𝓡| EPÍLOGO (MELATONINA)
Eran las diez de la noche. Rebeca, Nuria, Manu y Adrián caminaban por las calles de Madrid. La oscuridad caía sobre sus cabezas, mas la luz de las farolas, restaurantes y vehículos proyectaban las sombras de la abundante gente despierta que avivaba el alma de la ciudad. Ellos formaban parte de ese colectivo, inundando con su alegría la capital.
Con las manos en los bolsillos y ensimismado, Manu desplazó su mirada a la carretera. No era muy tarde, pero estaba cansado. Habían salido los cuatro para hacer un poco de turismo con Nuria, pero esa chica de pelo rubio y piernas cortas era insaciable. Él, por el contrario, no podía más y estaba deseando aterrizar sobre su cama para caer dormido al instante. Esperó pacientemente a que el semáforo cambiase de color y se pintase de verde. A su lado, la recién llegada no dejaba de hablar. Estaba emocionada, casi tanto como lo estuvo Rebeca un mes atrás cuando llegó a la capital con la misma excusa: una nueva ciudad, su primer trabajo y ganas de vivir la aventura al lado de unos buenos amigos.
—Hasta hace pocos días, Adrián decía que nunca antes había conocido a alguien tan pesado como yo —comentó—. Me parece que me has robado el puesto, rubia.
Nuria se calló de golpe y le dirigió una mirada que cortaba cabezas.
—Manuel, cuidadito con las palabras que escoges porque ahora somos compañeros de piso —murmuró amenazante—. Además, yo no soy la que deja su ropa tirada por todas partes y se pasa el día entero gritándole a una pantalla como un desquiciado.
—Hay que liberar el estrés de alguna manera y yo lo hago mientras libero Francia a la vez.
—Pues a ver si nos liberas a los demás de tu irritante presencia, para variar —espetó Nuria aprovechando la oportunidad.
Manu se rio, la miró con sus enormes ojos avellana y asintió con la cabeza.
—Guapa y lista —la halagó—. Si no fuese porque me miras como si estuvieses planeando mi muerte, te invitaría a salir conmigo.
—¿Sabes qué pasa? Que si siempre les pides salir a todas las chicas que conoces, llega un momento en el que tus cumplidos pierden valor. Por ejemplo, acabas de llamarme guapa y lista, pero yo, en lugar de sonrojarme, he sentido un escalofrío. Algo falla, ¿entiendes?
Manu se encogió de hombros con indiferencia, bostezó y volvió a concentrarse en el paso de cebra. El semáforo no cambiaba de color.
—No vamos a durar ni una semana más en esa casa.
—¿Por qué dices eso?
—Porque el piso es demasiado pequeño para los cuatro. —Manu metió las manos en los bolsillos del pantalón.
Nuria agachó la cabeza. Sintió un poco de malestar, pues a fin de cuentas ella había tomado unilateralmente la decisión de mudarse a Madrid sin consultar a nadie. Sabía que para Rebeca no sería una molestia, pero no había pensado en los demás.
—Bueno, podría buscarme otro piso, a lo mejor sabéis de algún amigo vuestro que tenga una habitación libre... —murmuró.
—¡No! —la interrumpió él, riéndose—. Buscaremos otro piso para los cuatro. Y si no encontramos uno que esté bien de precio y nos guste, tengo un par de amigas que comparten piso con una británica que les saca de quicio. En el peor de los casos, me iré con ellas cuando se largue la Kate de los cojones.
—¿La inglesa se llama Kate?
—O Mary. —Manu pensó—. O Rachel. ¿Ellie? ¡Ah, no! Wendy. Seguro.
Tras ellos, Adrián y Rebeca se besaban. Él le rodeaba los hombros con un brazo y la atraía hacía sí. Ella le abrazaba la cintura. Sonreían, se miraban a los ojos y se susurraban secretos. Una imagen enternecedora para todos menos para Manu, que empezaba a creer que habían abducido a su amigo y, por alguna desgracia del destino, a él le habían abandonado con la psicópata alocada de turno. Lo peor es que seguro que no le dejarían dormir tranquilo otra vez.
Adrián se separó de Rebeca y miró a los otros dos, como si pudiera leer la mente de Manu.
—¿No te parece que hacen una pareja fantástica? —le preguntó a Rebeca—. Son tal para cual.
—Les va a costar darse cuenta. —La chica rio—. Nuria es de las que odia el amor y prefiere la vida de soltera: sin dar explicaciones a nadie, sin compromisos y con muchas posibilidades de salir de fiesta y liarse con el primero que le atraiga.
—Pues igual que Manu.
—¿Una relación un pelín peligrosa, no? —Rebeca les volvió a mirar y frunció el ceño—. Pero bueno, cada persona es un mundo, ¿verdad? Si los dos están a favor de enrollarse con cualquiera y no comprometerse a nada...
—Qué te apuestas a que acaban juntos. —Adrián sonrió ampliamente—. Conozco a Manu y le va a volver loco Nuria. Creo que es la única chica que ha conocido que sabe frenarle y desafiarle a la vez. Fíjate en cómo la mira, ¡le tiene intrigado!
—¿Y a Carla no le importará? Se han acostado tres veces, Adri.
—Pero no es nada serio, sé por Lina que Carla está quedando con otros chicos. Enserio, Nuria es perfecta para él.
Rebeca iba a pedirle que se abstuviera de jugar a ser casamentero porque si las cosas salían mal, la casa se transformaría en una sabana africana donde la leona Nuria daría caza a la gacela Manu hasta terminar con su vida. Vivir en un manicomio ya era duro tal y como estaba la cosa, no era necesario volver a los locos todavía más locos. Sin embargo, el semáforo se puso verde y los cuatro empezaron a cruzar la calle, así que Rebeca calló a fin de evitar que sus compañeros de piso la escuchasen.
Sacó el móvil del bolsillo del pantalón para comprobar la hora. Manu no dejaba de bostezar y a Nuria se le estaba pegando el cansancio. No obstante, Rebeca se sentía más despierta que nunca. Debía ser cosa de la presencia de Adrián, que siempre la mantenía alerta y emocionada. Comprobó rápidamente los mensajes de WhatsApp. A veces a Nuria se le olvidaba avisar a sus padres y estos le escribían a ella preguntándole por el paradero de su hija. Si no hubiese sido por ella, en más de una ocasión la familia de Nuria hubiera llamado a la policía creyendo que su hija había sido secuestrada por llevar tres días sin conectarse a WhatsApp ni responder llamadas.
Cuando vio los mensajes pendientes, comprobó que ninguno tenía que ver con ella. Por el contrario, el chat de Celia estaba encabezando la lista de contactos. Rebeca entró en la conversación y leyó lo que le había escrito.
CELIA 💚, 19:50:
Iván y yo hemos vuelto.
Gracias por escucharme.
Te quiero muchísimo.
Rebeca sonrió y apretó la mano de Adrián. Él, sin comprender del todo a qué venía ese gesto, le devolvió el apretón y le besó los nudillos, distraído. Rebeca se alegraba tanto por sus amigos que deseaba saltar de alegría y gritarlo todo a los cuatro vientos. En su lugar, tecleó una respuesta rápida con la mano libre y volvió a centrar su mirada oscura en la realidad.
REBECA, 22:07:
Yo te quiero todavía más, Celia.
También le envió un sticker de un gatito bailando.
A pocas manzanas de llegar a casa, Rebeca besó por milésima vez los labios de Adrián. Quería asegurarse de que todo era verdad y no un sueño.
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