Capítulo 12: Descubrimientos
Finalicé antes de tiempo mi trabajo y procuré dejar todo en orden en mi habitación para salir de allí. Había estado corrigiendo un manuscrito a lo largo del día y necesitaba de salir las cuatro paredes de mi habitación cuanto antes, no soportaba estar un minuto más mirando la pantalla del ordenador. Me quité los lentes dejándolos sobre el escritorio y me di una ducha antes de tomar las llaves de mi auto y salir.
Mis padres no estaban en casa, en realidad, no había nadie en casa. Kara y Kylan estaban en la escuela y nuestros padres trabajando. Mi día a día era igual, ya estaba acostumbrado a la rutina de estar a solas concentrado en mis manuscritos, corrigiendo como si no hubiera un mañana.
Era el pan de cada día.
Manejé por la carretera hacia el colegio de mi hermano. La hora de salida era en cinco minutos y yo estaba ansioso a que llegase esa hora.
Me estacioné cerca a la zona de salida y bajé del auto justo al mismo tiempo que la campana que indicaba la salida empezó a sonar.
Me apoyé en el capó del auto, sin quitarme los lentes de sol y esperé.
Kylan fue uno de los primeros en salir detrás de varias personas deseosas de escapar de ahí. Se acercó a paso rápido sorprendiéndose de verme ahí.
—¿Papá te mandó? —Fueron sus primeras palabras.
Negué.
—Estoy aquí por Bizcochito.
Rodó sus ojos.
—Se llama Ruby.
—Creí que era "Ojitos" para ti. —Me burlé, riéndome en silencio de su tonto apodo. A veces mi hermano podía ser un tonto.
—Lo sigue siendo, pero a ella no le gustan los apodos y por eso no la llamo así. —Se enderezó la mochila en la espalda—. Tú deberías hacer lo mismo, dejar de llamarla con ese estúpido apodo.
—No voy a dejar de llamarla así.
Kylan volvió a rodar los ojos, cansado de lidiar conmigo.
—¿Qué vas a hacer?
—Llevarla a su casa —aseguré como si fuera obvio. Luego entrecerré mis ojos al ver el interés en su mirada—. ¿Hay algún problema?
—Amber dijo que al regresar el exnovio todo volvería a ser como antes.
—Nada volverá a ser como antes —escupí enojado. ¿Acaso la mejor amiga quería juntarlos? Porque iba a impedir que eso ocurriese. Yo lo tenía claro, era obvio que Bizcochito ya no quería estar con su exnovio, lo cual me dejaba confundido de por qué su mejor amiga quería eso para ella cuando era obvio que para Ruby todo había terminado entre ellos en cuanto Daniel se fue. Me lo había dejado claro ayer por la noche cuando había confesado sus sentimientos por mí, justo después de darme el mejor beso de mi vida—. Ruby es libre de escoger a quien ella quiere, y al parecer ya ha escogido.
—¿A quién? ¿A ti? No lo creo —se burló él, divertido con mis palabras.
—Piensa lo que quieras.
—Solo quiero advertirte algo —agregó cuando notó que Amber se dirigía a su auto—. Si le haces daño a Ruby, no dudaré en golpearte por eso. Estás más que advertido.
—Y yo te dejaré hacerlo.
Una última mirada de furia de parte de él antes que se alejara para ir donde Amber. Me crucé de brazos esperando a Ruby hasta que varios minutos después salió de allí, viéndose completamente hermosa. Su cabello castaño estaba sujeto en una coleta en lo alto de su cabeza mostrando los rasgos delicados de su rostro, sobre todo el color intenso de sus ojos azules.
La vi caminar hacia el auto de su mejor amiga, hasta que se detuvo abruptamente cuando me notó, a unos cuantos metros lejos de ellos.
Se acercó lentamente a mí, como si no pudiera creer que yo estuviera allí.
—Hola, Bizcochito. —Pronuncié su apodo con delicadeza, saboreando en mi boca con deleite por ver sus mejillas sonrojarse cada vez que decía su apodo en voz alta.
Me reparó de pies a cabeza, demorándose más tiempo en mi rostro. Sabía que estaba inspeccionándome. No era tonto, Ruby estaba embelesada por mí y lo guapo que era, pero sabía que no era solo eso. Sus sentimientos eran más profundos, me daba cuenta por la forma en cómo apretaba el bolso, como si estuviera reprimiendo sus impulsos por querer poner sus manos sobre mí.
Lo sabía porque me pasaba lo mismo con ella.
Tenía que abstenerme de tocarla, pero moría por hacerlo. Volver a sentir su piel y tener la dicha de probar nuevamente sus labios.
—Hola. —Sonrió cruzándose de brazos, viéndose toda inocente y hermosa en aquel uniforme que consistía en una falda a cuadros y una blusa blanca metida dentro de la falda, y con zapatos negros con calcetines hasta las rodillas.
Estaba más que preciosa.
Por el rabillo del ojo vi a mi hermano bajar del auto estacionado de Amber a pocos metros de nosotros y acercarse.
—Ahora sí puedes irte, hermano, ya viste a Ruby —murmuró complacido con interrumpirnos. Lo miré mal mientras que Ruby lo miraba confundida, se apresuró a aclararle—: Quería verte antes de irnos.
—No solo eso —aseguré metiendo mis manos dentro de los bolsillos de mi pantalón, como si no estuviera nervioso como un adolescente al querer estar a solas con la chica que le quitaba el sueño cada vez que cerraba los ojos—. También la llevaré a casa.
Noté detrás de ellos que Amber y Daniel, el exnovio de Bizcochito, también se acercaban. Ambos escuchando lo último que había dicho.
El tonto de Daniel fue el primero en intervenir.
—No lo creo —repuso mirando a Ruby como si fuera de su propiedad—. Ella viene con nosotros. ¿Quién eres tú de todas formas? Ruby es mi novia y viene conmigo.
Solté una carcajada, divertido con las idioteces que soltaba.
—¿Tu novia? Por Dios, no seas iluso, hombre. —El chico estaba trastornado, eso era seguro. Sin querer perder más tiempo con ellos me alejé del capó para abrir la puerta del copiloto—. ¿Bizcochito?
Ella no se lo pensó mucho, su decisión fue clara.
—Lo siento, me voy con Kem —Caminó frente a sus amigos y se subió al auto del pasajero con mi ayuda. Rodeé el frente para subirme mirando con triunfo y una sonrisa feliz a Daniel.
Una vez que estuve dentro, detrás del volante, volteé para mirarla.
—Tomaste una buena decisión, Bizcochito. No te arrepentirás.
—Como tú digas.
Arranqué el auto dejando a los amigos de Ruby a un costado del auto, mirándonos partir. Una vez que me adentré a la autopista me di cuenta de que llegaríamos al edificio en menos de quince minutos, y no quería pasar tan poco tiempo con ella.
Si fuera por mí estaría con ella horas y horas, pero por el momento un par me bastaban.
Me pregunté si a ella le pasaba lo mismo.
En un semáforo en rojo volteé a mirarla.
—¿Quieres ir a tomar un helado?
Era la mejor forma de pasar más tiempo a su lado, además el calor del verano era demasiado y ya podía verla retorcerse a pesar de estar encendido el aire acondicionado.
—Claro, vamos.
Sonreí con sus palabras y me adentré nuevamente al tráfico de la ciudad para dar vueltas y luego estacionarme cerca al parque en donde a tan solo media cuadra, había una tienda de helados artesanales con los sabores más deliciosos de la ciudad.
Noté las miradas curiosas de varios personas al vernos caminar hacia la heladería, así que coloqué un brazo protector sobre sus hombros y la guie hacia la vitrina en donde se podía observar toda clase de sabores.
—¿Qué helado deseas?
Miró a través del vidrio, seguro tratando de escoger un sabor entre tantos, era una tarea difícil, ya que todos se veían deliciosos, pero a pesar de ello yo ya tenía mi sabor predilecto guardado.
—Quisiera el de oreo. —La chica detrás del mostrador se agachó para servirle a ella primero—. Espera, ¿puedo elegir otra bola de otro sabor?
La dependienta me miró.
—Ese sería otro precio.
—Pide los que quieras —le aseguré a Ruby.
Ella sonrió con alegría antes de quedarse por unos cuantos segundos en silencio mientras observaba los diversos sabores con demasiada precisión, como si estuviera en una misión y no pudiera quitarle los ojos de encima.
La dependienta parecía apurada, porque la fila detrás de nosotros se hacía cada vez más grande, aun así no la apresuré. Ella podía quedarse todo el tiempo del mundo decidiendo qué sabor escoger, los demás podían irse a la mierda.
Al final eligió un helado de dos bolas, una de oreo y otra de menta, una combinación rara que me dejó mirándola con extrañeza. Cuando fue mi turno me fui por la costumbre, escogí dos bolas de helados sabor chocolate, mi favorito.
Luego la dependienta vertió un poco de fudge sobre los helados y yo pagué mientras Bizcochito empezaba a comer.
—Gracias.
Le sonreí como respuesta, luego del cobro tomé su mano y la entrelacé con la mía mientras caminábamos fuera de la heladería. Ruby lamía su cono de helado como si fuera una muerta de hambre, parecía una niña feliz y eso hizo que sonriera, mirándola con adoración.
Decidimos sentarnos en el parque, bajo la sombra de un árbol para que nuestros helados no se derritieran mientras los comíamos.
—Así que... —decidí hablar entre bocados, mirando el césped bajo nuestros pies sin querer mirarla al pronunciar el nombre de su ex—. Dan es tu exnovio.
—Sí —respondió, luego se tomó un momento para saborear su helado antes de hablar—. Volvió a la ciudad para seguir viviendo con su mamá.
—Sigue enamorado de ti —dije lo obvio.
—Eh, sí. —Sus palabras salieron atropelladas de su boca, como si no pudiera confesar aquello en voz alta. Yo traté de mantenerme con una expresión de calma al escucharla—. Pero yo no de él. Solo lo veo como un amigo.
Alcé la mirada, sonriéndole feliz.
—Eso es bueno oírlo.
Se rio.
—Ya sé por qué lo dices. —Se encogió de hombros—. Tienes miedo de que vuelva con él. Pero no lo haré, ya no siento lo mismo por Dan. Tal vez aún esté un poco dolida, pero es normal después de todo lo que pasamos. Aunque eso no quita mis sentimientos por ti, Kem.
No me cansaba de oírla decirme que sentía cosas por mí.
Mi corazón empezó esa rápida carrera de nuevo como cuando estaba cerca a ella.
—Ven, sigamos nuestro camino.
Continuamos caminando por el parque mientras terminábamos lo poco que quedaba de nuestros helados. Todo sin dejar de conversar, por lo que no había momentos incómodos entre nosotros, se sentía todo tan natural que parecía como si nos conociéramos de años.
Estar con ella se sentía muy bien.
Me sentía pleno con Ruby.
Nos detuvimos en un bote de basura para tirar las servilletas usadas y cuando lo hicimos, me quedé frente a ella, mirándola con una sonrisa.
—Tienes algo aquí —susurré acariciando su labio inferior con mi pulgar.
Quería besarla nuevamente.
—¿Dónde? —Se llevó un dedo a los labios, al mismo lugar donde mi pulgar la acariciaba. Limpié los restos del helado mientras acercaba mi rostro, antes de besarla por segunda vez en el día, escuchamos un gemido ahogado.
Pero no era humano, parecía provenir de algún animal herido.
Ruby se alejó tan rápido de mí que solo fue un borrón antes de agacharse mientras yo iba tras ella, siguiendo el sonido que se hacía un poco más fuerte. Nos miramos, confundidos por el sonido. Estaba cerca, pero no había nada más que bolsas de basura.
Ruby se agachó frente al tacho de basura entre el césped y las movió alejándolas con la mano.
Allí en medio de ellas, había un cachorro de unos cuantos meses, malherido y con suciedad en el cuerpo. Estaba en posición acostada, como si no pudiera moverse, noté que había sangre en sus patas traseras. Era de un color caramelo debajo de la capa de suciedad y grasa, como si hubiera sido rociado con grasa de auto, porque estaba cubierto de algún líquido negro.
Tenía la mirada triste y perdida mientras lloraba temblando en su pequeño cuerpo.
—Está herido —murmuró Ruby con voz apretada.
—Hay que cargarlo. —No estábamos seguros de si había sido mordido por otro perro o atropellado, así que debíamos tener cuidado con sus patas heridas. Lo cargué con cuidado entre mis brazos, era tan pequeño que cabía en el hueco de mi codo. Lo cubrí con el borde de mi camiseta y maldije cuando lo vi temblar con más fuerza.
Miré a Ruby, sintiendo pena por el cachorro.
—Debemos llevarlo a una veterinaria —murmuró ella con la voz rota y los ojos llenos de lágrimas no derramadas.
Asentí, de acuerdo.
Caminamos de vuelta al auto con paso lento para no ocasionar más dolor en el cachorrito. Me subí y cerré la puerta tras de mí. Ruby se sentó a mi lado y yo dejé al pequeño en su regazo para poder manejar, tomé una chaqueta de la parte trasera para cubrirlo y luego encendí el auto.
—¿La veterinaria más cerca? —pregunté.
Ruby revisó su celular.
—A cuatro cuadras.
Luego de dos horas de estar en la veterinaria, el médico había curado las heridas del cachorro, lo había bañado quitándole toda la grasas y suciedad, lo había desparasitado y le colocaron las vacunas que le faltaba, dejándolo todo limpio y sano. Nos indicó que el cachorro tenía aproximadamente tres meses y que debíamos cuidar sus heridas en casa con un antiséptico y crema para untarle en la patita trasera, la que había sido golpeada.
Era obvio que había sido abandonado a su suerte luego de alejarlo de su madre. No teníamos idea de quién había sido el miserable, pero ahora debíamos buscarle un hogar. Estaba solo en el mundo y nosotros solo éramos los que lo cuidaban hasta que consiguiera una nueva familia para adoptarlo.
Yo no lo podía tener porque mamá tenía una fuerte alergia al pelo de perro y estaba prohibido que tuviéramos uno. Los padres de Ruby también tenían una fuerte regla de no tener animales en casa, lo que nos dejaba sin opciones.
—Podría vivir en tu habitación sin que tus padres se enteren hasta conseguirle una familia.
Ruby me miró como si estuviera loco.
—No. —Fue su respuesta rápida—. No hay forma. Mi madre entra en cualquier momento a mi habitación sin tocar la puerta y podría morir si ve al cachorro ahí. O peor, podría matarme a mí por ello.
Hice un puchero, tomando al pequeño Kiwi entre mis brazos. Apenas podía caminar porque su patita trasera le molestaba. Así que lo tenía en mi regazo, lo levanté con cuidado para hacer que ella también lo mirase con pena.
—¡Oh, vamos! Yo estaría ahí cuidando que no hiciera un desastre a tu habitación mientras tú estás en el colegio —pedí con un abrir y cerrar de ojos, como hacían las chicas con sus pestañas cuando querían salirse con la suya—. Tus padres trabajan todo el día, eso funcionará.
Negó, mordiéndose las uñas en un gesto nervioso. Estábamos en mi auto, mirándonos uno frente al otro para tratar de arreglar lo que teníamos en mano. El cachorro no podía ser abandonado y dejado a su suerte de nuevo, ahora éramos los encargados de él hasta que encontrase a una familia que lo adoptase.
—No lo sé, Kem.
—Bizcochito, esa es la mejor idea. Mis padres están casi todo el día en casa porque trabajan desde ahí. Es horrible. No podría estar con el pequeño Kiwi ahí.
Frunció el ceño al oírme.
—¿Kiwi? —preguntó confundida.
—El cachorro —respondí como si fuera obvio—. Su pelo es del color de la cáscara del kiwi. Lo sé, no me digas nada, soy un genio con los apodos.
—Ay, Dios mío. —Sus ojos rodaron—. Concentrémonos primero en dónde va a vivir. Luego le pondremos un nombre.
—El nombre ya está. Ya lo bauticé como Kiwi y eso no va a cambiar. Ahora veamos lo importante; estará contigo por las noches, cuando te vayas al colegio bajaré a tu habitación y le echaré seguro a tu puerta. Alimentaré a Kiwi y jugaré con él hasta que tú llegues por la tarde. Suena como un gran plan, ¿no?
Se tomó su tiempo antes de asentir con sumo cuidado, como si no estuviera tan segura del todo.
—Está bien —asintió—. Con una condición. Ven aquí.
Eso no tenía que pedírmelo, avancé hasta acercar mi rostro al suyo, deseoso de por fin borrar la distancia entre nosotros y volver a besarla como lo había hecho anoche.
—Con mucho gusto te besaré —susurré—. Es algo que no voy a parar de hacer una vez que comience. Tus labios no son adictivos como una droga, sino como una necesidad; como el aire que necesito para respirar.
—Qué poético.
—Todo por mi Bizcochito.
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