Capítulo 23: No lo esperaba
Nos encontrábamos en la sala de nuestro apartamento, sentados en los sillones con expresiones desconcertadas. Mis padres me miraban con decepción, mi mamá había apartado la mirada de mí sin poder mirarme por más tiempo, mientras que mi papá negaba con la cabeza. Ambos sintiéndose defraudados por mí y mis acciones.
Los padres de Ada, que ya habían confesado el embarazo de su hija, estaban en los sofás grandes, ambos tomados de la mano como si necesitaran el apoyo del otro. Ada estaba al lado de su mamá y no miraba a nadie, tenía la cabeza cabizbaja y no podía ver la expresión de su rostro, pero apostaba a que era una de tristeza.
La sala estaba en completo silencio luego de aquella confesión, mis padres no sabían qué decir.
Kylan y Kara estaban en sus habitaciones. Cuando los padres de Ada pidieron hablar con los míos y conmigo, de inmediato mamá supo que algo grave pasaba y por eso los mandó a sus respectivos dormitorios para quedarme a solas con todos ellos.
Me sentía un completo idiota sentado ahí, sin poder hablar o decir la verdad de lo que había sucedido en realidad. No podía soltar como si nada que Ada se había aprovechado de mí, nadie me creería, lo tomarían como una excusa que estaba poniendo para no ser parte de la gran responsabilidad.
—¿De cuánto tiempo estás? —preguntó mi mamá dirigiéndose a Ada.
Ella alzó la cabeza. Ahí pude ver mejor su rostro. Tenía ojeras bajo los ojos y sus mejillas seguían hundidas por la rápida bajada de peso en su cuerpo. Su cabello negro usualmente sedoso ahora se veía seco y opaco. En general, Ada se veía muy mal.
Justo como yo me sentía.
—De cuatro semanas, señora —contestó ella con voz ronca, muy bajito.
Vi cómo su mamá apretaba su mano.
—Queremos que su hijo se haga responsable —habló su papá con voz de enfado y autoritario mirando a mis padres. Su cabello oscuro era corto así como la barba incipiente en su rostro. Tenía los ojos marrones y por su expresión, se le veía una persona severa y dura. Ahora mismo parecía querer destriparme. Me señaló—. Estos dos se tienen que casarse para solucionar esto.
Mis ojos se abrieron de horror.
Mamá saltó.
—¿Disculpe?
—Así como oyó a mi esposo, señora Woods —dijo la madre de Ada, su mirada preocupada y su ceño fruncido muy parecido al de su hija. Eran casi idénticas—. Kem ya es mayor de edad y debe de asumir la responsabilidad de tener un hijo y una familia. Ambos lo son. Y tienen que casarse para poder hacer las cosas como Dios manda.
Mi mamá parecía no poder creer lo que oía, estaba atónita.
—Kem se va a hacer responsable, eso es seguro. Pero no se van a casar. Ambos tienen diecinueve años y son demasiado jóvenes para formar una familia.
—Mi hija tiene veinte años. —Alzó la barbilla—. Y si son demasiado jóvenes lo hubieran pensando antes de cometer ese error.
Me puse de pie.
—No me voy a casar. —Y peor con Ada. Pero no dije eso. Sus padres me hubieran golpeado de ser así. Pero tampoco iba a aceptar sus condiciones solo porque ella estaba embarazada. Iba a tomar la responsabilidad de manera justa, como se hacían las cosas, pero por ningún motivo me iba a casar e irme a vivir con ella. Eso sería un castigo y no lo merecía. Miré a los padres de Ada, tratando de mostrar mi determinación, y luego a mis padres—. Me haré responsable de ese hijo, pero no me casaré.
Me dirigí a la puerta y salí, poco me importaban los comentarios que recibiría mi partida. Pero no podía permanecer más tiempo con los padres de Ada y ella en mi apartamento, era demasiado para mí. Bajé las escaleras y miré la puerta de Ruby. Me pregunté qué estaría haciendo en ese momento, si estaría en su habitación con Kiwi, tal vez durmiendo o leyendo. Me la imaginé en su balcón, con un libro en la mano y la brisa de otoño en su piel. Sus mejillas sonrojadas por el frío y su nariz helada. Imaginé que yo bajaba y juntos nos abrigábamos con la manta que siempre tenía sobre su cama.
Me imaginaba que entraba en su cama y juntos nos acurrucábamos para entrar en calor. Yo recostado en su respaldar y ella en mi pecho escuchándome mientras yo le leía.
Aparté la mirada de su puerta y bajé las escaleras hasta la primera planta, luego salí a la oscuridad de la noche y me alejé en busca de espacio. Me sentía claustrofóbico y sin salida. Confiaba en mi madre, sabía que ella no me dejaría casarme con Ada. No iba a permitirlo y me sentía tranquilo por eso.
Nada sería peor que tener que casarme con ella.
☾ ☾ ☾
Los días fueron pasando y mis ánimos seguían igual de bajos que siempre.
La tortura de estar lejos de Ruby pesaba en mi pecho.
Al final de todo, mis padres y los de Ada llegaron a un acuerdo. No me casaría con ella, pero tendría que estar a su lado, proveyéndola, sacándola a pasear, llevándola a comer y pasear juntos como una pareja enamorada. Me había parecido una mierda total, pero mi madre prefirió eso a que me casara con ella. Luego de que los padres de Ada y ella se fueran, mis padres me dieron un largo sermón de haber arruinado la vida de una chica por no saber cómo cuidarme. Había querido arrancarme los ojos, pero no podía hacerlo mientras los escuchaba.
Ahora era algo así como el niñero de Ada, llevándola a todos lados.
El primer paso fue llevarla al hospital.
No quise entrar con ella al consultorio y ella tampoco me lo pidió. La esperé afuera del Hospital, en mi auto. Salió y dijo que todo iba a bien. Se subió a mi auto y salimos en dirección al edificio, el camino fue en completo silencio cosa que agradecí, porque no iba a poder soportar escuchar su voz.
No era cruel, solo realista.
Aquel sábado por la noche, los papás de Ada nos incentivaron ir a la cafetería cerca a la casa llamada Dolce Casa. Mis padres, por supuesto, accedieron a su petición. Y a pesar de ser mayor de edad, ahora cargaba con la responsabilidad de Ada, así que no pude negarme y acepté a ir de buena gana. El viaje hacia allá fue en completo silencio, ninguno de los dos tenía algo que decir. Así que la música de la radio fue lo único que no hizo que quisiera chocar contra un árbol.
Cuando entramos a la cafetería, me sorprendí al ver que había música en vivo. La anfitriona nos designó una mesa cerca al escenario, así que fuimos sorprendidos con los gallos de la cantante. Luego me di cuenta que era un karaoke.
—Yo quisiera una tarta de chocolate —murmuró Ada sacándome de mi ensoñación. La vi apretar su estómago mientras sonreía—. Se me ha antojado.
Volteé a mirarla, escucharla hizo que mis puños se apretaran. Pretendía que nada sucedía y eso me sacaba de quicio. Asentí sin decir nada. Escuchar los gallos de la chica sobre el escenario era mucho mejor que escuchar a Ada, incluso si eso suponía dolor de tímpano.
Cuando la chica que cantaba horrible bajó del escenario, subió un chico.
Mi boca cayó abierta al ver a Kylan tomar el micrófono.
Empezó a cantar una canción pop que reconocí rápidamente, él aun no me había visto, pero se notaba su felicidad de estar ahí, cantando desafinadamente y mirando a alguien en particular que no pude vislumbrar por la cantidad de gente habida en la cafetería.
—Buenas noches, ¿qué desean tomar? —Apareció una camarera, con una placa en el pecho donde se leía «Debie». El uniforme que usaban todas las meseras consistía en un vestido color azul muy bonito, con botones desde la basta hasta el pecho. El vestido llegaba a mitad de las piernas y todas usaban zapatillas blancas con plataforma. Agregado a eso tenían un lazo azul en la cabeza con el cabello anudado en una coleta alta. Esta cafetería parecía salida de una película de los noventa.
—Yo quiero una tarta de chocolate —murmuró Ada sin mirarla.
—Yo quisiera un café cargado, por favor.
La tal Debie asintió, alejándose con una sonrisa.
Saqué mi celular, leyendo los correos de Madison. Planeaba quedarme toda la noche corrigiendo, lo estaría haciendo en este momento, pero los padres de Ada decidieron que era mejor que los dos saliéramos, como dos futuros papás enamorados.
Vaya mierda.
No quería estar aquí de ninguna manera, pero mi voluntad ya no valía nada desde que mis padres decidieron que haría lo que Ada quisiera por ser madre de mi futuro hijo o hija. Quería gritar y arrancarme los pelos de mi cabeza, mandar todo a la mierda e irme lejos pero aquí estaba Ruby. Puede que no esté con ella, pero con estar cerca era suficiente para mí.
—Kem, no puedes ignorarme toda la noche. —No dije nada, ni siquiera la miré—. Escúchame, soy la madre de tu hijo. Tienes que hablarme. Sé que me odias, pero podrías dejar a un lado ese sentimiento y estar aquí para mí. Te necesito, Kem.
Alcé la mirada, fulminándola.
—Me necesitas una mierda —escupí—. Para drogarme no me necesitabas, ¿no?
La vi encogerse por mis palabras.
Bien.
Normalmente no era cruel con las chicas, pero Ada era un espécimen diferente.
—Estás siendo cruel —susurró ella con los ojos llenándose de lágrimas. En cualquier otro momento me hubiera dado pena ver a una chica llorar. Con ella, no. Ni siquiera por estar embarazada. Me sentí entumecido con mis sentimientos alrededor de ella, solo me dejaba llevar por el odio—. Este no eres tú.
—Sí, este soy yo. Desde que me drogaste.
Luego de aquello no volvió a pronunciar ninguna palabra. Incluso cuando la camarera Debie trajo nuestros pedidos. Terminé mi café en cuestión de pocos minutos y luego me puse de pie para dirigirme al baño. Necesitaba un momento a solas lejos de ella.
Caminé entre las mesas y me dirigí a la señal donde se indicaban los baños, pero en el camino choqué contra una camarera. Su cabello castaño anudado en una coleta alta se me hizo demasiado familiar, cuando tomé su muñeca y le di la vuelta, era Ruby.
Mi Bizcochito.
—¿Ruby? —pronuncié su nombre confundido. Ella se soltó de mi agarré en un santiamén, mirándome con horror. Sus ojos azules abriéndose en demasía mientras me miraba como si no pudiera creer que estuviera aquí. Yo la miraba de la misma forma. Intentó huir pero nuevamente la detuve del brazo—. Espera, ¿qué haces vestida así? ¿Y por qué estás aquí?
¿Acaso estaba trabajando?
No verla por días hizo que mi corazón se alocara al verla ahora. Mis sentimientos por ella nunca se habían ido, seguían ahí y solo se mostraban cuando ella estaba cerca. Quería abrazarla fuerte y decirle lo mucho que la extrañaba, a ella y a Kiwi, pero me refrené. Estaba seguro de que no sería bienvenido.
—Atrás, imbécil —murmuró una voz detrás de Ruby. Cuando miré allí me di cuenta de que era la misma camarera que me atendió a Ada y a mí. La que se llamaba Debie. La miré sorprendido—. Si vuelves a acercarte a ella, te golpearé. Ya sé cómo tratar a los de tu calaña.
Ruby soltó una risita, divertida con las palabras de su amiga Debie.
No pude evitar mirarla con adoración. Su risa me producía escalofríos de lo bien que se sentía oírla. Amaba todo de ella, pero su risa era lo que más me gustaba.
—Será mejor que te vayas, Kem. —Ruby alzó la voz—. Ada te está esperando.
Negué con la cabeza.
—Sus papás me pidieron que la sacara a pasear porque estaba muy aburrida en casa. Tuve que hacerlo porque...
Debie me interrumpió.
—A nadie le importa, idiota. Guárdate tus palabras. —Hizo una seña con su mano—. Adiós, popo.
Tomó la mano de Ruby y juntas se alejaron hacia una puerta que supuse era la cocina. Me quedé allí, en mitad de la cafetería rodeado de mesas, preguntándome cómo podría recuperar a Ruby. Y si aquello aun era posible.
Fui al baño y me demoré más tiempo de lo usual mirándome al espejo, preguntándome en qué momento mi vida había decaído hasta el punto en donde ahora estaba. Me mojé el rostro y luego me sequé con un poco de papel.
Para cuando salí, vi que una chica bajaba del escenario y le entregaba el micrófono a Ruby.
La miré anonadado, caminando hacia mi mesa con la vista fija en ella.
¿Iba a cantar?
Ada estaba esperándome, su tarta de chocolate apenas comida. Solo se había servido un par de cucharadas. Me miraba atentamente, esperando una reacción de mi parte porque Ruby estaba en el escenario. Una conocida canción sonó en los altavoces, llenando el lugar con la melodía. No tenía mucha idea del pop, pero era una conocida canción de Demi Lovato.
«Payback is a bad bitch and baby, I'm the baddest»
Cuando cantó, su voz sonó en toda la cafetería.
Hizo que mi cerebro hiciera cortocircuito y todo alrededor se desvaneciera menos ella. Cantaba de maravilla, tenía una voz increíble y una presencia asombrosa en el escenario. Se movía con actitud y lanzaba miradas hacia la multitud mientras cantaba la letra de la canción con aquella voz que me embelesó por completo.
Ruby se adueñó del escenario como ninguna otra persona antes lo hizo.
No estaba preparado para esto. Mi corazón apenas podía soportar la carrera que estaba haciendo en ese momento. Mis sentidos estaban todos absortos en ella, no podía apartar la vista. Nadie en la cafetería podía hacerlo.
No sabía que cantaba tan hermoso.
Incluso en el coro, la gente se sumó a su voz logrando que varias personas cantaran junto a ella haciendo que el eco sonase en todo el lugar.
Al finalizar hizo una graciosa reverencia que todo el mundo aplaudió entusiasmado.
Incluso yo lo hice.
Bajó del escenario mientras varias personas le pedían que cantase otra canción, pero ella se alejó hacia una puerta que se leía «Solo Personal Autorizado». No lo pensé mucho y me puse de pie, caminando en aquella dirección e ignorando totalmente a Ada que intentó detenerme agarrándome del brazo. Me solté de su agarré y entré a aquella puerta, buscándola con la mirada.
Tenía que estar aquí en alguna parte.
Encontré un pasillo lleno de casilleros, ahí estaba Ruby, quién abrió el suyo sacando una pequeña mochila de allí. Coloqué mi mano en su hombro, la vi saltar ante el contacto.
Antes de que gritara, hablé.
—Shhh —susurré tranquilizándola—. Soy yo.
Ruby volteó empujándome lejos de ella. Su ceño fruncido visible en su rostro.
—¿Cómo entraste?
—Nunca supe que tenías una voz preciosa —murmuré ignorando su pregunta.
—Nunca te interesó saber más de mí.
Mi rostro se arrugó.
—Eso no es cierto. —Ella no dijo nada. Ignorándome, cerró su casillero y se alejó hacia la puerta. La detuve con mi voz—. Ada va a mantener al bebé. Decidió que sí quiere tenerlo y por eso estoy aquí. Soy el padre, debo hacerme cargo de todo y...
—Me cansé de decirte que no es asunto mío. —Me miró apenas, prefiriendo hablar mirando detrás de mí a la pared llena de casilleros—. Ya nada referente a ti me importa. Si no lo dejé claro antes lo hago ahora. ¿Es que no te cansas? Deja de buscarme para darme explicaciones. Lo que hagas con tu vida ya no me importa, Kem.
Salió de allí, dejándome adolorido por sus palabras.
Saber que ya no le importaba era un tipo de dolor diferente del que nunca había sentido antes.
Su rechazo escocía y su indiferencia producía un hueco en mi maltrecho corazón.
Sin ella, nada en mi vida tenía sentido.
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