Capítulo 32: El destino hace lo suyo
Seis meses después
La vida tenía una manera graciosa de recompensar todo lo malo que me había arrojado durante los últimos meses. Ahora mismo estaba terminando de empacar las últimas cajas, guardado toda mi habitación en cajas distintas, preguntándome si todo cabría en el camión de mudanzas. En los últimos meses había tomado la decisión de mudarme, pero no estaba seguro del todo. Hasta que mi jefa, Madison Cole, de la editorial Coleman me comentó que abrirían una nueva sucursal en una ciudad cercana a donde yo vivía, a tan solo cuarenta y cinco minutos de aquí.
Lo vi como una oferta del destino para hacer las paces.
Así que tomé el trabajo y le comenté a mis padres sobre mi mudanza. Al principio se mostraron renuentes, pero terminaron aceptando al darse cuenta de que era lo que yo realmente quería, y estaban muy felices con mi decisión.
Así que aquí estaba ahora, subiendo las cajas al camión con la ayuda de los chicos que había contratado para mudarme. Los mismos chicos que luego me ayudarían a descargar todo en el nuevo apartamento que alquilé en la otra ciudad, dispuesta a comenzar una nueva vida junto a Kiwi.
A estas alturas mi mamá ya se había enterado de que él ya vivía con nosotros al entrar un día a mi dormitorio sin tocar la puerta y encontrándose con él. Por suerte, eso había ocurrido días atrás, así que con la idea de mi mudanza mamá no tuvo otro remedio que esperar a que me fuera para irme con mi pequeño.
Kara estaba triste por mi partida, al igual que Kylan, pero les aseguré que podrían visitarme siempre que quisieran. No habría ningún inconveniente.
Otra cosa sorpresiva del destino fue Kylan.
Sus malas acciones tuvieron consecuencias. Una de ellas fue Amber.
Ambos habían engañado a Henry y se enrollaron a escondidas. Henry había roto con Amber luego de enterarse, y luego, ellos dos habían decidido iniciar una relación a sabiendas del dolor de Henry. Siempre supe que Amber estaba enmaromada de mi hermano, pero nunca creí que fuera posible para ella engañar a su novio. Supongo que las personas cambiaban, para bien o para mal. Eso era seguro.
Mientras viajaba en mi auto a mi nuevo destino, me pregunté qué más cosas me depararía el destino.
No tuve que esperar mucho.
Al llegar al nuevo edificio, lo primero que hice fue tomar la correa de Kiwi y dirigirlo adentro mientras cargaba conmigo una mochila. Entré al vestíbulo, saludé al conserje de turno y me dirigí al ascensor. En el camino Kiwi corrió soltándose de mi agarre y yendo hacia una chica de espaldas de mí, esperando también el ascensor.
Me acerqué por instinto, algo me decía que la conocía.
Cuando ella volteó para acariciar a Kiwi me di cuenta de que era Ruby.
Mi Bizcochito.
¿Pero qué estaba haciendo aquí?
Hacía meses que no sabía nada de ella, era como si la tierra se la hubiera tragado y nadie supiera nada de ella. Pasé meses intentando contactarla, pero mis esfuerzos no surtieron efecto y lo dejé, diciendo que el destino sabía por qué hacía las cosas.
Ahora estaba aquí, de pie delante de mí. Viéndose más preciosa que nunca.
Su cabello castaño había crecido y ahora colgaba sobre sus hombros cubriéndole gran parte de sus pechos y cayéndole por la cintura en ondas grandes. Sus usuales ojos azules estaban asombrados de verme delante de ella. Vestía unos vaqueros ajustados y una chaqueta de punto azul que combinaba con sus ojos.
Al verme se cayó al piso, cayendo literalmente de trasero, botando algo al suelo.
Su sorpresa era tanta se quedó así, mientras yo permanecía de pie.
—¿Ruby? —susurré como si estuviera viendo un espejismo—. ¿Realmente eres tú, Bizcochito?
Me acerqué mientras Kiwi se levantaba en dos patas para apoyarse en Ruby y mover su cola como un loco. Levanté una mano y se la tendí, ella la tomó con mucho gusto y una corriente eléctrica me sacudió todo el cuerpo cuando nuestras manos se tocaron. Ignoré aquella sensación mientras la ayudaba a ponerse de pie.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con nerviosismo. Sus mejillas adoptando un profundo sonrojo que se me hizo muy tierno en ella.
—¿Qué hago yo aquí? —repitió divertido—. ¿Qué haces tú aquí? Yo vivo aquí. Bueno, viviré aquí. Me estoy mudando.
Señalé hacia atrás, a la acera, donde los hombres que contraté descargaban mis cajas y demás cosas de la camioneta.
—¿Tú mudándote? —Frunció su bonito ceño—. Yo vivo aquí, pero tú... no puede ser. Hoy fui a visitar a mis padres y Kylan estaba ahí... con Amber.
Mis ojos se abrieron al oírla.
—Solo yo me estoy mudando. Necesitaba una independización y alejarme de ahí.
—No lo entiendo —murmuró con torpeza.
—Bueno... desde siempre quise independizarme. Y vi la oportunidad perfecta cuando en la editorial abrieron una sede aquí. Me apunté y al instante me aceptaron. Así que... aquí estoy.
—¿Por qué aquí? —Hizo una mueca, como si yo hubiera hecho algo malo.
Imité su gesto mientras suspiraba, pasándome una mano por el cabello para despeinarme y volver a arreglar, una señal mía de nerviosismo.
—Te juro que no sabía que vivías aquí.
Y saberlo fue sorprendente.
El destino no se cansaba de golpearme.
Iba a responderme pero apareció una señora junto su esposo, agarrados de la mano, presionaron el botón del ascensor y esperaron a nuestro lado mirándonos con curiosidad.
—Creo que necesitamos hablar de esto en otro lado —dijo ella mirándome con seriedad.
—Claro. —Mis cejas se alzaron, sorprendido al oírla—. Cuida a Kiwi un momento. Hablaré con los chicos.
Sin esperar respuesta corrí fuera, con la mochila al hombro, y dejando a Kiwi con mi Bizcochito. Los chicos de la mudanza estaban descargando mis cosas, me acerqué al conductor que era el jefe de los demás y lo llamé a un costado.
—¿Puedes esperarme un momento? Tengo algo que hacer.
Su rostro se arrugó.
—¿Cuánto tiempo?
—Quince minutos, no más.
El chico asintió de acuerdo.
Yo corrí como poseso dentro del edificio notando que Ruby no se había ido y seguía con Kiwi en el mismo lugar que los dejé. La pareja de antes que esperaba el ascensor ya no estaba. Caminé hacia ella con una sonrisa confiada y llamé su atención.
—Ahora sí. Vamos.
—¿Qué hiciste? —preguntó con curiosidad.
—Les dije a los chicos de la mudanza que esperaran. Iban a subir mis cosas pero más importante es hablar contigo.
Presioné el botón del ascensor mientras ella asentía, de acuerdo. Nos quedamos callados ante las puertas metálicas cerradas, ambos absortos en nuestros pensamientos. Yo preguntándome qué le diría, había tanto por decirle que estaba aterrado sin saber por dónde empezar. La había estado buscando por meses y por fin la habría encontrado. Todo lo que quería hacer era besarla y abrazarla, decirle lo mucho que la había extraño y que su aroma a vainilla nunca me había dejado, pero creía que era demasiado para ella para similar.
Las puertas metálicas por fin se abrieron, Kiwi entró detrás nuestro mientras ella llevaba la correa con una pequeña sonrisa nerviosa hacia mí. Dentro del ascensor presioné el botón siete para ir a hablar a mi piso pero ella emitió un jadeo.
—¿Qué? —pregunté confundido.
—¿Vives en el séptimo piso? —preguntó confundida. Asentí, preguntándome de qué se trataba la pregunta, pero ella rápidamente me contestó—. Yo vivo en el sexto piso.
Joder.
—Al parecer es el destino —respondí entre risas, muy divertido.
—Ni que lo jures —dijo ella con ironía y resoplando.
El ascensor se detuvo en mi piso. Salimos de la caja metálica y fuimos hasta la última puerta caminando por el pasillo desierto, excepto por la maceta con una bonita planta verde fuera de mi apartamento. Metí la llave guardada en mi bolsillo trasero y abrí la puerta. El lugar estaba vacío, pero aún así prefería hablar con ella aquí que en la calle.
Kiwi entró corriendo olisqueando su nuevo hogar.
Ruby entró detrás, mirando a su alrededor.
—Perdona si no tengo muebles para sentarnos. Acabo de comprarlos y están abajo esperando —murmuré con una pequeña sonrisa de disculpas.
—Esta conversación puede esperar.
Negué.
Ruby no podía escaparse así tan rápido cuando ya la había encontrado.
—No. No puede, Bizcochito. —Hice una pausa al verla sostener una bolsa de plástico. Señalé la isla de la cocina abierta de estilo americana—. Puedes dejar eso allí.
Caminó, sus pasos haciendo eco en la silencioso y vacío apartamento. La miré sin poder apartar mis ojos de ella, era como si estuviera viendo un espejismo y no quería apartar mis ojos de ella por miedo a que desapareciera.
—¿Por qué te fuiste? —pregunté, notando que la conversación que tanto tiempo nos demoramos en tener, sucedía.
Quitó su mirada del suelo y la levantó. Se sorprendió al verme tan cerca, pero no se alejó. Bien, esa era una buena señal.
—Quería cambiar de ambiente. Lo necesitaba.
—Pero no te despediste —murmuré con una mueca haciendo una pausa—. ¿Estás con él?
Pasó un latido antes de que respondiera.
—No —susurró con las mejillas sonrojadas.
—Pero lo besaste. —Negué con la cabeza, sintiéndome un idiota por recriminarle cosas que no tenían sentido. Ya no estábamos juntos, no tenía que pedirle explicaciones—. Lo siento.
—¿Por qué lo sientes?
—Por no haber peleado por ti lo suficiente. Por haberte dejado ir sin pelear.
—Necesitábamos tiempo. Tú necesitabas tiempo.
Me quedé unos segundos en silencio absorbiendo sus palabras.
—¿Puedo preguntarte algo? —preguntó ella con una mueca en los labios—. ¿Acaso Kylan y Amber están juntos?
Apreté mis labios juntos antes de asentir.
—Sí. Estuvieron justos unos días después de la fiesta de Henry. —Carraspeé—. Al parecer estuvieron juntos antes. Henry se enteró de eso y la botó, fue un desastre. Pero ahora ella y Kylan están juntos y felices.
No me gustaba nada esa pareja, porque habían dañado a Henry y no estaba bien. Pero no podía hacer nada por separarlos, no era mi vida. Y no quería inmiscuirme en algo que no era asunto mío.
—Pobre Henry —susurró Ruby apenada, con la cabeza gacha—. Esa perra tuvo el descaro de engañarlo. —Hizo una pausa al darse cuenta de sus palabras—. Kem...
—Tienes razón, Ruby. Los que son infieles no tienen perdón.
Levantó una mano, negando.
—Yo no dije eso.
—Lo siento. No pretendía... —Suspiré sin saber qué más decir.
Meses de separación y me ponía como un idiota al estar a su alrededor. Era un completo patético. La vi acercarse a mí, poniendo una mano en mi mejilla y mirándome directamente a los ojos. Mi corazón empezó la loca carrera de latir fuerte al sentir su piel en la mía.
—¿Ya te perdonaste, Kem? —Cerré los ojos con aquella deliciosa sensación de su mano en mi mejilla—. Lo siento, yo no...
—Lo hice, Bizcochito. —Agarré su mano, deteniéndola, sin querer que dejase de tocarme. Nunca podría cansarme de su toque, era electrizante y al mismo tiempo sanaba mis heridas—. Estos meses separados de ti fueron mi infierno. Era el karma o alguna mierda que me devolvía todo lo malo que te había hecho. No sabía dónde estabas o a dónde te habías ido. Nadie sabía nada. Te busqué, Ruby. Lo juro. Pero tus padres no quisieron darme la dirección, y eso fue una señal para mí de que ya no me querías en tu vida. —Tomé aire y me llené de valor, continuando con mis palabras—. Así que decidí irme de ahí, tu recuerdo me perseguía y me dolía seguir en ese lugar donde te conocí, sin ti. Así que cuando te vi aquí, no podía creerlo. No sé si sea el destino o Dios, pero les agradezco mucho a ambos de ponerte en mi camino. Porque sé que lo nuestro es real, y no importa la mierda que te he hecho, porque cada día de mi vida voy a compensarte y amarte mucho. Borraré cada herida en ti hasta que solo quede mi amor. Lo haré, Bizcochito, porque te amo. No sabes cuánto te amo.
Las lágrimas se acumularon en sus ojos azules. Ruby empezó a llorar de un momento a otro sin poder detenerse.
—Así que... es todo o nada, ¿qué eliges, amor? —pregunté.
—Lo quiero todo —susurró a centímetros de mí. Yo también tenía el rostro lleno de lágrimas, me las sequé antes de bajar mi rostro al suyo y pegar mi frente contra la suya. Y repitió contra mis labios: —Lo quiero todo.
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