Capítulo 2: Bizcochito como apodo

No tenía idea de cómo se llamaba la chica que me tiró agua ni tampoco tenía idea de dónde vivía, información que Ada me pidió. Ella parecía mucho más molesta que yo por el tema, porque después de todo tuvimos que dejar la cita para otro día. La maldita loca había arruinado mis planes. Luego de conversar con Ada y disculparme con ella, me metí en mi habitación, me cambié de ropa a una más cómoda y prendí mi laptop. Quise concentrarme en el trabajo que me esperaba por delante pero me era imposible, la chica de ojos azules estaba acaparando mi mente. No me la podía sacar de la cabeza, no solo por ser guapa y con muy bonito cuerpo, sino por su actitud de luchadora que me dejó deseándola conocer más.

Decidí apartarla de mi mente para concentrarme en mi trabajo, tenía que arreglar mejor mi curriculum vitae para mandarlo a las editoriales en las que planeaba postular. Quería el puesto de corrector y estaba dispuesto a obtenerlo. Luego de mejorarlo, mandé mi CV por correo a las editoriales que me interesaban y con esa tarea hecha cerré mi laptop.

La castaña de ojos azules se apoderó de mi mente de nuevo. No era Ada quien se colaba en mi cabeza, ni mi exnovia, sino ella.

Mis padres habían salido para comprar algunas cosas para la casa, dejándome en casa con mi hermana Kara. Kylan los había acompañado, por lo que cuando sonó el timbre de la casa supe que yo tenía que abrir. Mi hermana se había encerrado en su habitación y eso significaba que no abriría la puerta por nada del mundo, cuando ella cerraba su puerta mostraba que no saldría de allí hasta que ella así lo quisiera.

Caminé a lo largo del pasillo y sin mirar por la mirilla abrí la puerta.

Frente a mí estaba la chica que nublaba todos mis pensamientos. La castaña hermosa de ojos azules.

Traté de permanecer tranquilo, como si su visita no me afectara.

—¿Tú otra vez? —pregunté con una sonrisa. Giré la cabeza a ambos lados—. ¿Ya no traes agua para tirarla de nuevo?

Me gustaba fastidiarla, porque un bonito sonrojo cubría sus mejillas haciéndola ver más adorable y hermosa.

—Si tanto quieres que te arroje agua de nuevo, espérame un ratito que ya vuelvo.

—No hace falta. —Su humor y sus ganas de pelear también eran hilarantes. Esta chica era toda una caja de sorpresas—. Una vez fue suficiente.

—Ni que lo digas —murmuró por lo bajo.

Me quedé mirándola un buen rato, hasta que el ambiente se puso cargado. En sus manos llevaba una bandeja de bizcochos, el olor era demasiado fuerte como para ignorarlo. Olía riquísimo.

—¿Qué te trae de nuevo por aquí? —pregunté realmente interesado en su respuesta.

Levantó su bandeja.

—Mi mamá ha horneado esto para ti y tu familia. —Me la tendió pero no la tomé.

La miré extrañado.

—¿Prepararon bizcochos para nosotros? —Asintió. Fruncí el ceño—. ¿No tendrán un ingrediente extraño no? ¿Veneno tal vez?

En vez de reír, rodó los ojos. En sus ojos se veía que así quería que fuera.

—No tienen nada, están muy buenos. Mi mamá los hace deliciosos.

Casi reí ante sus últimas palabras.

—Permíteme dudar de ti.

—¿De verdad crees que tienen algo? —Asentí—. Te juro que no tienen nada. Mira esto como una ofrenda de paz. Estamos a mano, ya no quiero más problemas. Toma, coge la bandeja.

No la tomé, cosa que hizo que suspirara con fuerza. La vi rodar los ojos antes de tomar un bizcocho de la bandeja y darle un buen mordisco. Masticó lentamente bajo mi mirada inquisitiva, sus grandes ojos me observaron con poca modestia. La miré a un par de pasos frente a mí devorar un bizcocho, suspirando de placer al tragar.

Necesitaba tomar un respiro si ella continuaba con ese gran espectáculo. No parecía ser consciente de sus acciones y cómo estas me afectaban.

—Parece que están muy deliciosos —murmuré con voz ronca, pero esta vez no por seducirla ni nada por el estilo, sino porque estaba afectado.

Asintió.

—Y no me morí, así que no tienen veneno. ¿Viste? Ahora tómalos y dáselos a tu familia, son de parte de mi mamá.

En vez de tomar la bandeja tomé un solo bizcochito. Lo puse en mi boca y mordí un pedazo.

Estaba para morirse. La chica tenía razón al reaccionar así con solo probar un bocado. Por dentro el postre estaba relleno de Nutella y le daba un delicioso sabor que me dejó con la boca abierta, figurativamente, debido a lo rico que era esa combinación.

—Realmente está delicioso —dije entre bocado y bocado. Me lo terminé rápido para hablar—: Tu mamá hace unos increíbles bizcochitos.

Lo dije en doble sentido. Ella pareció entenderme porque abrió la boca y retrocedió, jugando con sus manos vacías.

—De nada —dijo tartamudeando—. Uh, tengo que volver a mi casa, adiós.

—Adiós —dije de vuelta, viéndola irse. Me reí por lo rápido que parecía querer salir de allí.

Consciente del recién encuentro, una agradable sensación en el pecho me embargó. Cosa que solo sucedía con ella. No con Ada, ni tampoco sucedía eso con mi exnovia.

Solo con ella.

☾ ☾ ☾

Unos días después las cosas con Ada estaban mucho más que bien. Habíamos salido en un par de citas que acabaron en algo más, cosa que prometimos hacer sin compromiso alguno. Ella estuvo muy de acuerdo en aceptarlo. No era un cabrón por dejárselo claro, tampoco era un caballero por usar a una chica así. Pero la cuestión es que ambos nos utilizábamos, éramos consciente de ello y estaba bien.

Ahora ella me había invitado a la fiesta que daría su hermana menor en su casa por su cumpleaños. Ya que mis padres no estarían en casa porque saldrían con mis hermanos, decidí asistir a la fiesta. Me encontraba sin nada que hacer, además, Ada había sido muy insistente en ser mi acompañante. Y no podía decirle que no luego de haber pasado una increíble noche a su lado.

Me vestí con ropa cómoda para la ocasión, usando una camiseta negra y guardé mi celular en el bolsillo trasero. Luego con una última mirada en el espejo salí del apartamento echándole seguro a la puerta.

Subí los conocidos escalones hacia la casa de Ada. La puerta estaba cerrada y aun así podía escuchar la música retumbar en las paredes, lo que significaba que estaba a un volumen fuerte. Toqué la puerta y esperé a que alguien me abriera rogando ser oído por sobre la música.

Ada me recibió, sonriendo feliz al ver que era yo tras la puerta.

—¡Kem, viniste! —exclamó abrazándome. Lo único que no me gustaba de Ada era su continuo afecto hacia mí, siempre tocándome. Yo amaba mi espacio personal y esta chica no tenía ni idea de que eso existiera.

—Hola, Ada —murmuré un poco cortado al verla empinarse y besar mi mejilla. Miré sobre su hombro a las personas en su casa. No conocía a nadie más que a ella, bueno, a su hermana también. Pero era nuevo en este lugar y no tenía ni idea de quiénes eran sus invitados. Caminé detrás de ella para entrar a la casa observando cómo las luces de colores estroboscópicas giraban aparentando una disco en medio de su sala.

La distribución del apartamento era una copia exacta del mío. La sala y el comedor colindaban, un pasillo donde se encontraban las habitaciones y el baño estaban del lado derecho, mientras que en el izquierdo estaban la lavandería y la cocina. Ada me dirigió a este último para servirme un vaso de Coca Cola. Luego de terminármela me tendió una lata de cerveza.

Nos apartamos un poco de la gente para plantarnos en el pasillo y conversar más alejados del bullicio de su apartamento. Había personas bailando en la sala y otras jugando beer-pong en el comedor. No me apetecía socializar con estas personas cuando tenía toda la atención de Ada.

Tomé de mi cerveza poco a poco hasta acabármela, frente a mí Ada quería que fuéramos a su habitación, pero no me sentiría cómodo haciéndolo al saber que todos estaban aquí afuera. Por lo que saqué una excusa cuando ella también terminó su cerveza.

—Iré a traer más. —Antes que pudiera decir cualquier cosa me alejé. Caminé entre las personas hasta la cocina, el lugar donde antes Ada había sacado las latas de cerveza.

Di varios pasos ignorando a las personas a mi alrededor y la bulla de la música pero no me percaté lo que tenía delante de mí. O mejor dicho, quién. Porque de un momento a otro sentí que choqué contra una persona. Mierda.

Jodidos borrachos.

Levanté la mirada a punto de soltar un improperio a la persona con la que me había chocado, pero resultó ser nada menos que la preciosa chica de ojos azules. Me quedé idiotizado unos segundos mirándola maldecir en voz muy baja. Al bajar la mirada noté que su vestido de tiras estaba mojada y unos cuantos cubos de hielo yacían en el piso.

Traté de mostrarme serio.

—Ah, eres tú.

Sus ojos azules hicieron contacto conmigo. De inmediato entrecerró los ojos al oír mis palabras.

—Mira por dónde caminas —refunfuñó. Miré su vestido cuando ella intentó limpiárselo con las manos, como si eso fuera a ayudar a quitarse la mancha oscura de la Coca Cola. Ahora podía notar cuán ajustado era su vestido, marcando sus finas y bonitas curvas. Su pequeña cintura parecía perfecta, como para que yo la sujetara desde allí.

Apreté mis manos para que mis pensamiento no fueran más allá.

La chica se cruzó de brazos tapándose la parte mojada al ser consciente que se traslucía un poco. Antes de ello noté sus pechos pero rápidamente me privó de ellos. Podía decir que no utilizaba sostén.

—Fuiste tú quien se apareció en mi camino —dije tratando de excusarme.

—¡Tú estabas entrando! —exclamó furiosa—. Tú debiste fijarte.

Volví a hacer un lento recorrido por su cuerpo, pero esta vez no escatimé en esconder mi sonrisa.

—Supongo que ahora sí estamos a mano —dije con diversión—. Tú me mojaste primero, ahora soy yo quien te ha mojado.

Inmediatamente sus mejillas se colorearon de rojo.

Empezaba a notar cuanto me gustaba tener esa reacción en ella.

—Serás idiota —fue todo lo que dijo. En ningún momento dejó caer sus brazos. Mantenía una presión férrea alrededor de su cuerpo.

—Solo expuse el hecho de que estamos a mano. ¿Eso me hace un idiota? —No entendía por qué me insultaba tan fácilmente.

Alzó su barbilla con desafío.

—No admitir que tú me tiraste el agua te hace un idiota. Un grandísimo idiota. —La audacia con la que me insultaba me parecía hilarante. Esa chica me hacía reír mucho incluso con sus insultos dirigidos hacia mí.

Es por esa razón, y por muchas más, que hice un recorrido de arriba abajo con mis ojos mostrando diversión en mi expresión. La inspeccioné para asegurarme que su aspecto solo estaba girado hacia mí, las demás personas de la fiesta estaban espaldas a mí por lo que solo yo podía ver su vestido mojado.

Y debe decir que era una gran vista para mis ojos.

—Sí, fui yo. Yo te tiré el agua —mentí. No sé por qué lo hice, algo me poseyó para que lo hiciera pero quería ver de nuevo ese fuego que destellaba en sus ojos cuando la fastidiaba. Me gustaba mucho mirarla mientras se enfurecía. Algo completamente loco, ya que la conocía de hace muy pocos días—. ¿Eso es lo que querías oír?

—Por ahora es suficiente.

Me decepcionó no ver ese fuego en su mirada como lo estaba planeando ver de nuevo. Cosa que me sorprendió de ella. Siempre me sorprendía, con cada acto o palabra suya. Es por eso que esta mujer frente a mí me parecía alucinante. Y mirándola con ternura se me ocurrió una palabra al llamarla.

—Eh, Bizcochito —la llamé antes que desapareciera, aquel apodo dejándome un gusto delicioso en los labios al decirlo en voz alta.

—¿Me hablas a mí? —preguntó ella girando la cabeza, confundida.

—¿A quién más? —Hice una seña alrededor, solo éramos ella y yo en la cocina—. Tú eres la única aquí.

—No me llamo "bizcochito".

Sonreí al ver esa furia que tanto esperaba en ella. Mi sonrisa la hizo enfurecer más.

—No sé tu nombre, así que para mí te llamarás «Bizcochito». Te has ganado ese apodo luego de haberme comido todos los que me trajiste.

Aún podía recordar el momento en que me encerré en mi habitación devorándome uno por uno mientras pensaba en ella. El apodo le iba más que perfecto, nadie lo podía negar.

—¿Todos? —preguntó incrédula—. Te dije que eran para ti y tu familia.

—Pero estaban deliciosos, no pude evitar comérmelos todos.

Aquello lo había dicho sin doble intención pero aun así Bizcochito se sonrojó profundamente, ver sus mejillas rojas y sus grandes ojos azules trajo una profunda presión en mi pecho al verla.

—Me llamo Ruby, no bizcochito.

Alcé las cejas, saboreando su nombre por primero en mi mente.

«Ruby»

Era un bonito nombre para alguien como Bizcochito, le quedaba perfecto.

Volví a repetirlo en mi mente.

«Ruby». Una joya preciosa como lo era ella.

Traté de mostrarme impasible por fuera, como si no estuviera repitiendo su nombre en mi mente. Aunque cuando se fuera, iba a repetirlo en voz alta. Quería saber lo que se sentía decirlo en voz alta, saborear su nombre en mis labios.

—Como digas, Bizcochito. —Me reí cuando sus orejas se colorearon de rojo. No podía creer que una chica más o menos de mi edad como ella pudiera sonrojarse tanto. Pero aquí estaba Ruby, Bizcochito, haciendo lo que creí imposible.

—Tú te ganaste el apodo de idiota y sin embargo no te llamo así.

Su coraje al insultarme no hizo más que hacerme sonreír.

—Llámame como quieras.

—Prefiero no llamarte, ni hablarte. —Auch—. Adiós, idiota.

Salió airosa de ahí, dejándome con la palabra en la boca. Me encantó eso de ella. Cualquier otra chica en pocos segundos hubiera activado su instinto coqueto y me hubiera retenido de su brazo a toda cosa. En cambio Ruby se alejaba de mí lo más rápido posible como si no aguantara mi presencia, cosa que nunca me había pasado. Es por eso que me cautivó tanto, su manera tan suelta de ser y cómo parecía no tener pelos en la lengua.

La vi dar la vuelta para mirarme, le sonreí abiertamente encantado con que hubiera girado el rostro solo para mirarme. Eso significaba algo de ella. Nuestros ojos se encontraron unos breves segundos antes que levantara el dedo medio en mi dirección y la burbuja se rompiera.

Me reí con esa acción.

Pero antes de poder seguirla para continuar con nuestra diatriba alguien se interpuso en mi camino y apartó toda mi atención de ella. Inmediatamente maldije para mis adentros al ver a Ada tomando mi brazo.

—Kem, ¿y las bebidas? —preguntó mirando mis manos vacías. Sus ojos marrones se estrecharon—. Te vi hablando con Ruby y creí que te estaba distrayendo. ¿Pasó algo?

Negué, volviendo mi atención a ella. Mi sonrisa se había borrado.

—No, nada.

Ada miró en la dirección por la que se había ido Bizcochito pero ella ya no estaba.

—¿Quieres bailar?

Iba a negarme pero, ¿qué más podría hacer en esta fiesta? Había venido con ella y no quería hacerle el feo ahora. No en su casa y no frente a sus amigos.

—Claro, vamos.

En toda la fiesta no volví a ver a Ruby. Y mis pensamientos tampoco la dejaron, incluso cundo pasé la noche con Ada.

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