Capítulo 30: Pedir perdón
Aquella noche apenas pude dormir.
Me quedé en mi dormitorio, sentado en la cama con la cabeza hacia bajo, pensando en todo lo que había ocurrido aquel día. Tenía un peso en los hombros que no me dejaba hacer nada, como si estuviera atascado en aquel momento y nadie podía sacarme de mi estupor.
Lo de Ada me había afectado demasiado.
—Ey. —Una voz me alertó de la presencia de alguien en mi habitación. Alcé la cabeza con lentitud para ver a Ruby parada frente a mí con una pequeña sonrisa en sus labios—. ¿Podemos hablar?
¿En qué momento había subido?
Estaba tan absorto en mis pensamiento que apenas la había notado.
Seguro podía notar mis ojos llorosos y rojos por haber llorado por largo rato. Traté de sobarme el rostro pero era en vano, nadie me quitaría el sufrimiento en mi expresión.
—Sé que nos oíste —murmuré sonriéndole de lado. Mi Bizcochito estaba aquí, conmigo, eso era suficiente para que reaccionara—. Te vi correr alejándote.
Sus mejillas se sonrojaron.
—Lo siento, no quería...
Me puse de pie, toda mi altura la engulló. Así que bajé mi rostro hacia ella para mirarla directamente a los ojos. Aquellos ojos azules preciosos que yo tanto adoraba.
—No te preocupes, Ruby. Sé que no estuvo bien pero me alegra que escucharas aquello.
—¿Por qué?
—Porque no podría decírtelo cara a cara.
—¿Qué cosa?
Hice una mueca.
—La parte en donde te dejo ir.
—Acerca de eso...
—No —murmuré cortando lo que estaba diciendo—. No quiero repetírtelo. Cuando decidí aquello me mató, pero sé que así debe ser. Así tú podrás ser feliz. Sin mí pero al fin y al cabo feliz.
—¿Y tú? —preguntó.
—¿Yo? —Me señalé—. ¿Qué hay de mí?
—¿Tu felicidad?
—Eres tú, Bizcochito. A estas alturas ya deberías de saberlo.
Con las mejillas sonrojadas por mis palabras, Ruby se sentó a mi lado en el borde de la cama.
Cuando habló, su voz sonó temblorosa. La había puesto nerviosa.
—¿Cómo estás?
Me encogí de hombros.
—Lo estoy llevando.
—Honestamente... —murmuró inclinándose—. Luego de escucharte con Ada, no creo que estés bien, Kem. ¿Quieres hablar de ello?
Me tensé.
No sabía si podría hacerlo. Ruby era la chica que yo amaba, y aunque moría por contarle todo, hablar de esto con ella no era precisamente bonito. Porque incluían cosas del pasado que no quería rememorar, mucho menos con ella.
—No sé si quiera hablar de eso, Ruby, y menos contigo.
—¿Menos conmigo? —repitió con las cejas alzadas. Su rostro en una expresión dolida.
—No me refiero a eso —me apresuré a decir—. Pero no quiero hablar de Ada contigo. No me siento cómodo con eso.
Se quedó en silencio, asimilando mis palabras.
Luego alzó la cabeza, sonriéndome como si fuera mi confidente.
—Bueno..., imagina que soy tu amiga y cuéntame.
—Es difícil imaginarme a ti como amiga —murmuré sonriendo. Ella soltó un suspiro cansino, como si no pudiera creerse que bromearía—. Está bien, te lo diré. Me siento como una mierda.
—Kem...
—No, Ruby. Déjame terminar. Me siento la mierda más grande. No solo por lo que hizo Ada, sino también por lo que te hice. Todas estas semanas tratando de seguir adelante fueron lo peor. Nunca en mi vida estuve tan arrepentido de algo como lo estoy ahora.
—Lo que hiciste fue un error.
—El error más grande que hice porque te perdí.
—¿Sabes algo, Kem? Si las personas no cometieran errores, no serían humanos.
—Bizcochito... —murmuré compungido.
—No. Es cierto lo que digo, Kem. Los humanos cometemos errores. Está en nuestra naturaleza, por Dios. Pero está en cada uno arrepentirse de ello y pedir perdón. Tú ya lo hiciste, Kem. Me pediste perdón, y te perdoné. Le pediste perdón a Ada, y ella te perdonó. Solo falta que te perdones a ti mismo, porque si no nunca vas a avanzar. Te vas a quedar atorado en el error que cometiste y no vas a ver tu vida por delante. —Puso una mano en mi. Mejilla y giró mi rostro para que la mirara directamente—. Kem, tienes que perdonarte.
Mis ojos se aguaron, pero no dejé que las lágrimas cayeran.
—¿Cómo me perdono por hacerte daño, Ruby? ¿Cómo? No puedo...
—Shh —susurró con voz queda—. Solo tú puedes darte cuenta, Kem. Pero lo harás. Y cuando lo hagas, realmente podrás ser libre de tus acciones.
—Bizcochito...
Se inclinó besando mi mejilla, demorándose más tiempo de lo usual. Su aroma a vainilla de inmediato se impregnó en mí, logrando que mis sentidos dejaran de funcionar con aquel delicioso aroma.
—Yo ya te perdoné, solo faltas tú.
Apretó mi mano con delicadeza, sonriéndome como si no la hubiera herido.
Aquello fue suficiente para que mi corazón sangrara, y al mismo tiempo, se curara.
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