. No entendía cómo lograba hablar tanto.
—Entonces ya quiero ir —anunció alegre mientras sus manos daban pequeños aplausos hacia un público imaginario.
Observé alrededor, apenas había tres personas colocadas en mesas al azar que clavaban sus dientes a sus hamburguesas con un hambre voraz que me provocó envidia. Sí, definitivamente nadie tenía interés en la función que estábamos dando.
—No sabes lo que dices. La primaria es mucho mejor. Ahí no tienes que soportar toda clase de profesores, tareas y a tus compañeros que tienen el cerebro del tamaño de una lenteja.
—¿Tú estudiaste la primaria? —me preguntó divertida mientras asomaba una risita que estaba intentando contener.
Sí, búrlate del anciano.
Estuve a punto de responderle con alguna broma sin sentido cuando el sonido de unos pasos llamaron mi atención. Era un hombre de camisa clara, veraniega, pantalones formales y gorra. Cargaba un tiraje de papel en su mano derecha mientras con la otra se abanicaba. Entró por la amplia puerta con una sonrisa que me dio escalofríos, no estaba acostumbrado a recibir tanta amabilidad a la primera.
—Quiero invitarte a la inauguración de Cielo Nocturno a mediados de octubre —soltó de pronto al acercarse a nuestra mesa sobresaltándome. No esperaba llegara tan rápido, pero por la velocidad de sus palabras deduje que tenía prisa—. Está muy cerca de aquí. Anímate a ir, chavo. Todo mundo está invitado, así que si conoces a alguien también te lo llevas.
—¿Cielo nocturno?
No tuve chance de hablar, ni siquiera de suponer una dirección porque no era un juego de adivinanzas, sus manos me entregaron uno de los tantos folletos que aprisionaba. En las letras se repartía el resto de la información.
Asentí aun cuando su interés ya estaba mesas más adelante, regalando el mensaje con la misma efusividad.
—¿Es un dibujo para colorear?
La esperanza en la voz de mi hermana apenas pudo robar algo de mi concentración.
En un mes y medio abrirían el local de bebidas que protagonizaba las pesadillas de mis tíos en las últimas semanas. La lucha por ganarle la guerra al negocio empezaba oficialmente ahora que había un fecha. No estaba seguro de poder superarles después de ver el diseño del exterior.
Pintaba como esos bares de la capital, más modernos y sofisticados, con luces, bocinas enormes y letreros que anunciaban una revolución. Al menos eso me contó Manuel que los conocía, según él, eso antes de agregar que ya existía otro lugar para variar de ambiente. Qué divertido.
Bahía Azul no tenía las armas suficientes para robar la atención a su competidor, pero todos nos habíamos abrazado a la idea de que con el pasar de los días a la gente se le pasaría la emoción y volvería a la costumbre. Una idea loca y nada segura.
Escuché las patas la silla levantándose un poco cuando Susana tamborileó para alcanzar a ver lo que me tenía perdido, apenas tuve oportunidad de sostenerla. ¿De dónde sacaba esa habilidad de accidentarse en menos de un minuto?
—Muy bonito, muy bonito. ¿Quién te dio permiso de andar dejando tu propaganda barata en mi negocio? —Reconocí su voz al salir por la ventanilla. Del grito que pegó casi solté a Susana.
Don Tito tenía ese mismo semblante molesto con el que parecía haber nacido, pero que se endurecía en ocasiones. No sabía si su cara rojiza era producto del calor o el coraje.
El hombre que seguía repartiendo la publicidad se quedó estático por unos segundos, pero recuperó su seguridad mientras se encaminaba a la salida.
—No se enoje, don, termino esto y me voy —le explicó manteniendo su sonrisa. Sus manos incrementaron la velocidad para poder entregar el resto de los papeles—. Quiero irme temprano a casa.
—Y yo quiero verte fuera de aquí. Ya —le hizo saber enfatizando lo último. Sus ojos se clavaron con rudeza en la mirada del otro y este entendió que no era un juego por lo que soltó un suspiro de frustración antes de alejarse del sitio.
Fue un milagro que me pusiera de pie y lograra interceptarlo antes de que abandonara el local.
—¿No quieres que te ayude? —propuse. La sonrisa de su rostro apareció rápido igual como se marchó—. Si me das veinte pesos puedo terminar por ti...
—Quítate, amigo.
Lo único que recibí de él fue el golpe en el hombro para que me hiciera a un lado.
Al menos lo intenté.
—¿Y tú qué quieres? —Esta vez el golpe era para mí. Iniciaba el nuevo round y yo ya sentía el knock out.
—Quería preguntarle si no necesita ayuda en el local los lunes, ya sabe, limpiar algo, ayudarle en la cocina, barrer —cuestioné cuidadoso mientras me asomaba a la ventanilla para hablarle con firmeza. La distancia no era de ayuda para el volumen de mi voz, pero prefería que nos dividiera una pared por si las cosas se ponían feas.
—¿Necesitas dinero? —chistó estudiándome, esperando mi respuesta con más atención de la que hubiera gustado—. ¿Para qué?
—No es para nada importante...
—Dime para qué o puedes irte largando ya —me informó tan amable como siempre volviendo a lo suyo. Pude haber mentido y quizás no lo notaría, ¿cuántas posibilidad había de que se enterara? El sonido del cuchillo al cortar una cebolla a la mitad me hizo pasar saliva. Tenía una fuerza envidiable para su edad.
—Necesito comprar un casete —confesé de sopetón ignorando una mejor definición. Tal vez una que lo conmoviera hubiera funcionado, pero ni siquiera sabía si Don Tito tenía lágrimas.
—¡Vete al diablo!
—Sé que suena tonto, pero es para una buena causa —me apresuré a aclarar, aunque no fuera una verdad del todo.
—¿Buena causa?
La pregunta se repitió en mi cabeza. La mirada de Don Tito no ayudaba nada a la creatividad.
—Pues... Es para la abuela de la cuñada de mi vecina. Ella ama la música y quedé de comprarle un sencillo que le encanta, sería como una especie de sorpresa —le expliqué de improviso.
Trabajando en Bahía Azul, donde convivía a diario con personas que bebía más de lo recomendado y que tenían una imaginación de cuidado llegué a una conclusión: esa era sin duda la peor historia que me pude inventar. Incluso para mí que había oído de todo. Cuando observé cómo cambió su expresión a una más sería lo confirmé. Ya podía escuchar su negativa.
—¿Y es guapa? Hablo de la señora, ¿es guapa? —repitió al contemplar mi cara de espanto. Comprendí que hubiera preferido que me describiera como un mentiroso que necesitaba atención que a esa incómoda pregunta.
—Em... Pues... No sé, supongo que para los de su edad. —Fue lo único que logré formular mientras mi mano acariciaba con torpeza mi brazo en un intento de ocupar mi mente.
—¿Y está casada?
Vaya pregunta.
—Pues... No, creo que no. No somos amigos tan cercanos —especifiqué para detenerlo, no fuera a ser que las siguientes fueran más personales.
¿Qué se supone que debía saber?
—No te creo —concluyó antes de darse la vuelta para volver a la parrilla. ¿Qué? Me hice espacio por la estrecha ventanilla para que entendiera que tenía más pruebas, algo me inventaría, pero antes de eso Don Tito añadió el golpe final—, pero si me consigues una cita con ella el trabajo es tuyo.
—¿Eso no es ilegal?
Ya saben, forzar una situación romántica para conseguir algo a cambio.
Lo era, al igual que su última palabra, de mi respuesta dependía si conseguía la música o intentaba con otra cosa. Pensé en Isabel, en la sonrisa de su última visita. No tenía otra opción para elegir, al menos en ese momento, me resigné a la única respuesta disponible.
—Está bien, yo le consigo la cita.
Solo Dios sabía de dónde iba a convencer a una persona que aceptara salir con un completo extraño, pero había que arriesgarme porque de lo contrario jamás obtendría el puesto. Todos los demás me exigirían ir toda la semana y no podía dejar Bahía Azul, sobre todo ahora que la competencia venía a hacernos pedazos.
Don Tito quedó satisfecho con mi afirmación tanto que me dio el trabajo de enseguida, sin muchos peros, ni preguntas de por medio. El local se mantenía cerrado los lunes, el martes solo se abría para limpiar y el miércoles empezaba el ruedo, pero el hombre decidió cambiar por las próximas semanas el manual programado.
Ahora solo tenía que conseguirle una cita, sortear las dudas que surgieran, conseguir el dinero y atreverme a realizar la sorpresa.
Eso era pan comido, más pan que comido.
El lunes siguiente acudí al local con la esperanza de que las ganas me fueran suficiente para ser de ayuda. Le saqué un buen número de canas verdes al hombre en un inicio cuando me asignó las tareas.
La primera vez que estuve ahí no me pareció un sitio tan pequeño, pero ya con los platos sucios, las cubetas de agua y las escobas, el aire acondicionado que colgaba del techo resultaba insuficiente ya que regalaba más ruido que aire.
—¿Ya están listas? —gritó Don Tito a su hermano por la ventana para avisarle que le pasara un par de cubetas con jabón que el otro había salido a llenar. Primero nos encargaríamos de la cocina, después me tocaban los baños. No pueden imaginarse la emoción que me embargaba. En el primero aviso solo levantó la voz, ya para el segundo mi oído resintió la resistencia de sus cuerdas vocales.
—Deja de ignorarme hijo de... —La palabra quedó en el aire cuando se percató de la presencia de Susana que lo observaba curiosa. Restregó con frustración su rostro y se mordió la lengua para no perder los nervios. Era gracioso ver los intentos por contenerse. Yo no se lo había pedido, pero supongo que ver la atención que le dedicaba mi hermana lo obligó a ponerse una nueva norma.
Al principio no tomó de buena manera que Susana me acompañara en la jornada porque no le caían bien lo niños, de hecho, según sus propias palabras los odiaba, pero cedió cuando le expliqué que no sabía con quien dejarla. Era el único día que mamá descansaba, no podía cargarle más la mano. Además, mi hermana estaba siempre a mi lado por lo que no podía pasarle nada. Cuando me ocupaba de los trastes sucios se quedaba sentada en una silla que instalé en la esquina para tenerla vigilada, ahí se la pasaba hablando de animales o problemas del colegio. Yo no recordaba tanto drama en la escuela.
—Fuiste al maldito océano por el agua o qué, pedazo de inútil.
—Uy, alguien anda de mal humor —rio Sergio, su hermano, al lanzarle a la cara el trapito que traía consigo para fregar los muebles. Lucía realmente feliz de haber acertado.
Sergio era el menor, un tipo alegre y despreocupado, que se la pasaba bailando cada dos pasos, no importaba qué estuviera haciendo. No se parecía físicamente a Don Tito, o tal vez llevarle veinte años impedía que reconociera un rasgo similar. Él era unos centímetros más alto, con un bronceado de un buen número de horas, un leve brote de cabello negro que cubría su calvicie y una barriga que movía simulando que tenía vida—. Relájate, viejo, estamos en la costa, se supone que aquí la vida es más sabrosa.
—¡Tito, Tito, capotito, ya terminé! —celebró Susana cortándole la inspiración mientras daba saltos de una esquina a la otra. Le había entregado un trozo de tela para que limpiara una mesa de la esquina que ya me había ocupado yo antes, solo para que se entretuviera, porque si no se ponía a hacer algo no estaba a gusto.
—Wow, que limpia quedó —la felicitó levantando su pulgar con una ligera sonrisa, pero al notar que estaba sacando su lado noble a la luz carraspeó y volvió la vista hacia a mí—. A los baños, Lucas.
Maldije en voz baja antes de encaminarme al matadero. Susana me siguió cantándose una canción extraña sobre pollos. Cuando cerramos la puerta de la cocina pude escuchar desde afuera todos los gritos de Don Tito, que ahora con total libertad, soltaba. Pobre hombre, antes no le explotó el pecho.
—Le diré a mamá que Tito, Tito, capotito, me felicitó por ser la mejor limpiadora de mesas de todo el mundo —anunció mi hermana mientras hacía una pose de superheroína a punto de recibir una conmemoración.
—No puedes decirle a mamá, ¿recuerdas? Ya sabes que si se entera que estoy trabajando aquí se va a molestar, me dirá que deje de fregar baños y platos para ser pescador —le refresqué la memoria. Era un secreto. Según mamá, Susana y yo nos la pasábamos genial tirados en la arena, jugando a coleccionar rocas—. Y ya sabes por qué no puedo ser pescador.
—Sí, ya sé. Mamá siempre dice que porque eres un... Un... Un... Ya no me acuerdo de que palabra usa —se lamentó de su falta de buena memoria—. Pero creo que era algo bueno.
Para nada.
—Bueno, si la recuerdas, no la repitas, por favor —le pedí, no quería que se le hiciera costumbre llamarme así. Esperaba que cuando creciera pudiera entenderme, al menos ella tenía que hacerlo.
Susana podía ser una perfecta mentirosa si se lo proponía.
Camino a casa me había dicho que estaba tan cansada que no podía ni con sus propios pies por lo que la cargué hasta el umbral, pero apenas empujé la puerta saltó como si tuviera resorte y se puso a saltar como si nada. A la próxima llevaría la bicicleta aunque eso levantara sospechas.
—Mami, mami, mami —la saludó Susana abrazando sus piernas cuando mamá salió de su recámara al oírnos llegar. Mi madre se agachó para quedar a su altura y que la llenara de mimos. El afecto que mostraba a mi hermana siempre me hacía recordar cuando era pequeño y era así conmigo, antes de que comenzaran los problemas. Mamá podía ser tan afectiva como exigente, la primera faceta era adorable, la segunda se alejaba de ser agradable.
—Hueles a jabón —dedujo antes de volver a abrazarla para olerla mejor. Susana rio despreocupada al creer que quería hacerle cosquillas—. A mucho jabón. —Su mirada, que había heredado mi hermana, reparó por primera vez en mí en busca de una explicación.
—Es lo que pasa cuando uno se baña bien —solté porque era lo primero que se me ocurrió—. Ya te ayudo con la cena —dije para zafarme del asunto antes de que el chiste le diera gastritis y las cosas se pusieran feas.
Me adentré en la cocina dejando a mamá desconcertada y a Susana hablando sobre el uso de la esponja.
—Lucas.
La manera en que pronunció mi nombre me anticipó que venía a terminar el juego que hace rato había empezado. Las manos en su cintura, con actitud retadora, me hizo perder el hambre.
—No sé qué estoy preparando, pero está quedando muy bueno —señalé mientras cortaba un par de cosas que había encontrado en el refrigerador. Solo Dios sabía qué pensaba hacer con tomate y cebolla, pero confiaba que eso fuera suficiente para distraerla. Me equivoqué, mamá era más terca que yo—. Creo que puedo convertirme en cocinero profesional.
—Lucas.
—Aunque para eso se necesita mucho dinero. Bueno, empezaré con una fonda y después...
—Lucas.
—Iré escalando. Metas pequeñas primero, luego...
—Lucas, algo está pasando y quiero saberlo. No, no, exijo saberlo —me ordenó al plantearse frente a mí para que dejara de hacerme el tonto.
—No pasa nada, mamá... Nada grave —corregí para que entendiera que se trataba de algo simple, de esas travesuras que se pueden perdonar. Sus ojos recorrieron mi rostro en busca de la verdad, pero no le permití notar que temía a su reacción, eso fue suficiente para que suspirara derrotada para utilizar otra estrategia.
—Me preocupas, Lucas. Mucho. Si algo malo te pasa, a ti o a tu hermana, no sabría qué hacer —mencionó con suavidad, escucharla así no me sentó bien—. Aun así como eres te quiero, más de lo que tú crees.
—Voy a estar bien —le aseguré para que apartara de su cabeza las mortificaciones—. Y voy a cuidar a Susana, mamá. No te preocupes por mí —repetí con una sonrisa antes de volver al congelador para fingir que buscaba algo, cualquier cosa serviría. No quería seguir viendo los ojos de mamá atormentados por mi culpa—. Además, tengo un buen presentimiento. Creo que las cosas que se vienen serán buenas.
—Yo también tengo un presentimiento —me compartió casi en un susurro—, pero el mío no es tan alentador.
No habló más, salió de la cocina dejándome pensativo. Esperaba que por primera vez en mi vida la moneda quedara a mi favor.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top