Capítulo 26: Risas descontroladas
El rostro de Ada se ensombreció cuando se fijó en Ruby.
La miré de soslayo, sin querer posar mis ojos en ella por mucho tiempo. Odiaba tener que verla, odiaba tener que mirarla. Era algo que me producía escalofríos, pero de una manera mala. No los escalofríos buenos que Ruby me ocasionaba cuando la besaba o estaba cerca de ella. Estos eran espasmos muy diferentes y que solo me producían rechazo hacia Ada.
Ruby carraspeó.
—¿Está Amber?
Milagrosamente Ada me ignoraba, sus ojos marrones estaban fijos en Ruby y solo en ella.
—Está en su habitación —contestó sujetando la puerta.
—¿Puedes llamarla? —preguntó Ruby con tono de voz suave. Ada asintió, reacia, pero abrió la puerta del todo para dejarnos pasar. No quería hacerlo, no quería estar cerca a Ada con Ruby presente. Mi Bizcochito se dio cuenta porque volteó a mirarme—. ¿No vas a entrar?
La miré a ella, luego a Ada.
Negué con la cabeza, entrar y estar ahí me recordaría lo que había vivido. El despertar asustado sin saber dónde estaba, el abuso de Ada, la furia que me recorrió al estar desnudo... Empujé esas imágenes y sensaciones fuera de mi mente y acepté, entrando tras de Ruby porque este día era su protector y quería estar alrededor de ella por todo el tiempo que era posible.
Ada se alejó en busca de su hermana mientras Ruby y yo nos quedábamos en mitad de la sala esperando por su mejor amiga. O ex mejor amiga. Debido a su traición, Ruby estaba molesta con Amber. Ella junto a su hermana hicieron acto de presencia minutos después, apareciendo por el pasillo y plantándose frente a nosotros.
—Veo que tus padres te dijeron. Si no, no estarías aquí.
Fruncí el ceño ante el tono mordaz de Amber.
Ruby asintió.
—Sí, me lo dijeron anoche. Te busqué en el colegio pero no estabas. Solo pude hablar con Kylan. —Hizo una pausa—. Y ahora vengo a hablar contigo.
Amber se cruzó de brazos.
—Si estás aquí para gritarme...
—No estoy aquí para eso —la cortó Ruby—. Solo quiero preguntarte algo, ¿por qué?
Amber al escuchar esa pregunta frunció el ceño, confundida.
—¿Por qué le dijiste eso a mis padres? —preguntó de vuelta Ruby con voz ronca, como si estuviera compungida. Quería extender mi mano y tocarla, pero la mirada de odio de Ada hacia ella me hizo frenar cualquier movimiento. No quería que la mirara de esa forma. No. No quería que la mirara y punto—. ¿Por qué les contaste de mi trabajo o de Kiwi? Creí que eras mi mejor amiga. Y eso no hacen las mejores amigas.
Amber abrió mucho los ojos.
—¿Me estás hablando de mejores amigas precisamente tú, Ruby? —murmuró con burla señalándose—. Tú que te alejaste desde que te enteraste lo de mi hermana con Kem. Tú que no quisiste estar con nosotros, tus amigos, en el colegio y te escondías. Tú que te alejaste de nosotros por algo que no habíamos hecho. Así que, no sé quién de nosotras falló porque tú fuiste la comenzó todo.
No pude aguantar más. Extendí una mano y la coloqué sobre el hombro de Ruby.
Eso fue suficiente para que reaccionara.
—Amber..., estaba mal, por Dios. Recién había pasado lo de Kem y quise alejarme de todo y de todos. ¿Con que ganas iba a estar con mis amigos si lo único que quería era llorar? Tal vez fui descuidada con ustedes, pero nunca les fallé como amiga. Así que no te hagas la víctima y responde de una vez por qué hablaste con mis padres.
Ada que estaba detrás de Amber, se puso a su lado y al ver que su hermana se demoraba en responder, ella decidió abrir la boca.
—Mi hermana también estaba afectada. No solo sufriste tú, Ruby. Todos aquí lo hicimos.
Ruby la miró sin entender por qué se metía. Yo tampoco lo entendía.
—Ni siquiera sé qué haces tú aquí —respondió mi Bizcochito—. Esta es una conversación entre Amber y yo. No te metas, por favor.
—Esta es mi casa —respondió Ada cruzándose de brazos y expresión furiosa—. Y Amber es mi hermana, la defiendo tanto como quiera.
Ruby, por el bien de todos, decidió ignorarla. Todos lo hicimos, pero Amber fue más astuta y habló, para nuestro desconcierto.
—No sé qué haces con Kem —dijo ella con el ceño fruncido pero sin perder la sonrisa comemierda—. El chico que te engañó con mi hermana. Van a tener un bebé y ahora mismo no pintas nada en ese cuadro.
Mi interior se llenó de furia y pavor por las palabras malintencionadas de Amber. No podía permitir que le hablase así a mi chica, y mucho menos que le recordara la mierda en la que Ada me había metido. Así que me coloqué delante de Ruby para servir de escudo ante estas hermanas ponzoñosas.
—Lo que siento por ti y por tu hermana es lo mismo: tristeza. Porque las dos son un par víboras que solo saben decir cosas malas de las personas —hablé con voz letal, señalándolas—. Y lo que siento por Ruby va más allá del amor, haría cualquier cosa por ella y eso incluye a ustedes. No me importa nada, solo ella, así que tengan cuidado la próxima vez de cómo le van a hablar o tratar.
Casi me carcajeé al ver sus rostros atónitos.
Ruby se colocó a mi costado.
—Para que sepas Amber —dijo mirándola con lástima—, eres una pésima persona, confíe en ti pero me traicionaste. Creí conocerte pero ahora ya ni sé quién eres.
La vi levantarse el cabello y luego sacar un collar de plata de su cuello. Se lo tendió a Amber, que lo cogió confundida, y luego se alejó pasando por mi lado y saliendo de aquella casa.
Con una última mirada de furia, miré a Ada antes de alejarme e irme tras Ruby.
☾ ☾ ☾
Al entrar al apartamento de Ruby y cerrar la puerta a mis espaldas, sentí la fuerza de un abrazo de su parte. Me quedé quieto, estoico, por una milésima de segundo confundido por esa acción. Pero rápidamente me recompuse y rodeé su cuerpo con mis brazos, apretándola con fuerza contra mi pecho. Su cabeza estaba a la altura de mi corazón, si pudiera acercarse más y atender, podría oír los latidos fuertes y constantes de mi corazón.
Como cada vez que estaba cerca a ella.
—Gracias —susurró muy bajito. Apenas la oí mientras bajaba la cabeza y enterraba mi nariz en su cuello, oliendo su aroma a vainilla delicioso, logrando que me mareara por su olor. Si pudiera, me quedaría para siempre en aquella posición, pero a Ruby le hizo cosquillas mi nariz y se alejó, sonriendo y dejando su bolso a un costado de la mesa del comedor.
Me apoyé en la encimera de la cocina, viéndola abrir puertas de la alacena, sacar cosas y tener todo organizado sobre la isla. Cogió verduras del cesto y otras del refrigerador, cortándolas con el cuchillo. Todo en completo silencio, como si el abrazo de antes nunca hubiera sucedido.
La miré, sonriendo, embelesado con ella. Con su belleza.
—¿Qué?
Sonreí ante su tono a la defensiva.
—Nada..., solo estaba pensando.
—¿Pensando en qué?
Me relamí los labios antes de contestar.
—Solo pensaba en lo preciosa que estás. —Sus mejillas de inmediato se pusieron rosadas por mis palabras. Bajó la cabeza, avergonzada. Hice una mueca—. Lo siento.
—¿Por qué?
—No quería hacerte sentir incómoda.
Sonrió, mostrándome que aún podía hacerla sonreír. Eso significaba que lo nuestro aun no estaba perdido, ¿verdad?
—No me sentí incómoda, solo que..., no sé cómo manejar esta situación.
La entendía más que nadie. Yo tampoco sabía cómo actuar alrededor de ella. Quería extender mi mano, atraerla hacia mí y besarla. Pero eran cosas que no podía hacer, y conformarme con ser su amigo no bastaba, no para mí. Quería mucho mas de ella. Siempre lo quise.
—Lo sé —murmuré asintiendo.
Nos quedamos en silencio, absorbiendo mis palabras. Extrañamente el silencio no se sintió pesado o incómodo. Me coloqué a su lado y juntos cocinamos, bueno, lo hizo ella. Yo solo le ayudaba a picar verduras y hablar sobre el colegio. La escuché contarme sobre su trabajo en la cafetería, algo que le gustaba mucho y que le apenaba dejar. No discutimos temas incómodos y sobre todo no hablamos sobre el gran elefante en la habitación.
Minutos después almorzamos y luego me autodenominé el que lavaría los platos. Era lo más justo, Ruby cocinaba y yo lavaba. Mientras lo hacía, Ruby se quedó a mi lado, tomando un paño seco para todos los platos mojados. Yo iba poniendo los platos mojados en la encimera y ella los secaba para luego acomodarlos a un costado y guardarlos en las compuertas de la cocina.
—El almuerzo estaba delicioso —murmuré mientras fregaba un plato.
—Gracias. —La vi sonreí de soslayo—. Mamá me enseñó a cocinar.
—Pues es una estupenda cocinara, al igual que tú —alagué mirándola sonriente. Luego volví a mis quehaceres. El silencio se extendió hasta que volví a romperlo—. Lo que pasó hoy arriba...
—¿Sí?
—Lo que dije lo decía en serio, Ruby —afirmé con determinación—. No dejaré que nadie te haga daño. Lo golpearé si sucede.
—Entonces creo que deberías golpearte a ti mismo.
Su rostro se ensombreció. El mío quedó abatido.
Cuánta razón tenía. Si pudiera hacerlo, lo haría.
—Kem... —No la dejé compadecerse. Me merecía su desprecio, solo que dolía como la mierda.
Para olvidar aquel momento, decidí coger espuma del lavaplatos y tirárselo a la ropa.
Tal como lo hizo ella al conocernos.
Ella me lanzó una mirada sorprendida, luego se miró a sí misma y juntó las cejas en una expresión de desafío. Se acercó rápidamente y tomó el lavavajillas líquido para luego esparcírmelo en mi chaqueta, mojándola toda.
—Oops —murmuró riéndose.
Se lo quité de las manos y se lo eché sobre la cabeza. De inmediato cerró los ojos y gritó al sentir su cuerpo frío. Segundos después se abalanzó sobre mí para quitarme la botella de lavavajillas pero se resbaló, porque en el piso había un gran charco de agua combinada con aquel líquido espumoso, logrando que yo la sujetara del brazo. Pero aún así caíamos al suelo golpeando nuestros traseros.
Las burbujas volaban a nuestro alrededor.
Ruby comenzó a reírse, yo la seguí. Sujeté mi estómago mientras ella hacía lo mismo, nuestra risa no cesaba y ambos estábamos al borde de la histeria. Nuestras carcajadas resonando en el silencio de la cocina.
—Ay, no puedo... —Ruby jadeó sin poder hablar más. Sus carcajadas impedían que pudiera respirar y hablar con normalidad—. Haz que... que pare.
Mi risa cesó.
Solo había una forma.
Tomé su mentón y me acerqué a ella. Sus labios a tan solo unos centímetros de los míos.
Ruby se alejó, su risa muriendo de inmediato.
—¿Qué haces?
—Dijiste que lo parara y lo hice.
—Uh, supongo que gracias —respondió ella, un poco corta.
Me puse de pie con dificultad y me apoyé en la encimera de la isla, luego extendí una mano y ayudé a Ruby a ponerse de pie. La sensación de pegajosidad extendiéndose por todo mi cuerpo. Ambos estábamos empapados con el espuma del lavavajillas.
Ruby cogió mi mano y me llevó al baño, tomó unas toallas y me tendió una para secarme el rostro.
—Iré a mi habitación, ya vengo —me informó antes de irse.
Yo me metí al baño, cerré la puerta y me quité la ropa para luego secarme todo. Al terminar y vestirme de nuevo, vi que Ruby aun no salía así que decidí coger un trapeador y limpiar el desastre que habíamos ocasionado en la cocina.
Dejé mi chaqueta en el cuarto de lavandería para dejarla secarse sola.
Luego de unos minutos apareció ella, con ropa limpia y cabello mojado, lo que significaba que se había dado una ducha veloz.
—No es necesario que lo hagas —dijo refiriéndose a mí, trapeando.
—Tus papás vendrán en cualquier momento y les prometí cuidarte.
—Exacto. —Sonrió—. Cuidarme, no limpiar. Deja, yo te ayudo.
Me quitó el trapeador y continuó con el trabajo mientras yo la miraba. Cuando todo estuvo limpio y ordenado, me siguió a la sala.
Miré el televisor y luego a ella.
—¿Quieres ver una película?
—¿Tú... quieres ver una película? —repitió—. ¿Ahora?
—Eh, sí, claro. Hasta que lleguen tus padres.
—Uh, está bien —aceptó con el ceño fruncido.
Tomó el control remoto y me lo pasó. Ambos decidimos sentarnos en el mismo sofá, el de tres cuerpos, para ver la película. Nuestros cuerpos estaban separados por varios centímetros, pero aún así podía sentir cualquier roce de su brazo o mano, cosa que me produjo escalofríos. De los buenos.
Empecé a revisar la lista de Netflix, enfocándome en el género romance.
—¿Qué? —pregunté divertido al notar que me miraba de reojo—. ¿Acaso un chico no puede ver esa clase de películas?
—Yo no dije nada —murmuró en el mismo tono de voz que yo.
Al final decidí poner El diario de Noah, una película clásica de romance. Coloqué un brazo por encima del sofá y sonreí, mirando la pantalla del televisor. Amaba sentir a Ruby cerca de mí, incluso cuando ni siquiera nos estábamos tocando.
En los primeros minutos todo parecía ir bien, hasta que a la media hora me di la vuelta, y noté que Ruby se había quedado profundamente dormida. Al parecer el día en la escuela más el baño de hace rato la habían dejando noqueada. Decidí tomar el control y poner la película en pausa, no quería continuar viendo si mi Bizcochito estaba dormida. Así que me acomodé en el sofá y suavemente la atraje hacia mí. Coloqué con cuidado su cabeza en mi pecho y luego estiré mis piernas para mayor comodidad.
Una vez en posición, cerré los ojos y yo también decidí dormir.
Sentí una voz susurrando en mi oído.
—Kem... —La voz era de Ruby, pero se sentía lejana. Yo estaba tan profundamente dormido que no hice caso—. Kem.
Me quedé dormido por varios minutos más. Hasta que una voz autoritaria me despertó.
—Cuida tu tono, señorita —dijo esa voz con dureza. Noté que era la mamá de Ruby. La señora Graham. Intenté abrir los ojos en vano, pero puse todo de mí para hacerlo—. Le dijimos al chico que te cuidara porque ya no podemos confiar en ti. Haces cosas a nuestras espaldas y no podemos controlarte porque trabajamos, así que atente a las consecuencias de tus actos.
—Eh, señora Graham —carraspeé para aclarar mi voz, en vano—. Ruby se portó excelente hoy.
Ella me sonrió dulcemente, a pesar de que hace segundos había mirado mal a su hija.
—Me alegro de ello, Kem. Muchísimas gracias por cuidarla.
Me levanté del sillón, notando la manta sobre mi cuerpo. Seguro Ruby me la había colocado. Sonreí mientras doblaba la manta, luego saludé a sus padres con una inclinación de cabeza y una sonrisa controlada.
—Creo que es hora de irme —dije mirando mi muñeca donde no llevaba ningún reloj—. Mis padres deben estar esperándome.
—Salúdalos de mi parte —respondió la señora Graham dándome la mano a modo de despedida. Su esposo hizo lo mismo antes de caminar hacia la puerta. Su mamá volvió a hablar—. Ruby, acompaña a Kem a la puerta.
Ella me siguió hasta la puerta del apartamento.
—Dejé mi chaqueta en tu lavandería —murmuré en voz baja para no ser oídos por sus padres—. Bueno, nos vemos, Ruby. Adiós.
Ella asintió antes de que partiera hacia mi casa, pensando en ella.
Siempre en ella.
Ahora tenía una excusa para volver.
Mi chaqueta.
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